viernes, 31 de julio de 2020

Jane Eyre, una novela sobre las casi olvidadas institutrices

Jane Eyre, una novela sobre las casi olvidadas institutrices

por Adán Salgado Andrade

 

Las institutrices fueron, en los viejos tiempos, una alternativa, para las familias adineradas, de educar a sus hijos. Era mujeres que contaban con conocimientos, mucho más allá del común social, como dominio de las matemáticas, de la literatura, tocar un instrumento, dos o tres idiomas y otras cosas, muy necesarias para formarlos. Sus servicios, eran pagados por mes o, a veces, por año, con tal de que, si una de ellas era buena maestra, se le retuviera hasta que sus alumnos estuvieran bien capacitados, incluso, para atender una escuela más especializada, como un liceo o una universidad. Como señalé, era para familias acomodadas, de la realeza, como duques o marqueses, o burguesas, como las de banqueros, comerciantes o empresarios, quienes ya comenzaban a opacar a la declinante nobleza.

Era una actividad desarrollada generalmente por mujeres, casi todas pobres, contándose como uno de los pocos trabajos remunerados, que existían para aquéllas en esos tiempos. Era una labor dura, sujeta a los caprichos, tanto de las familias que las contrataban, así como de sus alumnos, quienes, por cualquier motivo, podían quejarse de ellas, lo que era suficiente para que se prescindiera de sus servicios. Era lamentable, pues las institutrices se quedaban, además de sin salario, sin un lugar dónde habitar, pues vivían en las casas en donde se les contrataba.

Pocas historias hay sobre el tema. Una de ellas, fue la debida a la escritora y poeta inglesa Charlotte Brontë (1816-1855), titulada Jane Eyre, publicada en octubre de 1847. Como muchas escritoras de la época, Brontë decidió escribir bajo el pseudónimo de Currer Bell. Sus hermanas Emily y Anne, quienes también escribieron – Emily, fue la autora de la famosa novela “Cumbres borrascosas” –, usaron igualmente pseudónimos, para evitar las críticas, pues, aunque había muchas mujeres que escribían, el machismo reinante, de sobrevalorar a los hombres por sobre las mujeres, en casi todo, llevaba a las escritoras a “esconderse” tras nombres falsos o a asumirse, incluso, como hombres (como hiciera, por ejemplo, Mary Anne Evans (1819-1880), otra escritora inglesa, quien adoptó el nombre de George Eliot para presentar sus famosas novelas).

Eso, también lo hacían, para evitar las críticas a sus trabajos, sobre todo de “afamados” escritores, quienes solían destrozar sus escritos, sin bases específicas, simplemente porque, muchas veces, las novelas de mujeres, superaban a las suyas.

En mi propia experiencia, habiendo leído varias novelas de escritoras de la época, podría decir que, casi sin excepción, son muy buenas y superan, incluso, a las de autores contemporáneos. Por eso se entiende que, como en el caso de Charlotte Brontë, prefirieran el uso de falsos nombres.

Jane Eyre está muy basada en la propia vida de Brontë, quien, por la fuerte necesidad de mantener a sus hermanas Emily y Anne, trabajó como institutriz. Tuvieron otras dos hermanas y un hermano, Branwell. Las penas de los seis hermanos comenzaron al morir su madre, María, en 1821. El padre, Patrick, un pastor anglicano pobre, envió a Emily, Charlotte, María y Elizabeth a un internado, conservando sólo a Anne y Branwell. En el internado, murieron, por las insalubres condiciones, María y Elizabeth. Charlotte, la más rebelde de los hermanos, salió, en cuanto pudo, de ese lugar infecto, llevándose con ella a Emily. Y asumió plenamente cuidarla a ella y a Anne.

Para ello, como dije, se puso a trabajar de institutriz, de las pocos ocupaciones que había para las mujeres. Y de esa experiencia, concibió la idea de escribir su novela, la que resultó ser un éxito comercial. Está escrita en un estilo romántico, esa tendencia literaria que resaltaba las emociones de los personajes (vigente entre 1760 y 1890), quienes, fuera de participar en la historia principal, terminaban ligados por el amor, viviendo felices, literalmente, el resto de sus vidas.

