El duro trabajo en
el campo
Por Adán Salgado
Andrade
Don Delfino tiene 75 años, pero se ve de 60, cuando mucho. Toda su vida
se ha dedicado al campo y a algunas otras tareas que le permiten sobrevivir,
tanto a su esposa, doña Guadalupe, como al hijo de ambos, Luis.
Ella no es su primera mujer, nos platica. Es la segunda. Doña Guadalupe
tiene 42 años, más de 30 años de diferencia, pero se llevan muy bien. Viven
cerca de Nopala, municipio de la parte árida del estado de Hidalgo, en medio
del campo.
Don Delfino este año, 2018, gracias a que llovió más que el promedio,
pudo sembrar y cosechar maíz dos veces.
Irónicamente, es un problema, pues como es mucho maíz, entre su mujer,
su hijo y él, no podrían cortar las mazorcas para cosecharlo, así que dice don
Delfino que tendrán que alquilar un peón al menos, durante dos semanas, de a
150 pesos diarios. “Huy, pero está un poco difícil pa’ pagarlo… pero no hay
d’otra”, dice, cabizbajo. Y cuando separen los elotes y los desgranen, casi
todo lo producido será para sus animales, para ellos y algo para vender. “Lo
compran a nueve pesos el kilo… mucho trabajo, pa’ tan poco”, continúa narrando la
manera tan difícil en que se ganan el dinero.
Es bien sabido que en México, la labor del campesino, el que tiene una
pequeña parcela para cultivarla, no le permite sobrevivir, pues, como en el
caso del maíz, se invierte mucho más de lo que se gana al tratar de vender la
cosecha. Dice don Delfino que ni idea tiene, pero que nunca saca una ganancia
de sembrar. “Nomás m’endeudo más”, dice, sonriendo, resignado.
Como también tiene sus magueyes, diario los “raspa” para sacarles el
aguamiel, el que mezclado con pulque del día anterior, produce muy buen, nuevo
pulque, dulzón, muy sabroso. Ese lo da a seis pesos el litro y ya tiene sus
“entregas diarias”, que ahorita son unos veinte litros o un poco más, cuando le
van a comprar allí, como hacemos mi amigo y yo en ese momento (es importante
notar que cuando uno entra a las casas de estas personas, es porque ya conocen
previamente al o los clientes, no le venden a cualquiera, además de que, de todos
modos, son lugares ya conocidos por la gente, de que venden pulque u otras
cosas. En este caso, don Delfino es tío de mi amigo y por eso nos metemos con
toda confianza a su casa). Don Delfino da a seis pesos el litro el litro y dice
que, en promedio, se gana 150 pesos diarios. “Cuando hace mucha calor, a veces
hasta 250 o 300 pesos al día me llego a ganar”.
Y es que en época de frío, cuando más se da pulque, es cuando menos lo
consume la gente, justo porque “no les da sed” (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2018/07/de-votaciones-y-pobreza.html).
Le compramos dos litros, para tomarnos cada quien uno.
El pulque lo tiene en un cuarto de unos cinco por cinco metros. Es su
bodega. Dice que el pulque es muy delicado y hay que tratarlo muy bien. “Desde
la raspada, si uste’ no lo hace con cuidado, el magueysito le rinde menos. Yo lo
raspo con mucho cuidado y así, hasta un año le puede rendir. Y si tiene uste’
sucias sus manos, se las debe lavar, porque lo echa a perder”, enfatiza. Si
come grasa, no puede despachar, hasta que no se lave las manos. Me halaga que
tenga tanta limpieza. No creo que en las pulquerías de la ciudad de México, se
llegue a ese nivel de higiene, mucho menos que sea tan bueno el pulque que
despachan, como el que comenzamos a beber, dulzón, muy rico.
Le pregunto que cómo hace para administrar sus magueyes, pues cada
planta dura ocho años para producir y me dice que tienen varios. “Más o menos
le calcula que tenga unos diez magueysitos pa’ estarlos raspando. Y ya tiene
usted sembrados otros, que ya les faltan un año, dos… y así, pa’ que siempre
tenga, pa’ cuando los que ahorita tiene, ya no le produzcan”.
Entonces, si alguien que se quiera iniciar en el negocio del pulque,
necesita esperar ocho años, si ahorita mismo siembra sus plantas, para que
pueda producirlo, razono. Así que quien ahorita está produciendo pulque, es
porque ya desde hace, por lo menos, ocho años, sembró sus plantas, las cuidó
muy bien y ahorita las está “raspando”, pero ha seguido sembrando y, cada año
que pasa, va incorporando las nuevas plantas y desechando las viejas, que es en
donde va plantando las nuevas. No cabe duda que con el pulque, sí se necesita
ser muy, pero muy previsor.
Mientras tomamos el pulque, le preguntamos sobre una buena cantidad de
hierba que tiene en la bodega, que nos aclara que es frijol recién cosechado.
