Trabajadores esclavizados en barcos pesqueros
por Adán Salgado Andrade
Muchos de los alimentos que ingerimos, los compramos, sin importarnos
cómo o de dónde se obtengan. La carne, comida por millones, por ejemplo,
proviene de lo que yo llamo las “fábricas de animales en serie”, y por las
condiciones en que son criados y sacrificados los bovinos de los que se obtiene,
está llena de toxinas y químicos que empeoran su, de por sí, dudoso valor
nutricional (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2010/08/fabricas-de-animales-enfermedades-en_01.html).
Sin embargo, alimentos como el pescado, que la mayor parte es capturado
en altamar, podemos imaginar cómo los barcos pesqueros lo recogen con enormes
redes – que esa pesca no es ecológica, pues esas enormes redes capturan también
a otras especies, como a delfines, tiburones, tortugas, los que, simplemente,
se desechan –, y que por tanta contaminación marina, con plásticos, aceites,
sustancias radioactivas, agroquímicos, aguas negras, los peces, además de estar
disminuyendo, vienen, la mayoría, contaminados. Pero en lo que menos
pensaríamos, es en las condiciones en que trabajan los empleados de dichos
barcos.
Ian Urbina, reportero de The Guardian, recientemente hizo una
investigación para revisar las condiciones en las que los empleados de los
barcos pesqueros laboran. Y halló que, especialmente en compañías sudcoreanas,
se les trata casi como esclavos, pagándoles muy poco y arriesgando sus vidas,
pues muchos de los barcos en donde trabajan han sobrepasado por varios años su
vida útil y son muy peligrosos, en riesgo de hundirse en cualquier viaje (ver: https://www.theguardian.com/world/2019/sep/12/ship-of-horrors-deep-sea-fishing-oyang-70-new-zealand).
Comienza contando la historia del Oyang 70, propiedad de la empresa
sudcoreana Sajo Oyang Corporation, la que difícilmente da mantenimiento a sus
embarcaciones y, mucho menos se preocupa, dice Urbina, de si pueden seguir navegando.
Ese barco zarpó de un puerto de Nueva Zelanda el 14 de agosto del 2010.
En esa fecha, Nueva Zelanda aún permitía que embarcaciones y compañías de otros
países operaran en sus aguas capturando peces, que serían vendidos en su territorio
o exportados.
Y aunque hay inspectores que revisan que los barcos estén en buen
estado, como hizo uno de ellos con el Oyang 70, quien reportó varias fallas, el
nuevo capitán, un inexperto hombre de 42 años, llamado Shin Hyeon-gi,
sudcoreano, muy corajudo y represivo, como atestiguaron sus empleados que se
comportaba, le aseguró que todo “ya se arregló”, sin ser verdad, y la noche de
ese funesto día, partió la nave.
El Oyang 70 había excedido su vida útil de 29 años, pues ya tenía 38, o
sea, casi diez más, y con tan pobre mantenimiento, era milagroso que aún
estuviera operando.
Pero fue su último viaje. Como el pez que capturarían era bacalao, que
se pagaba en ese entonces a 9 centavos de dólar (unos 1.8 pesos) la libra (casi
medio kilo), tenían que capturar muchísimo, como sentenció el novato capitán,
para compensar los gastos y obtener una razonable ganancia.
Por las mencionadas, pobres condiciones del barco, la excesiva carga,
de más de cien toneladas, que había sido capturada por la enorme red durante
varias horas, aquél, comenzó a hacer agua. Shin tuvo tiempo suficiente para dar
la orden de tirar muchas toneladas, en exceso, de peces, pero su deseo de
obtener suficiente bacalao para compensar el viaje, fue mayor que su sensatez –
si es que tenía – y el barco se hundió, por sobrepeso – en sus condiciones, no
lo resistió. Al hacer agua el viejo barco, los empleados comenzaron a saltar al
mar.
