miércoles, 23 de enero de 2019

Conversando con conductores de Didi


Conversando con conductores de Didi
Por Adán Salgado Andrade

No hace mucho, comenzó a dar servicio también en México la plataforma de transporte de personas mediante una aplicación del celular, una más de las que ya existen. Es la empresa china Didi, la cual empezó a ofrecer mejores condiciones para los conductores que la empresa Uber, sobre todo que cobra 10% de comisión de cada viaje, en lugar del 24% que carga Uber.
He platicado con algunos de los conductores de Didi y me han dicho que usaban, y siguen usando, Uber, pero que han visto más ventajas con Didi, la que comenzó ofreciéndoles cinco mil pesos si se pasaban a esa empresa china, además de la citada menor comisión por cada viaje. Usan mayoritariamente Didi, pero cuando hay mucha demanda de Uber en alguna zona, que los viajes se cobren muy caros porque sea muy demandado el servicio, algunos abren otra vez su plataforma de Uber para aprovechar (en el pasado 24 de diciembre, quisimos trasladarnos a la cena navideña en casa de mi hermana. Como no había ningún conductor de Didi disponible, decidimos emplear Uber. Un viaje en ésta plataforma a su casa, en condiciones normales, no cuesta más de ciento veinte pesos. Esa noche, por ser servicio “pico” de demanda, la tarifa era de 380 pesos. Preferimos, mejor, ir al otro día, al “recalentado”).
Fuera de las circunstancias por las cuales, de repente, usen una u otra plataforma, las cosas que platican algunos de ellos, son interesantes.
En seguida, dos de esas conversaciones.
David es uno de ellos. Estamos en el quinto día de la estrategia de López Obrador para combatir el robo de combustibles, así que con eso inicio la conversación, preguntándole cómo le ha hecho él para paliar el problema.
“¿No te ha afectado lo de la escases de gasolina?”, le pregunto. Y me dice que, hasta ese momento, no, “porque, como yo cargo todos los lunes tanque lleno, más un garrafón de sesenta litros, para no estar facturando cada que cargo, y lo de la escases y racionamiento comenzaron hasta el martes en la tarde, hasta ahora, no he tenido problemas. Pero muchos compañeros deben de andar cazando en dónde hay gasolina… se tienen que desvelar para cargar, unos, nada más veinte litros, porque sólo les venden eso”, me contesta.
Inevitablemente sale lo del tema de la “guerra al huachicol” que implementó López Obrador. David me dice que está de acuerdo, porque nadie se había encargado de combatir ese flagelo, que sangra los ingresos de Pemex, por algo así como 45 mil millones de pesos anuales (ver: https://www.jornada.com.mx/2019/01/15/economia/019e1eco#).
Pero espera que “ojalá y se arregle pronto lo de la escases, pues, la verdad, no creo que la gente aguantemos mucho”, dice, reflexivamente.
Aborda el tema de que en Puebla, de donde él es originario, era “descarado” el robo de gasolina, pues en muchos lados la vendían robada y “hay más huachicoleros que gasolinerías”, dice. Esto me lleva a preguntarle qué opina la gente sobre lo del supuesto “accidente” de Rafael Moreno Valle (ex gobernador de Puebla), junto con su esposa, en el que ambos murieron. “Huy, no, eso nadie lo cree…seguro fue arreglado. Le han de haber dicho al piloto, ‘mira, bájanos aquí, y te sigues’, y ese cuate fue el que pagó, pobre, sí, pero nadie se la cree”, afirma enfático. Y continúa platicando sobre todos los negocios de Moreno Valle, gánster panista que, dice David, y es sabido, era la cabeza del muy lucrativo negocio del robo de combustibles en Puebla. “Cuando estaba de gobernador, hizo el Metrobús, quitó a concesionarios y él se quedó con todo. Y puso a su mamá como administradora. ¿Tú crees que no se haya puesto de acuerdo en que la señora le mande sus ganancias a donde se haya ido?”, me pregunta. “Sí”, digo, pensando en esa posibilidad, que mucha gente ha considerado. “A ese cuate, se lo traían en la mira, por pinche ratero, lo iban a meter a la cárcel y por eso hizo lo del accidente arreglado”, vuelve a afirmar categórico David.
