jueves, 13 de agosto de 2020

El fallido experimento Biósfera 2

 

El fallido experimento Biósfera 2

Por Adán Salgado Andrade

 

En los tiempos que rondan, en los cuales, el planeta ha sufrido una depredación y contaminación de sus recursos sin precedente, hay ideas de la mad science (ciencia loca), que buscan “acondicionar” lugares como la Luna o Marte, para que el hombre “escape” a esos sitios, cuando ya, la Tierra, no pueda ser un sitio habitable. Sin embargo, en lugar de hacer eso, deberían esos pseudo-científicos (Elon Musk, entre ellos) tratar de buscar formas para rescatar al planeta, no seguirlo destruyendo, contaminando, pues, realmente, no hay evidencia de que puedan habitarse los mencionados Luna o Marte.

Eso lo demuestra un fallido experimento que tomó lugar entre 1991 y 1993, como explica el artículo de The Guardian, titulado “Ocho se vuelven locos en Arizona: cómo un experimento de confinamiento resultó horriblemente mal”, firmado por Steve Rose, en el que se refiere a un “experimento” de confinar ocho años “a un grupo de hippies, encerrados en un domo. Terminaron hambreados y con problemas para respirar” (ver: https://www.theguardian.com/film/2020/jul/13/spaceship-earth-arizona-biosphere-2-lockdown).

Tan famoso fue ese intento de sobrevivencia en condiciones extremas, que hasta el documentalista Mark Wolf se interesó y produjo un filme sobre ello, consultando el material inédito, que, por fortuna, grabaron los originales “biosferanos”, así como entrevistas a los sobrevivientes del científicamente, poco riguroso, proyecto.

Tal proyecto fue idea de John P. Allen (Oklahoma, 1929), “experto en sistemas ecológicos, ingeniero metalúrgico, aventurero y escritor, pionero de la ciencia de las biósferas, y del desarrollo evolucionario (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/John_P._Allen).

Allen, señala Rose, concibió en los 1960’s, la idea de crear un proyecto autosustentable, en donde existieran todos los ecosistemas terrestres, para mostrar que se podía vivir en tal sistema. Bautizado como “Biósfera 2” – pues el planeta es la Biósfera 1 –, reunió a ocho entusiastas, que vivirían dos años allí. Allen “fundó un grupo de actuación idealista llamado el ‘Teatro de todas las posibilidades’, en donde no había obstáculos, todo podía hacerse. Como el nombre sugiere, ellos querían cambiar el mundo, pero no sabían por dónde empezar. ¿Arte, ecología, tecnología? En un clásico ejemplo de contracultura, decidieron ‘Vamos a hacerlo todo’”, dice Rose.

Y eso hicieron. En 1969, el grupo se estableció en Nuevo México y fundaron Synergia Ranch, retomando el concepto de sinergia, que propusiera el gran arquitecto Richard Buckminster Fuller (1895-1983), “en el que el todo es superior a la suma de sus partes”.

Uno de los biosferanos que tomó parte en el proyecto, Mark Nelson, le dijo a Rose que “El sólo hecho de que el mismo número de personas que salió, fue el de personas que se metieron, fue un triunfo”. Para él, Biósfera 2, no fue un fracaso, sino “un logro de la exploración humana, como muchos otros. Me gusta decir que lo construimos, no porque tuviéramos las respuestas. Lo hicimos para encontrar lo que no conocíamos”.

Tiene razón, pues no podían saber si ese “experimento” realmente funcionaría.

Y la energía para hacer cosas se las proporcionó Allen, con quien Nelson se unió a la edad de 22 años.

Antes de Biósfera 2, hicieron un domo en el rancho, plantaron árboles, construyeron casas. Incluso, uno de los integrantes, un estudiante de 19 años, sin experiencia para hacer barcos, construyó una embarcación, la cual resultó muy segura, y se la pasaron recorriendo los mares del mundo, investigando los ecosistemas terrestres.

Con todos esos conocimientos, se decidieron a hacer su propio ecosistema, razonando que si el hombre quería habitar algún día otros mundos, tendría que construir su hábitat terrestre allá. Imaginaron el ejemplo de cintas como la estadounidense Silent Running (1972), futurista cinta, desarrollada cuando en la Tierra estaban casi extintos los bosques, y los últimos que quedaban, se tratan de salvar, embarcándolos en transbordadores espaciales.

Ed Bass, un petrolero millonario de Texas, fue su patrocinador, pues también quería aportar al planeta cosas que lo ayudaran.

Y se hizo el proyecto, que Rose describe como “una misión espacial. Los periodistas descendieron a las instalaciones de $150 millones de dólares en Arizona, todas con deslumbrantes paneles blancos y torres de vidrio, conteniendo bosques, desiertos, laboratorios, sistemas de reciclaje, puercos, gallinas, colibríes, monos e, incluso, arrecifes de coral. Hubo discursos y cohetes, mientras los voluntarios, todos en pants (cuatro hombres y cuatro mujeres), se sellaban en el viaje de dos años a lo desconocido”.

