lunes, 16 de noviembre de 2020

Dos codiciosos buscadores ingleses de tesoros

Dos codiciosos buscadores ingleses de tesoros

 

Para muchas personas, la búsqueda de un tesoro, es un objetivo, una meta, que puede llevarlo al enriquecimiento repentino. Los buscan, aun a riesgo de sus vidas, como sucedió recientemente, cuando se hallaron una serie de objetos antiguos, valuados en un millón de dólares. Esos objetos, habían sido enterrados en un apartado sitio, en medio del bosque, por un coleccionista. La búsqueda, ocasionó hasta muertos, pero, finalmente, fue hallado.

Forrest Penn, el coleccionista que ocultó las antigüedades, aparentemente, se alegró del hallazgo, aunque lamentó la pérdida de vidas. “Pero así es la pasión por buscar tesoros”, declaró, sin arrepentimiento alguno (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2020/06/culmino-la-busqueda-que-hasta-muertos.html).

Hay otras personas que se dedican a buscar tesoros en el mar, como galeones españoles, hundidos hace años, que tormentas o cañonazos de piratas ingleses, hundían. Esos buscadores, invierten muchos cientos de miles de dólares, en equipo especializado, como submarinos robóticos, que se sumergen a cientos de metros de profundidad y todo un arsenal de otros adelantos. Normalmente, tratan de hacerlo en aguas internacionales, con tal de que no tengan que notificar a ningún país de tal hallazgo, para no compartir las grandes ganancias, de decenas de millones a veces, que pueden obtener de tales hallazgos (ver: https://www.bbc.com/future/article/20160210-inside-the-hunt-for-a-million-dollar-haul-of-ocean-gold).

Otros más, buscan meteoritos, objetos siderales, que, los metálicos, que no se desintegran al caer en el planeta, son también muy valiosos (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2018/12/la-peligrosa-pero-muy-lucrativa.html).

Pero hay otros que se dedican a buscar tesoros enterrados en tierra firme, hurgando en áreas en donde, históricamente, se han documentado que, en tiempos antiguos, se enterraban tesoros. Usan los detectores de metales, aparatos que reaccionan con sonidos de distintas intensidades, ante la evidencia de un metal enterrado. Se usaron mucho, éstos, durante la segunda guerra mundial, para detectar minas explosivas y desenterrarlas o estallarlas a distancia.

Ahora, se utilizan por los mencionados buscadores de tesoros, ya que detectan un metal, sea o no precioso. Es una actividad ardua, que no siempre produce resultados inmediatos o, a veces, ninguno, sobre todo, si se trata de zonas en las cuales, no se daban tanto los entierros de monedas u objetos de oro o plata, que eran los más frecuentes.

En mi experiencia, recuerdo, en mis años de adolescencia, a un tío, que vivía en un pueblo del estado de Hidalgo. Abundaban las leyendas de tesoros enterrados, algunos “encantados”, que databan, la mayoría, de la época revolucionaria, cuando la gente escondía sus riquezas, sobre todo los hacendados, fueran o no, muy ricos, de los “rebeldes”. Mi tío, hermano de mi madre, maestro de profesión, quiso aprovechar su tiempo libre, para buscar esos míticos tesoros. Compró un detector de metales que, en el lejano año de 1973, le costó unos tres mil pesos – mucho dinero para le época, pues eso podía costar un auto usado –, y se dedicó, junto con el padre del pueblo y otro amigo, a buscar oro y plata enterrados. Se la pasaron varios meses explorando con el aparato, inspeccionando, incluso, los sitios en donde se rumoraba de la existencia de tesoros, pero, nada, sólo una vez, el aparato sonó intensamente, para que, luego de una profunda excavación, hallaran nada más que una vieja olla de cobre, que costaría  no más de mil pesos de los de entonces.

Sin embargo, hay países y sitios, dentro de esos países, en los cuales, abundan objetos antiguos valiosos, hechos de oro o plata, como monedas o joyas, tales como pulseras, collares o aretes.

Una región así, es el área llamada West Midlands de Inglaterra, que, hace más de mil doscientos años, fue una ruta que tomaban los vikingos para invadir frecuentemente a los anglosajones, de lo que era la proto-Inglaterra.

Allí, entre la tierras agrícolas de la actualidad, cientos de buscadores de tesoros, se dan cita, para detectar, con sus aparatos, tesoros. Pero deben de respetar una ley inglesa, que los obliga a reportar cualquier hallazgo, sobre todo si se trata de uno cuantioso, pues es considerado patrimonio de la nación. Desde luego que reciben una recompensa, tanto ellos, así como el dueño de la tierra, en donde fue localizado dicho tesoro. Sin embargo, hay casos de buscadores que no acatan esa ley y tratan de sacar un mayor provecho personal, vendiendo el hallazgo ilegalmente a obscuros coleccionistas, como expone el artículo de la revista The New Yorker, denominado “La maldición del tesoro enterrado”, firmado por Rebeca Mead (ver: https://www.newyorker.com/magazine/2020/11/16/the-curse-of-the-buried-treasure).

