jueves, 27 de agosto de 2020

La indigente que se hizo pasar por princesa

La indigente que se hizo pasar por princesa

por Adán Salgado Andrade

 

Fingir que se es otra persona, a veces, es por cuestiones de sobrevivencia, sobre todo, si con la asumida personalidad, se tiene acceso a lo necesario para una decorosa existencia.

Aunque, en ocasiones, se dan extremos, como a los que llegó Anna Sorokin, una joven mujer rusa, quien, a sus 27 años, fue sentenciada por hacerse pasar por Anna Delvey, “princesa alemana” y socialite, heredera de $60 millones de dólares.

Esta chica, de familia clasemediera rusa, quien, según sus padres, tuvo una ejemplar educación y a la que nada le faltó, de repente, algún día de su vida, muy influenciada por lo de que el estatus lo da la riqueza, la que lleva a la fama, ideó un sistema para estafar y hacerse rica que, desgraciadamente para ella, no le funcionó (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2019/05/ladrona-de-fama.html).

Y, como Sorokin, hay varios casos de suplantación de personalidad. Incluso, ahora, con el cada vez más intensivo empleo del Internet, con el llamado phishing, los hackers roban identidades de miles de personas diariamente, par apoderarse de su dinero, datos y detalles de sus vidas.

Pero, siglos atrás, ya también se adoptaban falsas identidades, como en el caso famoso de la llamada “Princesa Caraboo”. Fue un muy chusco suceso, narrado en el artículo “La misteriosa ‘princesa’ del siglo 19, que engañó a un pueblo”, firmado por Paul Anthony Jones, aparecido en el portal digital Mental Floss (ver: https://www.mentalfloss.com/article/92250/mysterious-19th-century-princess-who-fooled-town-thinking-she-was-royalty).

Todo comenzó cuando una mujer, con traza de indigente, el 3 de abril, de 1817, apareció, de la nada, en la comunidad rural de Almondsbury, a unos kilómetros al norte de Bristol, en el suroeste de Inglaterra.

Dice Jones que “vestía una obscura capa y una chalina, con un turbante en su cabeza, se veía confundida y muy cansada, como si hubiera completado un largo viaje. Bajo su brazo, llevaba algunas pertenencias, que incluían una barra de jabón, y cosas de baño, envueltas en un pedazo de tela. Lo más curioso, era que hablaba un lenguaje exótico, que nadie parecía entender”. Sí, muy buena entrada, con tal de que fuera creíble el relato que, después, todos conocieron.

Los lugareños pensaban que era una indigente, y la llevaron a la casa de asistencia. Pero el encargado, sospechando que se podría tratarse de una espía de Napoleón, pues recién habían concluido las guerras con Francia, la llevó con el magistrado Samuel Worrall. Éste, envió por su valet, un griego que sabía varias lenguas mediterráneas, pero tampoco entendió el “lenguaje” de la mujer.

Le pidieron, mediante señas, que mostrara papeles de identificación, y ella, sólo mostró algunas monedas. Es decir, no entendía nada, supuestamente.

La esposa de Worrall, más sensible con la mujer, hizo que su esposo la hospedara en la posada local. Pero su comportamiento “se volvió más errático. Rehusó la comida y bebió sólo té, recitando antes una extraña oración, mientras se tapaba los ojos con una mano. Pareció reconocer una piña que estaba impresa en una pared de la posada, por lo que el personal supuso que habría viajado de una lejana tierra tropical. Y cuando fue la hora de dormir, miró la cama, con extrañeza, y prefirió dormir en el suelo”. Con esos comportamientos, esa mujer se volvió más enigmática.

Al otro día, el señor Worrall fue por ella y ya pudieron saber que se llamaba “Caraboo”, palabra que pronunciaba, mientras se señalaba. Pero Worrall, se desesperó, convencido de que se trataba de una pordiosera, y la llevó al hospital de indigentes del lugar. La fama de “Caraboo”, fue creciendo y mucha gente la visitaba, hablándole en varios idiomas, para ver si ella lograba comprender alguno… ¡pero fue inútil!

Hasta que un supuesto marinero portugués, Manuel Eynesso, que visitaba Bristol, pudo descifrar la lengua de Caraboo que, dijo, era una mezcla de dialectos nativos de Sumatra y, de inmediato, pudo enterarse de la historia que la extraña mujer le contó.

Así, Caraboo le platicó que era una “princesa” de la isla “Javasu”, del océano índico, que había sido secuestrada por piratas y que, cuando llegaron al puerto de Bristol, había brincado al canal. De allí, anduvo vagando seis semanas, antes de llegar a Almondsbury.

