Pueblos desiertos y niños sin futuro seguro
Por Adán Salgado Andrade
Dañu, Hidalgo. Las calles de este pueblo, de no más de quinientos habitantes, lucen vacías en un domingo, en que circulamos por ellas. De por sí, me comenta Juan, buen amigo, nunca ha sido esta localidad hidalguense, en donde los pocos originarios habitantes hablaban otomí, muy populosa. La mayoría de la gente, se ha ido a Estados Unidos, como Juan alguna vez hizo, hace varios años, unos veinte, “estaba yo chamaco”.
Vive en un terreno con un patio central y un par de habitaciones. Es propiedad de su madre y lo renta a un hombre que es mecánico. Le paga mil quinientos pesos mensuales. Vive el mecánico con su mujer y un hijo pequeño. “Pero ya lo va a dejar”, dice Juan, pues no tiene muchos clientes. “Mira, ve cómo está esto de vació, y nadie arregla sus carros, porque, además, ni tienen dinero y, ahorita, con la pandemia, menos”, me dice, señalando, con la vista, lo vacío de las calles, a pesar de ser domingo. Hay algunos puestos de comida, como uno de quesadillas y gorditas, “que es de una prima”, dice. Otro, de carnitas, en donde no hay tantos clientes tampoco. Hay unas cuatro tiendas, que, me pregunto, ¿a quién venderán? Y no lejos de donde Juan vive, hay una fábrica de quesos. El dueño de esa quesería, es el que monopoliza la compra de leche de los que tienen vacas, por allí. “Les paga a cinco pesos el litro, pero es que un queso se lleva como seis litros… es para sacarle, por eso, se las compra tan barata”, dice Juan.
Allí, en los “Quesos Padilla”, compramos un queso manchego de un kilogramo, que nos cuesta 105 pesos, barato, en comparación de si se comprara en una tienda de autoservicio de la ciudad de México, en donde ese mismo queso, costaría entre $180 y $200 pesos. Y si se requieren unos seis litros para hacer cada queso, eso implicaría que, sólo de leche, se llevarían $30 pesos, más otros 25 pesos, supongo, por la mano de obra y otros materiales para elaborarlo, le permite obtener al fabricante, casi el doble de su costo de hechura.
Sí, manteniendo tan bajo el precio que paga a los lecheros locales, le permite a esa empresa, ganar casi el doble. Y me ha comentado la gente que tiene vacas, que es el único que compra leche en toda la zona. No podrían venderla en otra parte, pues gastarían más en el transporte. Muchas veces, él mismo pasa en una camioneta por la leche. Así que, con tal que les quede neto lo que le venden del líquido, prefieren ese irrisorio pago, tomando en cuenta que un litro de leche cuesta entre 18 y 22 pesos, dependiendo de la “calidad”. Claro, es leche industrializada, a la que se ha bajado mucho la calidad y se agregan químicos, por tanto manejo.
De allí, vamos con el amigo de Juan que vende carnitas de puerco, pues él y los otros dos amigos con los que estoy, gustan mucho de comer carne y dicen que las de Pedro, “son las mejores que han probado”.
Como yo no como carne, por eso fue que compramos el queso. Prefiero no entrar en polémica de todo lo malo que es la carne para el organismo, además de para el medio ambiente. La pura producción de carne roja, supera en contaminantes a la de todos los transportes del planeta, que también contaminan mucho (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2018/01/la-eliminacion-de-la-produccion-de.html).
Tenemos planeado ir a tomar pulque a un lugar que Juan conoce, de los muchos que hay por allí, pues, su venta, es otro ingreso extra para los campesinos que tienen magueyes. Allí comeremos, dice.
Junto a las “carnitas”, está un local en donde compramos las tortillas, que, al entrar, me produce una regresión en el tiempo, pues están hechas a mano, aplastadas en prensa manual y puestas a cocer en un comal. Eso da idea de que, en efecto, al no haber tanta gente en Dañu, no hace falta una tortilladora mecánica. Supongo que no valdría la inversión. Además, me comenta la señora que las hace, que ella prepara el nixtamal, de su propio maíz. “Y sólo hago los domingos, que es cuando la gente viene a comprar”, aclara.
En medio del pueblo, está la antigua estación del tren de pasajeros, que iba desde la ciudad de México. Es una vieja construcción de adobe y techo a dos aguas, de madera. Luce conservada. El tren, hace muchos años que dejó de pasar por allí. Cuando, absurdamente, se privatizaron los ferrocarriles y el transporte de pasajeros dejó de ser primordial para los nuevos dueños. Muy mal, pues en Estados Unidos o en Europa, el tren sigue siendo un medio de transporte eficaz, masivo y no tan contaminante.
Esa estación, se convirtió en biblioteca pública, que, dice Juan, que no funciona mucho y que, además, está cerrada en estos días por la pandemia. “Aquí, la gente ni lee. Se la pasan viendo la televisión”, dice, riendo.