En este, muy bien, documentado artículo, se narra la historia de dos buscadores, muy codiciosos, que trataron de hacerse muy ricos, vendiendo por su cuenta una enorme cantidad de joyas y monedas, que databan de los años 800’s de nuestra era, y cuyo origen era anglosajón, pero que fueron hurtadas por vikingos en retirada, como confirmaron los expertos que tuvieron acceso a las pocas piezas que pudieron ser rescatadas.

Los aludidos, se llaman George Powell y Layton Davies, quienes, en el 2015, pidieron permiso para explorar, en tierras comprendidas en el condado de Leominster.

Allí, tuvieron la gran suerte de hallar  las citadas monedas, como dije, de los años 800’s. Las monedas, mostraban a dos reyes anglosajones, Ceolwulf II (muerto en el 879 DC) y Alfredo el Grande (848/9-899), sentados frente a frente, en señal de alianza, contra los invasores vikingos (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Ceolwulf_II_of_Mercia).

Esos invasores, se robaban, en sus correrías, monedas de oro, plata, así como joyas. Y, muchas veces, preferían esconderlas, por temor a que otros codiciosos vikingos o enemigos, se las robaran. Como era muy difícil saber el sitio exacto en donde las enterraban o eran asesinados, se iban quedando ocultas todos esos objetos. Por eso, tales sitios, están llenos de tesoros así.

Powell y Davies, en lugar de dar aviso a las autoridades, prefirieron lucrar individualmente. Incluso, en su versión, volvieron a enterrar todas las más de 300 monedas que hallaron. Publicaron fotos de las monedas, en la página de buscadores y, de inmediato, los más conocedores, reconocieron su valor. Y los dos codiciosos, las pusieron en venta.

Peter Reavill, funcionario de la oficina de hallazgos, se puso en contacto con los dos, y les pidió que reportaran su hallazgo, pero nada. Aquéllos, prefirieron seguir lucrando con el tesoro.

A pesar de sus muy elaboradas mentiras, los investigadores, pudieron demostrar que no se trataba de unas “cuantas” monedas, sino que era todo un lote, muchas de la cuales, por las que pudieron rescatar – se las habían estado dando a guardar, Powell y Davies, a comerciantes de objetos antiguos –, nunca se habían usado y estaban en perfectas condiciones. Se determinó que todo el lote, valdría, por lo menos, unos cinco millones de dólares.

Finalmente, todas las pesquisas, permitieron atrapar a Powell y Davies. Gracias a que habían documentado el sitio en donde estaba enterrado el resto del tesoro con fotos de sus celulares, pudieron localizarlo los investigadores.

Pero no hallaron nada. Alguien, lo había encontrado o, se especula, Powell y Davies, lo ocultaron en otro lado, no lo han confesado, y esperan a salir de la cárcel – a Powell, le dieron diez años, a Davies, ocho y a otros cómplices, cuatro años –, para venderlo y gozar de tanta riqueza.

Sin embargo, un investigador dice que, de ser cierto eso, como ya está muy documentado que es ilegal su posesión, “no va a sacar nadie, nada de él, pues es ilegal. Sólo podrán tenerlo guardado, pues así, no vale nada”.

Lo peor es que Reavill dice que, de haberlo entregado, habrían obtenido entre medio millón y hasta dos millones de dólares cada uno, como recompensa. “Lo querían  todo, pero se quedaron sin nada”, afirma.

Tiempo más tarde, en octubre del 2015, algunos meses después de que Powell y Davies hallaron el tesoro mencionado, otro buscador, James Mather, explorando en Watlington, en Oxfordshire, halló un entierro vikingo, igualmente basto, de monedas, lingotes y joyería, tanto de oro, como de plata. Como es debido, Mather, sí dio aviso a las autoridades. Las monedas, eran de la misma época de las halladas por Powell y Davies, mostrando, como señalé, a Ceolwulf y Alfredo el Grande, sentados frente a frente, simbolizando su alianza.

Fue recompensado, debidamente, por su ética y correcta acción, al haber apreciado el hallazgo, como algo muy valioso para la historia de Inglaterra (ojalá, así actuaran esos países, con todas las piezas antiguas de las culturas nativas de otros lugares, que tienen entre sus colecciones, tanto particulares, como museográficas, y fueran devueltas a los países a los que les pertenecen).

Ahora, ya es más famoso el hallazgo de Watlington, que el de Leominster. No sólo eso, sino que Powell y Davies, son criticados por otros buscadores de tesoros, por haberlos desacreditado, pues ya no tan fácil les permiten los propietarios de tierras que exploren en ellas. Y se burlan de ellos, pues se quedaron sin nada y están encarcelados.

Y como nunca avisaron al propietario de la tierra en estaba escondido el tesoro vikingo, un tal Lord Cawley, cuando salgan de prisión, enfrentarán otros cargos.

Así que eso sucede cuando la codicia es antepuesta  la honradez y al ético actuar.

Pero como vivimos en un sistema que eso premia, al codicioso que se hace rico, aun con malas acciones, seguiremos enterándonos de ruines procederes.

Un gran tesoro que tenemos, es nuestro planeta. Pero los codiciosos capitalistas salvajes, se lo están acabando.

 

Contacto: studillac@hotmail.com