La novela, narrada en primera persona – un estilo literario muy usado, sobre todo, cuando se inicia alguien en el arte de la escritura –, ubicada en los 1830’s, comienza con una Jane de ocho años, huérfana, quien estaba al cuidado de un tío. Mientras éste vivió, su tía y primos, debían trataba muy bien, muy a despecho de la esposa del tío, la señora Reed. Al morir el tío, las cosas cambian totalmente y Jane sufre los malos tratos de la tía, el primo y las dos primas, quienes, por todo, la maltrataban e insultaban.

Sin embargo, Jane sobrevive a todo eso, gracias a su carácter duro y rebelde. Exige a la señora Reed que la inscriba a un internado y ése es Lowood, lugar lúgubre e insalubre, administrado por una adinerada, pero mezquina familia, en donde se prohibían “lujos”, tales como comida decente, lavar frecuentemente la ropa de las chicas o de las camas, que se bañaran seguido o regalarles galletas. Las maestras y la directora, eran buenas, pero nada podían hacer contra la mezquindad del tipo que les daba dinero. Sin embargo, cuando, por la insalubridad existente, se suelta una epidemia, que mata a varias, el lugar recibe mala fama y el administrador se ve obligado a aumentar el subsidio, para que vivan mejor sus internas y para no perder las abultadas donaciones que le hacían otras familias acomodadas. Muestra con eso Brontë, como la “caridad” de entonces era sólo la pantalla para hacerse de recursos. Tal y como se sigue haciendo en la actualidad con las organizaciones “caritativas”.

Esa experiencia es de la propia Charlotte, pues al internado al que, su hipócrita padre “pastor”, las había enviado, era una pocilga, en donde murieron sus hermanas María y Elizabeth. Y sería también una crítica a los internados de la época, sobre todo, los de mujeres, que se caracterizaban por las insalubres condiciones y maltratos de las internas, sujetas a los caprichos de cualquiera que tuviera cierta autoridad sobre ellas (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Charlotte_Bront%C3%AB#Early_years_and_education).

Con mejores condiciones ya, Jane pasa allí ocho años y sale con los talentos suficientes para colocarse como institutriz. Con sus magros ahorros – de cosas que lograba vender, como pinturas –, pone un anuncio en un periódico, anotando sus conocimientos, los que abarcaban matemáticas, literatura, pintura – era una pintora nata, haciendo retratos de personas en unos cuantos minutos –, dominio del francés, notables calificaciones y recomendaciones.

Y su anuncio fue atendido por una señora Fairfax, quien vivía en la residencia Thornfield Hall. Causa muy buena impresión al llegar, sobre todo porque, a sus 18 años, muestra gran seguridad y talento. Debe de cuidar a una niña de once años, Adela, que sólo habla francés y que, como Jane lo domina, no tienen problema en comunicarse.

De esa residencia, era dueño Edward Fairfax Rochester, primo de la señora Fairfax, un excéntrico burgués, muy difícil de tratar. Se conocen circunstancialmente, un día en que Jane, anda caminando por los alrededores de la residencia. Un hombre, a caballo, pasa junto a ella. Más adelante, su montura resbala, pues llovía, y ambos, corcel y jinete, caen, pesadamente. Jane lo ayuda a levantarse y hasta le soba un poco la lastimada pierna. Luego, ambos se enteran de que ella es la institutriz de Adele y él, el señor Rochester, padre adoptivo de la niña.

Rochester se enamora, por completo, de Jane, pues ve que no se trata de una mujer cualquiera, sino que tiene una gran sensibilidad, fuerte carácter, así, como el de él, además de ser muy bella.

Jane también se va enamorando de Rochester, no porque no tuviera experiencia en el amor, sino porque, sabe reconocer, cualidades buenas en las personas, habiendo ella sufrido tanto por las mezquinas, egoístas consciencias que, hasta entonces, la habían rodeado.

