Willard Motley y su novela “Toca en cualquier puerta”
Por Adán Salgado Andrade
Willard Francis Motley (1909-1965), fue un escritor afroestadounidense, que realizó importantes labores para mejorar las condiciones sociales de inmigrantes y afroestadounidenses. Trabajó en el periódico Chicago Defender, fundado por el también afroestadounidense Robert Sengstacke Abbott. Dicho periódico, se encargó, desde el principio, de “difundir la violencia racial y hacer campañas en contra de las leyes Jim Crow (leyes segregacionistas) y urgía a la gente negra a que migrara hacia el norte” (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/The_Chicago_Defender).
También fundó la revista que publicaba la Hull House, una institución que auxiliaba a los migrantes que llegaban a Estados Unidos a finales del siglo 19 y buena parte del siglo 20. En los albergues, se les proporcionaba alojamiento y alimentos, además de “programas artísticos, educativos y sociales”, con tal de que tales inmigrantes contaran con habilidades adecuadas para integrarse al país (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Hull_House).
Motley, además, fue un escritor freelance. Una de sus más aclamadas novelas, fue Knock on any door (Toca en cualquier puerta), publicada en 1947, de la cual, hasta se hizo una película, estelarizada por Humphrey Bogart, en 1949 (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Knock_on_Any_Door).
Justamente es la novela que acabo de leer, de la edición original, de 1947, publicada por Appleton-Century-Crofts, Inc.
La novela es la historia de un chico italo-estadounidense, nada que ver con el origen afroestadounidense de Motley. Esa situación, que “un afroestadounidense escribiera sobre personajes blancos, le valió varias críticas, pues era como si una persona de la clase media, escribiera sobre la gente pobre”. Sin embargo, Motley, simplemente, decía que “Mi raza es la raza humana”. O sea, que podía escribir de quien le diera la gana. Y es válido que un escritor lo haga. Sólo se requiere tener un profundo conocimiento de tal problemática (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Willard_Motley).
Como señalé, la historia se centra en la figura de Nicholas Romano, Nick, un chico cuyos padres, italianos, habían emigrado a los Estados Unidos, buscando una mejor existencia. Tenía una hermana menor, Ang, y un hermano mayor, Julian, con los que se llevaba muy bien.
El padre de Nick, cuando éste era niño, tenía una tienda de regalos, gracias a la cual, vivían adecuadamente, con una buena casa, auto último modelo y todas las comodidades. Nick era monaguillo en la iglesia local, y era tan devoto, que hasta su madre pensaba que sería sacerdote.
La desgracia comenzó cuando la tienda del padre quebró y desde ese instante, nada fue igual. Tuvieron que vender el auto, dejar la casa cómoda e irse a vivir con la tía Rosa, una muy amable mujer soltera, que los acogió con mucho gusto. Julian buscó trabajo, pues su padre sólo conseguía empleos muy mal pagados.
Pero a Nick, ya no fue posible enviarlo a la iglesia, por la lejanía, pues eran caros los pasajes, así que lo enviaron a la escuela pública. Allí, Nick, comenzó a relacionarse con “amigos” que comenzaron a mal influenciarlo, como en robar golosinas de tiendas, fruta y cosas así, robos “de hambre”. nada tan grave, pero que ya comenzaba a incidir en la mentalidad de Nick.
El problema mayor fue cuando Nick se echó la culpa del robo de una bicicleta que uno de sus amigos de clase, Tony, había hurtado.
Fue a dar a un reformatorio, en donde la forma de “corregir” a los adolescentes que allí entraban, era mediante baños de agua fría y azotes en los desnudos glúteos, frente al resto de los internos, para que “escarmentaran”.
Motley hace una velada crítica al sistema de “reformatorios”, no sólo de Estados Unidos, de esos tiempos, sino de casi todos los que existen actualmente. Las hacinadas cárceles, no corrigen, sino que empeoran la conducta “anómala” de los que allí entran (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2020/11/las-prisiones-no-reforman-presos.html).
