Las impagables deudas de estudiantes
universitarios en Estados Unidos
Por Adán Salgado Andrade
En el año del 2011,
durante la presidencia de Obama, miles de estudiantes universitarios
estadounidenses, salieron a las calles, para protestar por la falta de
oportunidades laborales y la consecuente insolvencia para pagar los préstamos
que sus padres o ellos mismos contraen para estudiar una carrera universitaria,
sea en una “económica” universidad pública o en una cara universidad privada.
Las onerosas deudas dejadas por la necedad pública de seguir cobrando
colegiaturas a los universitarios, ha ocasionado que ya asciendan a 1.6
billones (1, 600,000,000,000) de dólares
y sean casi el 7.5% del Producto Interno Bruto de Estados Unidos (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Occupy_Wall_Street#Goals).
Recientemente, la
antropóloga Caitlin Zaloom publicó un libro, titulado Indebted: How Families Make College Work at Any Cost (Endeudadas:
Cómo las familias costean la Universidad a como se pueda), producto de una
investigación que realizó entre familias de clase media, a las que más pega el
pago de la universidad a sus hijos.
Un análisis del libro
fue publicado recientemente por The New
Yorker, firmado por el periodista Hua Hsu (ver: https://www.newyorker.com/magazine/2019/09/09/student-debt-is-transforming-the-american-family).
La idea de Zaloom de
escribir el libro, le surgió en un día que una de sus alumnas, Kimberly, la fue
a ver para plantearle el dilema en el que se hallaba, sobre la enorme deuda
familiar contraída para haber podido pagar su carrera universitaria, cómo se
había esforzado tanto y que, al final, el trabajo que le dieron, en una empresa
de outsourcing, por el salario tan
bajo, ni siquiera le permitía pagar los intereses de la onerosa deuda familiar.
Al hablar Zaloom con la madre de Kimberly, le contó todos los problemas que
pasaron, que su esposo no quería que su hija estudiara, pero que, al final,
“estirando” las finanzas familiares, lograron que Kimberly acabara su carrera,
pero que, al hacerlo, la familia entrara en bancarrota.
Así, Zaloom se dio a la
tarea de investigar esa problemática, entrevistando a sesenta familias, por
todo el país, sobre todo, como señalé, de la clase media, a las que más pesa
ese problema. Al respecto de esa clasificación, señala Hsu, que no es tan
clara, pues dentro de ella, se incluyen ingresos que van desde los 40 a 250 mil
dólares anuales. Por lo mismo, a algunas les es más fácil pagar las
colegiaturas.
Y lo que halló Zaloom fue
que esas familias lo hacen, pagar tan costosos estudios, a pesar de no contar
con los medios suficientes, endeudándose, para que sus hijos asciendan en la
escala social y sean, ya que hayan terminado sus carreras, la esperanza
familiar para salir de la apretada condición en que se encuentran. Sin embargo,
ya no es garantía de eso el poseer un título universitario. Algunas cuentan con
subsidios, como los Pell Grants,
reservado para familias que ganen menos de 50 mil dólares anuales, pero que ni
con esos pueden cubrir el costo de la colegiatura. Un estudio mostró que ese
dinero, la mayoría está absorbido por escuelas privadas, que “desangran” a los
estudiantes y sus familias, absorbiendo hasta esos magros subsidios (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Pell_Grant).
Zaloom pudo ver que la
mayoría de las familias entrevistadas hacen lo imposible por ahorrar dinero
para las colegiaturas, cortando, incluso, gastos en alimentación, gasolina,
¡hasta en aire acondicionado, en zonas desérticas!, con tal que sus hijos
puedan ir a la universidad.
