sábado, 15 de abril de 2023

Escritora fue mal diagnosticada con depresión, en lugar de una diabetes tipo 1 que casi la mata

 

Escritora fue mal diagnosticada con depresión, en lugar de una diabetes tipo 1 que casi la mata

Por Adán Salgado Andrade

 

Los equivocados diagnósticos médicos, suelen ser hasta mortales. Por ejemplo, una chica inglesa, luego de una caída en bicicleta, que le produjo un golpe en el páncreas, de haber sido atendida adecuadamente, se habría salvado de morir, a los 13 años. Un primer doctor le diagnóstico correctamente daño pancreático, pero como era en una clínica, no tenía los medios para atenderla. Así que sus padres la llevaron a un hospital “competente”. Pero allí les aseguraron que no era el páncreas, sino una infección. Con ese mal diagnóstico, sólo la llenaron de antibióticos. Le vino una sepsis generalizada, que fue la que le provocó la muerte. Su madre asegura que con un buen diagnóstico, su hija estaría viva (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2022/09/chica-murio-por-negligencia-medica-en.html).

En otro caso que refiere la joven escritora Lindsey Beth Meyers, que le sucedió justamente a ella, cuenta cómo fue que le diagnosticaron depresión en lugar de diabetes tipo 1, en la cual, es nula la producción de insulina (no como en la tipo 2, en la que sí, el páncreas produce algo, pero insuficiente, por lo que se deben de usar medicamentos). Usa su experiencia también, para denunciar cómo a las mujeres, desde los antiguos griegos, se les dice que tienen “histeria” y que es todo el origen de sus males, que nada físico las afecta (ver: https://www.teenvogue.com/story/gender-bias-medicine-women).

Menciona Meyers que la palabra histeria deriva del griego “hysterikos” que significa “de la matriz”, así que “por siglos esa palabra se aplica a casi todos los males que le suceden a la mujer, incluso, en pleno siglo veintiuno. Yo sufrí algo así”.

Todo comenzó, narra Meyers, cuando en mayo del 2022, su novio y ella terminaron una relación de tres años. Regresó a Nueva York, de donde es originaria, y rentó un departamento con una amiga, “paseando a su perro, con tal de que me bajara algo de esa renta”.

Comenzó a adelgazar y a sentir incontenibles ganas de orinar cada quince minutos. Fue a ver al médico, diciéndole que temía que fuera una diabetes, de acuerdo con lo que había investigado en el sitio WebMD, en el que se da información sobre varias enfermedades (ver: https://www.webmd.com/).

“Pero me dijo que no, que no me fuera a los extremos, que era una depresión porque había roto con mi novio, nada serio. Que saliera con amigas y amigos, que me distrajera. Sólo me recetó complementos con potasio y agua tónica (que es carbonatada, con algo de quinina disuelta) y nada más”.

Le hizo caso y pensó que, en efecto, todo era “mental”, una tristeza y ya.

Luego de eso, para quitarse las penas, se fue a comer una dona y una malteada a un Dunkin’ Donuts. Pero estaba a la mitad de la dona y la malteada cuando, de nuevo, sintió desesperadas ganas de orinar. Pidió entrar al baño, pero le dijeron que estaban “remodelándolo”  “Así que, con la pena, en pleno día, me escondí entre un arbusto, para bajar mis pantaletas y orinar. Eso ya no era normal, así que le llamé de nuevo al doctor, para que me diera consulta, pero andaba de vacaciones”.

Estaba segura que algo andaba mal. Había bajado varios kilogramos de peso y se sentía cada día más cansada y débil, por la incapacidad de su cuerpo de sintetizar insulina que procesara la glucosa, para que sus cuerpo tuviera energía.

Una tarde, se sentía muy mal, por lo que llamó a los paramédicos, “los que se mostraron molestos porque no hallaron a alguien muriéndose, sino a mí, con vómito a mi lado, diciéndoles que me sentía muy mal, pero no sabía de qué”.

Renuentemente, la llevaron al hospital. Muy a tiempo, porque, además de que “me oriné en los pantalones, al hacerme varios análisis sanguíneos, vieron que tenía una cetoacidosis diabética, una complicación de la diabetes, que puede ser mortal, ocasionada porque se concentran muchos ácidos en la sangre”.

Eso se debe, explica Meyers, a que el hígado procesa grasa corporal, cuando no se ha comido en mucho tiempo o no se tienen muchos carbohidratos. Y el nivel de acetona, indica qué tantos ácidos hay en la sangre. “Un nivel normal es de 5.7 por ciento. Yo tenía 17.1 por ciento, nada de qué alardear”.

Su cuerpo nada más podía hacer, con tal de mantener las funciones vitales. “Estuve a punto de sufrir un coma diabético, Y si hubiera sucedido, podría haber tenido fallas de órganos y seguramente no habría sobrevivido”.

Así que le indujeron un coma diabético, y le comenzaron a inyectar varias dosis de insulina, para que su cuerpo pudiera asimilar glucosa y pudiera volver a funcionar. “También había perdido mucho fósforo, tanto, que los médicos se asombraron de que aún estuviera viva, como le dijeron a mi madre, cuando fue rápidamente a verme al hospital, pues ya le habían avisado”.

“Tengo que usar insulina de por vida, dosis diarias, si no quiero perder mis pies. Además de eso, extraño no comer como lo hacía antes, sin tener que inyectarme o arriesgarme a tener cálculos”.

También le prescribieron lentes.

“De regreso a casa, luego de varias semanas de recuperación en el hospital, pasando por varias cosas tan desagradables que prefiero no platicar, me vi al espejo. Ya había subido unos diez kilos, pero me sentía débil. De todos modos, estaba viva, pero tendría que adaptarme a un nuevo estilo de existencia”.

Todavía debió de soportar que una fuerte ráfaga de viento, le removió un mechón de cabello. “¡Sólo eso me faltaba, quedarme calva!”.

El artículo no es para nada triste, al contrario, Meyers describe con humor su lamentable caso, del que, por fortuna, salió viva. No tiene más de treinta años, según puede verse en las fotos con que lo acompaña.

Remata diciendo que, de nuevo, fue a ver al doctor que inicialmente le dio el equivocado diagnóstico de que sólo se trataba de “depresión amorosa”.

Dice que miró los papeles y leyó el diagnóstico con detenimiento. “Yo pensé que tomaría mis manos entre las suyas, para mostrar sincero arrepentimiento y disculpas. Pero no, sólo me dijo que ‘bueno, eso lo explica todo, ¿no? ¿Quién iba a saberlo?’. Me dejó muda su cinismo”.

En fin, Meyers sobrevivió a un equivocado diagnóstico, pero muchos, mueren de que les “detectaron” un simple dolor de estómago y era un cáncer, que si se hubiera atendido a tiempo, probablemente habrían sobrevivido.

Por eso, mejor tengan dos o más opiniones cuando algo las o los enferme y no estén seguras o seguros de qué sea.

Preferible que les digan exagerados y no que después las o los estén velando.

 

Contacto: studillac@hotmail.com