El realismo y la crudeza del cine de Felipe Cazals
Por Adán Salgado Andrade
Siempre me sorprendió el realismo y la crudeza de muchas de las cintas del maestro Felipe Cazals (1937-2021). Sus personajes, “jodidos”, como él mismo decía, no parecían actuar, sino era, más bien, como si Cazals hubiera filmado a la gente involucrada en buena parte de sus historias.
Eso sólo se logra mediante un talento nato, de alguien que, en efecto, conoce muchas de las situaciones que capta cinematográficamente. Y hacía tan bien su trabajo que, por ello, decía que quería “convencer a la gente de que vaya a ver películas mexicanas, que son tan buenas como las de los otros países” (ver: https://www.jornada.com.mx/2021/10/18/espectaculos/a09n1esp).
Qué mejor homenaje, que comentar cuatro de sus cintas más características de su trabajo y, quizá, las más conocidas.
Comenzaré por “Canoa: memoria de un hecho vergonzoso”, estrenada en 1975, siete años después del genocidio cometido el 2 de octubre de 1968, cuando la mafia priísta en el poder de entonces, mandó a aplastar con las armas a un movimiento social, que había tomado mucha fuerza, tratando de cambiar las condiciones de represión, ilegalidad y privilegios políticos imperantes. Por desgracia, fue tanta la manipulación de la “información” que los mafiosos en el poder montaron que, muy pronto, ese gran movimiento, se desacreditó.
Por entonces, estaba en todo su apogeo la Guerra Fría, periodo en que se confrontaron el capitalismo salvaje, personificado por Estados Unidos, y el mal llamado comunismo, asumido por la URSS – país que practicaba una economía de planificación central, eufemísticamente llamada socialismo.
Se trató, más que de un enfrentamiento de ideologías, de una lucha por la supremacía militar, en la cual, el arsenal nuclear de cada uno de tales países, quién tenía más bombas nucleares, decidía la supremacía. Obviamente, en un conflicto termonuclear, no hay ganadores. Por ello, se le llamó guerra fría, pues, afortunadamente, nunca pasó de los conatos y “errores” de que se desataría ese mortífero conflicto. Aunque, de todos modos, seguimos en riesgo latente de que se desate una escaramuza nuclear, que nos borraría del planeta (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2020/10/el-sovietico-que-salvo-al-mundo-de-uno.html).
Fuera de la amenaza nuclear, la guerra fría provocó, como señalé, un enfrentamiento ideológico, en el cual, la influencia estadounidense, sobre todo en Latinoamérica, colocaba como herejes políticos a todos los que defendieran y practicaran el comunismo. Y cualquier movimiento social, reivindicador de demandas sociales, gracias a la perniciosa influencia de Estados Unidos y sus agentes de la CIA, era calificado como comunista, que agentes soviéticos eran los que estaban detrás de tales movilizaciones. Fue lo que sucedió con el movimiento estudiantil de 1968, que, sin tapujos, los mafiosos en el poder, calificaron de estar manipulado por “extranjeros”. Y que era un movimiento que buscaba el comunismo, con todos los perjuicios que se le adjudicaban, como el estar en contra de la religión católica, a la cual, buscaba “despojar de sus bienes”.
Justamente esas patrañas, fueron empleadas por muchos detractores del movimiento, entre ellos, el ”sacerdote” de San Miguel Canoa, quien arengó a la gente, en contra de cinco trabajadores de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Entre sus incendiarios argumentos, estaban el que esos hombres querían apoderarse de la iglesia y de todo lo que en ella había. Fanatizó a tal punto a los pobladores, cuya ignorancia fue fácilmente manipulada por el “religioso” que, sin mayores pruebas, decidieron capturar y linchar a los trabajadores universitarios, quienes sólo buscaban ascender el volcán La Malinche.
Sólo sobrevivieron dos de los desafortunados empleados. Uno de ellos, perdió dos dedos de su mano y Cazals lo empleó como extra, cuando, días después de la masacre, se encuentra dando su terrible testimonio.
