Sinclair Lewis y su acérrima crítica a la religión
Hace unos días terminé de leer un
excelente libro, “Elmer Gantry”, escrito en 1927 por el maestro Sinclair Lewis,
escritor estadounidense, nacido el 7 de febrero de 1885 y fallecido el 10 de
enero de 1951, ganador de un merecido premio Nobel en 1930, dada su gran
calidad literaria, pero también su perseverancia por ser un agudo crítico de la
sociedad estadounidense, a través de su estupendo trabajo. En el discurso de
agradecimiento por el premio, Lewis, además de apreciar el trabajo de
escritores contemporáneos como Hemingway, sin cortapisas, se atrevió a declarar
que “En Estados Unidos, muchos de nosotros, no sólo los lectores, sino los
escritores, aun tememos cualquier literatura que no sea aquélla que sólo sea la
glorificación de todo lo estadounidense, una glorificación de nuestras faltas y
también de nuestras virtudes. Pero Estados Unidos es uno de los países más
contradictorios, depresivos y convulsos de cualquier otra tierra que exista en
el mundo hoy día. Nuestros profesores prefieren solamente una literatura que sea
clara, fría, pura y terriblemente muerta”. Eso lo dijo, justamente, porque fue
en su tiempo sumamente criticado por sus obras, una de ellas fue precisamente “Elmer
Gantry”, como refiero en seguida.
Esta novela es una muy ácida,
irónica, acérrima crítica a la religión y sus terrenales representantes, y no
sólo a una en particular, sino que Lewis barrió con todas. Y sorprende la
actualidad de esta obra, en vista de los recientes escándalos en los que se ha
visto envuelta la religión católica, con casos de sacerdotes pederastas, de
funcionarios eclesiásticos corruptos y de su carácter eminentemente
mercantilista, dado que “predicar la fe” ha sido un muy buen negocio desde que
se crearon, en efecto, los centros de adoración, no sólo católicos, sino, como
dije, de todas las religiones.
Analizo la obra con una breve
síntesis, acompañada de mis comentarios sobre esta gran novela, que leí en una
edición en inglés, idioma original (no hay como leer a los autores en su idioma
original, siempre que eso sea posible, claro), de la editorial inglesa Panther
Books Ltd, en reimpresión de enero de 1965, a unos años de la muerte de Lewis
(por cierto, cabe mencionar que se hizo una película Hollywood sobre la novela,
en 1961, protagonizada por Burt Lancaster, claro, después de la muerte de
Lewis, pues el resultado fue un musical muy ligth,
despojado de toda la esencia crítica hacia la hipocresía religiosa del
personaje central y del planteamiento, que seguramente a Lewis le habría
molestado bastante y se habría opuesto a que se filmara. Por eso es que muchas
polémicas novelas, si alguna vez llegan a filmarse, es cuando sus autores
mueren).
La obra está centrada en la vida
de Elmer Gantry, un irreverente joven de Paris, pueblo de Kansas, huérfano de padre
e hijo de una muy trabajadora madre, que con algo de sacrificio lo tenía
estudiando en el colegio bautista de Terwillinger, en donde además de sus
materias normales, le daban clases de religión. Allí, se vuelve muy amigo de
Jim Lefferts, quien habría de ser muy especial en su vida, pues en una ocasión
Gantry debe de decidir si serle fiel y seguir con su vida desordenada, de
alcohólicos, mujeriegos y fumadores o tomar el camino religioso y convertirse
en todo un muy buen pastor bautista, que es justo lo que ocurrió, pues en una
ocasión que fue entrevistado por un muy famoso profesor del colegio, Judson
Roberts, según Gantry, recibió el llamado divino para hacerse pastor. De allí,
con mucho júbilo por parte de su abnegada madre, se fue al seminario teológico
de Mizpah, en la ciudad de Babilonia, en el ficticio estado de Winnemac (Lewis inventó
muchos pueblos y ciudades, con tal de no tener problemas con los habitantes de
lugares reales, la mayoría de los cuales condenaban fuertemente sus obras).
