De conciertos, veladoras y tiroteos
Por Adán Salgado Andrade
La Nueva Escuela Mexicana, NEM, enfatiza mucho que la educación artística, como la enseñanza musical, es primordial para sensibilizar a las y los estudiantes, alimentar su espíritu y que sean seres pensantes en su adultez, que sean solidarios, cultos, conscientes, preocupados, compartidos…
Justamente mi hermano, Ricardo Salgado Andrade, guitarrista concertista de profesión, egresado de la Facultad de Música de la UNAM (además de apasionado rockero por muchos años, con un proyecto en la actualidad de rock en náhuatl, con su grupo Tenochca Rock), se dedica a esa noble tarea de enseñar música en secundaria.
En el turno vespertino, en la secundaria 64, a pesar de la precariedad de las instalaciones, se ha aplicado a impartirla lo mejor posible (“Como si fuera escuela particular”, se jacta), habiendo gastado de su propio sueldo para habilitar un “salón de música” que estaba en pésimas condiciones , pues ni el piano con el que cuenta, servía. También ha adquirido guitarras, flautas, melódicas y hasta instaló un monitor para mostrar videos que coadyuven a la enseñanza.
Y tanta ha sido su dedicación, que hasta formó un coro de niñas y niños, que han alcanzado niveles de excelencia, pues les recomienda que “sientan la música, emociónense al cantar” y lo hacen en español y en náhuatl.
Para impulsarlos todavía más, los animó a participar en un concurso de escuelas de la zona. Participaron 14 planteles y el grupo de 22 chicas y chicos formado por mi hermano, quedó en primer lugar, lo que fue muy alentador para todas ellas y ellos y para Ricardo, pues fue producto de su esfuerzo conjunto, no sólo por la enseñanza, sino para que ellas y ellos se sintieran seguras y seguros. “Les dije, ustedes canten como lo sientan, saquen su talento natural que tienen”. La canción con la que ganaron fue la Canción Mixteca, aquélla que comienza con “Qué lejos estoy del suelo donde he nacido…”, en su versión en español (que seguramente han escuchado), pero también en el idioma náhuatl, como mencioné, retomando la traducción que hiciera nuestra madre, la maestra María Andrade Barragán, Macuilxochitl (1928-1998), que ella cantaba tan magníficamente y, también, para difundir esas conocidas canciones populares en nuestro idioma ancestral, el más hablado en nuestro país entre distintos mexicanos originarios.
Luego de ese emotivo triunfo, pasó el coro de niños y niñas a la final, en donde competirían con escuelas de otras zonas de la ciudad. Y el concierto sería nada menos que en la sala José Revueltas del Conservatorio Nacional, una de las más antiguas instituciones para la enseñanza musical. En esa sala han tocado figuras de la talla del maestro Silvestre Revueltas (1899-1940), gran compositor, hermano del escritor José Revueltas (1914-1976), muy importante figura en la literatura mexicana (“Los Muros de agua”, entre sus obras más emblemáticas).
Y todos se entusiasmaron bastante, pues a pesar de la mencionada precariedad, la dedicación y el constante animarlos de Ricardo, los animó bastante, “se sintieron muy seguras y seguros”.
Y, muy decididas y decididos, las y los chicos, junto con Ricardo, se prometieron que darían todo de sí, con tal de ganar o de quedar en un muy aceptable lugar, pero que todos, jueces y presentes, notaran su entusiasmo y sus esfuerzos.
Ese concierto fue el lunes 26 de febrero del 2024.
Ricardo, hasta se encomendó a Macuilxochitl, con tal de que los cobijara a todas y a todos con sus espirituales energías (siempre hemos creído que ella anda por allí, cuidándonos y protegiéndonos. Lo hemos comprobado, por distintas circunstancias que salen del alcance de la presente crónica).
Y le prendió su veladora. Para ella, pero también para Tezcatlipoca y para Ometeotl, fuerzas mexicas que nos brindan igualmente sus energías.
Con esa seguridad (o, al menos, para darse más confianza), fue que Ricardo partió al encuentro de sus “alumnitas y alumnitos”, como cariñosamente los llama, en la mañana de ese lunes. Fue una barbaridad, pues como el concierto comenzaría a las ocho horas, todos debían de estar en la sala a las ¡siete de la mañana! Así que la cita fue a las cinco y media, en las inmediaciones de la secundaria, muy cerca del metro Eduardo Molina. De allí, un autobús que alquiló la directora de la escuela, los llevaría al Conservatorio.
“¡La llegada fue totalmente surrealista!”, narra Ricardo, al recordar la impresión que le ocasionaron los
Hechos que lo recibieron al ir llegando al sitio. Resultó que se vieron envueltos en una balacera.
Había pedido un Uber por la plataforma, pues llevaba un teclado, con el que acompañaría al coro, y otras cosas. “¡De repente, vi un auto y dos tipos que sacaron unas armas por las ventanas, yo creo que eran unas Uzi (especie de subametralladoras israelitas, que pueden disparar varias balas) y comenzaron a disparar!”, exclama, recreando la violenta escena.
Los agredidos estaban entre el Uber y los agresores, así que las balas también podrían haber impactado a Ricardo y al conductor, quien, al principio, no parecía que se hubiera percatado de la situación. Ricardo se agachó, pues era claro que las balas podrían haberles dado. “¡Muévete rápido!”, le recomendó a aquél, mientras seguía la balacera, respondida ya por los agredidos, quienes corrieron hacia unas motos.