Las crudas escenas de cómo los enfurecidos “parroquianos” la emprenden contra los empleados universitarios son, verdaderamente, sobrecogedoras. Cazals logró imprimir su sello característico, que más parecía que estuviera filmando realmente el hecho, a que una actuación comunitaria. Gritería, golpes, patadas, palazos, machetazos… todo parece tan real, que uno se siente en la acción, sin necesidad de 3D.
El 24 de septiembre del 2018, fue exhibida una copia totalmente restaurada de la cinta en el Teatro de la Ciudad, que asistí a ver. Vuelvo a insistir, parecía como si hubiera visto un crudo documental sobre ese hecho, sí, vergonzoso.
La siguiente cinta a la que me referiré, es la de “El año de la peste”, de 1978. Es un filme singular, muy probablemente único en su género en la cinematografía mexicana, pues muestra qué sucedería si, de repente, surgiera un mortal virus (realmente mortal, no como el del covid-19) y que las “autoridades” se propusieran minimizar. El guion de esa cinta, fue escrito por el escritor colombiano Gabriel García Márquez (1927-2014), y los mexicanos José Agustín (Acapulco, 1944) y Juan Arturo Brennan (DF, 1955).
Realmente, la cinta no le pide nada a producciones hollywoodescas, tales como Outbreak (1995), estelarizada por Dustin Hoffman y dirigida por Wolfgang Petersen, que también expone qué sucedería si enfrentásemos un mortal virus (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Outbreak_(film) ).
En la cinta de Cazals – no dudo que Outbreak hasta se haya basado en ésta –, presenciamos cómo se va propagando rápidamente la mortal pandemia por toda la ciudad de México. Van aumentando los decesos y, a las “autoridades”, que tratan de ocultar todo, no les queda más que ir sepultando masivamente a tantos muertos. Y regar una espuma amarilla desinfectante, en las zonas de contagios. De nuevo, son muy crudas y realistas las escenas de los cadáveres que van siendo arrojados a las fosas. Muy sorprendentes.
Cazals se servía de un cuadro de actores principales, más o menos fijo, como el excelente Alejandro Parodi (1928-2011) o José Carlos Ruíz (Zacatecas, 1936), cuyas actuaciones, no dejan duda de la entrega con que lo hacían y que Cazals sabía, digamos, explotar a todo lo que daban.
Un epílogo, al final de la cinta, comenta que “132 días después, tan sigilosamente como había llegado, la peste desapareció de la ciudad. Oficialmente, la epidemia no existió. Las 350,000 muertes que causó, fueron atribuidas por las autoridades, a un lote vencido de productos dentífricos, distribuido ilegalmente por un consorcio farmacéutico transnacional”.
Algo así fue lo que trató de hacer China, cuando recién comenzó a propagarse el virus del Covid-19, a finales del 2019, ocultar la enfermedad (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2020/03/cientificos-chinos-previeron-hace-un.html).
La siguiente cinta que refiero, es la de “Las poquianchis”, de 1976. Este trabajo, se basa en un, igualmente, vergonzoso hecho real, sobre el infame caso de las proxenetas hermanas González Valenzuela, María Delfina (1912-1968), María del Carmen (1918-1949), María Luisa (1920-1984) y María de Jesús (1924-1990), conocidas como Las Poquianchis, el nombre de un prostíbulo “tolerado” por la corrupción guanajuatense de entonces, que regenteaban esas mezquinas hermanas. Por años, operaron la trata de mujeres, sobre todo, adolescentes, hijas de familias campesinas, a las que reclutaban en sus casas, engañando a los padres de que trabajarían en restaurantes, ganando “doscientos pesos mensuales”, muy buenos en los años 1950’s y aún en los 1960’s (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Delfina_and_Mar%C3%ADa_de_Jes%C3%BAs_Gonz%C3%A1lez).
El escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia (1928-1983), publicó, en 1977, una corta novela sobre ese vergonzoso hecho, titulada “Las muertas”, cuya lectura recomiendo, para tener un recuento más exacto de los hechos.