Y enfilamos al sitio en donde compraremos el pulque, distante unos veinte minutos, por caminos de asfalto, pocos, empedrados y, al final, una difícil terracería.
El lugar es semiárido, como toda la región. Y por la larga sequía que desde hace tres años sufren, el sitio está mucho más seco de lo normal, predominando nopales, huizaches, magueyes pulqueros y zacate seco, como vegetación (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2021/03/mas-sequia-mas-pobreza.html).
Juan sale del auto y saluda. Dice que ha ido un par de veces antes, así que lo conocen. No a cualquiera le venden. “La gente de aquí es muy desconfiada”, dice.
Y ya, una chica, de unos 28 años, pero muy acabada por una vida difícil, nos recibe. Luego, su esposo, de unos 35, llega y nos saluda.
Juan le dice que queremos pulque y que si nos daría permiso de hacer un fogón, para calentar las tortillas que llevamos, para “echar un taco”. Al principio, el hombre, llamado Eduardo, no está muy convencido de permitirnos hacerlo. “Es que está muy seco y rápido pega el fuego”, advierte. “Sí, pero vamos a estar al pendiente”, le asegura Juan.
Y luego de una media hora, el fuego está hecho y el comal que Juan llevó desde su casa, sobre las llamas, ya con tortillas encima.
Los invitamos a Eduardo, a su esposa y a sus tres niños, pues se ve que no han comido mucho. No ponen objeciones y pronto se acercan. La mujer, comienza a prepararles tacos de carne o de queso. Nosotros, comemos, mientras tomamos el sabroso pulque que nos trajo en una botella plástica de “coca” de a dos litros, y en unos vasos de vidrio que nos llevaron.
Le pregunto sobre las edades de las dos niñas y un niño. “La más grande tiene ocho años, el niño, tres y la niña, un año y medio”. No se ven mal alimentados, pero sí se notan con hambre. Y comen con avidez los tacos de queso manchego y de carnitas que les prepara su madre.
Le pregunto que si van a la escuela. “Nada más la grande, que está en segundo”, dice. “¿Y toma clases con la pandemia?”, vuelvo a preguntar. “Sí, le mandan su tarea por el juast”, responde, refiriéndose al WhatsApp, que les dan una semana para resolver y deben de ir a entregarla a la escuela. “¿Está lejos?”. Me indica que no, que está como a un kilómetro de donde viven.
De nuevo, reflexiono en lo absurdo que han sido las “clases en línea”, sobre todo, en estos medios rurales. Eduardo dice que “le pregunta la maestra a mi hija, que imagine cómo era la época de Juárez, y yo le digo que le diga que ella nació hace ocho años, que cómo se va a imaginar lo que sucedió hace tiempo. Pero no me hace caso. Yo, reprobaría a la maestra”. Lo comenta en tono de reclamo.
Y es que no hay cómo investiguen, sin internet, sin computadora, sería algo que, en efecto, la maestra tendría que explicar.
Eduardo cría borregos. “Ahorita, tengo treinta y uno”, comenta, satisfecho. Es buen patrimonio, pues, en pie, cada borrego cuesta noventa pesos por kilogramo. Así que uno de treinta, lo vendería en dos mil setecientos pesos.
Pero también preparan barbacoa. “Cuando hacen fiestas y me la encargan”. El costo de hacerla, por un borrego, la cobran a dos cientos noventa pesos el kilogramo. Esos serían unos ocho mil pesos. “Pero la gente, luego no quiere pagarla, por eso, mejor luego la hacemos nosotros para vender aquí”, dice.
De todos modos, es un ingreso extra, aunque muy eventual, pienso.
En donde viven, les “prestan”. “Era de mi abuelita”, dice la mujer.
Examinando la casa, de piedra y tejas, en efecto, se ve muy vieja, quizá de unos cien años. Hay partes que se están cayendo. No sé si sea indolencia o falta dinero. Me imagino que las dos, combinadas, pues Eduardo dice que también es albañil. Bien podría arreglar las partes que están casi derribadas y con eso, contarían con piezas extras.
En fin, a veces, la gente se despreocupa de cosas así. Es entendible, pues con la vida tan difícil que se ve que pasan, tienen otras prioridades, como comer, supongo.
Por la sequía, deben de llevar agua a sus borregos. “Tengo un medio barril y allí se las echo. Voy diario”, dice.
Nos muestra hasta dónde tiene sus tierras, “hasta allá, por donde se ve ese cerro”, indica, lo que deben de ser unos tres kilómetros.
Dice que allí, hay un manantial. “Ese, le escarbé como dos metros de ancho y un metro de fondo, y siempre tiene agua. Y yo le doy a la gente, no me gusta ser envidioso. Había un señor, que les negaba el agua, y su pozo, tenía poquita. Y el mío, siempre tiene rete harta. Es que dicen que si uno es envidioso con el agua, no se le da”, declara. Son esas creencias que, quizá, sean o no ciertas. Pero que, a veces, suceden. No se sabe qué pensar.
