Las muy menospreciadas telenovelas y a veinte años de “Amor Real”
Por Adán Salgado Andrade
Durante mi ya lejana niñez y adolescencia, era cotidiano ver alguna telenovela, por ejemplo, dominical, que sólo se transmitía un capítulo los domingos, a las nueve de la noche, como la famosa “El edificio de enfrente”, transmitida en el año 1972, producida por Antulio Jiménez Pons (Ciudad de México, 1928), famoso director y productor del género, todavía activo (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/El_edificio_de_enfrente).
Por supuesto que había las transmitidas de lunes a viernes, repartidas, fuera entre tres y cuatro de la tarde o entre ocho y diez de la noche, los horarios estelares, con más audiencia (debía de ser así, pues las telenovelas, además de transmitir mensajes subliminales, tenían que vender productos, por la publicidad, que eran los anuncios incluidos en varios segmentos de los capítulos). El canal 2, de lo que entonces era Telesistema Mexicano, luego convertida en Televisa, era el sitio exclusivo de las telenovelas (por entonces, los canales eran más específicos, digamos, siendo el 2, el de las novelas o shows, el 4, el de las películas o noticiarios y el 5, para niños, adolescentes y jóvenes, en donde eran trasmitidas las series estadounidenses, como “El Santo” o “El agente de Cipol”).
De esa época, recuerdo algunas que, irónicamente, las veíamos con mi papá, el profesor Froilán Salgado Álvarez (1910-1982), quien cuando ya estaba jubilado, adquirió una teleadicción por las novelas para, según él, estudiar la estructura de las historias, pues deseaba escribir un libro (que nunca lo hizo, pero sí dejó unas 200 libretas, forma francesa “Atlante”, llenas de anécdotas y pensamientos filosóficos muy interesantes, que he ido leyendo con los años). Estaban, por ejemplo, la ultralarga, transmitida de 1969 a 1971, “Simplemente María”, estelarizada por la actriz peruana Saby Kamalich (1939-2017); otra, “El retrato de Dorian Gray” (1969), estelarizada por Enrique Álvarez Félix (1934-1996), sobre la novela homónima del escritor y poeta inglés Oscar Wilde (1854-1900); “María Isabel”, protagonizada por Silvia Derbez (1932-2002) y Raúl Ramírez (1927-2014), un “dramón”, de una pobre chica pueblerina que llega a trabajar como empelada doméstica a una casa de clase media alta, y de ella se enamora el padre de familia de ese hogar… y así, muchas más.
Vi algunas, como señalé antes, por la influencia de mi papá, más que de la de mi mamá, la maestra María Andrade Barragán, Macuilxochitl (1927-1998), pero fue efímero. Más de mi gusto eran las series estadounidenses, como las mencionadas “El Santo”, “El agente de Cipol”, “El súper agente 86”… y otras.
Desde esa época, sinceramente, no había sido de mi interés, ni ver televisión, la abierta, sobre todo, ni, mucho menos, ver telenovelas. Y podría decir que eran competencia telenovelas y series estadounidenses. Se estableció, casi por convención social, que las telenovelas eran “para mujeres”, en tanto que las series eran “para los hombres”. Y recuerdo que era muy criticado el chico que viera telenovelas.
La señora Elena Jiménez, conocedora del género, me había recomendado especialmente una, “Amor Real”, producida por Televisa y estrenada en el 2003, hace veinte años. “De verdad, le va a gustar, porque es de época, y está muy bien la historia”, me comentó.
También aproveché para preguntarle sobre otras novelas. “¡Huy, fíjese que con la de ‘Quinceañera’, todos los que éramos adolescentes en ese entonces, dejábamos de hacer lo que estuviéramos haciendo, para ir a verla. Muchachos y muchachas dejaban que el fútbol o que la plática con el novio, para ir a verla!”, comenta, entusiasmada, seguramente de recordar esa época. “Quinceañera” (1987), estelarizada por Adela Noriega (México, 1969), es “considerada por Terra (empresa española de internet) como una de las 50 mejores telenovelas de todo el tiempo” (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Quincea%C3%B1era_(1987_TV_series)).
