lunes, 23 de septiembre de 2019

Trabajadores esclavizados en barcos pesqueros


Trabajadores esclavizados en barcos pesqueros

por Adán Salgado Andrade

Muchos de los alimentos que ingerimos, los compramos, sin importarnos cómo o de dónde se obtengan. La carne, comida por millones, por ejemplo, proviene de lo que yo llamo las “fábricas de animales en serie”, y por las condiciones en que son criados y sacrificados los bovinos de los que se obtiene, está llena de toxinas y químicos que empeoran su, de por sí, dudoso valor nutricional (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2010/08/fabricas-de-animales-enfermedades-en_01.html).
Sin embargo, alimentos como el pescado, que la mayor parte es capturado en altamar, podemos imaginar cómo los barcos pesqueros lo recogen con enormes redes – que esa pesca no es ecológica, pues esas enormes redes capturan también a otras especies, como a delfines, tiburones, tortugas, los que, simplemente, se desechan –, y que por tanta contaminación marina, con plásticos, aceites, sustancias radioactivas, agroquímicos, aguas negras, los peces, además de estar disminuyendo, vienen, la mayoría, contaminados. Pero en lo que menos pensaríamos, es en las condiciones en que trabajan los empleados de dichos barcos.
Ian Urbina, reportero de The Guardian, recientemente hizo una investigación para revisar las condiciones en las que los empleados de los barcos pesqueros laboran. Y halló que, especialmente en compañías sudcoreanas, se les trata casi como esclavos, pagándoles muy poco y arriesgando sus vidas, pues muchos de los barcos en donde trabajan han sobrepasado por varios años su vida útil y son muy peligrosos, en riesgo de hundirse en cualquier viaje (ver: https://www.theguardian.com/world/2019/sep/12/ship-of-horrors-deep-sea-fishing-oyang-70-new-zealand).
Comienza contando la historia del Oyang 70, propiedad de la empresa sudcoreana Sajo Oyang Corporation, la que difícilmente da mantenimiento a sus embarcaciones y, mucho menos se preocupa, dice Urbina, de si pueden seguir navegando.
Ese barco zarpó de un puerto de Nueva Zelanda el 14 de agosto del 2010. En esa fecha, Nueva Zelanda aún permitía que embarcaciones y compañías de otros países operaran en sus aguas capturando peces, que serían vendidos en su territorio o exportados.
Y aunque hay inspectores que revisan que los barcos estén en buen estado, como hizo uno de ellos con el Oyang 70, quien reportó varias fallas, el nuevo capitán, un inexperto hombre de 42 años, llamado Shin Hyeon-gi, sudcoreano, muy corajudo y represivo, como atestiguaron sus empleados que se comportaba, le aseguró que todo “ya se arregló”, sin ser verdad, y la noche de ese funesto día, partió la nave.
El Oyang 70 había excedido su vida útil de 29 años, pues ya tenía 38, o sea, casi diez más, y con tan pobre mantenimiento, era milagroso que aún estuviera operando.
Pero fue su último viaje. Como el pez que capturarían era bacalao, que se pagaba en ese entonces a 9 centavos de dólar (unos 1.8 pesos) la libra (casi medio kilo), tenían que capturar muchísimo, como sentenció el novato capitán, para compensar los gastos y obtener una razonable ganancia.
Por las mencionadas, pobres condiciones del barco, la excesiva carga, de más de cien toneladas, que había sido capturada por la enorme red durante varias horas, aquél, comenzó a hacer agua. Shin tuvo tiempo suficiente para dar la orden de tirar muchas toneladas, en exceso, de peces, pero su deseo de obtener suficiente bacalao para compensar el viaje, fue mayor que su sensatez – si es que tenía – y el barco se hundió, por sobrepeso – en sus condiciones, no lo resistió. Al hacer agua el viejo barco, los empleados comenzaron a saltar al mar.
Lo único que hizo bien el “capitán”, fue llamar por su radio a una embarcación pesquera neozelandesa, que llegó a tiempo para salvar a 45 trabajadores, antes de que murieran en la congeladora agua, que tenía, esa noche, una temperatura de seis grados centígrados.
El capitán fue visto por los trabajadores, por última vez, en su cabina, golpeando todo, desesperado. Su cuerpo, nunca fue recuperado.
Y a pesar de ese incidente, la empresa pudo salir bien, gracias al trabajo de su cabildero y representante, Glenn Inwood, quien ya antes ha sacado a flote a otras empresas, como las balleneras y tabacaleras. Seguramente recurre a prácticas hasta gansteriles para “solucionar” los problemas de las compañías a las que ha representado.
Muy convenientemente, todo se achacó a la inexperiencia del fallecido capitán, quien ni siquiera les informó a los trabajadores que había más de 60 trajes aislantes del frío, que podían haber usado durante el naufragio.
Y siguió trabajando la empresa, como si nada.
Señala Urbina que la mayoría de los trabajadores son migrantes pobres, de países como China, Indonesia o países árabes, como Irán o Afganistán. Además, como suele suceder, son contratados por una empresa, que, a su vez, es subcontratista de otras, y así, por lo que Sajo Oyang Corporation “no tiene nada que ver con los contratos directos”. Y por eso se puede librar muy bien de accidentes como el mencionado, evadiendo su responsabilidad directa
La paga, por lo mismo de que muchos migrantes no poseen papeles, es muy baja, de unos 235 dólares mensuales (unos 4700 pesos), mucho menor a la que se exige legalmente como salario mínimo en Nueva Zelanda, que es de $451.49 dólares semanales. Es decir, los pobres trabajadores migrantes, que caen en las garras de las empresas pesqueras, ganan mensualmente casi la mitad de lo que ganarían por semana, laborando legalmente en Nueva Zelanda (ver: https://i.stuff.co.nz/business/111558419/minimum-wage-to-rise-to-1770--what-will-it-mean-for-you).  
