martes, 1 de noviembre de 2022

La vida al revés de Benjamín Button

 

La vida al revés de Benjamín Button

Por Adán Salgado Andrade

 

Francis Scott Key Fitzgerald (1896-1940), fue un escritor estadounidense, cuya vida personal estuvo llena de triunfos y fracasos. Como de joven fue muy pobre, tuvo que dejar a Ginevra King Pirie (1898-1980), adinerada mujer, con quien sostuvo un noviazgo, porque no hubiera podido costear la vida tan glamurosa que ella llevaba. El padre de Fitzgerald, Edward, le dijo “los chicos pobres, no deberían de pensar en casarse con chicas ricas”. Más tarde, conoció a Zelda Fitzgerald (1900-1948), también novelista como él, pintora y socialite. Sus problemas mentales (se dice que sufría esquizofrenia y desorden bipolar), fueron una pesada carga para su esposo. “Muchos aseguraban que la enfermedad de Zelda, influyó bastante para que Fitzgerald tuviera una desordenada existencia, plagada de alcoholismo, infidelidades y que no fuera tan constante en su trabajo como escritor. El mismo Ernest Hemingway (1899-1961) la culpaba de la declinación literaria de su esposo” (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/F._Scott_Fitzgerald).

Su novela El Gran Gatsby, publicada en 1925, al principio, aunque recibió buenas críticas, no se vendió mucho, pero con el paso de los años, se ha convertido “en una obra literaria maestra” (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/The_Great_Gatsby).

Murió de un ataque al corazón, a los 44 años, muy joven, “convencido de que era un fracaso como escritor”.

Por supuesto que no lo fue. Y no sólo El Gran Gatsby, sino otras de sus obras, muestran el talento, no sólo para escribir, sino para imaginar situaciones hasta inverosímiles. Es el caso de su historia corta, El extraño caso de Benjamin Button, publicada en 1922, un relato sobre un hombre que nace viejo y, conforme su vida avanza, va rejuveneciendo hasta convertirse en un bebé.

Hollywood, como suele suceder, hizo una adaptación, en el 2008, dirigida por David Fincher, “basada ligeramente en el relato original” (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/The_Curious_Case_of_Benjamin_Button_(film)).

Y es que el relato original, muestra aspectos más crudos de Benjamin, como el que al irse rejuveneciendo, va dejando atrás algunas cosas que lo mostraban como un hombre noble y hasta se vuelve algo rebelde. La intención cinematográfica fue mostrar más una bella historia de amor, que la reflexión que hace Fitzgerald, de que el envejecimiento llevaría a la madurez, pero, ¿qué sucedería si naciéramos viejos y nos fuéramos rejuveneciendo?

Probablemente también haya sido una proyección del propio Fitzgerald, quien, quizá, al ir creciendo, al lado de una esposa esquizofrénica, haya aquél extrañado sus años mozos, al lado de su padre, buscar la tranquilidad que su juventud, su adolescencia, su niñez, le ofrecieron.

Comienza con su nacimiento, grotesco y hasta ilógico, pues el señor Roger Button, al ir al hospital, en el verano de 1860 (la cinta lo ubica a inicios del siglo XX) a ver a su bebé, se encontró con un hombre viejo, de unos setenta años, una larga barba, escaso cabello, envuelto en una frazada. Se horrorizó al verlo, exclamando “¿¡es esto una maldita broma del hospital!?”. “No, señor Button, eso es su hijo”, le respondió fríamente la enfermera.

Fitzgerald se olvida, en ese origen, de la lógica, pues un hombre que media un metro cincuenta centímetros, no pudo haber salido del vientre de su esposa.

Pero, finalmente, la novela es un relato hasta de ciencia ficción, pues la premisa, nacer viejo, no se daría en la realidad, al menos, no todavía (la llamada clonación, tan sobrevalorada, indica que si a alguien de 60 años, se le clonara, ese clon, al nacer, saldría de la misma edad. Fue lo que sucedió con la oveja Dolly, ya fallecida, que duró poco tiempo porque había nacido madura. De hecho, murió de cáncer y aunque no se le liga por haberla clonado, muy probablemente, se haya debido a que, como dije, fue clonada de una oveja madura. Ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Dolly_(sheep)).

Tuvo que comprarle ropa para joven, con el bochorno que sintió cuando el empleado de la tienda le dijo que no era ropa para un niño.

Renuentemente, lo llevó a su casa, siendo la burla de todos, por llamar a ese fenómeno su hijo, que muchos decían que era un hermano del señor Button, perdido hacía tiempo.

Sin embargo, con el paso de los años, al ir creciendo Benjamin e irse rejuveneciendo, ya era menos problemático para su padre, llevarse con él.

El señor Button, tenía una ferretería y conforme Benjamín iba creciendo, mostró muy buena disposición para vender clavos, herramientas y todo lo relacionado. El negocio creció muy bien bajo la supervisión del “chico”.

Quiso entrar a la universidad, pero lo discriminaron por viejo y por decir que tenía “20 años, cuando parecía de 60”.

Así que desistió.

Cuando Benjamin tenía 50 años, su padre ya lo llevaba a bailes. En uno de ellos, conoció a Hildegarde Moncrief, hija de un general, quien lo tomó no como hijo del señor Button, sino como su hermano. Benjamín, al estar prendado de esa beldad, prefirió no contrariarla. “Me gustan de tu edad, no de 25, porque no quiero cuidarlos de los niños, que son. A los 30, ya comienzan algo a madurar, a los 40, más o menos, pero a los 50 años, así, como tú, son mi ideal”, le dijo aquélla.

