sábado, 23 de enero de 2021

Valerosas mujeres policías afganas

 

Valerosas mujeres policías afganas

Por Adán Salgado Andrade

 

Los talibanes, fueron la mafia en el poder en Afganistán, entre 1994 y el 2001. En dicho periodo, las mujeres vivieron un infierno, pues las extremas medidas impuestas por esos beligerantes machos, les prohibieron a todas, sin importar si trabajaban o estudiaban, salir de sus casas, excepto acompañadas por un hombre, fuera un familiar o amigo, pero sólo para ir de compras o cosas así, nada de oficinas o escuelas. Además, debían de usar el velo, que la religión islámica – o la mala interpretación que se ha hecho de ella –, ha impuesto como obligatorio.

Así que hasta que una invasión liderada por Estados Unidos, en el 2001, tomando como pretexto el sospechoso derribo de las Torres Gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre de dicho año, echó del poder a los nefastos talibanes, las mujeres comenzaron, gradualmente, a recuperar sus derechos y a no ser sólo la sombra de los hombres (allí, sí, se agradeció esa invasión, hasta por los mismos afganos y, sobre todo, afganas).

Y tanto han evolucionado y tomado fuerza las mujeres afganas, que ya, varias, se han metido a trabajar a los cuerpos policiacos de su país.

Como los talibanes insisten en que son los legítimos “aspirantes” al poder en Afganistán, recientemente han tratado de que se sienta su existencia, con una desbordada, irracional violencia, que se materializa en atentados suicidas, asesinatos, secuestros y otras barbaridades. Y contra quienes más se han ensañado, es con las mujeres afganas que trabajan en las instancias públicas, como en los juzgados, en el ejército o como policías. El más reciente atentado, fue el cometido contra dos juezas, a quienes talibanes, en una motocicleta, asesinaron a tiros, cuando las dos se dirigían a su trabajo. Uno de tantos cobardes, irracionales atentados que cometen esos locos criminales, enajenados con una equivocada interpretación del islam (ver: https://www.theguardian.com/world/2021/jan/17/two-female-judges-shot-dead-in-kabul-as-wave-of-killings-continues).

Hay tanta violencia en ese país, combinada con problemas de mala salud, que el promedio de vida es de 53.15 años (ver: https://www.cia.gov/the-world-factbook/countries/afghanistan/).

Sólo compárese ese promedio con el mexicano, de casi 75 años o el de Estados Unidos, 78.54, y se puede apreciar lo corta que es la vida allí, a todos los niveles.

Pero a pesar de los mencionados cobardes asesinatos y atentados, muchas afganas siguen eligiendo incorporarse a las fuerzas públicas policiacas, como comenta un documental del portal RT, titulado “Afganistán: policías con hiyab”, que muestra, crudamente, cómo, a pesar de tantos peligros que corren, valientes mujeres se convierten en policías y soldados, porque, señalan, “si nos dejamos dominar por el miedo, ¿quién protegerá a la gente en nuestro país?” (ver: https://www.youtube.com/watch?v=Vweh1Gi-s3E&feature=youtu.be).

Abren el documental los testimonios de dos mujeres policías, que dicen que, a pesar de tantos peligros, se sienten orgullosas de pertenecer a la corporación policiaca, para defender a sus conciudadanos. Las bellas mujeres, muy sencillas, muestran tranquilidad en sus rostros, a pesar de la adversidad.

En otra escena, se ve a otras afganas, siendo entrenadas en el uso de rifles, disparando contra objetivos dibujados en papeles.

Otra parte, muestra a Abdul Hakim, teniente, profesor de la Academia de Policía, de la región de Mazar-E Sarif, explicando que muchas mujeres han estado intimidadas y sumisas, sobre todo por los prejuicios religiosos, que las mantienen en el atraso social a la mayoría. Eso, como menciono arriba, fue reforzado durante el nefasto control de los talibanes.

