sábado, 3 de febrero de 2024

“Toparme con la muerte de frente, me hizo cambiar”

 

“Toparme con la muerte de frente, me hizo cambiar”

Por Adán Salgado Andrade

 

Erick es el conductor de Uber que en ese momento nos lleva a nuestro destino.

La conversación inicia cuando comenta que escuchó un ruido al frenar. “No vaya a ser que falle el carro”, dice, pero al frenar dos veces, piensa que fueron las llantas que tocaron arena suelta.

En auto es nuevo, un Toyota Avanza. “Salen muy malos los carros ya, duran poco”, le digo. “Pero es que este es de recuperación, jefe”, aclara y que el que se lo renta, lo compró chocado y lo mandó a reparar. “Llevo una semana con él, y como que lo estoy probando, para ver si ya no falla”, comenta, en tono de resignación y disculpa. “Pero si fallara, yo les llamo otro Uber, no se preocupe, y manda la aplicación una grúa o el dueño, para que se lleven el carro”, aclara. Por fortuna, no falló el vehículo y ya seguimos a nuestro destino. Vamos de Lomas Verdes hacia el metro Gómez Farías, a las ocho de la noche, en jueves de quincena, con un muy lento, pesado tráfico, así que cualquier conversación, hasta para el conductor, es bienvenida.

Platica que tiene unos siete meses conduciendo para Uber, que el carro es rentado y debe de dar tres mil pesos a la semana. Es más duro el trabajo para los conductores que rentan el vehículo, pues deben de sacar unos mil quinientos pesos diarios, para que les salga para gasolina, cuatrocientos cincuenta,  y renta, cuatrocientos pesos, más lo de ellos, “y por eso, debemos de andar en chinga todo el día, jefe”, dice Erick.

Le pregunto a qué se dedicaba antes. “Trabajé trece años de call center, pero es un trabajo muy estresante, de verdad, casi queda uno loco… al menos, yo, sí”.

Comenta que era para llamadas de “americanos” (como mucha gente sigue refiriéndose a los estadounidenses). Le señalo que, entonces, debe de hablar un perfecto inglés. “Pues lo hablo”, dice, modesto.

Las llamadas que le hacían siempre eran para quejarse de los servicios de la empresa contra la cual era la molestia, “ni modo que para felicitarme”, señala, irónico. “Sí, trabajaba para AT&T, Sears, PayPal, Amazon, Apple, bancos… sí, y son muy prepotentes los gringos, sí, exigiendo siempre. Si uno no les resolvía, me decían ‘I want to talk to your superviser right now’ y yo los mandaba a la fregada, bueno, les decía que ya tenían que hablar directamente con su empresa, pues el problema era mayor”, dice Erick, con un perfecto acento inglés, cuando arremedó de cómo la mayoría, como él no les podía solucionar el problema, exigían hablar con el supervisor.

Justo esas llamadas tan exigentes, hasta violentas, fue lo que lo estresaba tanto. “Luego, en un día muy pesado, eran hasta mil llamadas, pero por lo menos, quinientas, sí me aventaba”, exclama.

En efecto, debe de ser estresante que una persona, en tono nada amistoso, llame para poner una queja (que están en su derecho, claro, si la empresa o el producto que recibió no cumplen las expectativas) y que el que la reciba, un modesto empleado de un call center, ni siquiera de alguna de las empresas para las que le trabaja dicho sitio, tenga que soportar tantos malos verbales tratos, amenazas, majaderías…

“Yo ya no regreso a eso, no”, enfatiza, pues se nota que sí quedó harto.

Por eso, se metió en la conducción. Luego de su inicial catarsis, digamos, comenta lo difícil que ha sido su vida.

Platicó que de recién nacido, su madre, junto con su hermano mayor, se los llevó a Estados Unidos. “Como allá trabajaba mi papá, de trailero, nos dijo que nos fuéramos allá. Le iba muy bien a mi papá. Y estábamos bien, pero, ya sabe, que un día se enojan, y como mi mamá, que adoro mucho, era, así, de decir ‘me voy’, y no la sacaban de lo que quería, pues que nos regresamos para México. Yo tenía diez años… y, desde entonces, le he hecho de todo, que lavando carros, de albañil, de mesero… de todo, porque no me gusta estar de atenido, ¿no?... y luego me fui a lo del call center trece años pero, como le digo, era muy estresante”.

Dice que anduvo “de cabrón” un tiempo, cuando andaba en sus veintes, “con mi hermano, que nos emborrachábamos, que nos drogábamos… y no crea que así, con mota, no, le entramos al cristal... yo anduve como una semana, todo el día fumándolo, y ni me acordé de lo que hice. Me dijeron que me fui a una fiesta y que andaba todo loco, haciendo desmadre… ¡y de verdad que no me acuerdo de nada!… así de fuerte y mala es esa madre. Mi hermano sí quedó muy afectado, se le olvidan las cosas y se le va la onda, ni puede trabajar… vive en San Luis (Potosí), con mi mamá”.