Ella tenía 14 años, en ese entonces y le gustó porque “era imaginarse que una se iba a enamorar de un hombre guapo y rico. Nos hacía salir de nuestra realidad”. La Señora Elena tuvo una niñez difícil, pues su padre la abandonó a temprana edad, por una infidelidad de su madre. Y cuando lo hizo, “nunca se interesó mi madre por mí, por andar con otros”, dice la señora Elena, con nostálgicos ojos, reflejando algo de la tristeza que debe de haber sufrido cuando era niña. “Por eso, no me gustan las novelas que sean, así, muy crudas, que reflejen la pobreza que yo viví”.
Dice que por eso le desagradan películas mexicanas crudas, como, por ejemplo, “las de ficheras o de narcos, porque yo estaba muy cerca de esas cosas. Y lo que quería era huir de todo lo feo que viví. Por eso, en muchas novelas veía lo que me hubiera gustado ser, meterme en esa historia bonita, en que el enamorado, se enamora de verdad de quien lo amaba, y llevan una vida feliz”.
La entiendo, porque muchas veces que recomendaba alguna cruda película mexicana a mis estudiantes (“El asalto al cine”, del 2011, por ejemplo), algunos me decían que era algo que vivían cotidianamente, los robos, los barrios bravos, la convivencia con delincuentes. “Es que yo prefiero las películas que me hagan olvidarme de mi realidad”, me dijo uno de ellos alguna vez.
“También estaban las de niños, como la de Carrusel (1989), El abuelo y yo (1992), Mundo de juguete (1974), La gotita de amor (1998)… y otras que no recuerdo, que eran para niños, muy buenas… bueno, eran para todo público, pero especialmente dirigidas a niños”, continúa la señora Elena contando.
Le pregunto sobre la publicidad. “Sí, sí, eran tres o cuatro cortes con varios comerciales y, claro, eran muy hábiles los productores, pues muchas cosas que se compraban, era porque las anunciaban allí, no sé, el jabón Ariel, el Knorr Suiza (un sazonador), las tiendas Blanco (muy fuertes en aquellos tiempos)… sí, eran muy efectivos los anuncios. ¡Ah!, y en las infantiles, metían puros anuncios de juguetes, claro, sobre todo, cuando se acercaban los reyes magos, sí, eran muy hábiles”.
Como comento arriba, era el objetivo principal, los anuncios, pues eran, además, los que pagaban y daban grandes ganancias a esas novelas. Así que entre más buena estuviera, con todo tipo de situaciones, fueran intrigas, suspenso, emoción, el romance, el engaño, la desilusión, el amor verdadero que se imponía sobre todo… mejor.
Incluso, algunas derivaban las tramas de famosas películas, como la de “Lola la Trailera” (1983), estelarizada por Rosa Gloria Chagoyán (Ciudad de México, 1953), una especie de justiciera mexicana que combatía a los malos. Le siguieron varias más. “Yo creo que en esas se basaron para hacer la (novela) de Dos mujeres un camino (1993), porque era la historia de un trailero que tenía a su esposa y a otra, de la que también se había enamorado, pero como las ama a las dos, pues se vuelve muy difícil su vida… y en ésa, metían publicidad de aceites, de carros y así. Sí, sabían muy bien, como le digo, qué cosas anunciar, como que iban con el contenido de la novela”.
En efecto, eran muy hábiles los publicistas de entonces (y lo siguen siendo, claro), pues no todos los canales exhibían la misma publicidad. Algunos, mostraban más la que influyera mejor al segmento de edad a la que estuviera dirigido. Y en las novelas, por supuesto que era la misma fórmula.
Y me confirma la señora Elena lo que comento arriba, que estaban destinadas a un público femenino, siendo “Quinceañera” la excepción. “Ésa, como que fue distinta, para chicas y chicos, sí, nadie criticaba a nadie que la viera, pues fue todo un acontecimiento. Pero, desde entonces, ya han ido cambiando”
Le pedí que me enumerara las mejores para ella, aunque aclara que muchas que les gustaban a otras personas, “a mí, no, la verdad, porque eran muy irreales, como de que un millonario se casara con una pobre, como la de María Mercedes (1993), que de eso se trata, de que ella es muy pobre y al final, se vuelve rica. Eso, la verdad, no sucede en al vida real. O qué, ¿a poco un millonario se casaría con una pobre? ¡No, claro que no, ellos, tienen sus círculos, no se van a meter con un pobre o con una pobre!, ¿no?”.
Tienen razón, son eventos extremadamente raros, que alimentan la esperanza de los pobres cuando ven alguna telenovela o alguna película que trate sobre ese tema. Algo así como la Cenicienta, que de ser una humilde criada, se casa con un maravilloso y rico príncipe azul.