Y eso, el robo de la gasolina, nos lleva a que la gente que lo hace – los pobres, no los ladrones de cuello blanco, empleados y directivos de Pemex, varios de ellos –, es por las condiciones de miseria que existen en el país y que, para muchos, es la única opción (trágica, a veces, como las decenas de muertos que dejó el estallido de ductos en Tlahuelilpan, Hidalgo, además de los que usualmente han ocurrido varias veces antes).
Le pregunto sobre su familia. Y me dice que tiene una hija y un hijo. “Mi hijo terminó de ingeniería en la UNAM y ya trabaja, de eso de sistemas, y mi hija, estudia medicina, también en la UNAM, dice, así que, afortunadamente, ya no es el de David, el único ingreso.
Vive en Santa Fe, dice. Y, ni modo, a veces anda hasta el otro lado de la ciudad. “Pero así es esto, si quieres que te vaya bien, no debes de quejarte hasta dónde te lleven”.
Dice que antes trabajaba distribuyendo lubricantes. “Me la pasé diez años en eso, pero, como llegó otra empresa más fuerte, en donde trabajaba, quebró… me liquidaron y con eso compré este carro y me puse a trabajar de esto…ya llevo dos años y… me va bien, no me quejo”, afirma.
Eso que cuenta sobre que una empresa más fuerte llegó e hizo quebrar a la que trabajaba, es, por desgracia, muy frecuente, pues ¿cuántas empresas en el país han seguido la misma suerte? Miles, por desgracia, y seguirán muchas más, porque el capitalismo salvaje, en sus ansias de ampliar mercados y asegurar el poco o mucho consumo que haya, ha ido desindustrializando y arruinando la economía de empresas y de países enteros (eso permite entender por qué se están dando hordas de migrantes de países pobres a ricos, pues las empresas de éstos, han arruinado buena parte de la actividad comercial de los países sometidos, la mayoría).
Agradezco a David la amena plática y su buen servicio. Siempre es menos incómodo, al menos para mí, platicar con los conductores de esos servicios, pues eso humaniza más el tiempo que se pase con ellos.
El segundo conductor que referiré, por la cuestión de que, muchas veces, la localización que da la aplicación no es tan certera, me debe de recoger frente a una farmacia, en la que quedamos de acuerdo mediante la llamada telefónica que él me hace, pues dice que ya lleva varios minutos esperando y le reviro que yo también.
Está lloviendo (lluvias de enero, que, según las tradiciones, anuncian un año lluvioso. Ojalá así sea) y ya lo veo.
Héctor, se llama este conductor. Y tocamos el punto de que la localización no es tan segura, pero que, lo bueno, es que la llamada, sea del conductor o del cliente, arregla ese problema.
De nuevo le pregunto cómo se las ha arreglado con lo de la escases de gasolina y me dice que el martes anterior había cargado medio tanque, pero que siempre tiene en casa una reserva. “De haber sabido, cargo todo el tanque, pero me apendejé”, dice. Y también espera que pase pronto. Recrimina que no se haya hecho más planeado lo del robo de la gasolina. “Así, si te avisan, pues te preparas, ¿no?”, dice, molesto. Él, desde hace tiempo, comenzó a emplear etanol y ahora le ha servido, porque, de por sí, ahorra más gasolina usándolo. “Yo le echo quince por ciento de etanol por ochenta y cinco por ciento de gasolina… y me rinde más”. Esa mezcla es, justo, lo que hacen en países como Brasil, en donde el etanol les permitió, cuando en los 1960’s, no tenían petróleo, ahorrar algo en las importaciones de gasolina, pues lo que más tenían era el bagazo de la caña de azúcar, de donde obtenían el etanol.
Me parece razonable lo que me platica Héctor. Dice que eso lo copió de un cliente al que, hace tiempo, transportó, justamente para comprar etanol. “Me dijo que se lo iba a echar a un carro para que pasara la verificación. Como me dio su teléfono, le marqué luego y me dijo que sí había pasado y me pasó el tip de dónde comprarlo y cuánto echarle. Y sí, me ahorro como un veinte por ciento, por cada tanque”.