Allí, el director, el reverendo Jacob Trosper, es quien le ve mucha abnegación
y talento a Gantry para ser pastor y luego de un tiempo de estudiar, lo envía a
una pequeña iglesia en Shoenheim, también un pequeño poblado de los de aquel
entonces. Estamos hablando que la historia se desarrolla entre 1900 y 1925, más
o menos (Lewis recibió el Nobel en 1930). Y cuando va allí, es en 1905, y se
traslada mediante esa especie de pequeños vagones que se desplazaban sobre las
vías del tren, impulsados por una palanca doble, manipulada por dos personas,
cada una de un extremo, que se sumía, mientras el otro, se levantaba y así se
producía el movimiento. Allí conoce a Lulu, la hija de un diácono local, de la
cual se enamoró profundamente Gantry y como siempre fue un empedernido
mujeriego, a pesar de su condición pastoral, pues la conquistó (aquí hay que
observar que fuera de la aun más prejuiciosa y limitadora religión católica, en
otros cultos se permite que los pastores o sacerdotes se casen y tengan hijos,
así que Gantry no estaba, en estricto sentido, cometiendo una herejía,
digamos). Pero sostuvo el romance anónimamente, hasta que un primo de ella,
Floyd, le dice al padre de Lulu, el diácono Bains, que los había visto muchas
veces besándose y abrazándose. De allí, pues por poco cae la “respetabilidad”
de Gantry, pero muy hábilmente inventa que sí se quería casar con ella, el 25
de mayo de ese año, 1905, pero luego, también muy hábil y vilmente, logra dejar
como la mala y la pérfida a Lulu, y que lo engañaba con Floyd, así que esa
bajeza fue su salvación (es muy notoria la personalidad ventajosa e interesada
de Gantry, que baja las estrellas y la luna a Lulu, con tal de disfrutar sus
encantos, pero cuando se aburre de ella, se porta muy grosero, vulgar y vil). Hay
que señalar que en el seminario de Mizpah, era más o menos amigo de Frank
Shallard, otro personaje digamos que importante en la novela, quien se da
cuenta, desde entonces, de las marranadas que cometía Gantry y lo que hizo con
Lulu.
Para evitar más problemas, Gantry
decide irse de Babilonia a otra iglesia, a donde ya lo había recomendado
Trosper. Pero cuando se supone que debía llegar a la tal iglesia, en Monarch,
Chicago, se le hizo fácil trabar amistad con un vendedor de la Pequot Company, empresa
que vendía algo así como implementos agrícolas. Y como se puso a tomar con el
vendedor y los amigos de éste, se le hizo fácil a Gantry también entregarse a
los deleites de una cabaretera, digamos, recordando sus viejos tiempos, y fue
que lo descubrió así el pastor encargado de recibirlo, pues Trosper, muy
preocupado por Gantry, le había pedido a ese pastor que lo buscara por todos
lados.
El pastor lo acusó de haberlo
visto en una cantina, borracho y besuqueándose con una “mujer pública” y así
fue como terminó la relación de Gantry con Trosper y el seminario Mizpah.
De allí, Gantry, se puso a
trabajar como vendedor para Pequot Company y le fue muy bien. De hecho, Lewis
lo describe como alguien que embromaba con su oratoria y que muy fácilmente
envolvía a la gente, pues además se esforzaba por adquirir nuevo vocabulario y
trataba de leer a muchos clásicos. Y así se la pasó tres años hasta que conoce
a una, digamos, que profeta, la hermana Sharon Falcone, quien habría de
marcarlo para siempre y, además, algo que hizo por ella, con tal de que lo
tomara como su nuevo asistente, fue dejar de tomar y fumar y, además, serle
fiel (en realidad, no pasaron de darse besos, pues Sharon siempre se negó a
entregársele, diciendo que ella era una mujer de Dios y que si lo hacía, se le
acabaría su poder. Y hasta eso aceptó Gantry, con tal de estar a su lado, pues
estaba genuina y profundamente enamorado de esa especie de diosa para él).
