Conversando con un bicitaxista y
un trabajador de limpia
por Adán Salgado Andrade
Como
ya desde hace tiempo he estado haciendo, les comento conversaciones casuales
que sostengo con personas que trabajan en distintas labores, no importa que tan
sencillas sean, pues todas son importantes para mí, algunas muy duras, otras,
no tanto, pero casi todas mal pagadas, sean formales o “informales”.
En
esta ocasión, platiqué con un bicitaxista y un trabajador de limpia de los que
van de casa en casa con sus botes de basura.
Don
Benito vive y trabaja en Ixtapaluca. No habiendo nada más a qué dedicarse, por
su edad, tuvo que laborar en la transportación de personas en su bicitaxi, que
con mucho trabajo adquirió hace unos años. Una labor informal la suya, pues no
paga impuestos, excepto una “cuota” que, muy seguramente, terminará
enriqueciendo a tal o cual “líder” o “autoridad”. Cada vez más la “informalidad”
es la única alternativa de empleo para millones de personas, sobre todo en esta
cada vez más profunda crisis económica, una más del capitalismo salvaje. En México,
más del 60% de la gente empleada lo hace en la “informalidad” (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2012/12/economia-informal-la-verdadera.html).
El
pasaje que se cobra por persona es de cinco pesos, comenta, si cae dentro del
rango de los dos kilómetros. Si es mayor la distancia, aumenta un peso o más,
depende. “Sí, casi siempre le piden a uno ir de aquí (Bodega Aurrerá Ixtapaluca)
a Palmas o a la Cruz Morada… y eso se cobra a cinco pesos”, nos aclara. Como
dije, por su edad, 72 años – que no se le notan, le comento, pues se ve de unos
65, cuando mucho –, don Benito ya no pudo conseguir trabajo en ningún lado.
Nos
comenta que es variable lo que gana como transportista de bicitaxi. Este medio
sería el ideal de movilidad para pasajeros, totalmente ecológico, pues depende
de la fuerza del conductor, el cual realmente requiere de cierta capacidad
física, pues no es fácil hacerlo. Tan sólo, para empezar, se debe de arrastrar la
cabina de pasajeros, que, calculo, debe de pesar al menos unos setenta kilos.
Luego, el pasaje, que puede ir de una persona, otros sesenta kilos a ochenta
kilos en promedio (dependiendo de si es obesa o no), a dos o tres o hasta
cuatro, lo que ya serían entre 240 a 280 kilos más.
Así
que un bicitaxista debe de arrastrar, en promedio, de 140 a casi 300 kilos por
viaje, como dije, dependiendo del número de personas. Por lo que no es un
trabajo para cualquiera. Debe de hacerlo una persona que tenga de regular a muy
buena condición física. He visto, incluso, mujeres conduciendo bicitaxis, lo
que demuestra que son tan o más capaces para desempeñar cualquier labor que un
hombre. Pero, insisto, no es un trabajo que pueda desempeñar alguien débil, que
no tenga una aceptable o buena condición física.
Y es
el caso de don Benito, quien aún se ve muy correoso para sus 72 años. A pesar de
usar gorra, se ve muy quemado su rostro – como el de todos los bicitaxistas –,
así como sus brazos. Le pregunto que cuánto gana al día. “Pues, mire, si le va
a uno bien, me voy ganando doscientos, doscientos cincuenta pesos… y, cuando no
hay mucho pasaje, pues ochenta, cien pesos… pero siempre sale, gracias a Dios”,
dice. Es decir, que su salario mensual, pedaleando a diario, oscila entre dos
mil cuatrocientos a unos seis mil pesos, cuando más. No es mucho, considero,
para el gran esfuerzo que hace el señor a diario. Además, es lo único que perciben
todos los que se dedican a eso, no hay prestaciones, ni nada más. Si se
enferman, ellos deben pagarse sus medicamentos, pero no ganan nada los días que
dejen de trabajar. Lo peor es para los que alquilan el vehículo, pues,
entonces, deben de sacar más al día para pagar lo del alquiler, me dice.
Le
pregunto si tiene familia. Me dice que tiene tres hijas, pero ya están todas
casadas. Es viudo, así que ya, de eso, mantener a una esposa, no debe de preocuparse.
Y su horario de trabajo es de todo el día, pues aunque no haya mucho pasaje,
debe de estar “buscándole”, para ver “qué cae”.