Le pregunto qué sentía, porqué no podía dejar el cristal. “Ah, pues es que se siente usted muy bien, feliz, que todo lo puede… ¡pero nada más se le baja el efecto, y otra vez se siente mal, triste, desanimado… y por eso se la vuelve a fumar!”, explica. Por eso es entendible que los “enganchen” las drogas a los que las usan, pues sólo drogados, sienten tantas energías y fuerzas para desafiar al mundo.

“¿Y cómo fue que la dejó?”, pregunto. Y ya explica que como en esos tiempos, su hermano y él se juntaban con una “bandita” que lo vendía, allá en san Luis Potosí, pero que como esa “bandita” estaba invadiendo el territorio de unos narcos locales, les dieron una advertencia. “Nos juntábamos con unos gemelos, buena onda, que eran los que vendían el cristal y hasta les ayudábamos a veces, pero que nos advierten los narcos que no nos metiéramos, pero no les hicimos caso… ¡y que nos llegan otra vez, jefe, y que nos dicen que nos habían advertido… y allí estábamos mi hermano y yo y que agarran a los gemelos y que les cortan la cabeza enfrente de nosotros, jefe… ESTUVO BIEN CABRÓN… y que nos dicen que ‘si siguen chingando, ustedes siguen, cabrones’… no, pues toparme con la muerte de frente, me hizo cambiar, neta!”.

¡Vaya impresión que debió de haberse llevado Erik! Esos sicarios son simples máquinas de matar, sin escrúpulos y asesinan de las formas más bárbaras y crueles a quien se les ordene.

De esa vez, ni su hermano, ni él volvieron a las “andadas”.

“Eso me cambió mucho, jefe… pero como tampoco no llevaba mucho tiempo, por fortuna, no me dañó la droga, pero a mi hermano sí, no quedó bien… y a mi mamá, que amo con todo mi corazón, también le dije que se saliera de eso, porque ella se droga, pero me dijo tres veces que no me metiera, y entendí y por eso, mejor, ya los dejé y que me regreso para México (la ciudad)… y me puse a trabajar en lo del call center”.

Dice que eso de las “broncas” que tienen las gangs en Estados Unidos, son de toda la vida. “Trabajé en un call center que está a un lado del Monumento a la Revolución. Se llama Teletec. Allí, revisan a la entrada a los empleados con un detector de metales y todo le esculcan. Fue por un problema que tuvieron hace años, porque dos de los empleados, que los habían deportado de Estados Unidos porque andaban vendiendo drogas, eran de bandas enemigas… y que pues se encuentran en el baño, lo que es el destino, ¿no? Y que se reconocen y que se bronquean, pero que los separan y aparentemente ya todo quedó bien. Entonces, al otro día, uno llevó una navaja y que agarró al otro otra vez en el baño y que se lo enfierra y que lo mata… por eso pusieron los detectores”.

Dice que muchos de los que allí trabajaban eran ex convictos. “Mi supervisor había estado encerrado allá (Estados Unidos) y cuando lo deportaron y llegó aquí, pues que también lo encierran. Y en la nuca, tenía la marca de la gang en la que había estado allá en los iunaites. Pero como se había reformado en la cárcel, cuando salió, le dieron trabajo allí”. Dice que como hablan inglés muy bien, por eso les dan trabajo a los “cholos” o “pochos”, como les dicen a los que tienen, no tanto la doble nacionalidad, sino la biculturalidad, y que la mayoría han sido deportados por conductas ilegales o criminales. Como no se sienten ni de aquí, ni de allá, les es difícil adaptarse. “Les revisan muy bien sus antecedentes penales y si cumplieron condenas, que sí las hayan cumplido y que les enseñen que sí los liberaron, que no se escaparon. Si no, no los contratan”, aclara.

Le menciono que eso se me figura como lo planteado en la cinta estadounidense “Blood in Blood out”, de 1993 (conocida en México como Sangre por Sangre), sobre los feudos a muerte que existen entre las “gangs”, hasta en la cárcel. “Sí, esa película es como un tratado sobre eso, sí, muy buena, de los Vatos Locos, contra Los Tres Puntos, sí, para que aprendan cómo está la cosa”, afirma Erick (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Blood_In_Blood_Out).