“Pero cuando eran muy bonitas, como la de Muchachitas (1991) o la de Vivir un poco (1985), yo las veía una y otra vez, porque me gustaban mucho, me sentía como la protagonista, que se enamoraba de alguien que realmente la amaba”.
Obviamente, no era tan sencillo, pues el, digamos, “verdadero amor”, se conseguía tras una serie de desgracias, de inesperadas situaciones, de engaños, de muertes… incluso, en las más elaboradas, hasta complicados eventos que salían totalmente de la trama romántica.
De todos modos, era lo central, el lance romántico entre la protagonista y el protagonista, que desafía todos los obstáculos, todos los impedimentos, para, al final, triunfar…
“Y nos sentíamos como vacías, cuando se terminaba una novela, porque todo lo que hacíamos giraba alrededor de la novela. Si era a las ocho, teníamos que estar a esa hora o antes en la casa o en donde hubiera una televisión para ver el siguiente capítulo. Y cuando se acababa, pues… sí, era un vacío. ¡Ah!, pero como iban anunciando que eran los últimos capítulos, y la que seguía, pues nos íbamos preparando, porque nunca dejaban de transmitir alguna, si se acababa en viernes, ya, para el lunes siguiente, estaba la otra. Y yo, a los dos, tres capítulos, me daba cuenta si me interesaba y si iba a estar buena. Como le digo, a veces me gustaban unas, que a otros, no. O no me gustaban otras que a casi todos, sí. Como que siempre he sido de gustos difíciles, tiene que ser una buena historia, no cruda, bien hecha, buenos diálogos, para que me envuelva”.
Unas, eran muy largas, con más de 150 capítulos. Otras, no tanto, con 80, 90.
Curiosamente, comenzaban en un año y terminaban hasta el siguiente. Supongo que eso era para abarcar las épocas de consumismo masivo, como la Navidad o los Reyes Magos, que es cuando, recuerdo, era cuando se excedían en publicidad los programas, tratase de una novela, una serie, una película… en todo pensaban los publicistas, como bien afirma la señora Elena.
Le pedí que me enumerara las más memorables y mejores, en su opinión. “Ah, pues Quinceañera, Vivir un poco, Muchachitas, Corazón salvaje (1993), El extraño retorno de Diana Salazar (1988, ésta, una afortunada variación de estilo, de una mujer que vive en dos épocas, pues reencarna y finalmente logra quedarse con su verdadero amor), Cuando llega el amor (1990), Lazos de amor (1995), La usurpadora (1998), Valeria y Maximiliano (1991)… ésta, buenísima, sí, que, se me hace un poco como ‘Lo que el viento se llevó’ (ésta, una novela escrita por la supremacista Margaret Mitchell – 1900-1949 – en 1939), Mirada de mujer (1997), Café con aroma de mujer (1994, novela colombiana), Betty la fea (muy exitosa, también, novela colombiana de 1999), Hasta que el dinero nos separe (2009, novela cómica, en la que, por conveniencia, un hombre, Rafael, se ve obligado a vender autos nuevos, a cambio de pagar una deuda a una mujer, Alejandra, que tuvo un accidente por culpa de aquél. Pero a raíz de ese pacto, nace el amor entre ellos. Como ven, el romance siempre es lo importante, sea drama, comedia, relato histórico…), Cuando seas mía (2001)… yo creo que esas son las que más me gustaron”.
Y en todas, al revisar el tiempo de transmisión, en efecto, comenzaban en abril de un año y terminaban el siguiente, en febrero o marzo, como señalé, para aprovechar los eventos consumistas más fuertes del año, como el Día de la madres, el día del Niño, el Día del Padre, la Navidad, los Reyes Magos…
Una en especial, la mencionada “Valeria y Maximiliano”, un enredado, pero exitoso drama romántico (la que la señora Elena me comenta que, a su parecer, está influenciada la novela de “Lo que el viento se llevó”, se estrenó hasta el jueves 26 de diciembre de 1991, y “a pesar de que ejecutivos de Televisa accedieron a la transmisión de este melodrama, eran pocas las expectativas de éxito, pero desde su inicio la telenovela marcó los más altos niveles de audiencia del canal. Fue repetida por el mismo canal de julio de 2000 a septiembre de 2000 con buenos índices de audiencia aún para una repetición, fue también un éxito mundial vendida por Televisa a otros países como Italia, España, Rusia, Alemania, Francia, Estados Unidos y Brasil” (ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Valeria_y_Maximiliano).
