Robert Elsmere, novela sobre la crisis de la fe cristiana
Por Adán Salgado Andrade
El escritor estadounidense Sinclair Lewis (1885-1951), ganador del Premio Nobel en 1930, publicó en 1927, antes de recibir ese galardón, su novela Elmer Gantry, una dura crítica a la religión, en donde Elmer Gantry, se convierte en ministro eclesial, por pura conveniencia, para hacerse famoso, ganar mucho dinero y disimular sus relaciones con varias mujeres, a pesar de que se había casado. El libro provocó fuertes críticas entre la conservadora sociedad religiosa estadounidense y hasta se censuró su venta, en varios estados en esa época, pues no podían aceptar que se hablara así de su “sagrada creencia” y que “pastores” se comportaran como Gantry (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2012/06/sinclair-lewis-y-su-acerrima-critica-la.html).
Unos años atrás, la escritora inglesa Mary Augusta Ward (1851-1920), en 1888, publicó una, igualmente, audaz crítica hacia la religión, con su novela Robert Elsmere, una extensa obra, que en ediciones contemporáneas abarca casi 900 páginas. La que leí, una edición inglesa, de finales del siglo 19, de muy pequeña letra, contiene 318 páginas.
Mejor conocida como Mrs. Humphry Ward, la novela le fue inspirada por su activismo para reconciliar a pobres con ricos, además de la crisis religiosa, de los 1800’s, que se vivía en Inglaterra, en donde no se podía sostener más una conservadora religión, que pedía sufrimiento a los pobres, mientras los ricos andaban por el mundo como si nada, sin molestarse en pensar en esos obscuros sectores sociales que, en esos tiempos, estaban en peores condiciones que los pobres de hoy, pues la insalubridad y enfermedades eran un verdadero azote (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Mary_Augusta_Ward).
Basada en esos problemas de crisis religiosa, fue que Ward creó un personaje idóneo para la historia, en la figura de Robert Elsmere, un pastor que, en cierto momento de su vida eclesiástica, se cuestiona si lo que sermonea va acorde con la realidad social que estaba viviendo Inglaterra, en esos momentos, en donde las brutales diferencias entre los ricos y los pobres, no justificaban que predicara más una “fe” que no ayudaba a los desposeídos, a los cuales, sólo se les podían dar bendiciones, cuando se estaban muriendo por hambre o enfermedades y el “consuelo” de que se encontrarían con “Dios” en el cielo (eso mismo, sucedió en los tiempos del sometimiento colonial español de los antiguos mexicanos, a quienes los “padres” católicos pedían “resignación” ante su miserable, brutal existencia, pues “sus sufrimientos, los llevarán al cielo, hijos míos”).
La novela, ubicada en los 1850’s, se desarrolla, hasta cierto punto, como una historia romántica, para llevar una secuencia, digamos, pero es clara la intención de que sirviera, finalmente, como una crítica hacia ese desfase entre religión y sociedad.
Comienza cuando Elsmere visita un tranquilo pueblo, invitado por su tío, vicario del lugar. Conoce a Catherine Leyburn, una chica muy religiosa y conservadora, cuyo padre, Richard, había muerto años atrás. Se describe que su padre había sido sumamente religioso y que, por ello, Catherine, de 24 años ya, siguiendo las enseñanzas de su padre, ayudaba a todas las causas sociales, atendiendo enfermos, dando de comer a los pobres, practicando sus oraciones, cuidando a su madre, Mrs. Leyburn, y a sus hermanas, Rose y Agnes… en fin, una muy abnegada y religiosa mujer. Ward, muy convenientemente, presenta así a Catherine, para representar a esa sociedad muy religiosa y conservadora que, por ese tiempo, se rehusaba a aceptar cualquier crítica de la religión o hacia Dios, y que resulta en un gran antagonismo con Elsmere, algunos años después, cuando él sufre su crisis de fe, como veremos.
La tía de Elsmere, la hace de Celestina, y logra que la cerrada Catherine se relacione sentimentalmente con Elsmere y, finalmente, tras muchos rechazos, Catherine acepta ser la esposa de ese pastor, que su familia y su tío tanto aprecian.
Ward da el antecedente de Elsmere, diciendo que su madre, quien había enviudado siendo aquél muy pequeño, lo había educado muy bien y le daba consejos de todo. Ella, algo suspicaz también con la religión, le decía que no podía confiar del todo en sacerdotes. “Los padres, me dan desconfianza, Robert”, solía decirle. Y estuvo muy contenta cuando, gracias a una herencia de un primo de ella, Elsmere logra ir a Oxford. Allí, se relaciona con personajes que lo habrían de influir mucho, como Edward Langham, descrito como un introvertido, cuya familia raramente se interesaba en sus logros académicos, un personaje mediocre, que, de todos modos, fue importante para Elsmere pues se convirtió en su tutor. Las discusiones filosóficas entre ese par eran largas y, al final, Langham lograba medio convencerlo. Sin embargo, Elsmere, dotado de una natural inteligencia, y de todo lo que vorazmente leía, poco a poco lo fue superando. Sin embargo, nunca le perdió el respeto.