El carro no es suyo. “Es de una señora y, no es por nada, pero le trabajo bien, le doy su mantenimiento, no lo maltrato. Le doy dos mil a la semana y nos vamos a las michas en gastos… ¡se lo quitó a un pinche chavo que nada más se la transaba! Una vez le dijo que le había salido un viaje a Acapulco, que dos mil pesos le iban a dar, más de lo de la gasolina, pero puro choro, el güey se fue y yo creo que echó su desmadre y que regresa, como a los dos días y le sale con la mamada de que lo habían asaltado y que no le habían dado nada… ¡puro cuento! Era un chavo como de veinte años, irresponsable. Mejor se lo quitó y me lo dejó… y no hemos tenido ningún pedo”, refiere Héctor.
Sí, por desgracia es muy común lo que me platica, pues ya, otras veces, conversando con taxistas, me han contado lo de choferes irresponsables, que no cuidan los autos, los cuales son, a fin de cuentas, su modo de ganarse la vida, les meten aceite de tercera, manejan como cafres y chocan, no les importa si recogen o no pasaje…
Parte de la idiosincrasia del mexicano, legado de lo que yo llamo herencia colonial maldita, que nos convirtió, entre otras cosas, en indolentes, desinteresados en lo que suceda, viviendo sólo por vivir, gravitando en la existencia, actuar irresponsablemente, como el ejemplo que acaba de referir Héctor.
Y También tocamos el tema de a qué se dedicaba antes de ser conductor.
Me platica que trabajó en la Procuraduría General de la República, en el área de “trata de personas”. Un tema terrible y delicado éste, que deja millones de pesos de ganancias en el país cada año, a los infames grupos delincuenciales que se dedican a ello. “Sí, luego hacíamos los traslados de las casas de seguridad, en donde habíamos localizado que tenían a la gente, a los separos, por seguridad de los secuestrados, pero tenías que estar bien a las vivas”. Le pregunto que si se debía a que, si a veces, trataban de rescatarlas los traficantes o por qué. “No, fíjate, había unos que les llamábamos traslados muy calientes. Te tenías que cuidar no de los secuestradores, sino de los soldados o la marina, que eran los que les daban el pitazo de que llevábamos a tal o cual gente”. “¿¡Tenían que cuidarse del ejército o la marina!?”, exclamo. No precisamente sorprendido, pues ya es de todos sabido que ejército o policías del país son tan o mucho más corruptos que otras instituciones, pero a nivel de que sean los que, dice Héctor, daban los “pitazos” o participaban en los asaltos para “rescatar” a la gente que recién se había sustraído de alguna casa de seguridad, es, simplemente, abominable, inconcebible.
Y son ese ejército y esa marina en los que López Obrador pretende apoyarse para “´pacificar” a México. Creo que debe de pensarlo mucho, pero mucho mejor. Y si va a hacer su Guardia nacional, debe de formarla con elementos frescos, nuevos, hombres jóvenes libres de malicia, inclinaciones corruptas, poseídos de verdaderos valores… no reciclar a cuerpos ya maleados, a quienes lo que menos interese sea la seguridad de todas y todos las mexicanas y mexicanos.
Estuvo ocho años trabajando allí, salvándose de que los directivos que sustituían a los anteriores lo despidieran y al resto del personal. “Sabían que teníamos experiencia, pero hasta que llegó una mujer que llevó a sus achichincles y nos corrió, pero no les dijimos nada a los que nos sustituyeron, para que se las arreglaran esos incompetentes… en serio, que eso es lo que pasa en este país, que casi toda la gente son incompetentes en lo que hacen”, dice, enojado. Y estoy de acuerdo con su posición, pues mucha gente que trabaja en cargos directivos, no está allí por sus talentos, sino por sus influencias.
También trabaja como fotógrafo de eventos y fiestas, pero es más esporádico y en estos días de enero de 2019, escasean esas actividades y es cuando más se dedica a la conducción.
Héctor, por fortuna, también tiene hijos grandes, trabajando. Una es maestra y el otro, “trabaja e Izzi, en las conexiones”, dice. Su mujer no trabaja, pero con lo que él gana, se las arreglan.
Agradezco a Héctor el viaje y el tip sobre el empleo de etanol.
En esta época de escases y de crisis, no sólo de gasolina, sino de valores de todo tipo, buenos consejos son los que más necesitamos.
También él, así como David, se ganó su “pulgar arriba”, que en la aplicación de Didi, significa que el pasajero estuvo satisfecho con el viaje… y con la conversación, como yo.