Theranos, otro fraudulento “gran avance médico”
Por Adán Salgado Andrade
La filosofía que el
capitalismo salvaje inculca a todos sus fervientes seguidores, sobre todo,
aquéllos ávidos de enriquecimiento rápido y fácil, no tiene límite en los
métodos empleados para lograr tan caro
propósito. Cada día surge la naciente
empresa (startup), con una “súper
idea que revolucionará al mundo”. Lo hay en todo, que súper autos, súper
celulares, súper cafeteras, súper medicamentos, súper robots, súper armas…
pero, al final, la mayoría de las veces, sólo se trata de tramposas formas de
entusiasmar y embaucar a los ávidos inversionistas (venture capitalists) que están tan ansiosos de meter su dinero en el
siguiente hito tecnológico, científico, médico, militar… lo que sea, con tal de
abultar más sus respectivas fortunas.
Por desgracia para
ellos y para mucha gente que se podría beneficiar de tal “avance”, en la
mayoría de los casos, se trata sólo de muy bien planeados esquemas, en los que,
lo único importante, como señalé, es el enriquecimiento rápido de los “emprendedores”
que sugirieron tal o cual timo.
Justamente es lo que
sucedió con la empresa estadounidense Theranos,
la cual, en su momento, se promovió como una pionera en el análisis sanguíneo
de cualquier persona, con sólo una centésima de la muestra de sangre requerida
en pruebas convencionales, tan solo un pinchazo en un dedo. Eso lo atribuyó a
que contaba con “tecnología de punta”, unas supuestas máquinas de análisis
llamadas “Máquinas Edison”.
Y con eso bastó para
que la fraudulenta empresa comenzara a llamar la atención de los inversionistas
y del público en general.
La empresa fue fundada
en el año 2003, por Elizabeth Holmes (California, 1984), una “gran emprendedora”,
como ella misma se consideraba, quien desertó de la universidad de Stanford,
convenciendo a sus padres de que le dieran el dinero de su educación para
iniciar y financiar su “gran idea”. El nombre original con que bautizó a su
creación fue Real-Time Cures, pues
Holmes la había concebido, en principio, para que elaborara parches
terapéuticos que pudieran dosificar la dosis de medicamento requerido por un
paciente, sin necesidad de que el doctor o una enfermera, la regularan.
Seguramente la idea
original le quedó grande, quizá se percató de que no había la tecnología aún (y
ni la hay todavía), para hacer un “parche inteligente”. Entonces, Holmes,
cambió, de repente, de estrategia y decidió, mejor, idear un método para
analizar la sangre rápidamente, con muy poca cantidad, el equivalente a un
pinchazo. Y por la forma en que los hechos se narran, de cómo lo hizo, puede
uno percatarse de que fue sin realmente saber si eso era factible.
Así que se decidió por
el análisis sanguíneo. Hasta le cambió el nombre a la empresa, a la que bautizó
como Theranos combinando las palabras
inglesas therapy y diagnosis, que lo hace sonar, incluso,
como latino (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Theranos).
Una vez lanzada, Holmes
combinó su belleza, facilidad de convencimiento y su audacia, para presentar a
la compañía como una súper innovadora
en el análisis de sangre. Como ya señalé, aseguró, desde el inicio, que contaba
con “tecnología de punta” para examinarla, los analizadores Edison (quizá pensó
que bautizándolos con el apellido del prolífico inventor y empresario Thomas
Alba Edison, serían más creíbles).
Y, sin realmente
cerciorarse de que existía la tecnología y las máquinas analizadoras, los
inversionistas corrieron a tropel para apuntarse y darle mucho dinero a
Theranos, con la esperanza de que lo multiplicaran cuantiosamente.
Para diciembre del
2004, ya había reunido más de seis millones de dólares (mdd) y estaba “valuada”
en treinta. Podemos ver cómo la culpa no sólo fue de Holmes, sino de todos los
interesados, codiciosos inversionistas, quienes veían el potencial financiero
de la empresa de Holmes, no el de que, realmente, sirviera para realizar
análisis sanguíneos que no demandaran gran cantidad de sangre, que no fueran
invasivos.
Eso es frecuente que
suceda, como hace unos años, cuando una naciente empresa, cuyo nombre no se dio
a conocer, supuestamente había desarrollado una droga capaz de destruir las
células cancerosas, vigorizando a las células T, para que no fueran “engañadas”
por aquéllas y las destruyera paulatinamente. El proceso que aplicó se llama Programmed Cell Destruction, o sea,
destrucción programada de células. Como dije, se ocultó el nombre porque los
primeros inversionistas que decidieron meter su dinero en esa empresa querían ser
exclusivos, que todas las ganancias que las acciones de esa empresa dejara,
fueran nada más para ellos. Tomaron en cuenta que, en ese entonces, un
tratamiento con esa “droga maravillosa” habría costado diez mil dólares y si
había doce millones de personas con cáncer, tan sólo en Estados Unidos, sería
formidables las utilidades. Todo resultó ser uno de tantos fraudes.
