El supuesto autómata que jugaba ajedrez
Por Adán Salgado Andrade
El ingenio del ser humano, no tiene límites, sobre todo, cuando se trata de engañar o sacar alguna ventaja.
Por ejemplo, Mary Baker, en el año de 1817, era una mujer inglesa, de humilde familia, que decidió adoptar la personalidad de una “princesa” de la ficticia isla Javasu. Se hizo llamar la “Princesa Caraboo”, usaba vestimenta exótica y bailaba. Se creó una historia, muy al modo, de que había sido secuestrada por piratas y al llegar al puerto de Bristol, había logrado escapar y por eso, la habían encontrado en harapos, pues se la había pasado vagando varios días. Todos estaban convencidos de que, en efecto, era una princesa, hasta que, para su desgracia, apareció una foto de ella en un diario local y se descubrió que era una humilde campesina, hija de padres maltratadores y que por eso había huido de su casa, inventado esa historia (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2020/08/la-indigente-que-se-hizo-pasar-por.html).
Más recientemente, Anna Sorokin, joven mujer rusa, también se hizo pasar por una “princesa alemana” y socialite, que había heredado una fortuna de $60 millones de dólares. Gracias a ese cuento, pudo vivir varios meses en lujosos hoteles y comprar en caras boutiques de ropa, calzado, perfumes, pues su “representante”, una empleada de la revista Vanity Fair, le estuvo pagando todos sus caprichos. La mujer quedó totalmente endeudada con $67,000 dólares, que nadie le pagó al final (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2019/05/ladrona-de-fama.html).
Las dos chicas tuvieron gran ingenio, pues mientras que Mary Baker, hasta inventó un “exótico idioma”, Anna Sorokin se comportaba como una caprichosa “princesa” a la que había que concederle todo.
Lo mismo sucede con los llamados magos, quienes, en todo momento, logran engañar al público con trucos de magia en donde aparecen y desaparecen cosas y la gente lo cree. Se define a la magia como “la ejecución de ilusiones para entretener, sorprender y asombrar”. A quien se considera el primer ilusionista formalmente, es a Jean Eugene Robert Houdini (1805-1871), un francés que a mediados de los 1800’s, “abrió un teatro de magia en París. Su truco más especial era crear pequeñas piezas mecánicas que parecían moverse y actuar como si estuvieran vivas” (ver: https://www.magicfestival.ca/post/a-brief-history-of-magic).
Justamente una pieza que asombró a las personas del siglo 18, se basó también en una ilusión. Era el llamado Turco Mecánico , cuyo creador, lo presentaba como un “autómata que jugaba ajedrez por sí mismo”.
Es lo que expone el artículo del portal ZMEScience, titulado “El Turco Mecánico, el falso jugador de ajedrez que no tenía inteligencia, pero que engañó a la gente por varias décadas”, firmado por Rupendra Brahambhatt, quien agrega que “una máquina del siglo 18, llamada el Turco Mecánico, que usaba un turbante y una túnica, derrotó a personas en el ajedrez por más de 60 años” (ver: https://www.zmescience.com/other/feature-post/mechanical-turk-machine/).
La máquina, fue ideada por el inventor húngaro Wolfgang von Kempelen (1734-1804), “y jugó y derrotó a personalidades como Charles Babbage (1791-1871) o a Benjamín Franklin (1706-1790), pero nadie sabía que era un engaño”.
Se muestra una imagen, de un grabado en cobre, del Turco Mecánico. En efecto, era un muñeco de tamaño natural, vestido con ropa de árabe, bigotón, quien estaba al lado de un gabinete de madera, sobre el que había un tablero de ajedrez. Ese gabinete era hueco, y se podían ver engranes y otros mecanismos, los que daban la ilusión de que era la maquinaria que hacía trabajar al “autómata”, por la que movía su mano, cada que hacía un movimiento de las piezas.
Señala Brahambhatt que Kempelen presentó la máquina, por primera vez, en 1770, a la emperatriz de Austria María Theresa (1717-1780), “y por 60 años, ese maniquí sin vida, engañó a la gente de que era un autómata que jugaba ajedrez. El secreto sólo lo conocían su inventor y otros colaboradores que participaron del engaño”.