Lo único que hizo bien el “capitán”, fue llamar por su radio a una
embarcación pesquera neozelandesa, que llegó a tiempo para salvar a 45
trabajadores, antes de que murieran en la congeladora agua, que tenía, esa
noche, una temperatura de seis grados centígrados.
El capitán fue visto por los trabajadores, por última vez, en su cabina,
golpeando todo, desesperado. Su cuerpo, nunca fue recuperado.
Y a pesar de ese incidente, la empresa pudo salir bien, gracias al
trabajo de su cabildero y representante, Glenn Inwood, quien ya antes ha sacado
a flote a otras empresas, como las balleneras y tabacaleras. Seguramente
recurre a prácticas hasta gansteriles para “solucionar” los problemas de las compañías
a las que ha representado.
Muy convenientemente, todo se achacó a la inexperiencia del fallecido
capitán, quien ni siquiera les informó a los trabajadores que había más de 60
trajes aislantes del frío, que podían haber usado durante el naufragio.
Y siguió trabajando la empresa, como si nada.
Señala Urbina que la mayoría de los trabajadores son migrantes pobres,
de países como China, Indonesia o países árabes, como Irán o Afganistán.
Además, como suele suceder, son contratados por una empresa, que, a su vez, es
subcontratista de otras, y así, por lo que Sajo Oyang Corporation “no tiene
nada que ver con los contratos directos”. Y por eso se puede librar muy bien de
accidentes como el mencionado, evadiendo su responsabilidad directa
La paga, por lo mismo de que muchos migrantes no poseen papeles, es muy
baja, de unos 235 dólares mensuales (unos 4700 pesos), mucho menor a la que se
exige legalmente como salario mínimo en Nueva Zelanda, que es de $451.49
dólares semanales. Es decir, los pobres
trabajadores migrantes, que caen en las garras de las empresas pesqueras, ganan
mensualmente casi la mitad de lo que ganarían por semana, laborando legalmente
en Nueva Zelanda (ver: https://i.stuff.co.nz/business/111558419/minimum-wage-to-rise-to-1770--what-will-it-mean-for-you).
Por eso, las pesqueras los “subcontratan”, para hacer a un lado la
legalidad laboral de ese país.
Sin embargo, las cosas han cambiado mucho, al menos en Nueva Zelanda,
pues luego se reportó otro “incidente”. La empresa pesquera sustituyó al
hundido Oyang 70 con un nuevo barco, el Oyang 75, presumiendo que estaba a la
altura de los avances tecnológicos, en todo… menos en el trato que daba a sus
trabajadores.
Su tripulación, consistente en personas mayoritariamente musulmanas,
los peor tratados, fueron hallados por una mujer, el 20 de junio de 2011, refugiados
en una iglesia del pueblo porteño de Lyttleton, en Nueva Zelanda, pues habían
huido del Oyang 75, por la forma tan inhumana en que el capitán y otros
miembros de la tripulación, los trataron. Reportaron que además de bajísimos
salarios, que muchas veces eran retenidos si se “portaban mal, como tardar
mucho en comer”, las condiciones de salubridad en las instalaciones son malas,
abundan las cucarachas y chinches en las camas. Para “lavar” la ropa, sólo les
permitían hacerlo con las mismas bolsas que usaban para empacar peces muertos,
así que todas sus prendas olían a rancio.
Y aunque sufran accidentes, no se les tiene la mínima consideración.
Uno de ellos, por ejemplo, se machucó severamente un dedo con una cuerda. Más
tarde, se lo amputaron y aun así, herido, lo obligaron a trabajar en el
interior del barco. Por eso, la herida se le abrió. Del cansancio, se quedó
dormido, con la herida sangrando. Despertó con el dedo lleno de cucarachas, las
que habían sido atraídas por la seca sangre.