Eso, simplemente,
demuestra que al capitalismo salvaje no le importan consideraciones de ningún
tipo. Sea un arma, un auto, un medicamento, un alimento… si deja ganancia,
habrá que invertir en él, no importa si es para el bien de la humanidad o para
su mal (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2011/07/oportunista-capitalismo-salvaje-o-de.html).
Pero Holmes, aparentemente,
desdeñaba la parte lucrativa de la empresa y enfatizaba que su objetivo
principal era el bienestar de los pacientes que debían de hacerse pruebas
sanguíneas, que se oponía y le “daban fobia” las agujas que extraen la sangre y
que esperaba eliminar ese tipo de “costosos, obsoletos y dolorosos métodos de
análisis” (ver: https://www.vox.com/2018/6/15/17469332/theranos-elizabeth-holmes-criminal-charges-fraud).
Y los éxitos iniciales,
se dieron en cascada.
La segunda más importante
cadena de farmacias de EU, Walgreens,
de gran prestigio, se asoció con Theranos y comenzó a distribuir en sus
farmacias “pruebas en sitio”, las que se aplicaban a pacientes que estuvieran
empleando drogas de GlaxoSmithKline y
Pfizer. La Cleveland Clinic también anunció una asociación con Theranos para
bajar sus costos de laboratorio. Así mismo, esa fraudulenta empresa se
convirtió en el proveedor laboratorista de las aseguradoras médicas AmeriHealth Caritas y Capital BlueCross.
Incluso, recibió autorización de la FDA, la entidad gubernamental encargada de
dar el visto bueno a alimentos procesados y drogas en EU, para emplear su prueba
de pinchazo de dedo para detectar el virus del herpes simple (HSV-1). De hecho,
por esa “proeza”, fue nombrada Theranos la Compañía de Biociencia del Año, por
la Asociación Bioindustrial de Arizona, AzBio.
Otro “acierto”,
digamos, que tuvo Holmes, fue incluir en su lista de consejeros a gente tan importante
como George Shultz, ex secretario de Estado, William Perry, ex secretario de la
Defensa (me pregunto, ¿por qué quería Holmes a un militar?), ¡Henry Kissinger,
ese instigador de guerras!, Sam Nunn, ex senador de EU, Bill Frist, ex senador
de EU y cirujano de trasplantes de corazón, Gary Roughhead, almirante retirado,
James Mattis, general de los mariners, Richard Kovacevich, ex director de Wells
Fargo y Riley Bechtel, director y accionista del Grupo Bechtel, la mayor
consultora y constructora de EU. Como se ve, puras vacas sagradas, aunque
ninguno de tales personajes, excepto Frist, tenía que ver con la ciencia médica
. ¿Sería que Holmes, más que por su proyecto, los atrajo por su agresiva y, al mismo tiempo, dulce
personalidad? Como señalé arriba, Holmes es atractiva, sin que esto se malinterprete.
Lo señalo porque muchas mujeres poderosas usan su atractivo físico, si también
lo tienen, para conseguir sus objetivos.
En toda esta
fraudulenta aventura, Holmes tuvo a su brazo
derecho, el hindú Ramesh Sunny Balwami, igual de ambicioso que ella,
ingeniero programador, a quien nombró presidente de la compañía y director
operativo desde que la fundó. Balwami era su novio desde la secundaria, y le
llevaba 18 años, pero, por lo visto, ella era la que lo controlaba.
Lo que sorprende en
este caso es que pasaron los años, desde el 2004, hasta el 2015, sin que nada
sucediera. Como siempre, fue el minucioso trabajo de un periodista, John
Carreyrou, que trabaja para el Wall
Street Journal, el que dio a luz los fraudulentos manejos de Theranos,
Holmes y Balwami.
Carreyrou ha sido dos
veces ganador del prestigiado premio Pulitzer, otorgado a las importantes
investigaciones periodísticas que descubren escándalos, justo como el de
Theranos y todas sus excrecencias. Por esa investigación, Carreyrou recibió el
premio George Polk, otorgado por la Universidad Long Island, de Nueva York, en
la categoría “Reportaje financiero”.
Eso destapó la cloaca.
Fue cuando tanto accionistas, funcionarios gubernamentales, doctores y
pacientes pusieron en gran duda el “potencial” de Theranos y exigieron una
explicación, además de que demandaron la reparación de daños
Lo que Carreyrou expuso
fue que nunca Theranos contó con una
verdadera tecnología que pudiera analizar la sangre, como alardeaba dicha
empresa. Un ex empleado, entrevistado por Carreyrou, afirmó que las pruebas de
sangre se analizaban, ¡háganme favor!, con máquinas de otras empresas. Y las
que hacía con sus máquinas Edison, erraban significativamente con las pruebas
de otros laboratorios. En suma, nada estuvo bien desde el principio en
Theranos.