Está todavía dentro de las vainas, las que aún cuelgan de los tallos. Le
pregunto que cómo sacan el frijol y ya me explica que deben de “apalearla”, o
sea, pegarle a toda la hierba que está ahí con un palo largo, delgado, para que
se vayan quebrando las vainas y los tallos. Eso se lleva unos dos días, explica
don Delfino, pero no lo ha hecho porque tiene gripa y el polvo que suelta el
apaleo, le haría más mal, así que lo ha pospuesto. “Pero tengo que hacerlo”,
dice, meditabundo, quizá reflexionando en todo lo que ha dejado de hacer por
estar agripado. Explica que ya que están rotas todas las vainas, se hacen a un
lado y el frijol queda abajo, ya nada más para recogerlo.
Nunca hubiera pensado que así de pesado es obtener el frijol, al menos
en la forma tradicional (seguramente hay procesos mecánicos para obtenerlo), una
leguminosa vital en la alimentación del mexicano.
Le pregunto que en dónde lo sembró y me dice que en una parte alta de
sus tierras, que, calculo, deben de ser unas tres hectáreas. “Es que si lo
siembra entre el maíz, como le hacen muchos, como se l’echa matahierba al maíz
para que lo deje crecer, el frijol es muy delicado y también lo mata. Por eso
es mejor no sembrarlos juntos”.
Calcula que obtendrá unos 200 kilos de frijol. Se vende allí a 25
pesos. Así que si lo comerciara todo, obtendría unos cinco mil pesos. “Pero nos
quedamos con algo pa’ nosotros y otro, lo vendemos”. Tampoco es demasiado
ingreso lo que deja el frijol.
Tienen dos vacas que, ahorita, con el frío, dan unos diez litros de
leche, cuando mucho, al día, sobre todo, por el frío. La venden a cuatro pesos.
Son otros magros 40 pesos. Interviene doña Guadalupe, diciendo que los que
hacen quesos les quieren dar menos, pues para hacer cada queso de medio kilo, se
requieren seis litros de leche. Eso explica por qué es tan caro el queso,
incluso el artesanal que se vende por esos lugares, pienso, pues tan solo de
leche, a pesar de que la compran muy barata los queseros, se requieren 24
pesos.
Una más de las actividades de don Delfino es la venta de paletas de
agua frente a la primaria de Nopala. Diario se va a una paletería en donde las
compra en seis pesos y las da a diez. Son 200 paletas a la semana las que,
dice, más o menos vende. Son otros ochocientos pesos de ganancia.
Así que, haciendo cuentas, sus ingresos fijos, suponiendo que los
perciba los 30 días por mes, son los 150 pesos, en promedio, diarios del
pulque, más 40 pesos de la leche, más 800 pesos semanales de sus paletas, lo
que da unos $8900 pesos mensuales, cuando mucho, muy duramente ganados, pues si
no trabaja, no gana. Esos ingresos se mantendrán hasta que don Delfino sea
capaz de seguir trabajando.
Afortunadamente, como dije, se ve muy bien conservado. Dice que para
todos lados anda en bicicleta y casi no se enferma.
Llega un hombre, de unos treinta y ocho años, a comprar pulque. “Vengo
a pagarle”, dice. “¿Qué me debes, Juan?”, le dice don Delfino. “Digo, que vengo
a comprarle pulque y a pagárselo, no fiado”, dice Juan. Don Delfino nos sonríe
y dice que a algunos les fía, pero no a todos, porque luego se “hacen guajes”.
Llega una pareja, de unos cuarenta años cada uno. También le piden un litro de
pulque, para tomarlo entre los dos, el que les sirve en unos jarros de barro,
como nos sirvió a nosotros. Todos ellos se ven personas que viven muy
precariamente, notándose en su muy gastada ropa – se ve que lleva mucho tiempo
sin lavarse –, en sus duras, curtidas manos y rostros, lo que evidencia la dura,
precaria existencia que llevan, y que sus ingresos sólo les sirven para
sobrevivir (más tarde, mi amigo me comenta que, muchos, se gastan lo que se
ganan en su “vicio”, o sea, beber pulque).
Y llega un cuarto cliente, un hombre de unos setenta años, quizá. Le
pide dos litros de pulque para llevar, extendiéndole una botella de refresco de
dos litros. Le pregunta don Delfino que cómo está. Y aquél le comenta que “ando
mal de una hernia, pero no tengo dinero pa’ que me operen… me cobran
veinticinco mil pesos… ¡pero, de dónde!”, exclama.
Así que, continúa, no le queda más que fajarse bien y no trabajar
mucho, ni cargar demasiado.
Paga el pulque, toma su botella y se retira.
Y pienso en que muchos otros, igualmente, padezcan hernias u otros
males, ganen muy poco, trabajen mucho y, los de más edad, al irse agotando sus
energías y sus esperanzas, vean un no muy promisorio futuro.
Terminamos el pulque y pagamos, lo de tres litros, con tal de ayudar a
don Delfino, además de que mi amigo le paga veinte pesos más, para que les dé
un litro a la pareja y al otro joven.
Los tres ponen caras de felicidad, quizá porque, al menos ese día, la
embriaguez que les produzca el “pulmoncito”, como también le dicen al pulque
por acá, les ayude un poco a olvidar tantos problemas y desavenencias que una
vida tan dura y sin futuro les deja.
Contacto: studillac@hotmail.com