La cinta, cuyo título completo es “De los pormenores y otros sucedidos del dominio público que acontecieron a las hermanas de triste memoria a quienes la maledicencia así las bautizó”, inicia en enero de 1964, cuando, por fin, la policía aprehendió a las hermanas González Valenzuela, a las que ya estaban acechando desde tiempo atrás, por su larga lista de infamias, que incluyeron mujeres asesinadas, trata de personas, lenocinio, tráfico de drogas y otros delitos, que les merecieron 40 años de prisión, la pena máxima de Guanajuato. En una escena, la policía y los peritos, están desenterrando uno de los cadáveres de las varias mujeres que murieron, víctimas de malos tratos y enfermedades.
Y se muestra el amarillismo de un reportero (Salvador Sánchez), que no tiene reparos para retratar los cuerpos descompuestos. Más adelante, cuando están entrevistando a las víctimas, le dice a su compañero fotógrafo que “con esto, nos vamos a medio millón”, mostrando, con ello, que sólo estaban allí por la “nota roja”, para alimentar el morbo social e incrementar las ganancias del periódico al que representaban.
Realizada en distintos tiempos, muestra cómo las Poquianchis operaban, teniendo a su servicio a varios hombres, que eran los que golpeaban y violaban a las mujeres, secuestradas, literalmente, para que se prostituyeran en los giros negros que aquéllas operaban.
Destaca que, a pesar de ser víctimas las mujeres prostituidas, hubo tanta confusión en el manejo del caso, que varias de ellas, fueron también consignadas, sin tomar en cuenta el agravante de que, si también ejercieron violencia contra sus compañeras, se debió al daño psicológico sufrido. Una escena, en particular, muestra a dos hermanas, Adelina (Diana Bracho) y María Rosa (Tina Romero), en una escena en donde María Rosa está alimentando a un perro. Delfina (Leonor Llausás, 1929-2003), una de las lenonas, le reclama a Adelina que el perro está oliendo a María Rosa en su “parte”. Adelina le dice que se ha de haber “hecho”, pues María Rosa “tiene el estómago desecho de que come puros frijoles”. Delfina no acepta la reclamación. “¡Me le dan una friega a esa cochina!”, ordena. Todas las mujeres se lanzan a golpear y patear a María Rosa, pues sabían que si no lo hacían, a ellas, también, las golpearían. Y Adelina, movida quizá por lástima o rencor de sufrir lo que está viviendo, toma un garrote y asesta varios mortales golpes en la cabeza de su hermana.
También muestra Cazals, las malas condiciones en que vivían los presos en esas “cárceles” estatales, en donde, casi sin comer, con un bote por excusado, recluían a las presas y presos.
Y aprovecha para denunciar los engaños a los que siempre han sido sometidos los campesinos. Como el padre de Adelina y María Rosa era ejidatario, muestra el drama que vivía, dado que a sus compañeros y a él, les habían quitado un ejido, para otorgarlo a un rico ganadero, “que tenía el buen negocio de los toros”. Como siguieran reclamando, el cacique, en contubernio con las corruptas “autoridades”, envía a sicarios a asesinar a varios de los campesinos, que reclamaban sus arrebatadas tierras. Muestra, incluso, a varios campesinos reales. Como siempre, al campesino mexicano, se le engaña, se le manipula y se le asesina.
Y el epílogo de la cinta, informa de la pena máxima que se dio a las hermanas González Valenzuela y a otras de las mujeres implicadas, a las que se concedieron sentencias menores. Pero siempre, desde el inicio, el caso estuvo mal llevado, como se puede concluir viendo la cinta.
Finalmente, me referiré a la cinta “El Apando”, de 1975, sobre las condiciones de los reclusos en el llamado “Palacio Negro”, la cárcel de Lecumberri, que fue construida desde tiempos porfiristas, en la que las condiciones eran pésimas, tanto por la insalubridad, malos tratos, corrupción, así como por los “castigos” propinados a los presos, en el llamado apando, que eran celdas en donde aislaban a los internos más “rebeldes”.
La cinta está basada en la novela del maestro José Revueltas (1914-1976), intelectual aguerrido, que, de acuerdo con una entrevista concedida por Cazals, “estuvo la mitad de su vida en la cárcel” (ver: https://www.youtube.com/watch?v=_8dhoq5g7OM).
