miércoles, 15 de julio de 2020

Por qué una trabajadora de limpieza se hartó de limpiar casas de ricos

Por qué una trabajadora de limpieza se hartó de limpiar casas de ricos

por Adán Salgado Andrade

 

“Quisiera ser rico, para tenerlo todo”, reza una muy popular frase, cuyo sentido es el de que, la mayoría de la gente, viviendo precariamente, desearía tener una gran fortuna, en la creencia de que una persona acaudalada, lo tiene todo. Sí, lo tiene todo, desde el punto de vista material y no se cansa de acumular y acumular fortuna.

Eso muestra el artículo “¿Qué tan rico es el rico? Si sólo usted supiera”, firmado por Gil. Manzon, en el que comenta las escandalosas diferencias entre ricos y pobres que se dan en Estados Unidos, centro del capitalismo salvaje mundial, y uno de los países con la mayor desigualdad social existente del mundo (ver: https://getpocket.com/explore/item/how-rich-are-the-rich-if-only-you-knew?utm_source=pocket-newtab).

Inicia Manzon haciendo una pregunta “¿Tiene 250 millones para gastárselos por allí? Si usted está entre el 0.1%, probablemente sí”. Y es que comenta que no se puede medir la fortuna de los ricos, sólo por lo que ganan, pues eso no mostraría, del todo, la verdad. Esa medida debe ser de acuerdo a lo acumulado, a las fortunas con que cuentan, como se hace cuando Forbes muestra, cada año, a los mil más ricos del mundo. Así, comenta Manzon, “el conservador instituto Hudson, en el 2017, reportó que el 5% más rico de la población, poseía el ¡62.5%! de toda la riqueza de Estados Unidos en el 2013, arriba del 54.1% hace 30 años, o sea, en 1987. Como consecuencia, la riqueza del otro 95%, declinó de 45.9% al 37.5%”.

Más que evidentes, esas cifras de la brutal concentración de la riqueza, existentes no sólo en Estados Unidos, sino en el resto del planeta.

Y sigue mostrando las inequidades. “Las familias más acaudaladas, tienen casi siete veces más riqueza (las que ganan unos $639,400 dólares al año, en promedio), que las familias de clase media, que sólo perciben unos $96,500 dólares anuales. Pero los estudiosos de la desigualdad, Emmanuel Saez y Gabriel Zucman, hallaron que los súper ricos, el 0.1%, controlaban 22% de toda la riqueza en el 2012, más del 7% que poseían en 1979”. Es decir, esos súper ricos, lograron incrementar sus, de por sí, hinchadas fortunas ¡214%! en 41 años, casi 3.5 veces. Son los que más se benefician del sistema tan desigual y mezquino que ha impuesto el capitalismo salvaje.

Dice Manzon, que el comediante y actor Chris Rock comentó en el 2014, que “si la gente pobre supiera qué tan ricos son los ricos, habría protestas violentas en las calles” (bueno, ya las hay, ahora, por la brutalidad policiaca contra los afroestadounidenses). Chris Rock, afroestadounidense, millonario, con una fortuna estimada en cien millones de dólares, seguramente lo dijo por él mismo.

Pero, en el mundo, la mayoría de las protestas, se dan por las desigualdades sociales, pues no es posible que siga existiendo un mundo en donde hay personas que ganan ¡$11,000 dólares por segundo!, como el nefasto Jeff Bezos, el dueño de Amazon, ese emporio que todo lo quiere abarcar (ver: https://www.theguardian.com/technology/2020/apr/15/amazon-lockdown-bonanza-jeff-bezos-fortune-109bn-coronavirus).

En cambio, más de 2000 millones de personas, deben de “vivir” con menos de un dólar por día. Inequidades así, son sumamente obscenas. Pero sólo este mezquino, absurdo sistema económico que nos controla, puede permitir esos insultos.

Lo peor es que el nefasto Trump, hasta acordó una reducción de impuestos, de 39.6% a 37%, lo que beneficiará a los más ricos. Señala Manzon que “el 20% de los hogares con menos ingresos, verá una reducción en sus impuestos de unos $40 dólares, en promedio, comparados con los $5,420, para los que se encuentran en el quintil más alto. En cambio, el 0.1% más rico, ahorrará $61,920 dólares. Para el 2025, los más ricos verán su beneficio crecer $152,200 dólares, mientras que casi todo el resto, no verá mucho cambio. Todas las reducciones de impuestos, terminarán hasta el 2026”. O sea, gracias al nefasto Trump, rico que también se beneficia con sus cortes de impuestos, los súper ricos tendrán un “dinerito” extra, como si esos $152,200 dólares los necesitaran de verdad. Seguro, será para la gasolina de un mes, de sus yates o la turbosina de sus jets. ¡Qué bueno que les den ese beneficio a esos pobres súper ricos!