Y es lo que sucede con Nick, quien se va endureciendo, porque, además de los malos tratos, los guardias permitían que los internos pelearan, con tal de “resolver sus diferencias”.
Pero Nick se impuso ante el que era “líder”, un grandulón que gustaba de dar órdenes y golpear a quienes no las obedecían.
En el reformatorio, conoce a Grant, un escritor que manejaba temas sociales, sobre todo, de inadaptación social. Grant había de convertirse en gran amigo de Nick.
Al salir del reformatorio, a los 14 años, luego de año y medio de estar encerrado allí, Nick vuelva a casa, pero ya, la malicia, se había apoderado de él. Ni su padre, ni su madre, ni mucho menos sus hermanos, pudieron evitar que Nick se fuera apegando cada vez más y más al bajo mundo.
Emigran a Chicago, pues confiaba el padre en hallar mejores oportunidades allí. Pero las mejores oportunidades, las halló Nick, quien se enredó con la peor ralea de los bajos lares de la ciudad, conviviendo con rateros, apostadores, sexoservidoras y otros personajes marginados.
En esta muy detallada parte, Motley va mostrando cómo hasta el espíritu más amable y devoto, se va pervirtiendo al nivel de perder toda clase de valores. El mismo Nick lo reconocía y, por eso, porque la vida para él era siempre un riesgo, decía “vive rápido, mure joven y que tu cadáver se vea bien”.
Y con tal de obtener dinero, no sólo robaba a borrachos o apostaba en el billar o las cartas, sino que hasta explotaba a chicas, pues vale aquí decir que Motley lo describe como un chico simpático, muy guapo, de ojos tiernos e inocentes, que conquistaba con su carisma a todo mundo. “Sólo mostraba su cara, moviendo inocentemente sus ojos, y caía bien a todos”.
Su padre lo golpeó varias veces, con tal de “corregirlo”, pues era el “consejo” de amigos del trabajo, de que sólo con “trancazos”, podría enmendar a Nick. El chico, luego de una brutal golpiza, con la hebilla del cinturón, se fue de la casa. Y no regresó hasta que supo que el señor había muerto.
También Nick se metía con homosexuales, con tal de sacarles dinero. A uno en especial, Owen, Nick le tomó verdadero aprecio, pues “siempre te portas bien conmigo, eres buena persona”.
Evadía enamorarse de las chicas “respetables”, como de Rosemary, a quien había conocido en una escuela técnica. “No, a ella, no puedo tratarla como a una prostituta, es buena chica”.
Y eso mismo le sucede cuando conoce a Emma, una compañera de trabajo de su hermana Ang.
Emma tenía su propia historia de sufrimientos. Era hija de alemanes. Su padre había muerto cuando ella era muy chica. Y como Emma era la mayor, su madre, le había pedido que le jurara que nunca la dejaría. “No podría vivir sin ti, mi Emma querida”. Sus hermanas, Kate y Marguerite, eran más desapegadas y, en cuanto tuvieron oportunidad de casarse y abandonar el hogar materno, lo hicieron. La madre de Emma, se volvió alcohólica, luego de una decepción amorosa, cuando se enamoró de un hombre diez años menor que ella, quien, de repente, la abandonó. “No me vuelvo a fijar en los malditos hombres, Emma”, se quejaba amargamente, mientras, a diario, se tomaba toda una botella de whisky, que la misma Emma le compraba, con tal de mantenerla tranquila.
Emma vio en Nick, la oportunidad de apartarse de su madre.
Un día, luego de que ambos habían pasado la noche en medio del bosque, al llegar a casa, a Emma, su madre, la comenzó a insultar. “¿A dónde estuvo mi Emma, la puta, toda la noche?”.
“Te casarías conmigo, Nick”, le preguntó Emma, cuando, de inmediato, escapó de su madre, y fue a buscarlo a la casa de él.
“Claro, Emma, te amo y nos casamos, claro”, fue la respuesta de él. “Pero ya sabes que soy un bueno para nada, sin trabajo”. “No te preocupes, Nick, ya hallarás un empleo”, dijo ella, besándolo muy amorosamente.
Y se casaron.