Otra muy importante influencia fue Henry Grey, un filósofo y religioso que lo aconsejaba sobre la vida cristiana y gracias a cuya influencia, decidió Elsmere hacerse pastor. Eso le dolió profundamente a su madre, quien, a pesar de todo apoyó a su hijo.
Todo eso había sido años antes de que Elsmere conociera y se casara con Catherine. Y con ella, se fueron a Murewell, a oficiar a una pequeña parroquia. Catherine estaba embarazada y en pocos meses dio a luz a su hija, a la que bautizaron como Mary, en honor de la virgen María. Era cuando la fe de Elsmere era incorruptible.
La parroquia estaba en terrenos que pertenecían a Roger Wendover, un squire, terrateniente, al que Ward presenta como uno de los remanentes de la vieja clase feudal, que todavía existían en algunas zonas rurales.
Al principio, chocan Elsmere y Wendover, pues Wendover detestaba a los religiosos, sobre todo, a aquéllos como Elsmere, el cual, estaba muy interesado por los trabajadores del terrateniente, quienes vivían en condiciones miserables e insalubres, en casuchas que se deshacían, llenas de goteras y techos casi colapsados. Esta parte, es en donde Ward ilustra el carente interés de obsoletos, ricos personajes, de rancio abolengo que, como Wendover, sólo se ocupaban en sus libros y sus escritos.
Wendover, de unos sesenta años, nunca se casó y sólo vivía con una hermana, Mrs. Darcy, quien se va volviendo loca en el transcurso de la historia. Por lo mismo, era un tipo duro, amargado, que creía ciegamente en lo que su administrador, Henslowe, le decía. Y este obscuro personaje, le había asegurado que Elsmere estaba metiendo ideas a sus trabajadores para que se rebelaran. Sin embargo, Elsmere le aseguró a Wendover que su único interés consistía en mejorar la condición de su gente.
Como su campaña para luchar por los trabajadores de Wendover trascendió hasta a los periódicos, llegó a oídos de Wendover, quien sólo así se enteró de la realidad que vivían sus subordinados. Un día, se encontró con Elsmere, quien lo llevó a recorrer todas las casuchas y que viera a la gente que se estaba muriendo. Wendover quedó muy conmovido, pues, como le dijo a Elsmere, nunca salía de sus libros. Acordaron que daría los fondos suficientes para mejorar las casas o hacerlas nuevas. Y de allí, nació una amistad entre ellos, sobre todo, porque Wendover se dio cuenta de que Elsmere no era un pastor ignorante, sino que tenía muchos conocimientos, pues, como le dijo que había estudiado en Oxford, Wendover estimó que tenía buena educación.
En efecto, platicaban de historia, de filosofía y, especialmente, de que Wendover era un escéptico, quien había escrito libros sobre el “alto criticismo”, concepto que ponía en entredicho las fuentes antiguas en las que la religión católica se basaba, como la Biblia. “Lo que he querido demostrar, es que no podemos confiar en fuentes, supuestamente históricas, que no pueden ser comprobables”.
Y de allí, sembró la duda en Elsmere, de si la religión estaba, realmente, basada en hechos verificables, si Jesús había existido, si los milagros de los que se hablaba en los textos bíblicos eran ciertos. Ward retoma, en esa parte, lo que se llamaba “alto criticismo”, tendencia que, como señalé, ponía en duda las fuentes históricas, en las cuales, se sustentaba el cristianismo o su sucedáneo, el catolicismo. Y es algo que, en lo personal, siempre he cuestionado, que a los católicos se les dice que la Biblia es la “pura verdad”, pero, en realidad, nada puede comprobar, lo que afirma, como cierto.
A pesar de ello, Elsmere, siguió unos meses en la parroquia y se esforzó por mejorar las condiciones de la gente del lugar, además de que fundó una escuela para hijos de trabajadores, que, incluso, el mismo Wendover inauguró.
