Conversando con una maestra de natación
por Adán Salgado Andrade
Liliana vive sólo con
su madre y es el sostén de ambas.
Como muchísimos
citadinos, diariamente, de lunes a sábado, debe de atravesar la ciudad para
llegar a su empleo. Vive en Netzahualcóyotl, a la altura de lo que llaman El
Salado, por el metro Acatitla, y debe de ir hasta las Lomas de Chapultepec, al
balneario en donde imparte clases de natación. Se va al metro Tacubaya y, de
allí, toma un camión que hace 45 minutos a su destino.
Estudió natación en la
escuela superior de educación física (ESEF) y de dar clases de eso, en
distintas escuelas, ha vivido.
En periodo vacacional,
tiene un horario, digamos, cómodo, pues entra a las once y media y sale a las
cuatro y media, cinco de la tarde, llegando a su casa a las siete y media u
ocho de la noche, dependiendo de qué tan rápido sea el transporte o de que su
novio la recoja en algún metro de la Línea “B”.
Tiene cinco años
trabajando allí y, también como millones de mexicanos que laboran, no tiene las
“prestaciones de ley”, excepto su sueldo, a pesar de que lleva cinco años dando
clases en ese lugar. “¿Cuándo te enfermas, es el simi?", le pregunto, refiriéndome a la
única alternativa, dado el pésimo servicio de salud público, que tienen muchos mexicanos, de recurrir a los consultorios médicos
con los que cuentan casi todas las farmacias que venden medicinas “similares”. “Sí,
tengo a mi doctora, pero, mejor, trato de no enfermarme”, dice, sonriendo. Aunque,
en general, dice que goza de buena salud, sobre todo porque como su trabajo le
exige constante ejercicio, lo atribuye a ello.
Cuando le pregunto
sobre su salario, me responde, “Mira, no me pagan tan mal, es por hora, más o
menos cien pesos”, me dice, evitando decir la cantidad exacta. La entiendo,
pues muchas personas prefieren no decir cuánto ganan. Es una especie de
prejuicio social muy extendido.
Así que es variable su
sueldo, pudiendo ganar en un día de cinco horas, quinientos pesos. “Cuando hay
clases, gano más, pues entro, por ejemplo, a las ocho, los martes, y hasta las
siete de la noche”. O sea, son once horas las que está laborando, menos la de
comida, que es de tres a cuatro. Lleva sus alimentos, para calentarlos allí,
pues, hasta eso, tienen su comedor y su cocina “muy bien”.
Son cinco empleados los
que trabajan en ese balneario, tres maestras, un maestro y la encargada, al que
acuden mayoritariamente judíos. “Como un noventa por ciento son judíos. Y hay de
Chile, de Argentina, de Canadá… pero, los que más, son de Israel, sí, judíos de
Israel. Me dicen que les gusta mucho México porque aquí ganan muy bien”,
abunda. Sí, supongo que la facilidad para hacer negocios en México, a pesar de
tantas desventajas, como la violencia, la corrupción, la inseguridad… valen la
pena. A pesar de tantos problemas, no ha dejado de haber inversiones extranjeras
en el país y a pesar de la “incertidumbre” que está generando Estados Unidos en
cuanto a si se mantiene o no dentro del tratado de libre comercio (ver: http://imparcialoaxaca.mx/economia/173689/aumenta-la-inversion-extranjera-en-mexico/).
