En Inglaterra, se siguen traficando mujeres inmigrantes como sexoservidoras
Por Adán Salgado Andrade
En la negra historia de Inglaterra, está la de que fue el primer país en capturar personas libres de pueblos africanos, a las que cambiaban por mosquetones, por cinco libras de las de entonces, y los llevaban a las colonias españolas, por ejemplo, en lo que hoy es América, en donde los vendían por cincuenta libras, por lo que ganaban diez veces más lo de la inversión original. Ese tráfico de pobres esclavos – muchos de los cuales, como eran transportados en insalubres barcos “negreros”, además de que casi ni los alimentaban, morían por enfermedades o desnutrición durante el trayecto, al menos la mitad –, fue vital para que los ingleses acumularan la riqueza necesaria para la transformación económica que implicó el paso del feudalismo al capitalismo, nefasto sistema que por más de 500 años, nos sigue controlando.
Y en los tiempos actuales, esa infame historia de esclavitud, no podía quedar atrás. Inglaterra está sirviendo para que traficantes de mujeres, las lleven allí ilegalmente y las sometan a trabajos físicos muy pesados, como afanadoras de hoteles o, peor, como sexoservidoras.
El diario inglés The Guardian, realizó una minuciosa investigación sobre una mujer que vivió ese infierno, por simple necesidad, pero engañada de que tendría un buen empleo, justamente en Inglaterra. El reportaje fue presentado en podcast, en cuatro capítulos, en los cuales se narra todo lo que la mujer vivió (ver: https://www.theguardian.com/news/audio/2023/aug/25/revisited-trafficked-the-trap-part-one-podcast).
Coordinada la investigación por la periodista Annie Kelly, narra cómo una joven mujer de Ucrania – a la que llaman Julia y alteraron su voz, por razones de seguridad – pasó una terrible experiencia, debido a su necesidad de tener un empleo.
Julia narra como en su natal Ucrania, estaba casada con un hombre desobligado. “Casi nunca tenía trabajo y tomaba mucho, me pegaba y maltrataba a nuestra hija. Ya no quise más esa vida y por eso, traté de buscar empleo, pero en Ucrania hay pocos trabajos y muy mal pagados. Así que cuando un supuesto amigo me dijo que en Inglaterra había trabajo como recamarera de hoteles, muy bien pagados, no lo dudé. Me separé de mi esposo y llevé a mi hija con mi madre, para que la cuidara. Eso fue en el 2017, cuando ella tenía apenas nueve años. Le dije a mi madre que todo iba a estar bien y que en cuanto tuviera trabajo, yo les enviaría dinero, para que pagaran deudas y todo lo que se necesitara para ella y mi hija”.
Y Julia, confiada y animada, en julio del 2017, acudió al sitio desde el cual, la llevarían a Inglaterra. Primero la subieron a un auto, en donde había dos mujeres y dos hombres, muy herméticos. Comenzó a preguntar, pero le dijeron que se mantuviera callada.
Hasta allí, a pesar del extraño comportamiento de los otros, todavía tenía confianza. En el auto, cruzaron a Polonia, que no pide pasaporte a ucranianos. De allí, la subieron en un tráiler de carga, junto con otro chico de Ucrania, muy amable, con el que tuvo una breve amistad durante el trayecto. “Como yo no tenía dinero, él, muy amable, un día, hasta me compró una hamburguesa del McDonald’s. Tanto él, como yo, teníamos nuestras dudas, pero estábamos resignados a lo que fuera, con tal de conseguir un buen empleo”.
Los subieron a un compartimiento vacío y viajaron por muchos días, hasta que Julia, pudo escuchar agua. El tráiler había subido a un ferry que cruzó el Canal de la Mancha.
De allí, la subieron a un auto. “Todo era muy misterioso, no me decían nada, sólo que me mantuviera oculta y callada”.
No volvió a ver a su amigo, el otro ucraniano, dice con consternada voz, por el recuerdo, pues fue el único amable en toda esa larga travesía de muchas semanas.
De allí, ya se convenció que todo era “chueco”, ilegal. Lo peor era que le dijeron los hombres que la habían llevado hasta allí, que tanto las comidas, así como el “hospedaje”, eran parte de sus gastos, y que tendría que irles pagando con el tiempo.
Su primer trabajo fue como afanadora de un hotel, trapeando pisos, arreglando recámaras. Y como la paga era baja, apenas unas diez libras diarias, lo que tenía que pagar por las supuestas “deudas”, la dejaba sólo con tres, lo que era insuficiente para enviarles dinero a su madre e hija.
Fue cuando un hombre, Aleksander, de acento extranjero, le ofreció el trabajo der sexoservidora, el que Julia aceptó casi por necesidad, pues la paga era mucho mejor. “Sé que es algo penoso, humillante, pero lo hice por necesidad, solamente por necesidad, espero que lo entiendan”, dice durante la entrevista.
Los servicios sexuales los proporcionaba en un departamento de poca monta. La anunciaban, como si fuera mercancía, en una página de internet. Habían dos mujeres “recepcionistas”, que eran las que recibían a los hombres que acudían con Julia. Kelly le pregunta que cómo era posible que una página así fuera tolerada. “No lo sé, pero así nos anunciaban”, dice Julia. Prueba de que en Internet, se encuentra de todo, sin problemas (aquí en México, no hace muchos años, había páginas así. Supongo que todavía deben de existir. La amiga de una amiga, que se dedicaba a proporcionar servicios sexuales, así se “anunciaba”. Uno de sus clientes, le platicaba a mi amiga, era nada menos que un “sacerdote”, el que le pedía que lo sometiera a prácticas sadomasoquistas).