Pero la ilusión duró poco para Emma, quien comenzó a notar el comportamiento anómalo de su esposo, el que llegaba muy noche, ebrio, y sin llevarle dinero.
Luego, cuando se puso a robar taquillas del suburbano, fue capturado por la policía. Un tal Riley, era un muy odiado policía “que llevaba tres muertos en su haber”. A Nick, en la estación policial, lo golpeó severamente con la macana, pero en partes en que nadie notaría que lo había hecho. A partir de allí, Nick le tomaría un profundo odio. “Algún día voy a matar a ese hijo de puta”, se dijo.
Lo sentenciaron a un año de cárcel.
Emma, desesperada, lo esperó pacientemente, visitándolo con frecuencia.
Al salir, Nick, lo primero que hizo, fue emborracharse. “No, no, ya no puedo más”, se dijo Emma, cuando llegó a las tres de la mañana, muy tomado, y echándose en la cama, como si nada hubiera pasado.
Luego de varias discusiones, Nick prometió que se enmendaría. Buscó trabajos, en los que duraba unos pocos días, pero volvía a lo mismo, a frecuentar a sus amigos en los bares, en el billar y a robar y a gastar el dinero en prostitutas y alcohol.
Sin embargo, un buen día, cuando ya decidió portarse bien, le llevaba chocolates a su abnegada esposa. Al entrar al departamento en donde vivían, lo sorprendió el fuerte olor a gas. Y halló muerta a Emma, quien se había suicidado de esa forma, al ver que Nick nunca se corregiría y que de lo que huía, de su madre alcohólica, se estaba repitiendo.
Fue un duro golpe para Nick, quien se dijo “Yo maté a Emma, yo la maté”.
Se había hecho, incluso, las ilusiones de tener un hijo con ella, pero ya todo estaba acabado.
Y de nuevo, volvió a las andadas, sin importarle ya tener un empleo. Su “empleo” era robar, traficar drogas y pasársela de lo lindo.
Llegó al cinismo, cuando, una noche, asaltó un bar. Al salir, Riley, el odiado policía, lo persiguió, tirándole balazos.
Nick había adquirido años antes una pistola, con la que, aseguraba, mataría a ese “hijo de puta”.
La persecución de Riley llegó hasta un callejón obscuro, en medio de una lluviosa noche.
Nick, muerto de miedo, disparó hacia donde vio los fogonazos del arma de Riley. Dio en el blanco y Riley cayó. Pero era tanto su odio, que se acercó al moribundo y le vació toda la carga. No sólo eso, sino que le pateó el rostro y le arrojó el arma, ya sin balas, a la cara.
En esa parte, Motley describe, perfectamente, cómo la brutalidad policial, que sigue imperando en todo el mundo, por desgracia, incuba rencores entre aquéllos que han sufrido tal brutalidad en carne propia. El policía se convierte, para los agredidos, en una nefasta figura prepotente, autoritaria, violenta y hasta fatal. Por ello es que en Estados Unidos, ante la brutalidad policial ejercida contra los afroestadounidenses, éstos, hasta se están armando, con tal de no morir a manos de esos brutos uniformados, que se ensañan con ellos, “sólo porque somos negros”, como en el caso de George Floyd, asesinado por un policía que le hincó la rodilla en el cuello, matándolo por asfixia (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2020/09/los-afroestadounidenses-compran-mas.html).
A Nick, lo atraparon unos policías, cuando iba huyendo. Y lo llevaron a los separos, en donde agentes de investigación, le propinaron severa golpiza, con tal de que confesara. Pero no se quebró. “Soy Nick, y estos desgraciados, no me doblarán”, se decía.
Y es llevado a juicio.
En esa muy detallada parte, Motley describe cómo es el proceso que lleva a juzgar a alguien, los juicios que se emiten a favor y en contra del acusado, tanto por el abogado defensor, así como por el fiscal acusador.
El mencionado Grant, contrata al mejor abogado defensor, Andrew Morton, quien enfrenta al fiscal Kerman.