Por tales razones, explica Hakim, “no conocen sus derechos y esos son, que pueden trabajar o estudiar”. Agrega que son necesarias, sobre todo, cuando deben de ir a lugares y catear a mujeres, para que las policías lo hagan. “Sus derechos están garantizados por la constitución y, entre ellos, es que pueden trabajar como policías”, señala.

Zahra Azimi, que es oficial en el ejército, de unos 30 años, comenta que fue de las primeras mujeres en entrar allí y graduarse como teniente. “Sí, me dijeron que el ejército, no era para una mujer, y que, mucho menos, ahora que hay tanta violencia, pero no hice caso y aquí estoy”. Tampoco refleja desesperación o mortificación. Simplemente, habla muy tranquila sobre lo que es y la decisión que tomó. Afirma que el solo hecho ya de vivir en Afganistán, con tantos atentados, supone un riesgo a la vida, “pero, repito, si nos amedrentamos, ¿de dónde va a sacar el pueblo el valor para seguir luchando contra la violencia”. Muy valiente y decidida su declaración.

De verdad, que a lo largo del documental, se siente el horror que viven las afganas y afganos cada día, pues pueden ser víctimas de un atentado, sea con bomba o un tiroteo. Al ver esos problemas, puede afirmarse que, en México, por ejemplo, vivimos en el paraíso, a pesar de tantos asesinatos (que muchos son, en efecto, ajustes de cuentas entre las decenas de grupos delictivos del país). Sólo en zonas muy peligrosas, donde dominan los grupos criminales, como narcotraficantes, se viviría algo similar. Y, por ejemplo, en Michoacán, ya también mujeres se han tornado autodefensoras, para enfrentar a esos grupos delincuenciales (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2021/01/mujeres-de-michoacan-formaron-un-grupo.html).

Por otro lado, puede decirse que la gente se acostumbra a su entorno, hasta a la violencia. Hace unos años, un amigo de Ciudad Juárez, me platicaba que, cuando alguien amanecía muerto por alguna calle del lugar – que era a diario –, decían “hay muertito, vamos a verlo”, como si fuera una diversión de su violenta cotidianeidad. Así debe de suceder en Afganistán, en donde resignación y valor, se combinan, para que la gente siga con sus diarias actividades, a pesar de la fatal adversidad.

Agrega Zahra que espera que su ejemplo, lo sea para otras mujeres, que comprendan que pueden estudiar, trabajar, ser independientes y que no sólo su lugar es en la cocina, como cientos de miles hacen.

Un letrero informa que entre enero y noviembre del 2020, fueron asesinados por los atentados terroristas de los talibanes, 2,901 policías y soldados, así como 1,271 civiles. Eso muestra lo peligrosa que es la profesión, de policía o de soldado, pero también la de ser un simple civil, pues sus asesinatos ascienden al 43.81% de los correspondientes a las fuerzas de seguridad, así que tienen poco menos de un 50% de probabilidad de morir en un atentado.

Por ello, Zahra afirma que vivir en Afganistán es correr un gran riesgo.

Su tía, Fazila Azimi, oficial de policía, también comenta lo peligroso que es, “me siento el 100% del tiempo en peligro, de que me ataquen a balazos o con una bomba, a la patrulla en la que viajo”.

Otro letrero, informa de que, únicamente en noviembre del 2020, fueron asesinados, por lo menos, 205 policías y militares y 196 civiles. En este caso, casi fueron las mismas muertes violentas. Así que no se está más seguro, si sólo se es civil.

Platica Fazila que a ella, en sus 17 años que lleva de servicio, por fortuna, no la han atacado, pero que a dos de sus compañeras, los talibanes las asesinaron brutalmente. De todos modos, no se amilana y sigue adelante.