Y agrega Manzon que eso también beneficia a las fastuosas herencias que dejan, pues al tasarlas menos, les quedará más fortuna a los ricos herederos que se beneficien de ellas.

Así que, podría pensarse, luego de las cifras presentadas, que los ricos y los súper ricos, deberían de estar muy contentos, viviendo fastuosas y, sobre todo, muy felices existencias.

La escritora Stephanie Land, para obtener un ingreso extra, que le ayude a sobrellevar su economía familiar, siendo madre soltera, con dos hijas y un perro, se metió a trabajar a una agencia que envía trabajadoras de limpieza a casas de ricos, cobrándoles por hora.

Y la experiencia que tuvo, trabajando dos años en mansiones de lujo, muchas, con vista al mar, varios autos y otras “amenidades”, la platica en un artículo titulado “Pasé dos años trabajando en casas. Lo que vi, me hizo nunca desear el ser rica” (ver: https://getpocket.com/explore/item/i-spent-2-years-cleaning-houses-what-i-saw-makes-me-never-want-to-be-rich?utm_source=pocket-newtab).

Inicia diciendo que “siempre hay el lado sucio de un lujoso estilo de vida y se vuelve más predecible, entre más lo ves”. Una foto de una muy lujosa mansión, abre su trabajo. Es fastuosa, regia, de ensueño. Pero, como dice Land, es tan sólo la apariencia, lo materialmente superficial, lo que reina en la mayoría de esas casas. Conociéndolas por dentro, es evidente que la vida de sus habitantes no es, de ningún modo, feliz, pues pasan por una serie de problemas que, cuesta trabajo, creerlos.

Dice Land que, de antemano, debe de quedar claro que “tu trabajadora doméstica te espía y es algo que sabes”. Y ella, siguiendo esa premisa, también lo hizo. “Al principio, no anduve de metiche. Cuando en la agencia me dieron mi carpeta con las direcciones, dejé a mis hijas en la guardería y me fui a trabajar”.

Y las casas estaban lejos, por caminos sinuosos. Le dejaban las llaves, bajo el tapete o dentro de estatuas de gnomos. Estacionaba su auto en donde no dejara gotas de aceite (vaya intolerancia), tomaba sus utensilios de trabajo, avisaba que había llegado e iniciaba su jornada. Describe los interiores como “lujosas ventanas de foto, de verdad, que daban al océano, el césped, perfectamente cortado, las sillas alrededor del jardín, un camino hacia el muelle y el yate que brillaba aun en la lluvia. Yo limpiaba y me iba, pues tenía veinte clientes y dos o tres casas al día. Por eso me daba prisa”, dice.

Pero su jefa le llamó la atención, diciéndole que “limpiara más despacio”. “No lo decíamos así, claro, sino que limpiara más detalladamente”. La mujer le dijo que la empresa tenía muchos cambios de turno y que se cobraba por hora, así que si Land limpiaba más rápido que la chica que la sustituyera, “los clientes querrían seguir pagando la cuota más baja”. Bueno, doble mezquindad, la de la empresa de limpieza, buscando ganar más y la de los ricos, tratando de pagar menos. ¿Aplicaría aquí esa máxima del vox populi, que dice “ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón”? Podría ser, ¿qué piensan?

Así que, para hacer más tiempo, Land se puso a husmear. Dice que “Comencé a mirar en las pilas de papeles, en lugar de sólo emparejarlas. Busqué secretos en los burós, para encontrar la historia más allá del Sueño Americano. Esculqué los armarios, llenos de botellas de vino vacías y anduve de mirona en los despenseros de medicinas. Checaba cuántas pastillas habían tomado en dos semanas aprendía cuáles recetas se habían hecho recreativas. Encontré píldoras para todo: dolor, ansiedad, insomnio, depresión, impotencia, alergias, hipertensión, diabetes. Había otras medicinas también. Mi favorita: una crema a base de testosterona. Tuve que buscar para qué servía. Se supone que cura la falta de libido en las mujeres. Te la aplicas en todo tu cuerpo, excepto en los genitales”, dice Land. Esta parte de la crema, lo menciona irónicamente, pues, días más tarde, descubrió a la mujer que la usaba, que era casada y con hijos. Siempre que podía, que no estaba su marido, salía con algún galán. Dice Land que la compadecía, pues eso de tener que usar aquella crema “para tener libido, no es lo mío”. Como puede verse, de muchas enfermedades adolecen los ricos, seguramente por la tensión que surge de pensar y pensar en seguir haciendo dinero.