Dice que las que no le gustaron para nada, fueron las que eran muy crudas, las que, como señalé, le recordaban su infancia, como la mencionada “María Mercedes”, “Rosa Salvaje” (1987), “La Fiera” (1983), “Cuando llega el amor” (1990), “porque, como le dije, me recordaban mi pobreza y además de que se me hacían muy irreales”, agrega.
De las novelas actuales, “no veo muchas, pues ya no son tan buenas como antes, irreales y con situaciones inverosímiles que, la verdad, no atrapan”. Dice que se dispuso a ver la de “Mi camino es amarte”, estrenada en el 2022, en la que actúa la mencionada Rosa Gloria Chagoyán, “pero al tercer capítulo, dejé de verla, porque uno que es trailero, se mete con todo y el tráiler a una casa para ver a su amor, como si fuera carro… eso es irreal, no se hace en la realidad, ¿no?”.
Y tanto me insistió en que viera “Amor real”, “porque, de verdad, está muy bonita, es ambientada y es una buena historia”, que me animé a hacerlo, luego de más de 45 años de no ver ni televisión abierta, ni novelas, en absoluto. Y, curiosamente, lo hice a veinte años de su estreno, que fue en el 2003. “Y cuando terminó, como toda la gente pidió que se retransmitiera, luego luego lo hizo Televisa”, me dice la señora Elena.
Fue producida por Carla Estrada (México, 1956), una de las más reconocidas productoras de telenovelas. Su guionista de cabecera, la escritora ítalo-mexicana María Zarattini (1955-2019), escribió el excelente argumento. Está basada en la novela “Bodas de Odio”, escrita en 1983 por la novelista mexicana Caridad Bravo Adams (1908-1990), algo menospreciada, desde mi punto de vista, pues siempre se le relacionó con las telenovelas, pero logró historias sobresalientes, justo como la mencionada. De hecho, “Amor real” es un remake de la de “Bodas de odio”, que fue estrenada justo en 1983.
Para hacerlo lo más rápidamente posible y no estar a las expensas de alguna plataforma televisiva, llena de publicidad, me decidí a comprar los DVD’s, pues fue tan exitosa, que hasta la sacaron en ese formato y con subtítulos en inglés, porque también se transmitió exitosamente a Estados Unidos y a países europeos, como España, logrando gran popularidad y audiencia (ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Amor_real).
La copia que me vendieron, en quinientos pesos, no es original, sino una de, digamos, “piratería certificada”, que aseguran los que las distribuyen que se ven bien, aceptables, como, en efecto, así fue.
Y me dispuse a verla.
Confieso que fue tan fuertemente adictiva, que vi, en no más de cuatro semanas, los 95 capítulos de los que consta.
Ya lo dije, fue muy interesante. Primero, por la magnífica ambientación. Las casas, los lugares, los vestidos de las damas, los trajes de los caballeros, la ropa del pueblo, las haciendas, los cuarteles, las cárceles… todas, muy bien, a la usanza de los 1850’s. Aunque es histórica, no se cae en el, a veces, problemático recurso, de nombrar sitios, eventos y personajes reales, con tal de no caer en contradicciones.
Era lo que hacía, por ejemplo, el escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia (1928-1983), quien en su novela “Los pasos de López”, publicada en México en 1982, narra las penurias del cura Miguel Hidalgo y Costilla (1753-1811), en su intento por independizar a México del yugo español, pero cambiando nombres del personajes y lugares (ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Los_pasos_de_L%C3%B3pez).
Supongo que los interesados ya la habrán visto y sabrán su argumento. Lo comento muy brevemente.
Los protagonistas principales son Manuel Fuentes Guerra, un hacendado que se convierte en eso, gracias a que su padre lo hereda antes de morir, Matilde Peñalver y Beristáin, aristócrata hija de un general y Adolfo Solís Gallardo, teniente de clase media. Como ya he dicho, las telenovelas, se centran en el romance, es alrededor de lo que gira lo demás.
Y se establece un triángulo, en el que, primero, Matilde se enamora del pobre teniente. Pero como su familia quiere que sea un rico, impide su amor, menos el padre de Matilde, el coronel Hilario Peñalver, quien de nada se enteró. La que lo hace es su esposa, doña Augusta, muy ambiciosa y prejuiciosa mujer, siempre cuidando las apariencias de la rancia clase de por entonces.