Y, claro, en la zona en
la que se ubica el balneario, las Lomas de Chapultepec, se justifica y es
menester que se cobre caro. Dice Liliana que la mensualidad es de mil
ochocientos pesos, una hora a la semana, distribuida en dos medias horas. “Sí,
por ejemplo, pueden ir lunes y miércoles o martes y jueves o miércoles y
viernes… como se acomoden”. Véase, la explotación a la que se le somete, pues
ella recibe sólo cuatrocientos pesos por estudiante, o sea, poco más del
veintidós por ciento. En tanto que el deportivo se queda casi con el ochenta
por ciento de las entradas. Podríamos suponer que gasta mucho en mantenimiento,
pero seguramente con el diez por ciento de las mensualidades se cubre ese
rubro. Además, no está regularizado o no totalmente, por eso es que no les
brinda prestaciones. Así, la dueña gana más, sin preocuparse de si tengan seguro
social o fondo de ahorro… sólo su pago por hora. Pero con los esquemas actuales
de outsourcing, que el pago es por
hora, sin prestaciones y los contratos son de un mes o menos, con tal de no
crear antigüedad (gracias a la impuesta “reforma laboral” de la mafia en el
poder actual), es “normal” para muchas empresas trabajar así.
Las clases son de media
hora y la mayoría de sus alumnos son niños pequeños, de entre año y medio a
tres años. Me explica que un bebé podría estar aprendiendo desde la semana de
nacido, pues “nos formamos en agua, así que es natural. Si todos tomáramos
clases de natación, desde chicos, no tendríamos problemas para nadar”, afirma
Liliana, quien, a pesar de estar a diario en contacto con el agua clorada de la
alberca varias horas, luce su cara bien cuidada. Tiene 31 años, pero representa
menos, unos 25, le digo. “Es que siempre me pongo crema y bloqueador, cada que
salgo del agua, porque se te va cayendo”. La ventaja es que todo el balneario
es techado, pero, de todos modos, emplea bloqueador.
También tiene mucho
cuidado con sus ojos. “Mira, aunque el agua de una alberca esté muy clorada, no
te irrita lo ojos, es la pipí la que te los irrita – dice, sonriendo, irónica –.
Yo, como ya estoy acostumbrada a reconocer una alberca, sé muy bien cuando
tiene muchos orines, y ni me meto cuando está así”. Me dice que no existe
ninguna alberca libre de orines, pues mucha gente, niños, sobre todo, se orinan.
“Fíjate, los bebés se orinan a cada rato y, ni modo, te aguantas, porque les
estás dando clases”, agrega, suspirando.
Los primeros ejercicios
que le pone a cada bebé que entrena, son los movimientos de brazos y piernas. Luego,
los va sumergiendo poco a poco y les coloca un popote, una especie de flotador
largo, de hule espuma, que se les amarra alrededor de la cintura. Y así, hasta
que ya comienzan a flotar. Ya, cuando flotan, les va enseñando a desplazarse. “Sí,
así como a los adultos”, afirma. Le pregunto que si todos los judíos llevan a
sus bebés a que aprendan natación y me dice que es obligatorio. “Sí, porque, bueno, eso he leído, están esperando
el regreso del mesías”. Con lo cual,
esperan a que haya nuevamente un diluvio universal, y sabiendo nadar, tienen
más posibilidades de salvarse. ¡Vaya si están atados a creencias bíblicas!,
pienso.
Dice que son muy
constantes, pues una vez que un bebé comienza a tomar clases, lo tendrá para
los próximos dos, tres años. En general, se lleva bien tanto con los niños, así
como con las madres, que son las que los llevan, es su obligación, al menos en las reales y muy tradicionales mujeres judías.
Incluso, se casan muy chicas. “Cuando empecé con las clases, tenía alumnas de
trece, catorce años. Y ya están casadas y ¡tienen hijos y me los llevan!”,
exclama Liliana. Algo que me sorprende mucho, como a ella, cuando lo supo, es
que las mujeres judías, a los quince años, se deben de ir a Israel a cumplir
obligatoriamente con su ¡servicio militar! “¡Sí, yo me sorprendí cuando me lo
dijeron. Imagínate, que así fuera aquí… no, yo me iría del país!”. Bueno, no
sorprende, tomando en cuenta que los judíos tienen costumbres muy arraigadas,
no sólo de años, sino de siglos. El problema es que se han vuelto una sociedad
muy cerrada y soberbia en muchos aspectos, como el hecho de que ahora traten a
los palestinos de manera autoritaria y hasta dictatorial, como en su momento lo
sufrieron cuando los nazis los persiguieron con la consigna de exterminarlos
(ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2012/04/el-holocausto-palestino-manos-de-israel.html).