El problema adicional
es que las colegiaturas han crecido mucho más que los salarios, “en una
proporción de cuatro veces la inflación y ocho veces en relación al ingreso
familiar. Se estima que 45 millones de personas en los Estados Unidos deben
alrededor de 1.6 billones de dólares por deudas escolares, más de lo que los
estadounidenses deben de sus tarjetas de crédito o los préstamos para pagar sus
autos. Algunos, temen que la burbuja de las deudas estudiantiles sea la
siguiente en estallar”, señala Hsu. Más adelante dice que los “escépticos cuestionan
el verdadero propósito de la universidad y su sistema de grados. Quizá lo que
los expertos toman como el coraje de los jóvenes estudiantes (al perseguir sus
metas), sea, en realidad, una manifestación de su impotencia, al saber que
estarán endeudados en el futuro”.
Zaloom señala en el
libro que su fascinación por la condición de las familias de clases medias es
que, es en éstas, en las que está más acentuada la idea de que sólo estudiando
una carrera universitaria, se podrá “tener un futuro”. Sin embargo, han
aprendido por el duro camino, que ya no es así. Menciona un estudio conducido
en los 1980’s por Elizabeth Warren, Teresa Sullivan y Jay Westbrook, en el que
se revelaba la precariedad de la clase media. Señalaban en dicho estudio que
las familias clasemedieras que estaban en bancarrota, rara vez era porque no
tuvieran una educación superior, sino porque habían tenido tropiezos económicos
y emergencias a lo largo de su vida, tales como gastos médicos mayores. Es decir,
son presas de la creciente precariedad salarial.
En algún pasado
momento, era más probable ascender en la “escalera social”, pues, por ejemplo,
“en los 1980’s, más de la mitad de los veinteañeros estadounidenses eran
financieramente independientes. En la década pasada (2000-2010), casi 70% de
los jóvenes en sus veintes, recibían aún dinero de sus padres. El riesgo es
colectivo y las consecuencias son compartidas por varias generaciones. El libro
de Zaloom podemos leerlo como una etnografía de un decreciente estilo de vida,
una elegía para las familias que todavía creen en la fantasía de que dinero
bien gastado y trabajo duro serán suficientes para asegurar el Sueño
Americano”.
Muy sintética forma de
decir lo que pasa en Estados Unidos (y en todo el mundo). Pero no garantiza, ya
nada, tener una licenciatura y, menos, estar titulado. Eso podemos verlo en
México. Claro, la diferencia con un egresado de la UNAM, por ejemplo, es que no
sale debiendo nada, pero le será muy difícil conseguir trabajo (la mayor parte
de los desempleados se da entre personas con estudios de licenciatura o
mayores, como maestría o doctorado. Ver: https://archivo.eluniversal.com.mx/primera-plana/2014/impreso/preparados-sufren-mas-desempleo--43966.html).
Para muchos egresados
universitarios, tener trabajo, será posible sólo que los contraten en call centers, franquicias de comida
rápida, cines y por el estilo.
Menciona algunos
ejemplos de cómo ciertas familias trataron, desde que sus hijos eran recién
nacidos, de que tuvieran un ahorro, para cuando estuvieran en edad de estudiar.
En ciertos estados se ofrece el plan 529, para ahorrar para la educación. Con
ese plan, hay solamente condonaciones de impuestos para quienes ahorran para
costear la futura educación de sus hijos, nada más.
Eso hizo, por ejemplo,
Patricia, maestra de escuela de primaria, que desde que nacieron sus dos hijos,
Maya y Zacarías, se puso a juntar dinero para sus estudios. Maya fue
sobresaliente estudiante. Pero Zacarías, no lo fue y se quedó sin terminar la
universidad. “De haber tenido una bola mágica, no habría ahorrado para él”, se
lamenta Patricia. Además, su esposo los abandonó y dejó a la familia con una
deuda conjunta de 400 mil dólares, que Patricia ha ido pagando como ha podido,
empleando sus ahorros para el retiro. “Pero no podías no hacer caso de los
comerciales”, dice, refiriéndose a los anuncios de colegios, que recomendaban
la cuenta de ahorros para los estudios.