Durante todo ese tiempo, los medios no dejaron de cubrir el evento. Además, la gente podía visitarlos, verlos a través de los transparentes domos.

Pero, muy pronto, los problemas comenzaron a surgir, pues no estaban obteniendo los alimentos de sus cultivos, como habían anticipado, así que medio comían. Unas plantas de café, cuando se dieron los granos, apenas si sirvió la cosecha para hacer una tasa de esa bebida. Lo que más obtuvieron de sus siembras eran betabeles y camotes. Para que las diarias comidas, a base de esos dos tubérculos no fueran tan aburridas, “rotábamos los deberes culinarios. Algunos, creaban tacos en forma de dinosaurios, pero otros hacían una horrible sopa fría de hojas de papas”, recuerda Linda Leigh, otra de los biosferanos originales.

Eso, los llevó a perder peso, mucho.

La cantidad de oxígeno, tampoco era suficiente, pues, mientras en la Tierra el nivel es del 21%, dentro de la biósfera disminuyó a 14.2%. “Nos sentíamos como si estuviéramos subiendo una montaña”, recuerda Nelson, “algunos, comenzaron a sufrir de desórdenes respiratorios al dormir. Yo notaba que no podía terminar una larga oración, sin parar y tomar aire. Trabajábamos como si hubiéramos estado bailando lentamente, sin gastar energía. Si los niveles de oxígenos hubieran bajado más, hubiéramos tenido serios problemas de salud”.

Estar confinados tanto tiempo, comenzó a ocasionarles problemas entre ellos mismos, además de aguantar a la gente que los visitaba a diario. “Les tiraban tasas y le escupían a la gente, pero, por fortuna, no hubo violencia. Mejor se dividieron en dos grupos de cuatro” dice Rose. Así, uno de los grupo se esforzaba por llevar comida extra y oxígeno, con tal de que las cosas marcharan mejor. El segundo grupo, era para dar otras ideas.

Como Allen detectó esos problemas, a escondidas, metió comida extra, así como más oxígeno. Y todos los biosferanos se pusieron muy contentos. “La gente comenzó a reír como loca, corriendo por todos lados. Me había sentido como si tuviera 90 años y ahora me sentía como si fuera un adolescente de nuevo”, dice Nelson, que fue el efecto de la aumentada cantidad de oxígeno.

Por supuesto que, en el exterior, el proyecto comenzó a ser criticado, que no era ciencia y que era, simplemente, “entretenimiento ecológico de moda”, como un comentador de la época lo denominó, señala Rose. Ed Bass, el rico petrolero que los financiaba, quiso hacerlo más como un negocio, que atrajera turistas, no como un experimento de supervivencia, como lo quiso ver el equipo de Allen. Bass los expulsó, contrató a un nuevo CEO, nada menos que a Steve Bannon, el nefasto republicano que, al igual que su ex jefe Donald Trump, en lo que menos piensa es en el medio ambiente y más en sus negocios e inversiones financieras. Y le dieron otro giro, radicalmente distinto.

Matt Wolf, no sabía mucho del proyecto, sino hasta años después. Se enteró que casi todos los biosferanos estaban vivos y siguen habitando Synergia Ranch, junto con Allen. Todos le concedieron entrevistas y con más de seiscientas horas de metraje original, pudo realizar el mencionado documental, próximo a estrenarse (ver tráiler: https://www.youtube.com/watch?v=I4FZYxBnbUU&feature=emb_logo).

Nelson y Leigh dicen que lo harían otra vez, con mucho entusiasmo. Nelson afirma que, dentro de Biósfera, todo era lógico, “si yo exhalaba, mi aliento era aspirado por alguna planta necesitada de mi bióxido de carbono. Entonces, ella era como mi tercer pulmón”.

Todo estuvo muy estable, menos el elemento humano. Como dice Wolf, “el experimento demostró que lo menos estable en un confinamiento es el humano”.

Lo está demostrando el confinamiento mundial, al que nos ha llevado la presente pandemia, cuando se reportan inusuales aumentos de violencia familiar y callejera (ver: https://www.bbc.com/news/av/world-53014211/coronavirus-domestic-violence-increases-globally-during-lockdown).

Pero otro, muy importante, aspecto que demostró Biósfera 2 (proyecto que ahora está en manos de la Universidad de Arizona), es que no es fácil construir un medio que realmente sea autónomo, en el que humanos pudieran vivir toda la vida.

Lo que debemos de hacer es cuidar al planeta, regenerar los recursos que todavía nos quedan, suprimir al capitalismo salvaje, que sólo depreda y contamina, en nombre de la ganancia, y retomar los valores humanos que nos conviertan en seres pensantes, que no sigamos siendo simples, condicionados autómatas-consumidores, que le hacemos el juego a ese sistema de híper-consumo, que está destruyendo día a día a nuestra Biósfera Número Uno.

Sí, no necesitamos hacer habitables a la Luna o a Marte, cosas imposibles, sino continuar preservando la habitabilidad de la Noble Madre Tierra.

 

Contacto: studillac@hotmail.com