A Kempelen se le ocurrió hacer esa máquina cuando presenció a un mago que daba una función frente a la citada emperatriz María Theresa “y aunque no se conocen los detalles históricos del acto, fue lo que inspiró al inventor, quien prometió a la emperatriz, que superaría el acto de magia que ella acababa de ver”.
Es de imaginarse que, en esa época, en donde no había computadoras o inteligencia artificial, el Turco Mecánico debe de haber provocado asombro y sorpresa, sobre todo entre los cortesanos, muy dados a presenciar todo tipo de novedades, fueran artísticas o magia. Y cuando Kempelen mostró su invención, fue todo un éxito.
Y antes de comenzar, el sagaz inventor enseñaba muy bien al Turco Mecánico, abriendo las puertas del gabinete de madera que, como comento arriba, tenía toda suerte de mecanismos de relojería, con tal de que la gente creyera, en verdad, que la máquina pensaba y se movía por sí sola.
Luego, invitaba a los miembros de la corte a jugar ajedrez con el Turco. Y todos o casi todos, eran fácilmente derrotados. Por muchos años, se creyó que, en efecto, era un autómata con inteligencia y voluntad propia, quien movía las piezas del ajedrez luego de su contrincante, para asombro de todos. En esa época en que los adelantos científicos causaban gran asombro, sólo piensen en cuán sorprendidos estaban los que veían jugar a esa máquina.
El hijo de María Theresa, Joseph II (1741-1790), envió a Kempelen a una gira por toda Europa, en donde su invención siguió sorprendiendo. Pero no fue tan invencible, pues al enfrentarse contra el mejor jugador de ajedrez de la época, Francois-André Danican Philidor (1726-1795), fue derrotado para gran humillación de Kempelen y sorpresa de los asistentes, quienes creían que la máquina era invencible.
De todos modos, siguió sorprendiendo porque, además, detectaba si el contrincante hacía trampa. Y nadie, ni los miembros de la Academia de Ciencias de Francia, fueron capaces de hallar cómo trabajaba.
Cuando Kempelen fallece en 1804, toma posesión de la máquina Johann Maelzel (1772-|838), ingeniero y showman alemán. En el tiempo en que administró al Turco, lo enfrentó con Napoleón Bonaparte (1769-1821), quien intentó hacer trampa, pero el Turco lo detectó.
Precisamente luego de que el Turco fuera derrotado por el mencionado Danican Philidor, se comenzó a dudar de su eficacia y se sospechó que algún humano en su interior la operaba. Fue el escritor estadounidense Edgar Alan Poe (1809-1859), quien comenzó a cuestionar al Turco, mediante una serie de agudas observaciones, sobre todo que, si era una máquina para jugar ajedrez, no podría ser derrotada, como ya lo había sido.
Ya, luego, pudo descubrirse que, en efecto, una persona de baja estatura y muy hábil en el ajedrez, escondida en el fondo del gabinete, tras unas puertas, era la que movía las piezas mediante imanes. Como tenía una réplica del tablero, se daba perfecta cuenta de los movimientos del adversario. Era una posición muy cansada, pero era posible que jugara.
Cuando ya se cuestionó mucho al Turco Mecánico, Maelzel lo donó a un museo de Filadelfia, en donde un incendio acabó con la ingeniosa invención el 5 de julio de 1854. “Se recuperaron algunos de sus componentes y se hizo un nuevo Turco, pero esta vez, realmente trabajaba como un jugador autómata de ajedrez, pues era operado por una máquina”, dice Brahambhatt.
Y ese fue el fin de esa ingeniosa máquina, tan ingeniosa que nunca, en su época, se pudo descubrir el engaño. Ya, posteriormente, cuando se reconstruyó, se vio de qué se trataba.
De todos modos, debe de haber ofrecido gran diversión y entretenimiento en su época. No fue hecha para destruir, sino para jugar.
Ojalá todas las invenciones fueran para divertir. Pero no es así.
Como todavía, en pleno siglo 21, los problemas se “arreglan” mediante guerras, el 80% de las invenciones, tienen como primera aplicación un uso militar. Y son un gran negocio.
Por eso, debe de haber guerras, para que se empleen.
No son una ilusión los muertos que ocasionan, son reales.
Ojalá hubiera verdadera magia, para que pudiera desaparecer a todas las letales armas.
Estaríamos mucho mejor.
Contacto: studillac@hotmail.com