Falcone es como el modelo de
falsos profetas que son muy comunes entre los estadounidenses, que se dicen “enviados
de Dios”, que “conocen su voluntad”, que “él habla a través de ellos o ellas”.
Pero en realidad son muy hábiles y envolventes negociantes que saben atraer
masas y que se dicen tener poderes, algo así como la cinta mexicana llamada “La
venida del rey Olmos”, de un personaje parecido, que al final es asesinado por
su esposa-asistente, para demostrar que si le disparaba, él tenía el poder
divino de revivir, cosa que no fue así.
En el caso de Sharon, Gantry se
entusiasma mucho con sus tácticas y le ayuda por algunos años y ella va
creciendo en fama, poder, dinero, a tal grado que compra, con todos sus
ahorros, una especie de auditorio de madera ubicado en un muelle, muy grande,
como para alojar a más de dos mil personas. Y el día de la gran inauguración,
el lugar, por descuido de unos trabajadores, que arrojan una colilla de cigarro
a unas tablas aceitosas, se incendia y muchas personas mueren, entre ellas,
justo Sharon, quien cuando se estaba quemando el sitio, no dejaba de pedir a
sus fieles que no huyeran, que Dios iba a salvarlos, como a ella, quien a pesar
de que Gantry le ruega que lo siga, no le hace caso, trabada en una especie de
trance, quizá la combinación de su, digamos, fe, con el brutal impacto de ver
ese sitio, su gran sueño de toda la vida, ardiendo tan rápidamente.
A la mañana siguiente, Gantry
halla su cadáver flotando en el muelle, junto con los de otras decenas de
víctimas. De allí, ya no supo Gantry qué hacer, entre triste y desilusionado de
que su sueño de tomar, él mismo, el lugar de Sharon, de ser el Gran Profeta, se
hubiera terminado así, tan de tajo. Y trató de dedicarse a algo similar a lo
que hacía con Sharon, pero con poco éxito. Y tampoco regresó a las ventas.
Más bien, se dedicó a vender algo
así como “éxito”, una suerte de “Og Mandino” de su tiempo, que supongo que
también es una crítica de Lewis, pues esos personajes, vendedores de
“personalidad y de habilidades para hacer amigos y hacerse ricos”, son
igualmente otro muy característico rasgo de los EU, país que decía Lewis, era
profundamente materialista, como menciono antes. Y me parece que en esta novela
retrató muchas de esas características, sobre todo en la cuestión de la
hipocresía y el materialismo. Incluso, Gantry se relaciona con una especie de “sanadora
espiritual” que empleaba hasta el hinduismo para “curar”, pero lo corre cuando
se da cuenta que le birlaba el dinero de las “donaciones” (le puso un billete
marcado de veinte dólares, que Elmer se guardó). De allí, continúa vagando por
acá y por allá, incapaz de darle la cara a su abnegada madre, debido a sus
fracasos.
Así, hasta que un día conoce en
persona al obispo metodista Wesley R. Toomis, de quien había escuchado hablar
bastante bien Gantry y admiraba mucho. El obispo también había escuchado hablar
del Doctor Gantry y sus pláticas de superación para “hacerse de un millón en
sólo un año", él, Gantry, que estaba quebrado y que pidió cien dólares a
su conocido Frank Shallard. Del encuentro con Toomis y su deseo de volver a
predicar (pues estaba expulsado de Mizpah, pero seguía siendo pastor, bautizado
en el río y consagrado como tal en su pueblo), lo manda el buen obispo a
oficiar a una iglesia metodista a un pequeño pueblo, Banjo Crossing, en donde
se vuelve a levantar, y conoce a quien habría de ser su esposa, Cleo Benham,
hija del más acaudalado habitante de ese pueblo, con quien se casa y tiene dos
hijos (según esto, el metodismo sería algo más abierto y menos prejuicioso que
el bautismo). Allí le va regular, pero
como es muy ambicioso, busca que lo envíen a otra iglesia. Finalmente Toomis,
gracias al buen desempeño del Reverendo Gantry, lo envía a Zenith, un sitio muy
acariciado por éste, donde logra levantar la concurrencia con sus sermones, en
los que siempre, invariablemente, hablaba de amor, pero también no dejaba de
llamar la atención sobre otras cosas que pudieran causar sensación.