Un “soplón”, que estaba
en la junta de consejeros, Tyler Shultz, nieto de George Shultz, quien como
señalé, estuvo algún tiempo como colaborador y director de la empresa, también
contribuyó a engrandecer el escándalo, diciendo que no permitiría que un fraude
de esa magnitud siguiera operando.
En sus mejores
momentos, la empresa llegó a cotizarse en 9000 mdd, infladamente, por supuesto,
pues nada respaldaba ese valor. En el 2016, ya habiendo surgido la verdad,
Forbes la valuó en tan solo 800 mdd, tomando en cuenta que había logrado
recaudar de los incautos 724 mdd. O sea, en realidad, su “valor” se debía al
capital invertido por incautos y no a sus logros, que no los tuvo, excepto, la
prueba para detectar el herpes simple. De entre los mayores incautos, es decir,
ávidos inversionistas, estuvo la
familia Walton, dueña de la cadena Walmart, que invirtió 150 mdd, Rupert
Murdoch, otro codicioso millonario, quien le entró con 121 mdd, Betsy Devos, mujer de negocios, igualmente ávida de
ganancias (quien, por cierto, es la actual Secretaria de Educación del demente
Trump, muy criticada por su cerrada visión y por imponer un modelo educativo
anticuado y conservador), quien arriesgó 100 mdd y, por último, la familia Cox,
dueña del conglomerado publicitario, editorial y comunicacional Cox Media Group, la que invirtió (o sea,
perdió) 100 mdd. Todo por la codicia de enriquecerse más y más.
La minuciosa investigación
de Carreyrou mereció que este periodista escribiera el libro Bad Blood: Secrets and Lies in a Silicon
Valley Startup (Mala sangre: secretos y mentiras en una naciente empresa de
Silicon Valley), en donde se expone toda la fraudulenta estratagema que empleó
Holmes, tanto para hacer que su empresa fuera aceptada y creciera, así como las
torpes maneras en que se la pasó evadiendo el que sus máquinas fueran revisadas
por expertos, diciendo, simplemente, que era “propiedad intelectual” y que, si
lo permitía, “envidiosas empresas” se la plagiarían.
Sobre la “convincente”
y aferrada visión de siempre ganar-ganar
de Holmes, la articulista Virginia Hefferman, quien revisó minuciosamente las
pláticas y conferencias disponibles en Internet que daba Holmes, apunta que “en
el 2009, a los 25 años, le dijo a un pequeño grupo de estudiantes de Stanford
que el camino al éxito era la ‘convicción, ustedes pueden hacer que algo
trabaje, no importa qué sea. La peor cosa que puede haber en el mundo es tener
a alguien que no les crea’. Y, claro, entiendo los temores de la joven mujer
Holmes, pues feministas estadounidenses, desde Charlotte Perkins Gilman, hasta
Rose MacGowan, dicen que es devastador que a las mujeres se les muestre como no
merecedoras de que se les crea” (ver: https://www.wired.com/story/elizabeth-holmes-downfall-has-been-explained-deeplyby-men/?CNDID=32248190&mbid=nl_paywall-reminder_list1_p3).
Como se ve, lo que hizo
Holmes, no contribuye positivamente a eso que las feministas más necesitan, que verdaderamente se crea en las mujeres.
Enfatizo que no es porque sea mujer que se le esté juzgando, sino porque cayó,
como muchos hombres y algunas mujeres emprendedores
y emprendedoras, en la práctica de engañar de mala fe a quienes confiaron
en ella. No me refiero a los inversionistas ávidos de ganancia, quienes
tuvieron su merecido por ser tan codiciosos, sino a la gente, enferma o no, que
requiere de pruebas de sangre, algunas frecuentemente, y que si ese método “tan
sencillo” realmente hubiera existido, seguramente lo tendrían muchos hospitales
y laboratorios en todo el mundo, con tal de simplificar los análisis sanguíneos
y abaratarlos. Y Holmes sería rica, sin cuestionamiento alguno.
El 15 de junio del
presente año (2018), Holmes y su cómplice, Balwami, fueron acusados de varios
cargos de fraude, sobre todo hacia doctores y pacientes, y de actuar
alevosamente, sabiendo que nunca contaron con la tecnología ofrecida. De ser
sentenciados, deberán pagar cada uno 250 mil dólares de multa y podrían pasarse
20 años en prisión.
Aun así, Holmes puede
seguir retroalimentando su golpeado ego, pues se está filmando una película
basada en el libro de Carreyrou, dirigida por Adam McKay, en la cual, la actriz
Jennifer Lawrence, la representará.
Al menos, Holmes logró
que Hollywood se interesara en su retorcido caso.
Contacto: studillac@hotmail.com