Y a las casas, las había bautizado. Una, era la “Casa Porno”, “por todos los números de (la revista erótica) Hustler sobre el buró, y por la botella de lubricante sexual, que algunas veces dejaban en frente del reloj despertador, iluminado éste por rojos números. Debía de cambiar las sábanos, por supuesto, pero nunca recogía calcetines del piso. Había siempre algo cocinándose en la olla de cocción lenta. Algunas veces, al entrar a la casa, olía toda a jamón caramelizándose”. Vaya peculiaridades se encontraba la muy curiosa, más que afanosa, Land.

En esa casa, los esposos dormían separados, ella, en el cuarto de huéspedes. “Ella me dejaba las notas de lo que debía hacer, bajo un sostenedor de imán, sobre el refrigerador, que decía ‘Seguimos juntos sólo por el gato’”. Ricos, pero separados, podría decirse. Vaya gato suertudo, tener a unos ricos por amos, que sólo por él, seguían juntos. Pero eso, en mi opinión, más que un “gran amor” por el animal, denotaba la gran soledad en la que vivían ese par de ricos.

Junto a la “Casa Porno”, estaba la “Casa triste”. Dice que ambas compartían el mismo camino sinuoso para llegar, además de grandes cocheras. Las dos casas, las aseaba en miércoles, “pero no iba mucho a la Casa Triste, pues el dueño se la pasaba en el hospital, así que su casa permanecía limpia, excepto por el polvo que se hacía en los muebles de la cocina y en la mesa para desayunar. Su esposa había muerto años atrás – supongo que en los años 1980’s –, pero cuanto adorno ella juntó, aún permanecía en los cubos de las ventanas, y sus listas de lo que debía de hacerse, aún estaban pegadas con tachuelas en el pizarrón de corcho de la cocina, con notas como ‘conseguir nueva manguera’, ‘arreglar grieta en banqueta’, ‘nueva bisagra para puerta’. El baño, tenía dos lavabos. El de ella, tenía una secadora de pelo, colgada de un gancho. El de él, tenía una tasa con un peine y cuanta medicina que tomaba por la mañana y por la noche y era diferente cada vez. Había un mueble para guardar cosas. Había una foto de su hijo mayor, en la cima de una montaña. Tenía un paliacate verde y barba y hacía el signo de la paz. Un letrero en el marco decía ‘no estés junto a mi tumba y llores, no estoy aquí, no duermo'. Esa frase la copié y se la di a una amiga, cuyo perro acababa de morir. A un lado de la foto, había dos pequeñas cajas, con las cenizas de su hijo y esposa. Una vez, las abrí, y llevaban marcas y frases de la funeraria. Me preguntaba si le confortaba al señor, tenerlas allí, mientras se peinaba”. Otra evidencia de muy profunda soledad, combinada con insuperables recuerdos y la nostalgia de pasados, ya occisos, seres queridos. Sí, muy adecuado el nombre de Casa Triste, que Land le dio.

También le llamó la atención el exagerado dinero que gastaban sus clientes. “Una casa, tenía un recibo de una manta para calentarse, más cara que mi auto. Aspiraba recámaras de niños, más amplias que mi departamento. La casa de Rob, mi cliente de los viernes, que me adoraba, tenía equipo de televisión y estéreo de $3,000 dólares, justo en la sala. La televisión, siempre estaba prendida. Me regalaron cien dólares de navidad, nunca antes dado a ninguna empleada de la compañía de limpieza. Eso fue cuando las botellas de medicinas se incrementaron en el lavabo del baño y la piel de Rob se tornó amarillenta”, dice Land. ¿Le habría dado hepatitis? Si fue así, repito, la salud de los ricos va de mala a pésima, por lo que reporta Land.

Dice que una vez se encontró a la habitante de la Casa Porno, vestida con uniforme médico y un gran abrigo rojo. Se cuidó de que no la viera, mientras la mujer revisaba la carne en oferta. ¿Quién habría de imaginar que los ricos busquen ofertas? Pero así son, pues la mezquindad de la mayoría de ellos, los hace pichicatear su dinero lo más que pueden. Por eso hacen sus fortunas.  “La mujer, de todos modos, no tenía idea de quién era yo. Pero yo sabía que hacía poco había contraído una sinusitis, y escupía muchos mocos en la bañera”. Muy desagradables las cosas de las que llegó a enterarse.