Conoce en su primer, exitoso sermón a T. J. Rigg, un hábil abogado que
habría de convertirse en muy buen amigo. Allí, lo que le funcionaba mucho, era
hablar del vicio. Y así lo hizo, y llegó al extremo de fundar una especie de
asociación contra la inmoralidad y él mismo se encargó en una ocasión de acudir
a los lugares de vicio y de departamentos de prostitutas y arrestar a los
“pecadores”, pues, decía, él estaba haciendo el trabajo que la policía no
hacía. Eso le valió más publicidad, más reportajes en los periódicos y muchos
más feligreses en su iglesia. En esa parte, un día lo va a buscar Lulu, de
nuevo, quien nunca dejó de estar enamorada de él y sólo se había casado con
Floyd por obligación, pero no parecía feliz, a pesar de tener quince años de
casada y tener dos hijos. Y se las arreglaron para, simulando clases de cocina,
verse y trabar de nuevo un romance.
De allí, Gantry comienza a buscar relaciones con importantes hombres de
negocios y también se entera que su ex compañero Frank Shallard oficiaba en una
iglesia del culto pentecostés, pero éste no creía en Dios y muy frecuentemente
discutía del asunto con otro pastor, un tal Philip McGarry (éste, un pastor que
tampoco creía mucho en Dios). Sin embargo, Shallard también arengaba a sus
feligreses a no dejarse, y apoyaba las luchas sindicales de todos los
trabajadores, tenía simpatía por la AFL, la IWW, los comunistas, los
socialistas… y eso aprovechó Gantry para atacarlo, ya que Shallard “mal
aconsejaba” a los trabajadores de un tal William Dollinger Styles (aquí, quizá
Lewis hace referencia indirecta de Dillinger, el famoso capo), un acaudalado
empresario, con quien se pone de acuerdo para quitarlo, a Shallard, de la
competencia y quedarse con sus feligreses, además también de que recibiría las
“generosas contribuciones” que Styles le hacía a la iglesia de Shallard (Lewis
deja muy claro el papel mercantilista de las iglesias de las distintas
denominaciones religiosas, que sólo buscan tener el mayor número posible de
feligreses, para que dejen muchas limosnas y sea un muy buen negocio. Incluso,
en una parte, cuando se hacen cónclaves para ver si un pastor es ascendido a
una nueva iglesia, los asistentes sólo lo ven como una manera de aumentar su
salario y poder económico, valiéndoles poca cosa la “fe” promovida hacia sus
feligreses).
Y llega al extremo Gantry en sus ataques de obligar a Shallard a
renunciar y a dedicarse a trabajar para una casa de beneficencia.
Un poco antes, es en donde Lewis hace su más acérrimo ataque contra la
religión, incluso contra el mismo Jesucristo, al cuestionar que el tal mesías
era un cúmulo de contradicciones y que todo lo hacía con tal de destacar, como
al sanar a los enfermos, siempre esperaba la admiración y el agradecimiento de
los sanados y de los presentes. Y también en una parte dice que si la humanidad
hubiera seguido las prédicas de Cristo, de no acumular y vivir al día, no
habría podido sobrevivir aquella, sin acumular comida, por ejemplo (p.p.
359-362 de la edición mencionada).