La acción fue tan rápida, que Ricardo la recuerda entre flashazos, digamos: los agresores, los agredidos corriendo, ellos, acercándose al autobús…
Luego, Ricardo bajó rápidamente del auto, mientras que el conductor le abría la cajuela para que sacara sus cosas. Pero antes de eso, aquél se dirigió a los niños, a los que urgió a que se metieran en el autobús. “¡Métanse chicos, y agáchense!”, gritó.
La balacera estaba amainando y ya se veía a unos metros a uno de los agredidos que yacía en el piso, muerto.
Las patrullas, hasta eso, llegaron unos tres minutos después del violento altercado, dice Ricardo.
Y eso que, supuestamente, han disminuido los delitos de alto impacto. Esa escena habría sido típica de sitios en donde ha recrudecido la violencia, como en Guerrero, Michoacán o Tijuana.
Y es algo perturbador, pues como lo vio Ricardo, a los matones no les importa agredir a terceros, que alguna bala hiera o mate a personas que estén cerca del sitio, los llamados “daños colaterales”, con tal de llevar a cabo su mortífera labor.
Pero aunque, como dije, Ricardo sintió que las balas podrían haber impactado al auto, al conductor o a él, nada, por fortuna, sucedió.
Con ese nerviosismo, subió al autobús, junto con sus cosas, en donde ya esperaban las chicas y los chicos del coro, algo espantados por lo que acaban de presenciar, pero no se amilanaron y hacia el Conservatorio se dirigieron.
Llegaron puntuales.
Los distintos coros tomaron su turno en el escenario. El coro de Ricardo, me platicó, cantó bastante bien, “con mucho sentimiento, se escuchó muy bien, de verdad, muy sueltos las niñas y los niños cantaron, se sintió, la gente lo sintió”.
Y pudieron haber ganado, de no ser porque, como siempre, esos concursos están amañados o porque los jueces, del Conservatorio los tres, favorecieron a la escuela de “fifís”, el Colegio Moderno Windsor. “Sí, las chicas muy bien vestidas, elegantes, blanquitas, pero, sí, cantaron muy bien. Pero es que allí pagan un maestro especial (que es amigo, por cierto, de Ricardo), para que prepare específicamente a alumnas y alumnos para esos eventos”, señala Ricardo, quien reconoce (de sabios hacerlo), que cantaron muy bien y hasta acompañaron su participación con una coreografía.
Las y los chicos preparados por Ricardo, no podían competir en apariencia, “pues llevaban sus camisetitas de la secundaria 64, que mandó a hacer la directora, muy sencillamente vestidos”.
Imagino que eso fue lo que llevó a los jueces a darles el triunfo, deslumbrados por apariencia y, digamos, una buena preparación para el evento. Fue un claro caso de discriminación, pues (habrán considerado los “jueces”) ¿¡cómo darle el gane a una secundaria pública, con estudiantes humildemente vestidos, cantando en náhuatl!? (todavía a estas alturas, hay gente que considera a nuestras raíces como algo inferior, ¡se avergüenza!)
Sin embargo, por la actuación tan emotiva del coro de la secundaria vespertina 64, el preparado por Ricardo, le comentó uno de los organizadores, tendría un reconocimiento oficial, pues “cantaron muy bien”.
Le comenté que hicieron mal, pues persiste el prejuicio de que lo privado es lo mejor, un total absurdo, pues con limitados recursos, el coro preparado por Ricardo demostró que se pueden hacer cosas muy buenas. Comparo lo que logró con lo que se ve en la cinta estadounidense “Escritores de la Libertad” (Freedom Writers), del 2007, estelarizada por Hilary Swank, quien personifica a la maestra Erin Gruwell, quien publicara en 1999 un libro con las experiencias que tuvo con un grupo de estudiantes de High School, de una escuela marginada, con muchos problemas personales, provenientes de familias disfuncionales y con malas influencias, pero que salen adelante y se convierten todos en exitosos profesionistas, gracias a los esfuerzos de la profesora (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Freedom_Writers).
Así, en el caso de Ricardo, quien comenta que entre sus estudiantes, hay varias y varios con problemas, como el que no vivan con sus padres, pues se divorciaron o que el padre está en la cárcel o que van sin desayunar, pues su mamá no tuvo para comprar el gas y hasta que lo adquiera podrá cocinar o que han usado drogas… en fin, son varios los que tienen conflictos. Aun así, Ricardo, mediante la música, su tolerancia, su comprensión, ha logrado que salgan adelante, como lo de haber formado el magnífico coro y haber llegado a tan buen sitio. “Y les digo que van a ser muy exitosos, grandes profesionistas, que llegarán muy alto”, comenta y lo cree, pues sólo hace falta eso, un impulso, el “apoyo psicoemocional”, como lo llama. “Nadie es mala o malo, sólo traen una carga de problemáticas que se les deben de atender, es todo”. Es cierto, no es sólo de castigar o expulsar, como hacen con los “problemáticos”, sino comprender el porqué de tales conductas con ayuda psicológica, como afirma.
“Todos quedaron muy contentos y estaban convencidos de que habían ganado, y eso es lo importante. Les dije que, para mí, ellos fueron los ganadores y que lo vean como un triunfo, aunque oficialmente no les hubieran dado el gane. Y seguro es una gran experiencia que se llevarán toda su vida”, dice, emocionado, Ricardo.
La veladora, concluimos, no hizo el “milagro” de que ganaran oficialmente (quizá lo haga en otra ocasión), pero, sí, que durante la balacera, no hubiera pasado nada grave, como que Ricardo o el conductor de Uber hubieran resultado heridos o hasta fallecidos.
“Sí, ese fue el verdadero milagro”, acordamos.
Contacto: studillac@hotmail.com