Y a los seis meses, se casaron, siendo el escándalo de que “cómo una jovencita de 25 años, se había atrevido a casarse con  ese viejo de 50”. Por más que el señor Button mostraba el acta de nacimiento de su hijo, diciendo que tenía 25 años, de la misma edad de la chica, nadie le creyó y le recriminaban que “siguiera mintiendo y presentando a un viejo, como un joven”.

El general protestó, “pero se calló la boca cuando Benjamín le dio dinero para que publicara su Historia de la Guerra Civil en veinte tomos, que nueve editores le había rechazado”.

Al principio, todo fue miel, pero conforme pasaba el tiempo, Benjamín iba rejuveneciendo y comenzaron los problemas. Se lo señalaba a Hildegarde, quien, secamente, le decía que “es porque no aceptas tu madurez, déjate de tonterías y crece”.

Y así, de golpe, terminaban las discusiones.

Sin embargo, Benjamin sí notaba los cambios, se sentía más joven, más vital y, lo peor, “dejó de gustarle su esposa”. Iban a las fiestas, a las que ella, ya no le agradaba mucho asistir, pues ya se habían invertido los papeles, porque la gente decía que “cómo ese muchacho tan guapo y joven, puede andar con esa mujer que, por lo menos, le lleva veinte años”.

Quizá en esta parte, era el deseo de Fitzgerald, de que Zelda lo revalorara de nuevo y que si él volvía a ser joven, lo podría lograr. Hay varios aspectos de la problemática vida de aquél, que se reflejan en esta historia.

En fin, retomando el relato, ya no le importaba si su esposa iba a fiestas. Benjamin se iba a todas las que hubiera y “llegó a ser un experto en todo tipo de bailes. Y no le faltaban las mujeres que lo pretendían”.

Muy probablemente, allí se reflejaba el propio Fitzgerald, pues cuando estuvo como guionista en Hollywood, se rozaba con algunas divas y quizá haya tenido alguna que otra aventurilla.

Para no estar con Hildegarde, Benjamín se encargó de organizar perfectamente a la ferretería, para que no faltara nada, ni al negocio, ni a su esposa, ni a su hijo, Roscoe, que ya había nacido, y se fue a la guerra que Estados Unidos combatió contra España, por Cuba.

Regresó como héroe.

Pero como seguía rejuveneciendo, ya parecía de veinte años, ahora sí, decidió ir a la universidad  nuevamente. Los primeros tres años, destacó mucho porque era muy bueno jugando fútbol americano. pero, luego, cuando ya aparecía como de 16 años, ya no tuvo la misma destreza, “sus compañeros le decían que le faltaba altura y la fuerza de antes, así que, para su desgracia, tuvo que dejar la universidad”.

Ya, Roscoe, su hijo, al igual que su madre, que ya por entonces vivía en Italia, le reprendía que por su falta de madurez, se empecinara en ser joven. “¡¿No te ves, padre?!, ¡eso no está bien!

Entonces, Benjamin, le dijo que quería ir a la secundaria, a lo que Roscoe, gustoso, lo llevó, con tal de librarse algo de su presencia.

Fue cuando lo llamaron otra vez del ejército, por la valentía y las medallas ganadas en la guerra contra España, para que se presentara en el frente contra Alemania – era ya 1914 –, cuando Benjamin tenía 54 años, pero parecía un adolescente de 15.

Cuando fue a hacerse un uniforme, pues el que tenía, ya no le quedaba, el empleado le dijo que si era para un desfile. “¡Voy al ejército!”, gritó Benjamin, enojado, pero al empleado le pareció una simple protesta adolescente.

Y cuando llegó al frente, diciendo que lo había solicitado el gobierno por su valentía, los militares, muertos de risa, tuvieron que llamar a Roscoe, a quien tomaron como su “papá”, para que fuera a recogerlo.

Y seguía rejuveneciendo, tanto que ya hasta jugaba con el pequeño hijo de Roscoe, el nieto de Benjamín.

“Y ya no quiero que me llames Roscoe, no es correcto que un chamaco le llame así a un mayor, llámame tío Roscoe”, le dijo una vez su propio hijo a Benjamin quien, resignado, aceptó.

Y así, el proceso no paró.

Hasta le habían contratado una nana, en vista de que el rejuvenecimiento no se detenía. Benjamin, era un pequeñín, de no más de dos años. Ya no recordaba su primeros años, ni cuando se había casado, ni cuando fue a la guerra, ni que había tenido un hijo.

Sucedía en él, el proceso contrario, de que no recordamos cuando somos niños. Investigadores dicen que es porque el cerebro se reestructura y al hacerlo “borra” recuerdos innecesarios.

Para Benjamin, convertido en un párvulo, era innecesario recordar su vejez.

Y así, llegó al punto de ser un bebé, que se la pasaba acostado, al cuidado de su nana, “hasta que un día, todo se le borró de su mente”.

Sí, había muerto.

Así que la muerte, podría significar para Fitzgerald, como el nacimiento, los extremos: se nace y se comienza a morir y se muere y se comienza a nacer.

Una muy convincente paradoja.

   

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