En los EEUU de los 1800’s, casi extinguieron a los búfalos por sus pieles y sus lenguas
Por Adán salgado Andrade
Los europeos y sus descendientes, sean estadounidenses, australianos, canadienses, neozelandeses… han depredado, contaminado, saqueado y manejado al resto del mundo a su antojo, con tal de vivir cómodamente.
Si el planeta está así de depredado y contaminado, cada vez más incapaz de ofrecernos condiciones habitables, es gracias a la codicia de aquéllos.
El excelente libro “Las Venas Abiertas de América Latina”, publicado en 1971, escrito por el gran ensayista uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015) es un recuento de las tantas infamias que han cometido esos bárbaros, que se dijeron “muy civilizados” en su momento, pero que cometieron verdaderos genocidios, atrocidades. Como los españoles, al asaltar y destruir totalmente a la Gran Tenochtitlan en 1521 o los ingleses, que se apoderaron de Norteamérica, para fundar a los Estados Unidos, matando masivamente a tribus enteras de nativos, “en el nombre de Dios”, pues aseguraban esos asesinos ingleses que era “pecado” dejar a tierras tan prolíficas sin cultivar, “y que sólo los blancos, y no primitivos, ignorantes nativos, podían llevar el desarrollo a todo el mundo”, como el mismo Theodore Roosevelt (1858-1919) aseguraba en una discusión con el liberal escritor Mark Twain (1835-1910), quien estaba en contra del expansionismo estadounidense (ver: https://delanceyplace.com/view-archives.php?p=3347).
Y ese “ímpetu civilizador” tuvo que ver con la masacre y casi extinción de muchas especies de animales nativos de Norteamérica. Uno de ellos fue el búfalo, que fue masacrado por “civilizados blancos”, por sus lenguas – consideradas en ese entonces una delicia – y por sus pieles.
Eso se narra en el libro “Dodge City”, escrito por Tom Calvin, publicado en el 2017 por St. Martin’s Press, un extracto del cual, sobre dicho tema, publica DelanceyPlace, de donde lo retomo (ver: https://us5.campaign-archive.com/?e=fa90d7d342&u=6557fc90400ccd10e100a13f4&id=6eccecadfc).
Una introducción al extracto indica que en los 1800’s, había millones de búfalos en Norteamérica, que los pueblos nativos sólo cazaban por necesidad y únicamente los necesarios, “pero vino la locura blanca en el este, buscando las lenguas y las pieles de esos animales”.
Dice Calvin que bastó para que en sitios como Nueva York, Filadelfia, San Louis y Boston se viera como una “delicadeza al paladar a las lenguas de los búfalos, para que tipos sin escrúpulos, los cazaran, les cortaran las lenguas y dejaran pudrir al resto del cuerpo”.
¡Nada más vean, cómo ya desde entonces la mezquindad ha existido. Es lo que sucede con los miserables que matan a un elefante, sólo por sus cuernos de marfil. Igual, dejan los cadáveres, despojados de sus colmillos, descomponiéndose en la inclemencia. No es posible tanta demencial crueldad, simplemente, por dinero.
Cuando Toro Sentado (1831-1890), líder de los Hunkpapa Lakota, y su gente, cazaban búfalos, “juraban al Gran Búfalo Blanco que no desperdiciarían un solo pelo del animal”, pues los consideraban sagrados e indispensables para su sobrevivencia (ver: Memorias del Fuego, volumen III, publicado por Siglo XXI Editores, y escrito por el ya mencionado Eduardo Galeano).
Pero no eran sagrados para los, ésos sí, salvajes, que con sus fusiles, podían estar matando a varios animales durante un día.
Los mismos nativos se vieron forzados a matar búfalos para quitarles sus pieles y venderlas, con tal de sobrevivir, pues fueron reducidos por los ladrones y saqueadores de sus tierras a un nivel de indigencia terrible, aventados en “reservaciones”, muchas de las cuales eran sitios inhóspitos (a pueblos como los Osage, los expulsaron de sus tierras hacia Oklahoma, pero este sitio resultó tener grandes reservas petroleras. Entonces, como ya no podían echarlos nuevamente, se encargaron los “blancos”, mediante fraudes y hasta asesinatos masivos, de quedarse con lo que más pudieran de las ganancias que tanto petróleo estaba dejando. Decían que los Osage, “no tenían capacidad in inteligencia para administrar tanta riqueza”. Ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2023/06/a-muchos-osage-los-mataron-los-blancos.html).
Pero las pieles que los nativos curtían, apenas eran unos cientos, no ponían en peligro a los millones de búfalos que había.
Sin embargo, dice Calvin, en los 1870’s, se ideó una mejor técnica parar curtir las pieles, que las dejaba muy suaves y de buena calidad, lo que inició las masivas matanzas. “Una piel la podía vender un cazador en $3.50 dólares (equivalentes a $81.96 en la actualidad), así que si mataban a diez, eran $35 dólares diarios ($2,868 dólares actuales), una suma que muchos hombres en Misuri no ganaban ni en un mes”.
Y eso desató la “locura blanca”, como se indicó al principio.