Tanto Grant, como Morton, sabían que Nick había asesinado al policía, “pero haré lo mejor posible para que ganemos el juicio, Nick”, le dijo el abogado.
Y los dos, abogado y fiscal, presentaron a sus testigos, los que trataban de ser descalificados por uno u otro.
Muy interesante la parte en que Morton explica al jurado que era la propia sociedad, con los malos tratos y la vida miserable dada a Nick, quien ya lo había matado desde antes. “En sus manos estará llevar a esta víctima de todas las injusticias contra él cometidas, a una segunda muerte, sin negarle una segunda oportunidad”.
A lo que Kerman contrapuso que “De ustedes depende que este delincuente ya no vuelva a asesinar, pues si no lo declaran culpable y lo envían a la silla, saldrá de aquí y volverá a asesinar. Tipos como él, ya no se corrigen”.
Esto lleva al cotidiano debate sobre que un delincuente es producto de la desigual, injusta sociedad que el capitalismo salvaje ha impuesto. Algunos de los que no tienen oportunidad de tener un empleo, de ser “funcionales socialmente”, terminan como delincuentes. En efecto, es un factor el sistema tan desigual en el que vivimos, en donde el uno por ciento de la población mundial, detenta el 70% de la riqueza global. Y millones de personas sobran, sin tener cabida en ocupaciones que les permitan sobrevivir. Pero también es cierto que la insensibilidad que inyecta el sistema, cuya ecuación social puede enunciarse como trabajar-obedecer-consumir-pagar (debemos de trabajar, para obtener un salario, obedecer las leyes, consumir todo lo que nos impongan y pagar impuestos), por desgracia, lleva a extremos a quienes delinquen. Por ejemplo, los rateros de la actualidad, son capaces hasta de matar, con tal de obtener lo que están hurtando. Y lo peor es que roban a gente trabajadora. No pueden hacerlo contra los ricos, pues éstos, viajan en autos blindados y con escoltas.
En un documental llamado “Los ladrones viejos” (México, 2007), dirigido por Everardo González, sobre internos de reclusorios de la ciudad de México, algunos que están allí por robo, platican que “antes, los ladrones sabíamos robar, no matábamos. Ahora, los ladrones son despiadados y te matan hasta por cincuenta pesos” (ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Los_ladrones_viejos).
El tema, por supuesto, es muy polémico, y rebasa el alcance de esta crónica. Pero es lo que plantea Motley, en el caso de Nick, que injusticias y desigualdad, hicieron mella en ese chico que alguna vez fuera un “encantador monaguillo”.
En fin, a pesar de los intentos de Morton, Nick es sentenciado a morir en la silla eléctrica.
Y esa parte, de nuevo, es una crítica al sistema carcelario de Estados Unidos, en donde, incluso, a gente inocente, se ha ejecutado.
La silla eléctrica, era el medio de ejecución preferido de esos tiempos, pero, actualmente, su uso ha declinado, en favor de la inyección letal, menos dolorosa que la silla, la que, algunas, veces, ha fallado y no ha matado de inmediato al sentenciado (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Electric_chair).
Critica Motley cómo la ejecución se vuelve un espectáculo, en el que los sobrevivientes de las víctimas de los que se van a ejecutar lo presencian, junto con periodistas y otros “invitados”.
Motley, es claro, estaba en contra de la pena de muerte, pues a pesar de ello, los crímenes han ido en aumento, más en un país en donde la posesión legal de armas es un “inalienable derecho constitucional”. Por tal razón, es que casi a diario se da un tiroteo, que deja varias víctimas (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2012/07/de-tiroteos-estrenos-hollywoodescos-y_26.html).
“Sí, me van a freír en nombre de la Sociedad”, reflexiona Nick, más bien, el propio Motley, quien coloca su irónico pensamiento en Nick.
En sus últimos momentos, Nick recuerda cómo en el reformatorio, eran azotados los que se “portaban mal”, frente a todos.
Así, su mal comportamiento, mereció que lo asesinaran “legalmente” frente a todos.
Muy severo castigo para, aunque parezca cliché, una víctima de este podrido, desigual, injusto sistema capitalista salvaje.
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