Aun así, se señala en
el artículo, Patricia es un ejemplo de los pocos que pueden hacerlo, ahorrar,
pues “apenas un tres por ciento de estadounidenses invierten en una cuenta 529
o equivalente y ellos tienen activos que son 25 veces mayores al promedio de la
clase media. Pero, de todos modos, Zaloom refuta la idea de que la “planeación”
asegure la estabilidad financiera. “La deuda estudiantil no se convirtió en un
problema porque las familias no quisieran ahorrar. Es al contrario. La
planeación, requiere estabilidad en la fortuna de una familia, estabilidad,
tanto en la vida familiar y sus finanzas, lo que ya no es común en las familias
de clase media de hoy día”. Es cierto, pues, ¿de qué sirve ahorrar, si no se
tiene, digamos, un trabajo seguro o un buen salario? Seguramente, Zaloom tiene
en mente, tanto las severas crisis económicas, que golpean mucho más a los
clasemedieros, que dejan, a muchos, desempleados, así como los bajísimos
salarios que ganan la mayoría de familias estadounidenses (y las de todo el
mundo).
Otro tipo de
cuestionable “ayuda” financiera es la llamada Free Application for Student Aid (FAPSA, Registro Gratuito para
Ayuda Estudiantil), pero las cien preguntas que se hacen son tan engorrosas,
como señala Zaloom, que es muy difícil que se otorgue.
Y otro problema son los
prejuicios familiares, por los cuales, los padres no quieren que sus hijos se
enteren de que tienen problemas de dinero. A ella le pidieron, durante las
entrevistas, que no les comentara nada a sus hijos.
Señala que hace algunas
generaciones, ir a la universidad, no requería tanto papeleo. Además, para los
blancos con dinero, estudiar una licenciatura, no era problemático. Si no se
podía, simplemente no era opción ir a la universidad. A principios del siglo
veinte, eran raras las personas que se graduaban de una universidad, no más del
dos o tres por ciento. Pero cuando se garantizó con la ley G.I. Bill la educación
para las familias de los veteranos, después de la primera guerra mundial, las
cosas cambiaron y comenzó a extenderse la idea de la educación como necesaria
para todos, para lograr el “sueño americano”.
Esa idea se reforzó más
cuando se desarrolló la idea funcionalista del “capital humano”, según la cual,
la “mejor inversión” era en la educación de una persona, pues era como una
forma de invertir en el futuro. Así,
la National Defense Education Act, de
1958, reforzó el derecho a la educación de estudiantes que buscaran beneficiar
el “interés nacional”. Todo eso quedó más afianzado con la Higher Education Act, de
1965, que daba apoyo federal a estudiantes pobres y de clases trabajadoras,
independientemente de lo que quisieran estudiar.
Pero, como dije, la
idea se generalizó y la gente comenzó a pensar en que estudiar era necesario y
si tenían que endeudarse, adelante. En 1972, el entonces presidente Richard
Nixon (1913-1994), creó el organismo Sallie Mae, una coinversión con empresas
privadas para “ayudar” con préstamos a los estudiantes, dado que cada vez más y
más familias, tanto trabajadoras, como de las clases medias, veían en la
educación universitaria de sus hijos la “solución” a su futuro.
Cuando llegó Ronald
Reagan (1911-2004) a la presidencia, con su filosofía del “libre mercado”, o
sea, la aplicación del capitalismo salvaje a ultranza, las cosas cambiaron,
pues, entre otras cosas, Sallie Mae endureció sus cobros, y se exigió más a las
familias a que pagaran sus deudas. Pero, como ya estaba bien cimentada la
ilusión de la carrera universitaria “para asegurar el futuro”, los colegios,
sobre todo, privados, siguieron creciendo, principalmente porque también
crecieron las solicitudes para estudiar de jóvenes ávidos de su educación
superior.
Luego, cuando se
comenzaron a medir a las universidades por su “calidad”, en 1983, “y la
imposición de las pruebas para calificar la eficiencia de los estudiantes, se
creó la cultura del credencialismo
competitivo. Las colegiaturas, por la alta demanda, se habían duplicado en
relación a la inflación”.