Laila Hussaini, era actriz de cine, pero actualmente, es oficial de policía. Y también, en su forma de platicar, se le ve tranquila, como las otras. Como dije, deben de estar resignadas a lo que pase y no han de pensar en la posibilidad de la muerte, que puede darse en cualquier momento, ante los ataques de los cobardes talibanes. Dice que se hizo policía hace 17 años. “Filmábamos una película en donde yo hacía el papel de mala. Necesitábamos una policía. Pero a una que le propusimos, dijo que no estaba disponible. Así que me dije, porqué no hago yo ese papel. Y, como me gustó, decidí meterme de eso”.

Con su familia, siempre tuvo problemas, que porque era actriz, que malo y, cuando se metió de policía, también. “Me dijeron que no volviera nunca. Peo ya me reconcilié con ellos, pues han reconocido mi valor”, comenta. Tampoco se le ve amargura o tristeza en su rostro, sólo tranquilidad por lo que hace.

Un caso dramático es el de Khatera, quien trabajó sólo tres meses como policía, hasta que una horda de dementes salvajes, la atacó, disparándole en la cabeza. No contentos con eso, la patearon salvajemente en el estómago y en la cara. Hasta que la dieron por muerta, la dejaron. Las patadas en su rostro, le dañaron los ojos, dejándola ciega. Dice que no teme por su vida, sino por sus hijos, envueltos en la violencia cotidiana de Afganistán. Por haber sido atacada durante su trabajo, recibió ayuda pública y está en la India, viendo si doctores allí, pueden devolverle la vista. “Con que pueda ver con un ojo, me conformo. Ahora, mi esposo me ayuda en todo, dice que antes, yo era la que le hacía todo, pero, ahora, él es y que no me preocupe”. Habla tranquila, soltando algunas lágrimas, quizá por el recuerdo de su vida anterior al cruento ataque. Pero no lo lamenta. Dice que, simplemente, era algo que sucedió y agradece el haber quedado viva.

Platica que desde chica, quiso ser policía. Y cuando se metió a trabajar de eso, tuvo una fuerte discusión con su padre, quien le advirtió que, si lo hacía, dejaría de ser su hija y él, su padre. Pero se convirtió en policía. Sobre su ataque, afirma que aún siente miedo cuando oye ruidos de motos, pues los que la atacaron, iban en moto. “Sólo trabajé tres meses, que todavía no me pagan”, dice. Pues muy mal que no se los hayan pagado, aunque, como dije, le están ayudando para que, en India, vea si puede recuperar la vista, pero no le han dado muchas esperanzas los doctores. De hecho, se le ven los párpados hundidos, quizá le hayan reventado los ojos con las patadas que le dieron esos desgraciados.

Dice Khatera que nadie la ayudó, por temor que los terroristas mataran al que se atreviera. Y hasta que llagaron policías, enterados del atentado, fue que la llevaron al hospital.

Un letrero indica que fue ¡su propio padre, quien organizó el cruento atentado!. Los talibanes se han deslindado. Si eso fue obra de ese mezquino, podemos darnos una idea de hasta dónde llega el afán absurdo de controlar a las mujeres, machos que siguen sujetos a prejuicios “religiosos”, que los embrutecen a grado tal, de asesinar a sus esposas, hermanas o hijas, si se atreven a violar alguna “ley del islam”.

Ese machismo criminal, sojuzgador, podemos verlo en la cinta estadounidense The Stoning of Soraya M., del 2009, dirigida por Cyrus Nowrasteh, basada en un hecho verídico, en el que un hombre iraní, Ali, que tiene una amante, con tal de deshacerse de Soraya, su esposa, a quien golpea y maltrata cotidianamente, trama que lo engaña. Como su palabra de macho es ley, fue “juzgada” por el pueblo y condenada a morir a pedradas. Esa escena es terrible y da cuenta de cómo hasta gozaron los que participaron en el apedreamiento público (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/The_Stoning_of_Soraya_M.).  