Como ya señalé, la novela abarca muchas cosas, no sólo centrada en el romance, sino, por ejemplo, en las costumbres, los prejuicios, los arreglos de la época, que la mayor parte de las veces, se establecían, no importaba si a la hija aristócrata se le casaba con un viejo hacendado, con que éste tuviera gran fortuna, bastaba, “aunque le apestara la boca y oliera a viejo”, como Prudencia, hermana de Augusta y tía de Matilde, le decía a ésta.
El matrimonio se consuma, pero el día de la fiesta, vuelve Adolfo, a quien injustamente había encarcelado en la prisión de San Juan de Ulúa, para evitar que se casara con Matilde. Augusta se lo pidió al general Prisco Domínguez.
Manuel no cede a las súplicas de Matilde, de que la dejara huir con su enamorado. “¡No, te compré y ahora, te llevo, aunque sea a la fuerza!”, le espeta, furioso. Y la lleva a San Cayetano, la hacienda de él. Los primeros días, Matilde era la mujer más infeliz del mundo, pensando en Adolfo, pero poco a poco se va conformando, viendo que era mejor hacerlo así. Mas, para su desgracia, llega Adolfo, tomando el lugar del nuevo administrador de la hacienda. Éste, había ido a sustituir al anterior, asesinado por criminales que estaban en contubernio con el corrupto regidor local. Pero también es asesinado antes de llegar a la hacienda.
La hija del anterior administrador, Antonia, entra en rivalidad con Matilde y hace lo imposible por lograr el amor de Manuel, quien va cediendo, poco a poco, sobre todo, cuando se da cuenta de que Matilde no lo quiere y no desea estar más con él, aún sin saber que Adolfo es el antiguo novio de ella.
Pero como Matilde se va encariñando, poco a poco Manuel se convence de su cariño, lo que se rompe cuando se entera por Sixto, un amigo de la infancia, de que el administrador no es joven, sino viejo.
Eso sucede cuando Adolfo ya se había ido y, por azares del destino, se fuga con una chica muy joven, hija también de familia aristocrática, conocida de Manuel, Catalina, que se había enamorado de él. La chica tenía tuberculosis y quería vivir bien, conocer el amor, en los últimos meses de vida que le quedaban. Y así fue, vivió casada con Adolfo hasta el final, con la familia de ella y su madrina, doña Juana, quedando muy agradecidas con el teniente. A éste, gracias a la intervención de doña Juana, le reparan el injusto arresto y lo ascienden a Capitán, “pero borrón y cuenta nueva”, le dijo el general Prisco Domínguez, sobrino de doña Juana, cuando lo restituyó en el cargo.
Manuel echa a Matilde, quien ya está embarazada del hijo de ambos, que Manuel duda que sea de él. Aquí hay que decir, que Manuel representa al hombre extremadamente celoso, que puede ser muy bueno, pero, también, muy malo, pues le gritó, cuando la echó, que “¡y da gracias que no te mato, porque debería de hacerlo, zorra!”.
Regresa Matilde a Ciudad Trinidad en donde tiene a su hijo, sufriendo porque ya quería y hasta se había enamorado de Manuel.
La novela sigue el curso tradicional en esos romances, tan llenos de obstáculos y circunstancias que los vuelven muy difíciles, casi imposibles de consumar y de llegar a buen final.
Rosario es la madre que dejó a Manuel chico, éste, víctima de la violación que Joaquín Fuentes Guerra cometió contra ella. Llega como empleada de la hacienda, oponiéndose a que el padre Urbano, padrino de Manuel, le confiese a éste que ella era su madre.
Rosario, al tratar a fondo a Matilde, convence a Manuel de que ésta lo quiere y que Adolfo es cosa del pasado.
Manuel decide perdonarla y va a la casa que tiene en Ciudad Trinidad. Las cosas se van componiendo entre los dos, pero sucede un evento que cortaría por algunos años esa felicidad.
Eso fue la llegada de Marianne, una francesa que se hizo pasar por prima de Manuel. Junto con Yves, su cómplice, urden un plan para quitarle todas las posesiones a Manuel. Está de acuerdo Ramón, el encargado de la seguridad de Trinidad, un corrupto, gordo hombre. Y lo logran. Como Rosario tiene un turbio pasado al haber trabajado como “prostituta”, con tal de ocultarlo, la obligan a negar que Manuel era hijo de Joaquín Fuentes Guerra. Así que acusan a Manuel, por artimañas de Ramón, de ser un impostor y deciden aprehenderlo.