En pocos meses, Rochester le propone que se casen. Jane, a quien toda la vida, la ha perseguido la mala suerte, acepta, muy gustosa. Rápidamente, Rochester hace los arreglos para que la boda se lleve a cabo.

Acuden a la iglesia y, en el momento en que el sacerdote pregunta si hay algún impedimento, dos hombres salen a reclamar. Uno de ellos es el señor Mason, hermano de la ¡esposa de Rochester! Hasta ese momento, se entera Jane de que, quien casi iba a ser su esposo, estaba casado.

Sin embargo, Rochester afirma que, en efecto, eso es cierto, pero invita a Mason, al abogado de éste y al sacerdote, a su casa, para que vean el desquiciado y violento ser que era su “esposa”. “Trae la herencia de su familia, todos los cuales, tienden a enloquecer. Me asombra que a ti no te haya sucedido lo mismo, Mason”, le recrimina a su cuñado. En efecto, la señora Rochester es una muy trastornada mujer, que varias veces ha intentado asesinar a Rochester, quemándolo. Jane recuerda que, ella misma, una noche, casi fatal, rescató de las llamas a Rochester, al acudir a su auxilio, cuando percibió humo en la alcoba de él, una noche. Logró apagar las llamas y salvarlo. A su pregunta de quién habría hecho eso, Rochester le dijo que no se preocupara y que algún día, se lo diría. No habría esperado Jane, enterarse de esa forma tan brusca.

Muy decepcionada, decide huir de esa casa, sin llevarse nada, ni el collar de perlas que le había dado su casi esposo, como regalo de bodas.

Huye a bordo de un carruaje, a cuyo conductor, le pide que la lleve hasta donde sus veinte chelines, todo su capital, que le entregó por adelantado, pudieran hacerlo. Y es a un lejano pueblo, distante casi medio día de Thornfield Hall.

Sin dinero, sin ropa, pues su valija la olvidó en el carruaje, pide ayuda, pero nadie se la da. Se empapa por la lluvia y decide dormir bajo un árbol con tal de no seguirse mojando tanto. Esa parte, es muy desgarradora. Muestra Brontë, con ello, la naturaleza humana tan egoísta, pues la gente le dice a Jane que no es su obligación ayudarla, a pesar de que la ven famélica y mojada.

En una casa, Moor House, muy desesperada, haciendo acopio de sus restantes fuerzas, de plano, Jane exige ayuda. Para su suerte, hay dos chicas, Diana y Mary Rivers, muy amables y, aunque la trabajadora doméstica que la rechazó inicialmente, sigue escéptica de si no será ella una ladrona, la acogen. Llega Saint John, el hermano de Diana y Mary, y la ve. La llevan a dormir, pues se nota que está muy enferma. La cuidan hasta que se restablece. Todos sienten curiosidad por la historia de Jane, la que se cuida de contárselas pues, les dice, “no deseo que se enteren en dónde estoy”.

Y Saint John, que es cura del lugar, le ofrece trabajo en la escuela de la iglesia, en donde ganará unos cuantos chelines a la semana. Jane está muy agradecida y acepta de muy buena gana.

Pasan algunos días y una tarde, Saint John llega a decirle a Jane que ya sabe quién es y que la está buscando mucho un tal señor Rochester. No sólo eso, sino que le platica la historia, ignorada por Jane, sobre sus orígenes, resultando que un tío rico de ella, también es tío de Saint John y sus hermanas, así que son primos. El tío rico había muerto meses atrás y le había dejado toda su herencia, de veinte mi libras, a Jane, quien sólo debe de presentarse, acreditar su identidad y, listo, recibirá tan cuantiosa suma.

Muy felizmente, celebran Jane, Diana, Mary y Saint John que sean primos. Y Jane, nada egoísta, reparte, por igual, la herencia, dotando a cada una de sus primas y primo, cinco mil libras.