Al principio, no negaba sus servicios, pues eran cosas “normales”, hasta que llegó un hombre con peticiones violentas. “Me negué a darle servicio. Y entonces, Aleksander, entró, fúrico, y me dijo que no estaba allí para elegir, que tenía que hacer lo que se me indicara. Me resigné, pero, de todos modos, no acepté estar con ese hombre”.
Y así estuvo casi tres años, hasta que en el 2019, una redada policial, dio con ese domicilio, al que ya estaban investigando por sospechoso. Para su fortuna, el policía que la ayudó, el oficial Martyn – nombre también cambiado – fue muy comprensivo. Cuando la vio, toda demacrada, delgada, de triste mirada, comprendió que era una de las víctimas de lenones extranjeros que las trafican para explotarlas. “Es un negocio que deja millones de libras anualmente”, anota Kelly, al referirse al gran negocio que son las chicas extranjeras, explotadas sexualmente por tipos sin escrúpulos, que hasta las pueden asesinar si les dan “complicaciones”. Y como están en Inglaterra ilegalmente, son totalmente indefensas, más ahora que en ese país ya se aprobó una ley antiinmigrantes, mediante la cual, sin averiguación de ninguna especie, a todo inmigrante que entre de forma ilegal al país, se le deporta de inmediato. Y si eran víctimas de tráfico sexual, ni siquiera se averigua, por lo que los traficantes, nada temen si ellas son arrestadas. “Eso, los vuelve impunes”, dice un defensor de inmigrantes ilegales, entrevistado por Kelly.
Cuando el oficial Martyn halló a Julia en ese deprimente “departamento”, todavía no estaba aprobada esa nefasta ley. Gracias a esa circunstancia, el oficial y otros policías lograron detener a Aleksander y sus cómplices. También, gracias a la ayuda que la agencia de caridad y beneficencia anti-esclavitud Justice and Care (Justicia y Cuidado) proporcionó, fue que Julia actuó como testigo en contra de Aleksander y los otros, incluidas las dos mujeres recepcionistas.
Se mantuvo firme, a pesar de que sabía que podía tener repercusiones, que el lenón tomara venganza mediante algunos de sus secuaces, pues son redes criminales, perfectamente estructuradas.
Pero aguantó la presión. Y los cuatro delincuentes, fueron sentenciados.
Desgraciadamente, esos delitos, en Inglaterra, no son “graves”. Como ya habían estado encarcelados antes de los juicios, cuando les dictaron sentencia, las dos mujeres y un hombre, salieron libres, pues ya habían cumplido el tiempo requerido. Y Aleksander, sentenciado a tres años, saldrá libre en uno.
Eso hace ver lo perverso de esos sistemas de “justicia”, que valoran más un robo, que el tráfico de personas o hasta una violación.
Julia está muy decepcionada por esa circunstancia, temiendo que una vez que Aleksander salga, pueda dar con ella y buscar venganza. Pero como el tipo no es inglés, será deportado, como fueron los otros, aunque, como pertenecen a redes criminales, no sería difícil que pudiera volver a ingresar al país.
Cuando se dictaron las sentencias, en febrero del 2022, Rusia invadió Ucrania. “Me inquieté porque un amigo me mandó una foto de una bomba que había estallado muy cerca de donde vivía mi hija. Y comencé a temer por su vida, pensando en cómo haría para sacarla de Ucrania y traerla conmigo”, dice Julia, entre sollozos, recordando esos dramáticos momentos.
Ya le habían dado su estatus como refugiada, así que no estaba ya como ilegal en el país (con la actual xenófoba ley, no habría sido tan fácil, quizá imposible). Pensó en ir por su hija, aunque habría sido muy arriesgado, tanto porque los traficantes podrían estar al acecho, así como porque muy seguramente, no la habrían readmitido, si abandonaba el país. Habló con varios amigos, hasta que se ofrecieron unos a llevar a su hija hasta Polonia. De allí, fue fácil, mediante oros contactos, llevar, a la que llaman Marta, con su madre.
“Marta quiere salir a las calles a caminar, sola. Yo no la dejo, porque le digo que todavía hay peligro para mí y para ella. Que alguien que la vea, la puede subir a un auto y desaparecerla para siempre. Ya que pase el tiempo, le digo que ella podrá salir, podrá tener su novio, casarse y tener hijos. Y ella me responde, muy enojada, que no va a casarse ni a tener hijos. Pero cuando encuentre a un hombre que la quiera y que ella lo quiera, eso va cambiar, se lo digo, ya verá”.
Aunque tener hijos, sería lo menos malo para Marta.
Porque esos criminales son tan vengativos, que ella podría tener la misma mala suerte de Julia, pues mientras el tráfico humano, siga siendo un lucrativo negocio, mujeres como ellas, seguirán siendo potenciales víctimas de desalmados rufianes, quienes las tratarán como lucrativas mercancía sexuales.
Otra nefasta consecuencia del capitalismo salvaje, que todo lo vuelve mercancía.
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