Eduardo, ya en confianza, viendo que somos compartidos, nos platica muchas cosas.
Como el caso de una señora que cura con hierbas. “Está para Palmillas”, dice. Y comenta que ha sabido de tres personas, con graves enfermedades, uno, del riñón, que los ha curado. “Con una vez, ya lo saca. Luego, le pide análisis, para ver si le cambia el tratamiento o sigue con eso, pero de que lo cura, lo cura”, afirma, muy convencido. Narra que a uno de sus hermanos, alcohólico terminal, le había curado una cirrosis. “Ya le decían que se iba a morir, pero esa señora lo curó”, dice. Advertido de que si tomaba alcohol de nuevo, se moriría, su hermano, vivió por cuatro meses. “Pero no hizo caso, se puso una buena peda un día y amaneció muerto”. O sea, la señora cura, siempre y cuando sigan al pie de la letra sus instrucciones.
Le comento que las hierbas son muy buenas y que las medicinas las usan, pero que las farmacéuticas ocultan su eficacia, para que sigamos comprando sus caras y, muchas veces, ineficaces medicinas (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2019/04/medicinas-caras-y-medicinas-falsas.html).
Todos están de acuerdo con mi observación.
Eduardo está muy animoso, con ganas de hablar mucho. Se ve que no puede hacerlo tan seguido.
Sale el tema hasta de las “bolas de fuego”, o sea, de las ya casi desaparecidas brujas. “Un amigo, un día, se le apareció una, son como bolas de fuego, con el centro negro, y dice que nomás pegó carrera”.
Tiene una interesante teoría de porqué ya casi no hay brujas. “Primero, porque ya hay mucha contaminación, segundo, porque ya no comemos lo mismo y, tercero, porque ya nuestro estilo de vida es más difícil”, dice.
Muy interesante su teoría. Quizá, en efecto, hasta la contaminación y depredación haya terminado con esos personajes ¿míticos?
Platica de que le trabaja a gente, poniendo postes para que cuelguen en ellos cables para la luz.
Y refiere que le laboraba a un señor que se veía “buena onda”. “Pero me enteré que se echó a unos que no le vendían completo el maíz para sus vacas. Y mejor decidí ya ni ir por allí. Porque dicen que los que supieron que se los echó, que los amenazó con que tuvieran cuidado de ir diciendo. Y, como tiene mucha lana, dicen que les dio dinero a los judiciales, para que no le hicieran nada”.
Pues, en efecto, mejor que tenga cuidado con ese tipo, quien, seguramente, está conectado con el crimen organizado. “Siempre se ve su rancho lleno de camionetas negras y hombres que se ven muy malos y dicen que andan bien armados”. No es de sorprender, si, recientemente, Estados Unidos alertó que en México, un tercio de su territorio, está controlado por el narco (ver: https://www.jornada.com.mx/notas/2021/03/18/mundo/pentagono-opera-el-narco-en-un-tercio-de-suelo-mexicano/).
Y, claro, eso es porque Estados Unidos es el mayor consumidor de drogas del mundo (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2017/12/la-epidemia-de-opiaceos-legales-y-no.html).
Y si están tan armados esos grupos criminales, es porque de ese país, nos llegan, de contrabando, más de dos mil armas diariamente. Por eso, hay tanta violencia y muertos por armas (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2020/05/el-contrabando-de-armas-desde-eeuu-ha.html).
Lo platica Eduardo casualmente, como si estuviera hablando de la sequía, como nada de peligro.
Y espero que no sea así, de verdad. Que sea algo anecdótico.
Ellos, no han sufrido, por fortuna, cortes de agua. Diario reciben el vital líquido. Les comento de gente que ha tenido que comprar caras pipas de agua. “Sí, allá abajo, no les cae agua y han comprado pipas”, dice la señora.
Terminamos el pulque. Sobró comida, así que le pido a la señora que la guarde, para que ellos coman más tarde.
Le pregunta Juan que cuánto es. No quiere cobrarnos Eduardo los dos litros de pulque que nos vendió, quizá porque les convidamos comida, pero le doy cien pesos, en agradecimiento a su hospitalidad y amena plática. De todos modos, la venta de pulque, es parte de sus magros ingresos.
Nos despedimos de ellos y de los niños. A pesar de cómo viven, en medio de tierra y poca agua, los tres, están limpios.
Pienso en el incierto futuro que les depara, con tanta depredación, contaminación ambiental, violencia, grupos criminales, pobreza, decrecientes recursos naturales, sobrepoblación, pandemias, enfermedades incurables…
Por lo pronto, mientras Eduardo y su madre, les proporcionen una magra manutención, no tendrán que preocuparse.
Pero cuando ya sus padres no puedan hacerlo, que la adversidad los consuma, ¿qué pasará?
Nos alejamos del sitio, entre nubes de polvo del camino, piedras y nopales.
Y reflexiono que, de todos modos, nadie tenemos seguro el futuro, en este planeta que el capitalismo salvaje se va acabando a diario.
Contacto: studillac@hotmail.com