De allí, Lewis dedica un buen pasaje a un lamentable suceso que le
ocurre a Frank Shallard, luego de la condena religiosa a la teoría de la
evolución en el llamado “proceso de Dayton”, que fue en donde surgió toda esa
basura religiosa condenatoria del darwinismo, el que desde entonces, los grupos
más retrógrados y fundamentalistas de EU, han querido prohibir que se imparta
en las escuelas públicas estadounidenses, así como la cuestión biológica (esto también
es muy criticado por Lewis, diciendo que en las escuelas bautistas sólo se
quería enseñar álgebra, administración y lenguas muertas y nada que ver con la
biología, la anatomía o teorías, como el darwinismo, que cuestionaran al
“origen divino” de la vida, eso de Adán y Eva y la creación, lo que se conoce
como creacionismo. De hecho, en un artículo que escribí al respecto, titulado “El
supremacista diseño inteligente, pretexto estadounidense para invadir”, analizo
dicho problema, pues al “origen divino” en EU le quieren dar un carácter
“científico” los fundamentalistas, diciendo que se trata, el creacionismo, de
un hecho “tecnológico”, pues comparan a la creación del hombre con un diseño
muy perfecto, hecho por “Dios”, así, como si el tipo hubiera sido un ingeniero
y hubiera diseñado y fabricado a la humanidad, ¡háganme favor!, y eso es lo que
se quiere obligar en las escuelas elementales de EU a que se enseñe y que se
elimine la “herética” teoría de la evolución”. El link es
http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2007/11/el-supremacista-diseo-inteligente.html).
Shallard es llamado por las asociaciones científicas a dar conferencias
para que defienda la teoría de la evolución, así como a la ciencia y que demostrara
que Dios no existe y que es una simple invención, pero cuando está dando su
primera conferencia, fanáticos pagados lo golpean, lo llevan a un paraje
solitario y le destrozan la cara a fuetazos, deshaciéndole un ojo, dejándole el
otro tan lastimado, que no le durará más de un año viendo, según le dicen los
doctores más tarde. Shallard está casado desde hace años con Bess, una muy
cariñosa y amorosa chica, con la que tiene dos hijos y cuando lo ve, todo con
el rostro desfigurado y ya sin labios que besar, le dice que no se preocupe,
que ella verá de conseguir un trabajo y que los niños le leerán.
Y aunque Gantry se entera de ese lamentable, cobarde hecho y lo condena
y le promete que castigará a los culpables, nunca más, fuera de esas
declaraciones, dice o hace algo más (un poco de pasada Lewis menciona al KKK,
la nefasta, racista, “religiosa” organización que representa justo toda la
carga de supuesta superioridad racial que traen los estadounidenses arrastrando
históricamente, y la que ha cometido las peores barbaridades y crímenes
raciales, sobre todo contra los afroestadounidenses, de que se tenga noticia – fue
la que en alguna ocasión atacó al reverendo Malcolm X, por ejemplo, o que en
las postrimerías del siglo veinte colgaba a los negros acusados de “robar
gallinas” o los linchaba. Probablemente, debido al carácter de acérrimas
críticas que tenían las obras de Sinclair, sobre todo en esos más cerrados años,
no se haya atrevido a meterse más con esos violentos, ignorantes, racistas y
fanáticos. Por lo menos en esta novela no se ve tanto eso y, más bien, en boca
de Gantry, dice que “respetaba tales organizaciones, siempre y cuando no
forzaran, ni violentaran la vida y la libertad de otros hombres”, así, muy
diplomático, digamos).
Y en realidad ese violento hecho, la agresión a Shallard, es la “solución”
para Gantry de evitar que aquél se siguiera inmiscuyendo en sus asuntos. De
allí, Gantry no deja de buscar cómo allegarse a ricos, para tener más fondos,
con los que incrementar su salario anual, y que pudiera construir una nueva
iglesia. Eso lo logra con la ayuda de Rigg, su amigo abogado, quien le aconseja
que se codee con lo mejor de los hombres de negocios, los Rotarios, entre
otros, además de Styles. Incluso, viaja a Europa y da un sermón en una iglesia
de Londres, en donde se presenta tal y como es, así, yanqui (su sermón es sobre
cómo fue su primer día en la iglesia de Banjo Crossing. Por cierto, que en esta
parte, Lewis compara Europa con EU, y a medias sarcástico y a medias real,
parece indicar que tecnológicamente, ya en esos días, EU superaba con mucho a
sus orígenes, sobre todo cuando hace las comparaciones de los ferrocarriles
grandes de EU, con los pequeños ingleses).