Y dice que, ya cuando
regresan de su servicio militar, las chicas se deben de casar con quien ya les
tenga asignada la familia. “En serio que, luego digo, pobres chavas, porque están
muy lindas, de verdad, las judías son muy lindas, parecen muñequitas, y sus
esposos están refeos”, exclama,
haciendo mueca de desagrado. Le digo que el dinero, y no el amor, es el que “arregla”
esos matrimonios por conveniencia,
como siempre ha sido… ¡y seguirá siendo!
Los hombres, continúa
Liliana, deben de cumplir, pero con su servicio religioso, en una sinagoga. “Es
que los protegen más, pues puede estar el Mesías entre ellos”, dice, sonriendo.
“Y luego hacen su servicio militar”.
Una “creencia” más, lo
del “Mesías”, que da cuenta y ayudaría a explicar por qué, en muchas cosas, los
judíos son tan peculiares y herméticos.
Como en la situación de que se ayudan mucho entre ellos, merced a tal
hermetismo. “Sí, yo veo que, como que se ayudan mucho, son como muy unidos. La
hija de la dueña del balneario – extrañamente, la dueña del balneario no es
judía, me aclara antes Liliana, pero vio una buena oportunidad de hacer un
negocio allí con el balneario –, quiso poner un local de joyería, pues como su
esposo es joyero y no andaba muy bien de dinero, lo quiso ayudar. Pero fíjate
que no, no le compró nadie y mejor lo quitó”.
Pues muy mal que sean
así, reflexiono, porque, al fin y al cabo, ellos han vivido de los mexicanos. Dice
Liliana que le platican las madres que sus esposos, la mayoría, tienen sus negocios
en el Centro Histórico, sean ferreterías, de ropa, telas, zapaterías,
restaurantes… de todos los giros. Y a esa zona acuden cientos de personas,
sobre todo de ingresos de medios a bajos (bueno, ya 80% de los mexicanos ganan debajo
de los diez mil pesos mensuales), es decir, sectores populares. De ellos se
alimentan. Allí, sí, no hay la excusa de que “¡Ay, no es judío, no le voy a
vender!”, no, pues, a fin de cuentas, el dinero no tiene nacionalidad. Tampoco tienen reparos en contratar a
mexicanos de sectores bajos, a los que pagan muy bajos salarios de cuando mucho
dos salarios mínimos, que es la tendencia actual (ver: http://www.jornada.com.mx/2018/07/30/opinion/021o1eco).
Es, digamos, una doble
moral. Hace años, trabajé para el Consejo de la Crónica de la ciudad de México.
Había un proyecto que se llamaba “El exilio en México” y se hacían entrevistas
a gente que había llegado de otro país y se había quedado a vivir aquí. Uno de
ellos, era un judío que había llegado de Rusia, cuando niño, en los 1940’s. Platicaba
que comenzó vendiendo calcetines en Jesús María, en el Centro. Y que se esforzó
mucho, demasiado, supongo, pues le
platicaba a la entrevistadora (su sobrina, y quizá por eso se sinceró bastante),
que de cuando en cuando juntaba “centavitos” y compraba un terreno, hacía un
piso, luego, otro, y así… hasta que ya tenía dos, cuatro edificios. Eso, en
cuanto a su parte industriosa, pues
también le platicaba que los domingos, “como todos estábamos chamacos, mis
amigos y yo, nos íbamos en el Cadillac de un tío por todo Reforma. Y allí,
subíamos a la fuerza a sirvientitas,
pero, así, no por maldad, nada más de broma, para besarlas, ¿no? Pero, una vez,
la gente nos vio y rodeó el auto y estaban con piedras, para que la soltáramos,
y mejor que la soltamos”, recuerdo que fue una parte de su testimonio. Eso fue
algo, para mí, increíble en ese momento, porque, entonces, me pregunté, ¿en
dónde estaba la tal moral judía tan presumida?”. Y es algo que comparto con Liliana
en ese momento, con lo que concuerda.