Así que no sería sorprendente que el imbécil, demente “padre” de Khatera, haya ordenado, en efecto, el ataque.

Por tal razón, ella y su marido, se fueron a la India, pues temen por sus vidas, pero sus hijos siguen en Afganistán, en la provincia de Gazni.

Eso confirma en que ni en la familia, en realidad, puede confiarse.

Laila, ha debido mudarse varias veces, pues la han atacado los talibanes, “pero he sabido defenderme”. Actualmente, trabaja en el departamento de delitos graves, en donde investiga asesinatos, como el “de un hombre que asesinó a su esposa por venganza, que me asignaron recientemente”. Como se ve, son comunes los crímenes contra mujeres.

Y cuenta que una vez, un macho soldado, la tomó por la cintura y la aventó, seguramente porque detestaba ver a una mujer policía. “Le pegué en la cabeza y me acusó que le estaba pidiendo dinero, pero un policía vio todo y dijo la verdad, así que lo metieron a la cárcel a él”. Sí, no faltan los soldados o policías que desearían ver a esas valerosas mujeres, trabajando en la cocina, como dice Zahra.

En una escena, se ve a Laila, en un retén policiaco, revisando autos y los documentos de los conductores, para detectar a posibles criminales. Dice que su trabajo es muy necesario, sobre todo, cuando tienen que ver con mujeres acusadas, “pues con nosotras, se abren y nos cuentan sus problemas”.

Otra dramática escena es la de una mujer de unos 70 años, no se dice su nombre, cuyos tres hijos, que eran policías, fueron asesinados por talibanes. Tiene que cuidar a 17 nietos, los hijos que ellos dejaron. Trabaja en una granja, de donde obtiene algo de alimentos para dar de comer a tanto chiquillo. Así como ella, seguramente habrá muchas familias que se quedaron sin sus padres o madres, que eran policías. Me pregunto, ¿qué destino les espera a esos niños? Muy, pero muy incierto.

Zahra comenta que, por cuestiones de seguridad, vive en una de las zonas más seguras del lugar, y no le importa pagar la mitad de su salario. Al viajar en vehículos oficiales, son blanco de los talibanes. “Por eso, sólo usamos los caminos más aislados y paramos en sitios que son seguros”, afirma.

Fazila comenta que hay unas 160 mujeres trabajando en su agrupación y que todas viven con gran inseguridad, pues “laboran en zonas concurridas, que son las favoritas para que los terroristas lancen sus ataques. No estamos seguras”.

El mayor de sus hijos, dice que está orgulloso de su madre, “siempre ha sido mi padre, mi madre, mi maestra y mi mentora. Y estoy muy orgulloso de que, a pesar de tantos peligros, siga desempeñando, responsablemente, su noble labor”.

Cierra el documental un letrero, comentando de que si la situación para las mujeres, que se meten de policías o al ejército, siempre ha sido peligrosa, en estos momentos, desde los “acuerdos de paz” llevados en el 2017, entre Estados Unidos y los Talibanes, ha empeorado.

En esos “acuerdos”, se dejó en claro que los talibanes no atacarían ninguna posición estadounidense. Y lo han cumplido, pero, a cambio, han recrudecido la violencia contra los afganos. Como se siguen sintiendo el “gobierno legítimo”, por eso siguen presionando para que se los regresen.

Eso, sería un brutal retroceso, sobre todo, para las mujeres.

Así que, como Laila, Zahra o Fazila, están haciendo, aun a costa de su vida, una buena porción de las afganas, se han propuesto luchar para que eso, no vuelva a suceder.

“Me han amenazado, me han dicho que deje de ser policía o me matarán, pero yo les digo que no, que llevo 17 años en esto, y no renunciaré. Si nos quedamos en casa, si dejamos que nos venza el miedo, nos matarán a todos”, dice Fazila.

Sí, parafraseando a Ernesto Che Guevara, mejor morir de pie, que vivir de rodillas.   

 

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