Ya de regreso a EU, en la cúspide de su fama, se le acerca al buen
pastor una joven mujer, llamada Hettie Dowler, para pedirle trabajo de
secretaria, de 25 años, muy atractiva y Gantry, a sus 43 años, y mujeriego como
era, no duda en dárselo. Y, claro, se vuelven amantes y el buen reverendo, muy extasiado
por su juventud y su belleza, cae en la trampa, pues todo era un plan de Hettie
para extorsionarlo, junto con su marido, Oscar, quien una noche los pilló,
supuestamente, en la oficina de ella, y amenazó a Gantry en que si no les daba
cincuenta mil dólares, lo denunciaría y a ver cómo quedaba frente a sus
feligreses, como inmoral, infiel y libertino.
Pero gracias a su amigo Rigg, el abogado, quien contrata a un detective
privado, logra descubrir que la chica era una extorsionadora profesional y que
tenía cargos en su haber y la buscaban por otros delitos, así que atrapada,
convino Hettie en declarar que todo era falso y que lo habían hecho porque
Gantry había tomado muy en serio su papel de cruzado contra el vicio y que a
ella le habían pagado los licoreros para desprestigiarlo y así tomar venganza
(Gantry jura y perjura que cambiará, si se resuelve todo, y que será muy bueno
con su mujer, Cleo, y sus hijos).
Y a pesar del rumor que se difundió y que casi se hizo un escándalo,
Gantry queda muy bien parado y eso lo comprueba cuando al dar su sermón, luego
del grave problema, sus feligreses le aplauden y lo siguen viendo como su gran
pastor, además de que es nominado para hacerlo obispo y presidente de la
Asociación Nacional para la purificación del arte y de la prensa (esta ficticia
organización, fue puesta como ejemplo por Lewis para referirse, en efecto, a
tantos hipócritas organismos estadounidenses que se autoproclaman “defensores
de la moralidad y el buen comportamiento”. Un organismo así es el que en los
años 30’s revisaba todas las cintas que se producían en ese entonces en
Hollywood, y censuraban y suprimían todas aquellas escenas que sus “morales”
integrantes consideraran obsceno e inmoral y no adecuado para exhibirse. Y si
los directores se rehusaban a hacer los cortes, la película nunca se exhibía.
En el filme “El aviador”, de Martin Scorsese, sobre la vida de Howard Hughes,
el excéntrico millonario, hay una escena en donde un panel de supuestos
censores buscan que Hughes quite escenas de una de sus cintas, dado que, según
ellos, una de las actrices, “expone mucho el busto”, cosa que les fue muy bien
refutada por Hughes. Sí, así de nefasta ha sido la influencia de la religión en
la sometida sociedad estadounidense).
Pues muy buen final propuso Lewis en su obra, con tal de mostrar cómo
un tramposo, mentiroso, “creyente” por conveniencia, vil, materialista,
hipócrita, egoísta, ventajoso, ambicioso, mujeriego, infiel, inmoral,
mercantilista, comerciante, demagogo, macho… y a pesar de todas las otras
“cualidades” de Gantry, el Reverendo
Doctor Gantry, al final triunfa y se muestra como un “hombre de Dios”
recto, admirable, moral, intachable, perfecto, fiel, inteligente (bueno, eso sí
era), bondadoso, sincero… sí, realmente hace pedazos Lewis a la religión y
todas sus bases organizativas y “estrategias” para “ganar adeptos”, que eso es
a fin de cuentas lo que hacen los distintos cultos, crear, digamos, “clientes
de la fe”, para venderla y vivir parasitariamente de eso. Muy buena y
recomendable novela.
Contacto: studillac@hotmail.com