En esta parte, Brontë muestra lo soñadora que es la humanidad, deseando, siempre, el más caro anhelo que nos ha impuesto este materialista sistema, el súbito, “milagroso”, enriquecimiento, el que, a veces, a algunos, se les consuma, en efecto, por una cuantiosa herencia. Tema recurrente en novelas o hollywoodescas cintas. Mas, ¡oh realidad!, en un 99% de las veces, queda en eso, en un muy ansiado deseo que, a muchos, lleva a soñar y, cuando despiertan, sufren fuerte depresión al comprobar que, no se trató, más que de un ansioso sueño.

Pero, en la novela de Brontë, se vuelve realidad.

Seguramente, también estuvo en sus anhelos el enriquecimiento. Brontë, junto con sus hermanas, fundan, incluso, una escuela, para ver si tenía éxito y que lograran hacerse de un sustento seguro, pero la tuvieron que cerrar, pues fueron pocos los alumnos que acudieron a ella. Por eso, fue que las tres restantes hermanas Brontë, se pusieron a escribir, para tener algo con qué mantenerse.

En fin, regresando con Jane, luego de haber repartido la fortuna, Saint John, quien también cae enamorado por los atributos de su prima, le propone matrimonio y que se fueran como misioneros al Indostán, colonia inglesa que, por entonces, abarcaba India, Pakistán, Bangladés, Sri Lanka, Maldivas, Bután y Nepal. Ya ven que los países colonialistas, sometedores, se despachaban a lo grande. Y era una especie de moda de aquel entonces, ir a evangelizar a los “salvajes”. Esa parte, probablemente la haya anotado Brontë como una costumbre que se tenía, sin intención de crítica, pues el personaje de Jane, hasta alaba la labor de su primo allá.

Jane le dice que no lo ama y que si lo acompañara, sería sólo como su amiga. Saint John, terco, insiste, pero Jane, más terca, se niega y se niega.

Finalmente, Saint John, desiste y se va. Jane les comunica a sus primas que dejará Moor House para irse a buscar a Rochester, pues tiene gran curiosidad en saber de él, además de que, casi desde que lo conoció, como señalé antes, se enamoró perdidamente de él.

Llega a Thornfield Hall y queda terriblemente afectada al ver sólo incineradas ruinas del sitio.

Por el dueño del hostal en donde se hospeda, se entera de que al lugar, lo consumieron las llamas, por un incendio provocado por la “loca”, o sea, la que fuera la esposa de Rochester, la que muere en el lugar, a pesar de los intentos de aquél por salvarla. Como consecuencia, queda ciego y pierde una mano. Jane se conmueve mucho de eso, pues comprende cuan humano era Rochester, quien intentó salvar a esa loca mujer, a pesar de que la despreciaba y le había hecho la vida imposible.

Jane averigua que vive en una vieja casa, que él poseía, en medio del bosque.

Allí, lo sorprende, llevándole el agua, que él le había pedido a su ama de llaves.

Rochester cree que está soñando, pero ella le asegura que no, que está allí y se quedará con él para siempre. “Aunque no me quieras aquí, yo vine a quedarme toda la vida a tu lado”. “¿A pesar de que estoy ciego, mutilado, tengo 40 años y estoy amargado?, le pregunta Rochester. “A pesar de todo eso, pues te amo desde siempre”, le asegura Jane…

Y se casan…

Incluso, tuvieron un hijo, “que heredó tus azules ojos, mi amor”, le dice Jane, cuando se lo da, para que lo abrace.

Como dije, tiene la novela, luego de tanta tragedia, un feliz, romántico final.

Y para más feliz hacerlo, Jane dice que a los dos años de haberse casado, “Edward recupera su vista”.

Lo único que ensombrece algo la historia es que le avisan de la temprana muerte de Saint John en el Indostán. “Yo sé que murió en el reino del eterno amor”, dice Jane, como consuelo.

Fuera de eso, es un perfecto final, al estar con la persona amada, “hasta que la muerte nos separe”, y con una buena fortuna, que financie ese deseable, romántico desenlace.

Gran anhelo de muchos, ¿no creen?

 

Contacto: studillac@hotmail.com