Por eso, las pesqueras los “subcontratan”, para hacer a un lado la legalidad laboral de ese país.
Sin embargo, las cosas han cambiado mucho, al menos en Nueva Zelanda, pues luego se reportó otro “incidente”. La empresa pesquera sustituyó al hundido Oyang 70 con un nuevo barco, el Oyang 75, presumiendo que estaba a la altura de los avances tecnológicos, en todo… menos en el trato que daba a sus trabajadores.
Su tripulación, consistente en personas mayoritariamente musulmanas, los peor tratados, fueron hallados por una mujer, el 20 de junio de 2011, refugiados en una iglesia del pueblo porteño de Lyttleton, en Nueva Zelanda, pues habían huido del Oyang 75, por la forma tan inhumana en que el capitán y otros miembros de la tripulación, los trataron. Reportaron que además de bajísimos salarios, que muchas veces eran retenidos si se “portaban mal, como tardar mucho en comer”, las condiciones de salubridad en las instalaciones son malas, abundan las cucarachas y chinches en las camas. Para “lavar” la ropa, sólo les permitían hacerlo con las mismas bolsas que usaban para empacar peces muertos, así que todas sus prendas olían a rancio.
Y aunque sufran accidentes, no se les tiene la mínima consideración. Uno de ellos, por ejemplo, se machucó severamente un dedo con una cuerda. Más tarde, se lo amputaron y aun así, herido, lo obligaron a trabajar en el interior del barco. Por eso, la herida se le abrió. Del cansancio, se quedó dormido, con la herida sangrando. Despertó con el dedo lleno de cucarachas, las que habían sido atraídas por la seca sangre.
Pero, lo peor, es que eran sujetos a hostigamiento sexual por el pervertido “capitán”, que los perseguía cuando salían de bañarse, para tocarles los testículos y el pene, acosarlos mientras dormían y a varios de ellos, violarlos. Y otros miembros de la tripulación, igualmente los hostigaban sexualmente, pues también se trataba de pervertidos.
¡Increíbles relatos, muy propios de saturadas, inhumanas cárceles!
 A varios, les retenían papeles importantes, como certificados de estudio (que en Indonesia, son importantísimos, pues sin ellos “no eres nadie”, como le dijo un trabajador indonesio a Urbina), pasaportes, actas de nacimiento y otros por el estilo.
Un par de investigadores de la universidad de Auckland, Christina Stringer y Glen Simmons, en combinación con Michael Field, periodista de Nueva Zelanda, realizaron un estudio en el que, en efecto, confirmaron esos aberrantes, retrógradas tratos. En una ocasión, en la que conversaban con un grupo de migrantes que habían trabajado en un barco pesquero sudcoreano, fueron vistos por el capitán para el que habían laborado dichos migrantes, quien, de inmediato, dio aviso de la reunión por su celular. Pronto, golpeadores de la empresa, arribaron al restaurante. Simmons sacó rápidamente a los migrantes, los subió en su auto y, muy hábilmente, logró perder a los perseguidores. O sea, que hasta actúan mafiosamente esas empresas, con tal de que sus obscuras prácticas “laborales” no se conozcan.
Como dije, ahora Nueva Zelanda no acepta barcos pesqueros de otras nacionalidades, tienen que navegar bajo su bandera y aplicar sus leyes laborales con sus empleados, en cuanto a tratos y salarios. Por desgracia, eso ocasionó que muchas empresas, simplemente, cambiaran sus rumbos. Por ejemplo, el Oyang 75 se fue a trabajar a África oriental, cerca de Mauritania. Y el Oyang 77, otro barco de la nefasta empresa sudcoreana, se fue a las Malvinas. Mejor huir, que adoptar tan rígidas leyes.
Además, esa empresa ya tiene fuertes multas por la forma en que se comporta con otras cosas. Por ejemplo, sus desechos sanitarios, los echa al mar, sin mayor consideración. Igualmente, se deshace del aceite quemado de sus motores, tirándolo a las aguas marinas. O sea, “muerde la mano que le da el pan”, como dice ese popular refrán, pues las contamina y, al hacerlo, afecta gravemente el medio ambiente marino con residuos sanitarios y aceites quemados, muy contaminantes éstos, con lo que va disminuyendo dramáticamente la fauna oceánica. No hay consciencia ecológica, sólo importan las ganancias.
Por desgracia, las organizaciones públicas y privadas que han tratado de investigar sobre las condiciones laborales de los empleados de barcos pesqueros, para buscar que se mejoren, dicen que esos mismos empleados no quieren dar sus testimonios, por temor e ser despedidos o, peor, a que los “desaparezcan”. Uno de ellos les dijo a Stringer y Simmons que le parecía raro que investigaran sobre su situación, pero que él no les diría nada. “Miren, aquí estamos todos por necesidad. Y aunque pasemos por todo esto, es mejor, para mí, que estar en Indonesia, en donde no tengo ningún futuro”.
No, pues con ese conformismo, quizá generado por la pobreza de esos miles de trabajadores, nada se puede hacer.
Seguramente es a lo que apuestan las esclavizadoras pesqueras, a que siempre habrá migrantes pobres, dispuestos a pasar humillaciones, malos tratos, condiciones insalubres, hostigamiento y muy bajos salarios, con tal de tener empleo en sus barcos de mala muerte y que puedan enviar algo de dinero a sus necesitados familiares.
Así que cuando estemos comiendo un delicioso filete de pescado, al mojo de ajo, pensemos en que quizá fue capturado y procesado por humildes, explotados migrantes.