Particularmente,
no soy muy dado a emplear bicitaxis, pues es, considero, experimentar el
síndrome de la explotación del trabajo humano directamente. Me explico: es ver
el esfuerzo que hacen los conductores para arrastrar cabina junto con pasajeros
y, peor, cuando tales pasajeros van con sus compras. Al pagar, se aprecia la
considerable sudoración de sus rostros, sobre todo en días soleados. Al menos,
en mi caso, no les pago los cinco pesos que cobran, sino que les dejo diez
pesos o más, como hago con don Benito, a quien agradezco sus palabras y deseo
que siga teniendo mucho pasaje ese día.
El trabajador de limpia
Lucio
tiene 32 años. Trabaja en el servicio de limpia de la ciudad de México desde
hace 20 años.
Su
sueldo base es de 3500 pesos a la quincena – menos los descuentos, por
supuesto. Es de Michoacán, de un poblado muy cercano a Morelia – “Está entre
Morelia y el aeropuerto”, aclara. Es casado y su primer hijo tiene un año, ocho
meses. “Hoy nos quedamos en año nuevo aquí, porque se me puso enfermo, y estaba
muy delicado para viajar, porque me dijo mi familia que estaba haciendo mucho
frío en las noches y un calorón en el día. Y tampoco fuimos a Puebla – estado
de donde es su mujer –, porque también estaba haciendo frío”, comenta.
Vemos
que sigue siendo la ciudad un centro de atracción, sobre todo laboral, aunque
quizá también porque, últimamente, la inseguridad ha aumentado en los estados y
la capital se considera “más segura” que otras entidades del país. Como sea, la
gente decide venir a la ciudad y asentarse en la periferia, que es el caso de
Lucio, quien dice que vive en “Chimalhuacán”.
Como
entra a las seis de la mañana a trabajar, a un depósito (de los botes de
limpia) cercano al metro Boulevard Aeropuerto, en la colonia Valentín Gómez
Farías, debe de salir a “las cuatro y media o cuarto para las cinco… depende de
cómo vea el tráfico”. Llega a las cinco, cinco y media. “Como me llevo bien con
los encargados, me dan chance de que empiece a barrer a esa hora, no tengo que
esperarme hasta las seis”, dice. Y es que, gracias a ello, que esté “bien” con
sus, digamos, jefes, es que no siempre le asignan los “sectores” difíciles. Uno
de ellos es barrer “desde la calle 19, hasta la 47… es muy dura, porque, como
están las estaciones del metro, se genera mucha basura y también en las
calles”. Su salario lo complementan las propinas. “Me saco que doscientos o
trescientos pesos… o, a veces, hasta cuatrocientos me llego a ganar, cuando me
va muy bien… lo menos que me gano son cien pesos… ¿pero quién se los da, no?”,
cuestiona. Es cierto, reflexiono, si ya se tuviera un empleo en donde uno
ganara extras cien pesos diarios, serían muy buenos.
El
problema es que esas propinas no son para Lucio solamente, sino que debe de
repartirlas. “Sí, es que es para quedar bien con todos, que los del depósito
(donde se guardan los carros con los botes de basura), que los del camión
(diariamente debe de acudir a vaciar sus botes en ese vehículo), que el que le
asigna el sector… por eso, mejor, les doy su parte”.
Eso
demuestra que el sistema de “cuotas” que todos los mandos cobran, sigue estando
muy corrupto, siendo los trabajadores más bajos en la escala laboral, los que
generan esas dádivas, como hace Lucio, quien “debe de quedar bien” con sus
superiores para que, afirma, “me dejen trabajar a gusto”. La corrupción sigue
estando presente. Y quizá porque quieran suprimir los privilegios de los “altos
mandos” sea que por estos días se haya convocado a una “protesta de
trabajadores de limpia de la capital” (ver: https://www.jornada.com.mx/2019/01/09/capital/028n3cap).
Pero sí obtiene Lucio, al menos, una quincena
más al mes por propinas, me dice. Así que debe de obtener unos diez mil, once
mil pesos, por lo menos. No le va mal, tomando en cuenta que un profesor de
secundaria, por ejemplo, con una profesión, como una licenciatura, percibe seis
mil pesos mensuales por doce horas, menos descuentos, claro. Ambas labores son
valiosas, claro, pero me parece que debería de valorarse más el trabajo de los
mentores, pues han sido años de preparación para haberse formado como
profesores. El trabajo de Lucio requiere de esfuerzo, por supuesto, y hasta que
se haya acostumbrado a tratar directamente con desechos, polvo y otras cosas
dañinas a su salud, pero toda labor conlleva problemas de salud y muchos otros inconvenientes,
incluso hasta presiones psicológicas (mi hermano es profesor de música en una
secundaria. Me comenta que en tan sólo dos meses murieron dos maestras, de unos
sesenta y tantos años cada una, quizá por los problemas ocasionados por la
presión de estar tratando con adolescentes, algunos de los cuales son
incontrolables, como afirma aquél).