Dice que puede dar
clases a niños hasta antes de los siete años, pues, arriba de esa edad, ya sólo
hombres les pueden enseñar y se van con el maestro. Y cuando es clase de puras
niñas o chicas adolescentes, no puede haber un solo hombre en la alberca. “De
hecho, hay dos albercas, para cuando se dan esos casos. Y de todos modos, el
maestro es el que les da clase a casi siempre a los niños”.
En general, dice que
son muy amables casi todas la mamás de los niños a los que da clase. “Sólo dos
veces he tenido problemas. Una, fue con una mamá que no quería sacar a su hijo
y ya se había acabado su clase y me empezó a insultar y a decir que cumpliera
con mi trabajo y así, y que me salgo y que le digo a la encargada ‘¡Dile que yo
también sé insultar y gritar, pero que estoy en mi trabajo, y que ya se acabó
la clase!’, y ya fue a decirle y que saca a su hijo, muy enojada… y ya no
volvió a llevarlo. Y la otra fue que una chica, como de trece años, que no me
quería hacer caso y que me empezó a hacer burla, así, me arremedaba todo lo que
decía. Y, también, que me salgo a decirle a la encargada, porque, si te faltan
al respeto, tú no puedes decir o hacer nada, sólo avisarle a la encargada. Y ya,
que va y le dice que por qué no hacía caso y que me estaba haciendo burla. Y la
chica lo negó, pero la maestra que estaba a un lado, dijo que sí se estaba
burlando y no quería hacer las cosas. Y, ya, que se sale… pero, fuera de eso,
me llevo muy bien. Una mamá, que su esposo es joyero, cada diciembre me ha llevado,
una vez, una cadenita y, otra, unos aretes, de oro, sí, muy linda”.
Los martes, que es
cuando comienza con las clases a las ocho de la mañana, debe de salir de su
casa a las cinco, para estar, ya en la alberca, al cuarto para las ocho, pues
deben de ser muy puntuales, ya que sus alumnos, lo son. Y toda la mañana del
martes, sus alumnos son gente adulta, de todas las edades, sobre todo de la
tercera, que practican natación como un deporte para tener buena salud. También
les da media hora. Y allí, sí maneja grupos de tres o más. Con niños, también
puede hacerlo, pero, máximo, tres. Afirma que podría tener bebés desde una
semana, pero que la alberca no tiene condiciones para eso, como la temperatura,
que tendría que ser mayor de 35 grados y no estar tan clorada. Dice que deben
de estarla revisando diario, para asegurarse de que esté en buenas, si no, óptimas
condiciones. “Hay un químico, que se encarga del mantenimiento y de revisarle
los niveles. Si no le das diario mantenimiento a una alberca, de inmediato se
cae, hasta se pone verde”, afirma categórica.
Los domingos, sus únicos
días libres, acude a la alberca de la Magdalena Mixiuhca, para practicar una
hora la natación. “Es como entrenamiento, pues en las clases, casi te la pasas
parado, y por eso lo hago, para no perder la condición”, dice.
De vacaciones, sólo
tiene la Semana Santa, completa, y dos en diciembre. “Pues yo creo que porque,
de plano, no va gente, pero si fuera, hasta esos días tendría que dar clase”,
dice Liliana, sarcástica.
Agradezco la plática y
le deseo mucha suerte a Liliana y que, al menos con ella, los judíos sean siempre
amables y amistosos.
Es lo que requerimos
hacer todos los seres humanos, ser
amistosos, solidarios, sin importar la raza, si queremos que nuestro mundo
perdure algunos años más.
Contacto: studillac@hotmail.com