Pero, como dije, la duda, ya estaba allí. Entra en una crisis de fe y decide renunciar a su labor pastoral, pues “no puedo seguir desempeñando una tarea en la que no creo, no puedo ir con la gente y decirle cosas que no puedo probar”, como le dice a Catherine, la que se decepciona profundamente de su posición, como ya comenté antes. Si ella se había casado con Elsmere, era por su profunda religiosidad, como “hombre de Dios”, lo que le recordaba a su propio padre, tan católico y moralista. A pesar de la crisis, Catherine le dice que lo apoyará en todo.
Dejan la parroquia y se establecen en Londres, en donde Elsmere buscará hacer labor social, seguir predicando la existencia de Dios, pero “adaptada a los tiempos que vivimos, que sirva como liberación, el profesar la palabra de Dios, reconocer que Jesús buscó la justicia, la igualdad, que se sacrificó por algo mejor”, decía a Catherine y a otros de sus amigos, como a Langham.
Ward aprovecha también la historia para criticar los amores juveniles, que chicas, sobre todo, se obnubilan muy fácilmente por hombres que no valen la pena. Así, Rose, la hermana menor de Catherine, en alguna ocasión que va a visitarla, conoce a Langham, como dije, un obscuro personaje, del que se enamora perdidamente, a pesar de que Catherine y hasta el mismo Elsmere desaprueban esa relación. Rose era una violinista nata, que ya tenía alguna fama en conciertos que había dado. Como Langham tocaba el piano, un día, tocaron juntos y ese detalle, hizo que Rose se prendara de ese hombre, mucho mayor que ella, de 38 años, y ella, de 17 años.
Langham tuvo dos oportunidades de haberle pedido matrimonio. La primera, mientras Rose estuvo de visita cuando su hermana y Elsmere aún vivían en la parroquia. Luego, un año más tarde, cuando Rose había estado estudiando en Alemania y había dado muchos conciertos, que la chica, al regresar, de nuevo, se prenda de él. Una noche, saliendo de un concierto, Langham la acompañó a su casa y, dadas las circunstancias, se besaron. Rose estuvo segura de que era el amor de su vida, pero, ¡oh decepción!, Langham le envió una carta, la siguiente mañana, diciéndole que su amor era imposible y que, estando con él, un mediocre, bueno para nada, sería una vida miserable. Al final, a pesar de que Rose se deprimió por varias semanas, entendió que Langham, en realidad, había hecho una buena obra.
El propio Elsmere, al visitar a su amigo y preguntarle por qué había hecho eso con Rose, comprendió, al verlo en su mediocridad, en su habitación de Oxford, lleno de libros, todo desordenado que, en efecto, nada podía ofrecer Langham a Rose.
Aquí vemos, cómo Ward, de alguna forma, aconsejaba a las chicas, especialmente, de que se abstuvieran de esos amores “juveniles” con personas con las cuales, por simple obnubilación, podían caer muy bajo. Debemos de tomar en cuenta, que Ward, a pesar de su supuesta apertura a problemas sociales, como conciliar a ricos con pobres, su comportamiento se basaba en los conservadores “valores victorianos” de la época, en donde las “buenas costumbres”, una suma de enraizados prejuicios sociales, imperaban. Ward, por ejemplo, se oponía a que las mujeres tuvieran el derecho de voto, actividad, decía ella, propia sólo de hombres, y atacó fuertemente a las sufragistas, que buscaban que la mujer pudiera votar. Una muestra de su cerrazón.
En fin, Elsmere, en Londres, se relaciona con varias personas, a las que explica su intención de fundar una “nueva religión”, que volviera a reconstruir la fe, sobre todo, de los pobres, “de los oprimidos, para que se cercioren de que Dios existió, y que está ahora en ellos, para mejorar su vida, para que, a través de sus enseñanzas, la gente logre la justicia, que no vivan indefensos, que sus vidas tengan un nuevo incentivo, a través de Jesucristo y sus ideas”.
Y lo logró, pues conoce a Murray Edwardes, quien había fundado una Iglesia Unitaria, que se despegaba de la convencional iglesia anglicana y de la católica, para dar otro sentido, más “social” a lo que predicaba.
Hugh Flaxman, otro buen amigo, le ayuda en su causa y, entre los tres, fundan la Nueva Hermandad, como una “alternativa” religiosa para todos los trabajadores, para que reforzaran su fe o la readquirieran.
Elsmere, todo los reconocían, era un gran orador y sus vastos conocimientos teológicos e históricos, recreaban muy bien la vida de Jesús y todos los pasajes bíblicos. No sólo eso, sino que les leía historias, de muchos autores, a los asistentes, para que vieran que se podía combinar la religión con todo tipo de conocimientos.
Seguramente era la forma en que Ward concebía una revolución en la impartición de la religión, para que los fieles tuvieran una mejor idea de lo que se pretendía enseñar a partir de la Biblia, contextualizarla. Supongo que, en efecto, si la gente ubicara el contexto histórico en que, por ejemplo, la llamada Pasión de Cristo se consumó, la entenderían mejor.