Todo lo que junta de PET, cartón, latas y
otras cosas reciclables se los da “al del camión”. “Podría venderlos yo, pero
me ocasionaría problemas… mejor se los doy todo a ellos y que ellos lo vendan”,
afirma.
Le pregunto qué cosas ha visto en el tiempo
que tiene trabajando de barrer calles y recoger la basura de casa en casa.
“¡Muchas cosas… me he encontrado con perros muertos, personas muertas, bebés
muertos!”, exclama. Lo de los perros muertos, considero, es común, sobre todo
porque como hay personas que no tienen compasión por los animales, se les hace
fácil matarlos envenenándolos o atropellarlos. Las personas muertas, comenta
que se trató de indigentes que murieron por congestión alcohólica. “Sí, antes
había una pulquería en la calle quince, y allí me tocó ver a dos indigentes que
se quedaron muertos de tanto tomar”, dice. Y también a algunos otros que han
muerto de frío, los ha visto y da parte a las autoridades, como siempre hace en
casos así. “Sí, he visto bebés muertos tirados en la calle”, continúa, con voz
grave. Eso quizá sea lo más grave y deshumanizado que pueda haber, que haya
personas que se deshagan, como si fueran basura, de recién nacidos, con tal de
no tenerlos como “carga”, sobre todo cuando se trate de personas de escasos
recursos, pero no puede ser una “solución” que los tiren a la calle. “¿Y no se
arremolina la gente?”, le pregunto, sobre todo porque esos eventos juntan a
gente que, tan sólo por el simple morbo, se acerca a mirar. “Pues es que como
yo los veo desde temprano y aviso, a las siete ya vienen las ambulancias o la
policía y ya recogen los cuerpos”, afirma.
También ha presenciado robos. “Es que es
gente que va hablando por su celular y trae sus audífonos y, entonces, los
rateros se les abalanzan y los tiran y les roban las cosas… y como vienen en
motos, pues no hay nada qué hacer”, explica, resignado.
Esto último es, por desgracia, una situación
que cada vez se agudiza más y más, los robos callejeros, cometidos por
motociclistas, quienes a bordo de esos vehículos, huyen más fácilmente. Deberían,
considero, revisarse los antecedentes penales a las personas que compren una
moto, por lo menos nueva, quizá como forma de reducir en algo esa situación.
“A veces veo a cuates que están con su
capucha puesta, rondando un carro y le toco la puerta al dueño, porque lo
conozco, para avisarle que a lo mejor le quieren robar una pieza”, continúa
Lucio. “Me gusta ser así, si puedo, avisar o ayudar”, dice, y su rostro afable,
así como su conversación, confirman su forma de ser.
Sí, como cuando, en una ocasión, presenció un
atropellamiento de una mujer a la que él conocía. “Sí, ella se cruzó sin
fijarse bien, y el carro iba rapidísimo, y que la avienta… como de este árbol
al otro – señala, lo que es una distancia de unos diez metros –… ¡y quedó viva!
Y el carro que se para, pero como no había policías, ni nada, porque era muy
temprano, que se pela… y que me acerco y que la veo que estaba viva y que le
digo que no se preocupara, que yo iba a ir a avisar a su familia, porque yo
sabía dónde vivía. Y ya que llego y que toco bien fuerte, y no me abrían… y,
ya, que me abre su hija, una muchacha joven, y que le digo ‘mira, tu mami está
bien, pero fíjate que la atropellaron afuera de la panadería’, y que ¡sale
corriendo como loca!”, exclama Lucio, de esa, muy entendible, reacción de la
chica al saber lo que le había sucedido a su madre. “Hasta donde sé, la señora
está bien, en lo que cabe, pero sufrió fractura de cadera”, continúa, la mirada
reflexiva, probablemente recordando el terrible incidente.
Su día debería de terminar a los de la tarde.
“Pero me sigo, porque debo de dejar limpios los botes, así que salgo a veces
hasta las tres o más”, indica. Dos veces al día se llenan sus botes de basura y
las dos veces debe de acudir al camión de la limpia a vaciarlos.
Lo felicito por ser tan solidario, en todo,
hasta en sus propinas, y le deseo buen día.
En Lucio, viendo que siempre está tan
optimista y sonriente, sí aplica eso que decían del “colmo de un barrendero”,
de que siempre “ba…rriendo”.
Contacto: studillac@hotmail.com