Con eso, Zaloom se refiere a la impuesta
situación de que todo se debe de medir, qué
tan eficientes son tanto personas, como escuelas. Y con eso, florecieron
todas las industrias que han hecho de esas mediciones un súper negocio, como
medir la “calidad educativa” de los estudiantes de High School o de las
universidades.
Justamente aquí, con la
ya, por fortuna, derogada “reforma educativa”, se impuso ese modelo “evaluador”
por muchos años, aplicado por empresas estadounidenses, que nada tenía que ver
con mejorar la educación. Para impartir verdadera y liberadora educación, confluyen
muchos factores, como maestros bien pagados y bien preparados, métodos de
enseñanza libres y modernos, adaptados a las reales necesidades sociales,
entorno económico adecuado, familias estables, tranquilidad social y otros
aspectos que, conjuntamente, lograrían una verdadera elevación del nivel
académico de los educandos. De hecho, varias de esas pruebas, se han eliminado
ya del sistema educativo estadounidense, por anacrónicas e inútiles.
En 1979, criticando al
credencialismo, el sociólogo Randall Collins, publicó su libro “La Sociedad
Credencializada", en el que indicaba que la escuela se había convertido en
“un caro e ineficiente sistema de acreditación. El problema está en que
aquéllos con poder, determinan cuántas credenciales se requieren, haciendo que
los jóvenes sientan que necesitan un grado, no importa a qué precio”. El libro
se reeditó recientemente, por su importancia. En el nuevo prólogo, el experto
Tressie McMillan Cottom anota que eso sigue siendo así cuando los “colegios
privados, ávidos de ganancias, simplemente han reforzado las inseguridades de
los jóvenes, sangrándolos de sus préstamos y becas, sobre todo en los
estudiantes pobres y de clases trabajadoras”. Ahora, sólo se trata de que se
tenga una licenciatura, aunque no se
tenga trabajo, pues es el “requisito para ser respetado”.
Sí, en efecto, como en
México, que para muchos es una necesidad ser
licenciados, ingenieros, arquitectos, médicos… y que así se dirijan a ellos
“pues mi trabajo me costó quemarme las pestañas”, como dice el sentir popular.
En México, por ejemplo,
eso se refuerza con la publicidad que las escuelas privadas emplean para atraer
a estudiantes, intimidándolos inconscientemente de que, si no tienen una licenciatura,
como las que esas instituciones ofrecen, no tendrán un “promisorio futuro”.
Por eso es que las
familias en Estados Unidos hacen lo imposible para que sus hijos estudien, aunque
hubo algunas que sí se dan cuenta de que no es tan cierto ya lo de la educación
superior como el “seguro a prueba de fallas” para una mejor vida.
Claro que los
prestamistas dicen que es culpa de la gente, por no ser “responsables”, pero,
como comenta Hsu, en las familias estudiadas por Zaloom, esa no es la razón,
pues todas se esfuerzan mucho y, a pesar de ello, se endeudan y endeudan más y
más cada año.
Y de eso, los hijos,
que tanta fe tenían en el futuro, una vez que terminan sus carreras, se dan
cuenta de la triste realidad. Eso le pasó a Alan Collinge, quien, muy contento,
comenzó a trabajar como investigador en los 1990’s. Confiaba en que ese trabajo
le daría salario suficiente para pagar 38 mil dólares que debía de sus
colegiaturas. No fue así y una serie de enredos financieros hicieron que su
deuda subiera enormemente.
Por ello, en el 2009,
publicó “La farsa del préstamo estudiantil”, en donde describe que a pesar de
no tener días libres y esforzarse, su deuda se volvió impagable y
frecuentemente le llamaban de agencias cobradoras, exigiendo el pago. Cuando en
el 2004 Sallie Mae se privatizó, su CEO, Albert Lord, recibió 50 millones de
dólares como “compensación” por un periodo de cinco años. Collinge le enviaba
cartas frecuentes, en las que le decía lo mucho que lo odiaba.
Al final, Collinge se
volvió un activista para defender a los estudiantes de esos impagables
préstamos y muchos de sus principios se usaron para impulsar el movimiento,
mencionado antes, Occupy Wall Street. Varios políticos importantes, como el
candidato presidencial Pete Buttigieg han apoyado las demandas estudiantiles.