En dicha entrevista, Cazals dice que el entonces presidente, el genocida Luis Echeverría (DF, 1922), le puso objeciones para exhibir “El Apando”, pero Cazals le dijo que “es una novela de José Revueltas”, dando a entender que él, lo único que había hecho, había sido llevarla a la pantalla. Como los nuevos reclusorios estaban por inaugurarse hasta septiembre de ese año, 1975, Echeverría le ordenó al entonces regente de la ciudad, Octavio Sentíes Gómez (1915-1996), que adelantara la inauguración para junio, “pues este cabrón (Cazals), va a estrenar su película en julio”. “Así que el cine mexicano, sirve”, declara Cazals, divertido y satisfecho.
De nuevo, la crudeza y el realismo que muestra El Apando, son impresionantes. Y la labor de José Carlos Ruíz, como el personaje El Carajo, un hombre tuerto, sin escrúpulos, es impresionante.
Dice Cazals, en la aludida entrevista, que tuvieron que construir un apando, celda metálica, en donde castigaban a los presos que incurrían en alguna “falta”, como drogarse o pelear o agredir a las autoridades. Conocía a un antiguo director de Lecumberri, quien le informó que esos “apandos” se construyeron bajo las órdenes del igualmente genocida Gustavo Díaz Ordaz (1911-1979), “antes del movimiento del sesenta y ocho”. O sea, ya tenían esos mafiosos asesinos, sus muy particulares estrategias para “corregir” a los reclusos de ese infame penal.
Por esas condiciones de hacinamiento, corrupción, insalubridad, violencia y otras, las cárceles de todo el mundo, no son sitios para “reformar”, sino que quienes ingresan allí, salen convertidos, la mayoría, en psicópatas resentidos, dispuestos a desquitarse por lo que pasaron en prisión (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2020/11/las-prisiones-no-reforman-presos.html).
La cinta comienza con un prólogo, informando que José Revueltas, ha sido perseguido por sus ideas y que se le acusó de ser el “autor intelectual” del conflicto estudiantil de 1968, por lo que se le recluyó en Lecumberri, en donde se inspiró para escribir su novela El Apando.
Se muestra la corrupción imperante (la que sigue en las cárceles de todo el mundo), de que, si se le daba dinero a los celadores, todo era posible, hasta hacerse de droga.
Igualmente, expone Cazals el abuso que cometían las celadoras, al revisar vaginalmente a las mujeres que visitaban, sobre todo a “viciosos”, para evitar que en sus genitales introdujeran drogas. La celadora (Ana Ofelia Murguía), se complace mucho, cada que revisa a las esposas de Albino y Polonio, los compañeros de celda de El Carajo. Meche (María Rojo), “vieja” de Albino y La Chata (Delia Casanova), “vieja” de Polonio, deben de sufrir esa humillación.
El Carajo consiente en que su madre (Luz Cortázar que, supongo, no era actriz profesional), lleve droga en su vagina, “pues a las señoras, no las revisan”. Como dije, se lleva la película José Carlos Ruíz, con esa cruda interpretación de un personaje obscuro, exento de escrúpulos y que, al final, incluso, es capaz de denunciar que su madre “tiene droga en su parte, revísenla”.
El final de la cinta, en donde Albino y Polonio, están peleando con custodios, a los que golpean salvajemente, es violentamente realista, con las imágenes de guardias ensangrentados por la golpiza que les propinan aquéllos dos, fúricos de que ya no tendrían droga. Tienen que emplear varios guardias tubos, que cruzan por las rejas, para inmovilizarlos.
En fin, los anteriores, fueron importantes trabajos, de entre muchos más, que colocan a Cazals en un lugar destacable de los directores mexicanos, que siempre se han preocupado por hacer buen cine, que lleve a reflexionar. Y sus trabajos, destacaron, en una época en que el cine de “ficheras” abundó, muy probablemente en un intento de la mafia en el poder de desviar la atención de cintas que mostraban su prepotencia del poder, corrupción, crímenes de Estado y otras infamias.
Felipe Cazals, logró desnudar a esos plutócratas, más interesados en volverse ricos, que en servir, realmente, al pueblo que los eligió.
Contacto: studillac@hotmail.com