“Es que esos cuates nada más andan buscando cómo hacerse de dinero, por eso le entran a lo fácil y por eso los andan matando rápido, entre gangs. Yo, mejor como dice un amigo, prefiero comer frijoles, pero andar tranquilo, sí, no meterme más en broncas porque, digo, para qué quiere uno tanto dinero, si nada más trae problemas, ¿no?”

Muy cierto, pero como es lo que impone este sistema salvaje tan materialista, todos quieren legitimarse teniendo mucho dinero, buenos autos, buenas casas, buena ropa, joyas, relojes caros… y no importa cómo lo logren, sea legal o ilegalmente. Por eso, los narcos “de prestigio”, digamos, como Caro Quintero (Badiraguato, Sinaloa, 1952) o el Chapo Guzmán (Badiraguato, Sinaloa, 1957), buscaban destacar cuando estaban activos, teniendo lujos, como caras propiedades, caros autos y así. Eso los legitimaba en este exageradamente materialista mundo.     

Luego de haberse enmendado, como él mismo afirma, se casó con una contadora. Tuvo una hija con ella, que ahora tiene 12 años. “Nos separamos, porque cada uno tenía metas distintas y así, no puede estarse juntos. Para qué íbamos a estar así, nada más le íbamos a hacer daño a Maira (su hija), pues siempre íbamos a estar peleando. Así, la veo cuando puedo, le doy todo lo que me pide y me ve con gusto”, dice Erick.

Su ex esposa ya tiene otra pareja, “y se lleva bien con mi hija, la respeta, porque si no, ya le hubiera puesto una madriza”, exclama, irónico.

Y él, luego de la separación, conoció a una chica en un call center, con la que se lleva muy bien. “La adoro, de verdad, me ha ayudado mucho, le digo que me ha dado lo mejor de ella y la amo, no podría dejarla ya, pues ahora soy lo que soy, gracias a ella”.

En efecto, muchas veces una persona puede hacer la diferencia, sobre todo, cuando la queremos y nos quiere. Muy importante condición humana, sin la cual, pienso, no se puede vivir (aunque muchos digan que sí pueden estar sin un amor).

Llevan siete años juntos. Ella trabaja desde casa para una empresa de seguros “y le va muy bien”.

No tienen hijos porque dice que, en primera, no cree que estén preparados para tenerlos, dos, porque se sienten a gusto y, tres, “porque, para qué, ya hay mucha gente, no podemos seguir llenando más al planeta de personas”.

En efecto, ya somos demasiados (más de ocho mil millones de personas) lo que, en efecto, está estresando los recursos planetarios, además del depredador y contaminante capitalismo salvaje. Ahora ya se recomienda que para no seguir depredando y contaminando demasiado (además de que tendría que darse un radical giro al impuesto sistema económico capitalista), no se tengan hijos, se use transporte público, se coma vegano, se hagan ciudades más compactas y no se tengan mascotas (imaginen cuántos contaminantes millones de toneladas de excremento y orina producen los millones de perros y gatos que hay por todo el planeta).

Por fortuna, ya cada vez hay más gente que cuestiona el tener hijos, pues no ven un futuro promisorio para ellos, excepto el que vengan a sufrir, sobre todo, los de estratos bajos.

Qué bien que Erick piensa así, aunque, bueno, de todos modos, ya tiene una hija.

Dice que otros de sus hermanos viven en Estados Unidos y que les va muy bien, “tienen muchos negocios”. Le pregunto si no ha sentido deseos de irse para allá. “Pues sí, pero ya tengo muchas cosas aquí, mi hija, mi esposa, mi trabajo… ¿no?, o sea, ya tengo aquí mi vida hecha, no me iría ya”, afirma muy convencido.

El viaje termina, es el último que hará ese día. Y nos llevó hacia el oriente, a pesar de que vive por la zona del Metro Nativitas. “Voy a donde me mande la aplicación”, dice, mientras le doy directamente la propina. Lo prefiero, pues si ustedes se la dan por la aplicación, los conductores no saben quién se las otorgó.

Y es bueno que vaya a donde lo envíen, pues la mayoría, ya no lo hace y por eso es que Didi o Uber se están desprestigiando cada vez más y más, por el mal servicio que muchos conductores ya están prestando (no sólo eso, sino que, entre otras cosas, fingen que ya llegaron a recoger al pasajero, que lo esperaron y no es verdad, pero lo hacen para decir que aquél no estuvo y cancelan, pero con cargo al usuario – esa cancelación, se las da la empresa a ellos, es un ingreso extra – y otras nefastas prácticas).

Le agradezco su servicio y le deseo que le vaya bien.

A fin de cuentas, casi lo matan y gracias a su acertada decisión de enmendarse, pudo conducirme a mi destino (mi domicilio, claro).

 

Contacto: studillac@hotmail.com