Con eso bastó para que la señora Worrall, la rescatara del hospital y la llevara a su casa, para tratarla con los honores que la tal princesa merecía. Se hicieron fiestas, a las que acudían invitados especiales, con tal de platicar y tratar a tan famosa mujer, de azul sangre. La princesa era “excelente moviendo la espada, manejaba muy bien el arco y la flecha, hechos por ella, entretenía a los huéspedes con su extraño lenguaje y excéntrico comportamiento, bailaba exóticamente, nadaba desnuda en el lago, cuando estaba sola, y le rezaba al ser supremo ‘Allah Tallah”, desde las copas de los árboles. Los románticos intelectuales, se quebraban la cabeza, tratando de averiguar de dónde exactamente provenía. Al principio, ella, como que dejó entrever que venía de China, pero su apariencia, totalmente europea, señalaba lo contrario” (ver: http://www.bbc.co.uk/legacies/myths_legends/england/bristol/article_3.shtml).

Un doctor Wilkinson, incluso, escribió que nada daba indicios de sospechar de tan singular personaje.

Ilustra el artículo, una pintura hecha de la “princesa”, luciendo elegante vestuario de satinada tela, con sandalias y un turbante blanco, engarzado con exóticas, coloridas plumas. Sí, no habría cabido duda de que se trataba de una verdadera princesa, de lejanas tierras.

Pero, como dice Jones, no tardó en descubrirse quién era, realmente, la “princesa Caraboo”.

Como su imagen se publicó en el Bristol Journal, una señora Neale, dueña de una casa de huéspedes, un día, adquirió un ejemplar y vio la imagen de la “princesa”. De inmediato, la reconoció, pues había estado en su establecimiento. “Era una mujer llamada Mary Baker, hija de un zapatero de Witheridge, una villa que estaba a 112 kilómetros de Almondsbury, así que era un total engaño, afirmó la señora Neale”. Pues qué mujer tan metiche, podría decirse, ¿no?

La señora Worrall, decepcionada y, aún, incrédula, arregló con la “princesa”, que la llevaría con un pintor, para que le hiciera un retrato. Pero fue su plan, para confrontarla con la señora Neale, quien la identificó plenamente. Mary Baker, alias la “princesa Caraboo”, aceptó que, en efecto, todo lo había inventado. Incluso, el idioma, que había creado, cuando vivía en la casa de huéspedes, para jugar con los hijos de la señora Neale.

Y contó su historia real, que, desde niña, había sido muy pobre, maltratada por sus padres, por lo que decidió salirse de la casa de ellos. Trabajó, luego, en varios lugares, “antes de que terminara pidiendo caridad en las calles de Inglaterra y Bristol, por allí de los 1810’s. Fue cuando descubrió que haciéndose pasar como extranjera, la gente la trataba con más simpatía y ella recibía más dinero”. Qué bueno que en esa época, trataban mejor a los “migrantes”, no como ahora, que sólo se busca echarlos del país de “primer mundo” en el que pidan asilo

Y se inventó Mary Baker lo de que era la princesa Caraboo. Y tampoco existió la isla de “Javasu”.

Pero la gente, contrario a lo que podría pensarse, la tomó como una heroína, que, gracias a su ingenio, había engañado a la aristocracia y se había servido de ella, a pesar de tratarse de una mujer pobre, sin educación.

También, la señora Worrall, a pesar del engaño, sintió el afecto que la gente le manifestaba a Mary Baker y decidió ayudarla, pues su historia real, la conmovió.

Reunió fondos para que se fuera a vivir a Filadelfia, en 1817. Allí, montó un show con su ficticio personaje, la princesa Caraboo, que fue todo un éxito, pues hasta en Estados Unidos, se conoció su increíble historia.

Años más tarde, regreso a Inglaterra, en donde pretendió, de nuevo, montar el show, pero como su fama ya se había ido apagando, tuvo un marginal éxito.

Luego, Mary Baker se casó, adoptando el nombre de Mary Burguess, por su marido, pero enviudó al poco tiempo. No tuvo hijos.

Después, se dedicó a vender sanguijuelas al hospital local (por esos tiempos, eran recomendadas, en muchos procedimientos “curativos”, las sangrías, practicadas con sanguijuelas criadas).

Así se la pasó, durante 30 años, hasta que, en 1864, un fulminante infarto, la mató.

Dice Jones, sobre el marinero que descifró su lenguaje, que nunca se le volvió a ver y que “no está claro cómo pudo entender un lenguaje inventado, a menos de que él, también, hubiera sido un impostor”.

De todos modos, mucha gente estuvo de acuerdo en que, para haberse tratado de una mujer de muy humildes orígenes, Mary Baker, estuvo dotada de nata inteligencia, como para caracterizar a tan encumbrado personaje.

Y tan bien lo hizo, que logró engañar a tantos ingenuos, que trataban de averiguar la verdadera historia de la princesa Caraboo.

Sí, Mary Baker, fue toda una muy talentosa actriz, descubierta, sólo por la mezquindad de una metiche, envidiosa mujer.

De lo contrario, muy probablemente, habría terminado como la esposa de algún aristócrata o de algún banquero, que se hubieran disputado el amor de tan bella princesa.

No cabe duda, fue una gran actuación.

 

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