Todo se complica porque, como el país está en guerra, Manuel también es acusado de haber vendido ganado a Amadeo Corona, un líder de los “rebeldes”. Así que decide unirse a éstos, los que eran comandados por Juan Álvarez, el líder de los pobres, contra las fuerzas del usurpador Baranda, que se había robado la presidencia y era al que apoyaban los burgueses y hacendados.
Aquí, muy probablemente se haya hecho alusión al fraude cometido durante las elecciones presidenciales de 1988, que dieron el “triunfo” al corrupto y nefasto Carlos Salinas de Gortari (México, 1948), cuando descaradamente, se “cayó” el sistema. El contrincante, Cuauhtémoc Cárdenas (México, 1934), fue el verdadero ganador, pero por maquinaciones de la mafia priísta de entonces, “perdió” (ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Cuauht%C3%A9moc_C%C3%A1rdenas).
En fin, regresando a la sinopsis, luego de tres años de lucha, se descubre el engaño de Marianne, pues visita a México la verdadera prima de Manuel, una monja francesa, en lo que ayudaron mucho Renato, un amigo del hermano de Matilde, Humberto, y éste. Y se reconoce que habían urdido un fraude, así que sí es reconocido Manuel como legítimo heredero de Joaquín Fuentes Guerra.
También muere la madre de Manuel, por un balazo que había sido dirigido a él, por un infiltrado en el ejército de Ramón, A éste, lo mata Yves en un arrebato. Y Marianne e Yves, se van a la cárcel
Antonia se reconcilia con Matilde. Pero sucede que se pierde el hijo de Manuel y Matilde, que se había perdido y estaba en una humilde choza de campesinos, quienes lo querían para ellos.
Los ayuda a tratar de recuperarlo Adolfo. Ramón, antes de que lo asesinaran, se aprovecha de eso, para engañar a Manuel de que si no se entregaba, no volvería a verlo. Manuel se entrega y, por considerarlo traidor, lo van a fusilar, pero Adolfo, en un muy noble, final acto lo libera.
En esta parte, el niño aparece, devuelto por una de las campesinas que lo tenían en la choza.
El coronel Adolfo es condenado a ser fusilado, por desacato. Manuel trata de rescatarlo, pero, finalmente, lo mata uno de los soldados, de un certero tiro en el corazón. Antes de morir, Adolfo ve acercarse, muy sonriente, a una feliz Catalina, pues ya estarán juntos.
En esta parte, debo decir que es un recurso literario frecuente, reunir a los vivos con los muertos cuando aquéllos fallecen.
Finalmente, se reencuentran todos, Manuel, Matilde, su hijo, Augusta, Prudencia, Humberto, Josefina, la esposa de éste (tuvieron muchos problemas iniciales, pues Humberto sólo se había casado por su dinero, pero las cosas cambiaron y comenzaron a quererse, sobre todo, cuando él se curó de su impotencia algo terrible para los hombres-machos de entonces) y Renato, que corrige su vida frívola y superficial cuando se casa con la inteligente Hanna de la Corcuera (ésta, representó a una mujer feminista de entonces, vistiendo de hombre, sin importarle las críticas que la consideraban una “marimacha”. Tuvo también mucho que ver con la aclaración de que Manuel era legítimo heredero de Joaquín Fuentes Guerra y el encarcelamiento de Marianne, la que paga con creces, su engaño, junto con Yves).
Así, luego de tantos obstáculos, tantos azares del destino, buenos y malos, tantas peleas, disputas, desencuentros, decepciones, aclaraciones, traiciones, muertes… Manuel y Matilde, por fin, están juntos…
Ojalá así fuera la vida, de telenovela.
Desgraciadamente, todo ese talento, tanto actoral, técnico, de vestuario, de mobiliario, de dirección de cámaras, artística... ya quedó atrás. Televisa y sus errores de todo tipo, han ido acabando con lo grandioso que tenía, como las telenovelas, menospreciadas injustamente, sólo porque se consideraban para las mujeres y, encima, pobres. Muy mal que las hayan estigmatizado tanto.
No nos queda más que volver a verlas, sobre todo las que, de verdad, fueron tan bien hechas y tan exitosas, así, como la de "Amor real"
Contacto: studillac@hotmail.com