Cazadores sin escrúpulos, no veían a diez búfalos como el tope, sino el mínimo. “Tom Nixon, un rudo cazador, mató en 35 días a 3,200 búfalos (un promedio de 91 diarios), incluyendo un gran día en que asesinó a 120 animales en cuarenta y cinco minutos. Otro fue Brick Bond, un curtidor que tenía a su servicio a 15 desolladores y los mantenía ocupados matando a 250 búfalos diariamente. Como lo importante eran pieles y lenguas, la carne se dejaba pudriendo, devorada por lobos y coyotes o alguna era vendida a los constructores de ferrocarriles, para que alimentaran a sus trabajadores (negros, la mayoría)”. Un verdadero Apocalipsis de pobres búfalos.
Y eso, señala Calvin, era como para impresionar que iniciaba la producción masiva. “Tan sólo en el invierno entre 1873 y 1874, más de 1.5 millones de pieles fueron transportadas por tren desde el oeste hasta compradores del este. Charles Rath, empleó la línea del tren Atchison, Topeka & Santa Fe, que cruzaba Dodge City, para transportar más de 200,000 pieles de búfalo, además de usar 200 vagones para transportar ancas de esos animales y dos carros de sus lenguas”.
¡Imaginen, 200 vagones de las ancas de esos animales y dos para sus lenguas! Por eso lo hacían en invierno, para que no se pudrieran tanta carne y lenguas.
En efecto, esos bufaleros, si así podría llamárseles, se jactaban de ser productores masivos, dignos representantes del capitalismo salvaje, voraz, que no tiene límites. ”Y no les importaba a esos hombres de negocios apilar sus pieles junto a las vías de los ferrocarriles y a los eficientes cazadores a seguir matando animales, con tal de que todos se hicieran ricos rápidamente”. Una foto los muestra, sentados pasivamente, sobre cientos de pieles que formaban altos montículos, a la espera de los trenes.
Y como en el salvaje oeste, no había restricciones de ningún tipo, los pobres búfalos estaban a su suerte, indefensos. “Lo peor es que no se movían cuando uno era abatido, seguían pastando, como si nada. No hacían como otras especies de animales que huían despavoridos. Pero, si lo hacían, el cazador sólo mataba al líder, disparándole a los pulmones, lo que lo dejaba agonizando, y el resto de la manada se detenía y, pasivamente, esperaban su turno para morir”.
Inexplicable su actitud. Quizá como vivieron por siglos sin molestia, más que la de los flechazos de los nativos cuando los cazaban, no desarrollaron temor o no entendían los balazos y probablemente fueran hasta indiferentes a la muerte. El deceso de uno de los de su especie era algo que probablemente su inteligencia no procesaba y no les ocasionaba temor alguno o les parecía algo inevitable y se resignaban (eso me recordó cuando de pequeño iba a la tierra de mi madre, Huautla, Hidalgo, en la huasteca hidalguense. Mi tía se dedicaba a la cría y matanza de cerdos. El pobre animal en turno para ser sacrificado, era degollado, para que muriera desangrado. ¡Emitía horribles gritos, que crispaban, pero el resto de los cerdos dormían tranquilos, como si nada hubiera estado sucediendo!).
Dice Calvin que desde Dodge City hasta Colorado había decenas de campos de cacería, “operando rápida y sangrientamente en 1873. Decenas de miles de búfalos eran asesinados y desollados. Y casi toda la carne se desperdiciaba. La gente veía con desprecio a los cazadores, por el peculiar mal olor que emitían y su aspecto desaliñado, con manchas de sangre por toda su ropa. Pero todos estaban haciendo buen dinero, hasta que los búfalos ¡comenzaron a desaparecer!”
Ningún animal iba a aguantar esa masacre, de matarlos por miles a diario. Sobrevivieron milagrosamente, pero ahora que se han recuperado algo, los nefastos ganaderos locales no los quieren que porque “enferman a sus vacas con brucelosis”. Pero esa enfermedad está casi desterrada, según las autoridades sanitarias. De todos modos, si salen de sus reservas naturales, como el parque Yellowstone, los rancheros, actuando como los cazadores de los 1800’s, los matan, sin cerciorarse siquiera de que estén, en efecto, enfermos (ver: https://abcnews.go.com/WNT/story?id=129218&page=1y)
Y no es la única barbaridad que los “civilizados estadounidenses” han cometido contra animales. En los 1920’s, a lobos y coyotes casi los extinguieron a balazos o con carnadas envenenadas, pues eran considerados “plagas nocivas”. Al hacerlo, provocaron que verdaderas plagas como ratas de campo u otros roedores, de los que antes se alimentaban aquéllos, se reprodujeran masivamente, dañando las cosechas (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2022/06/a-lobos-y-coyotes-casi-los-extinguieron.html).
Esa es, pues, la nefasta “gran civilización” que han expandido los europeos por siglos por todo el mundo, con tal de vivir cómodamente, aunque haya actualmente países a punto de desaparecer por pobreza, violencia, recursos naturales devastados, mares que se elevan y los inundan…
Entonces, preguntaría, ¿quién era más civilizado, un nativo que hasta pedía perdón al Gran Búfalo Blanco cada que mataba a un búfalo o un cazador que mataba, sin escrúpulos, ni remordimientos a 120 al día, sólo por sus pieles y sus lenguas, para enriquecerse rápidamente?
Ustedes decidan.
Contacto: studillac@hotmail.com