Pero, lo peor, es que eran sujetos a hostigamiento sexual por el
pervertido “capitán”, que los perseguía cuando salían de bañarse, para tocarles
los testículos y el pene, acosarlos mientras dormían y a varios de ellos,
violarlos. Y otros miembros de la tripulación, igualmente los hostigaban
sexualmente, pues también se trataba de pervertidos.
¡Increíbles relatos, muy propios de saturadas, inhumanas cárceles!
A varios, les retenían papeles
importantes, como certificados de estudio (que en Indonesia, son
importantísimos, pues sin ellos “no eres nadie”, como le dijo un trabajador
indonesio a Urbina), pasaportes, actas de nacimiento y otros por el estilo.
Un par de investigadores de la universidad de Auckland, Christina
Stringer y Glen Simmons, en combinación con Michael Field, periodista de Nueva
Zelanda, realizaron un estudio en el que, en efecto, confirmaron esos
aberrantes, retrógradas tratos. En una ocasión, en la que conversaban con un
grupo de migrantes que habían trabajado en un barco pesquero sudcoreano, fueron
vistos por el capitán para el que habían laborado dichos migrantes, quien, de
inmediato, dio aviso de la reunión por su celular. Pronto, golpeadores de la
empresa, arribaron al restaurante. Simmons sacó rápidamente a los migrantes,
los subió en su auto y, muy hábilmente, logró perder a los perseguidores. O
sea, que hasta actúan mafiosamente esas empresas, con tal de que sus obscuras
prácticas “laborales” no se conozcan.
Como dije, ahora Nueva Zelanda no acepta barcos pesqueros de otras
nacionalidades, tienen que navegar bajo su bandera y aplicar sus leyes
laborales con sus empleados, en cuanto a tratos y salarios. Por desgracia, eso
ocasionó que muchas empresas, simplemente, cambiaran sus rumbos. Por ejemplo,
el Oyang 75 se fue a trabajar a África oriental, cerca de Mauritania. Y el
Oyang 77, otro barco de la nefasta empresa sudcoreana, se fue a las Malvinas.
Mejor huir, que adoptar tan rígidas leyes.
Además, esa empresa ya tiene fuertes multas por la forma en que se
comporta con otras cosas. Por ejemplo, sus desechos sanitarios, los echa al
mar, sin mayor consideración. Igualmente, se deshace del aceite quemado de sus
motores, tirándolo a las aguas marinas. O sea, “muerde la mano que le da el
pan”, como dice ese popular refrán, pues las contamina y, al hacerlo, afecta
gravemente el medio ambiente marino con residuos sanitarios y aceites quemados,
muy contaminantes éstos, con lo que va disminuyendo dramáticamente la fauna
oceánica. No hay consciencia ecológica, sólo importan las ganancias.
Por desgracia, las organizaciones públicas y privadas que han tratado
de investigar sobre las condiciones laborales de los empleados de barcos
pesqueros, para buscar que se mejoren, dicen que esos mismos empleados no
quieren dar sus testimonios, por temor e ser despedidos o, peor, a que los
“desaparezcan”. Uno de ellos les dijo a Stringer y Simmons que le parecía raro
que investigaran sobre su situación, pero que él no les diría nada. “Miren,
aquí estamos todos por necesidad. Y aunque pasemos por todo esto, es mejor,
para mí, que estar en Indonesia, en donde no tengo ningún futuro”.
No, pues con ese conformismo, quizá generado por la pobreza de esos
miles de trabajadores, nada se puede hacer.
Seguramente es a lo que apuestan las esclavizadoras pesqueras, a que
siempre habrá migrantes pobres, dispuestos a pasar humillaciones, malos tratos,
condiciones insalubres, hostigamiento y muy bajos salarios, con tal de tener
empleo en sus barcos de mala muerte y que puedan enviar algo de dinero a sus
necesitados familiares.
Así que cuando estemos comiendo un delicioso filete de pescado, al mojo
de ajo, pensemos en que quizá fue capturado y procesado por humildes,
explotados migrantes.
Contacto: studillac@hotmail.com