Y, como dije, se encontró a la dama que usaba la crema de testosterona, en un restaurante. “Su acompañante era alto, buen cuerpo y pelo rubio esponjado. Ella, llevaba tacones altos y demasiado maquillaje. Se sonreían el uno al otro, pero no se tomaban de las manos. Él había olvidado una maleta en la casa de ella, la vez en que sus hijos se habían ido a la casa del padre. Tenía lubricante y uno de esos vibradores en forma de huevo. Me pasé enfrente de ellos, mirándolos, compadeciéndome de esa mujer, sin libido” comenta Land.

Pero, quizá, para eso, para mitigárselo, el galán iba equipado con lubricador y vibrador, se podría pensar. Y algunos otros truquillos, para lograr que su amante se excitara. Bueno, otra cosa que ya sabemos de los ricos, que muchos son impotentes o, de las ricas, que muchas son frígidas.

Dice Land que, luego de un tiempo, se acostumbró a la soledad de esos lugares. “Me acostumbre a Lady Cigarrillo, cuyo esposo casi nunca estaba. Ella guardaba cajas de cigarros en un refrigerador, que estaba en la cochera. Eran largos, no recuerdo la marca. Una alacena de la cocina, tenía sopas libres de grasa, botanas y aderezos, también libres de grasa. El refrigerador, tenía sólo botellas de agua y lechuga. El inodoro del baño del primer piso, siempre tenía vómito pegado bajo el anillo”. O sea, además de chain smoker, o sea, fumar cigarrillos uno tras otro, Lady Cigarrillo era anoréxica. Pero de lechuga y agua. Esa mujer, cualquier día, va a morirse de un ataque al corazón. No le debe de importar mucho al marido, si siempre está fuera.

Otros de sus clientes eran un matrimonio, con dos hijos pequeños. La mujer, estaba embarazada y una vez que le fue a pagar, le preguntó si no conocía una partera, pues deseaba tener a su hijo en casa. “Luego de dos semanas, al asear el baño, noté manchas de sangre en el inodoro. Cuando terminé, me la encontré y me dijo que había tenido un aborto imprevisto. No supe qué decir y me hice la que no sabía, pues me di cuenta por la sangre. Se puso a llorar amargamente”.

Dice que, luego de un tiempo, decidió atender sus propios clientes, no mediando la agencia. “Eso significó hacer de todo, desde hacer la inicial llamada para interesarlos, hacer la cita, en qué día y a qué hora y con qué frecuencia. Y eso también significó descartar a los que me querían con disfraz o desnuda”. Fíjense a qué niveles llegan los ricos, creen que, por su dinero, pueden pedir que las chicas llenen sus fantasías sexuales o que, más que trabajadoras domésticas, se prostituyan. Land tuvo principios. Quizá haya mujeres más necesitadas que cedan a esos acosos.

Dice Land que dejó de husmear. “No tenía que hacerlo. Entre más grande fuera la casa, más trabajaban para costearla y más eran los medicamentos que tomaban. Me di cuenta que no podía comprarle a mis hijas caros equipos electrónicos para que se divirtieran, pero, en lugar de eso, las llevaba a la playa, para jugar con los cangrejos. Nos la pasábamos los sábados poniéndonos adivinanzas de veinticinco centavos. Me hice el propósito de nunca tener una casa que no pudiera limpiar yo misma. Pronto, me hice de mis propios clientes y dejé definitivamente la agencia. Perdí las casas de los ricos, pero nunca hubo adioses. No estoy segura de, si notaron, que me habían sustituido por otra persona”, culmina Land su muy peculiar testimonio.

Deja pensando en esas grandísimas casas, tan grandes algunas, que, muy probablemente, sus dueños, nunca las hayan recorrido completamente.

Pero, ahí están, para presumir, mediante ellas, su capacidad económica, su abultada fortuna personal, los varios millones que han invertido en hacerse de esos insultantes caserones.

Pero, ya lo vimos, están muy enfermos, solitarios, faltos de amor, de lívido, anoréxicos, son infieles, tristes… ¡y su ingesta de medicinas es directamente proporcional al tamaño de sus enormes casas!.

Así que, no, no quiero ser rico.

Y, mejor, tener una casa que no me enferme para pagarla.

 

Contacto: studillac@hotmail.com