Por ejemplo, la enseñanza de la historia adolece de ese defecto, se enseñan hechos aislados, sin un contexto, sólo fechas o sucesos y, por eso, para muchos estudiantes, es aburrida. Si se enseñara como narración, cómo este acontecimiento llevó al otro, sería más interesante y se entendería mejor.
Y esa era la intención de Elsmere, con lo cual, logra muchos adeptos y la Nueva Hermandad va creciendo.
Un día decide visitar a Wendover, quien, sarcásticamente, le dice que lo que hizo fue una nueva religión. “Para los que no pueden vivir sin religión, usted les hizo una a su medida”. A pesar de esa crítica, Wendover estimaba mucho a Elsmere. Y así lo hizo, hasta su muerte, a los dos días, de que aquél, lo había ido a visitar.
También se entera de la muerte de Grey, lo que lo afecta mucho, pues, justamente, Grey le había dado grandes consejos durante su crisis de fe. Asiste a su funeral y se encuentra con Langham, al que ve tan cambiado y mediocre, que celebra, nuevamente, que Rose no se hubiera casado con él. Flaxman, el mencionado amigo de Elsmere, rico aristócrata, de finos modales, ocupó el dolido corazón de Rose, quien ve en él a un hombre inteligente, sobre todo, porque, como ayuda a su cuñado en la búsqueda de la nueva religión, le parece también alguien interesado en las causas justas, como ayudar a los pobres (seguramente Ward imagina, de esa forma, al pretendiente ideal de cualquier chica).
Por desgracia, hay un factor que se interpone entre Elsmere y sus grandes metas y esa es su frágil salud. Desde el inicio de la novela, se indica que, antes de visitar a su tío, había sufrido algunos meses atrás, de una enfermedad respiratoria. Además, cojeaba, como consecuencia de una caída que había sufrido en su niñez y usaba bastón.
Como lo que menos le importaba, era consultar doctores, descuidó una infección pulmonar, que él achacaba a una ronquera. Instado por sus amigos y por Catherine, que cada vez lo veían peor, permitió que un doctor, Edmonson, que, incluso, acudía a la Nueva Hermandad, interesado en esa novedosa forma de impartir religión, lo examinara. Y su diagnóstico fue que tenía tuberculosis y sus días estaban contados.
Le recomendó que se fuera a Alger, por entonces, colonia francesa, para que tuviera un mejor aire. Ward no lo dice, pero en esos tiempos, Londres adolecía de un muy contaminado aire, pues tanto fábricas, así como chimeneas, funcionaban con carbón y eso producía mucho humo. Y es algo que pone en palabras de Elsmere, quien “apreció el aire limpio de Alger, que, por algunas semanas, lo mantuvo algo mejor”.
Con él, en sus últimos días, estuvieron Catherine, su hija, su amigo Flaxman y Rose, quien ya estaba comprometida con éste, enturbiada la relación por la enfermedad de Elsmere, quien iba empeorando, pues, como el doctor Edmonson había dicho, “no le doy más de dos meses”.
A pesar de todo, Elsmere se mantuvo, hasta el final, activo, escribiendo cartas a sus amigos, discutiendo con Flaxman sobre la Nueva Hermandad y las críticas que recibía de muy conservadores pastores, a los que les decía que “si tuve que formar la Nueva Hermandad, fue por culpa de ustedes, que siguen hablando de milagros en el vacío. No podemos hablar de milagros, sino que necesitamos acción, para que todos los pobres mejoren sus vidas”.
Finalmente, una mañana, Elsmere, tras una visión – recuerda el día en que su hija nació y él estaba felicitando a Catherine –, muere.
Termina la novela con una frase que dice “Otros, sin duda, verán los grandes esfuerzos que hacemos, los niños, los verán como suyos, cosecharán lo que los muertos les legaron”.
El libro se dejó de publicar por varios años, a pesar de haber sido muy exitoso, seguramente por la polémica que generó sobre que las religiones deben de cambiar, adaptarse a los tiempos.
Sí, pues, el no hacerlo, lleva a aberraciones, como la de “sacerdotes” pederastas o pedófilos, llevados a esas perversiones porque tienen prohibido “tener contacto con mujeres”, mucho menos, casarse, una muy antinatural imposición.
Sería bueno que, comenzando por el Papa, plantearan los “ministros de la fe católica” un cambio en su religión.
De otra forma, se irá extinguiendo la “fe”, hasta que, muy pronto, quede como una mera anécdota histórica.
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