Bernie Sanders, el
llamado candidato “socialista” también los apoya.
Además, las
colegiaturas en las universidades públicas podrían eliminarse, ya que sólo se
requerirían 79,000 millones de dólares (mdd) para hacerlo, pues en “apoyos” –
que muchos se van a escuelas privadas, como señalo arriba –, la administración
pública gasta 91,000 mdd, lo que indicaría que, si no se han quitado, es
porque, en efecto, los mayores beneficiados son las escuelas privadas, a las
que les llegan esas ayudas estudiantiles, no a los estudiantes que las
requieren.
Por otro lado, ya se
cuestiona la utilidad real de la experiencia universitaria. A principios del
2019, Tim Cook, el CEO de Apple, habló del desfase que existe entre lo que se
enseña y lo que se requiere en la industria (y eso que se trata de Estados
Unidos. Pero, hay que señalar, que la función de una universidad, debería de
ser la de crear carreras que sirvan socialmente, en primer lugar, no
industrialmente. La UNAM ha debido desaparecer carreras que fueron creadas para
ciertas específicas empresas, que, al cerrarse o cambiar sus procesos
industriales, ya no requirieron a los egresados de tales carreras).
Cook agregó que cerca
de la mitad de los nuevos contratados de Apple, no tenían carreras
universitarias.
Tiene razón, pues ya es
creciente la tendencia a que muchos se preparen con cursos que se dan por línea
o, simplemente, pos su experiencia laboral (en México, sucede lo mismo, pues
las empresas no contratan a recién egresados por su falta, dicen, de
experiencia laboral).
El economista Bryan
Caplan ha sugerido, muy provocadoramente, que “estaríamos mejor si las carreras
universitarias fueran más difíciles de conseguir. En su libro El caso en contra de la educación, él
discute que la educación universitaria es empleada como una forma de
identificarse alguien, para el potencial empleador, de que sé esto o aquello.
Precisamente porque la educación es tan accesible, gracias a préstamos y
subsidios, el mercado laboral espera que sepamos muchas cosas. Pero hay muchas
formas de conseguirlo. Y en la sugerente, cínica visión de Caplan, no se
requiere que gastemos cuatro años en estudiar cosas que nunca usaremos”.
Quizá se refiera Caplan
a la “paja” que se enseña en todas las carreras universitarias, que, muchas
veces, en efecto, sólo se estudia para pasar y ya. Los empresarios quisieran
que sólo se enseñara a los estudiantes, lo que se requiere en sus industrias.
Pero, por eso, en México se han creado tantos institutos tecnológicos, para
ahorrarles a muchas personas el que vayan a universidades, estudiando carreras
técnicas, en donde se les enseñan puras tecnologías de fabricación.
Probablemente por eso, un directivo de la empresa Camiones Daimler de Norte
América, “sentía que los trabajadores de la planta de dicha empresa en México
estaban mejor capacitados que los de EU, a los que, incluso, a muchos se les
debía de enseñar matemáticas y habilidades de escritura” (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2014/05/decadencia-y-desindustrializacion-de.html).
Ya hay intentos por
aliviar tan pesadas cargas de deudas estudiantiles, como Rolling Jubilee, que
surgió de Occupy Wall Street, organización no gubernamental que compra deuda
estudiantil a bancos por centavos. Con 700 mil dólares, ha logrado amortizar 38
mdd de deuda estudiantil, así, sin cobrarla. Se contenta con pagarla, sin
exigir nada a los presionados estudiantes.
En fin, para muchos
padres, aunque el dinero “no lo es todo, sí se necesita”.
Claro, sobre todo para
las escuelas privadas y todas las empresas que se benefician de que se siga
sosteniendo el mito de que “la educación universitaria depara un mejor futuro”.
Para esas
instituciones, sí.
Para los endeudados
estudiantes, es parte del negro, impredecible futuro que les espera.
Contacto: studillac@hotmail.com