domingo, 2 de junio de 2019

Conversando con un locatario del mercado Zaragoza


Conversando con un locatario del mercado Zaragoza
por Adán Salgado Andrade

El local es pequeño. No tiene mucha mercancía. Lo que más vende don Germán es huevo, el que tiene sobre el mostrador, a treinta y dos pesos el kilogramo.
Vende también frijol y arroz a granel, leche ultrapasteurizada, pues no tiene refrigeradores, veladoras, aceite, detergente, leche de la “Lechera”, canela, papel de estraza, sopa de pasta… y no mucho más.
Dice que sólo compra lo necesario, sobre todo de huevo, para que no le sobre, pues en estos calurosos tiempos, no dura mucho, más, por lo caluroso que es ese mercado, con nada térmicos techos de lámina. “Sí, nada más compro lo que necesito, porque como voy en camión, nada más lo que puedo cargar”, dice.
Lo “desperté” esa mañana que voy a comprarle, justamente, huevo. “Es que no cae nada… esto está muerto”, se queja. Sí, ese mercado, que tiene tantos años, más de cincuenta, ha visto mejores épocas. No sólo ese mercado, sino muchos otros, son afectados por tiendas de autoservicio, como la monopolizadora Walmart, que, en donde se establece una nueva tienda, provoca que se pierdan 150 empleos en el sector de ventas en seis kilómetros a la redonda (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2013/01/los-negativos-efectos-del-emporio.html).
Es lo que le comento, que por el Walmart, los “Oxxos”, los “minisúpers”… se ha afectado tanto la venta en los tradicionales mercados.
“Sí, porque fíjese que antes se vendía mucho, pero ha ido bajando, desde hace años ya no se vende los mismo”, dice, resignadamente.
Sí, la crisis que embate a este depredado país, producto de tanta mafia en el poder que sólo lo ha empleado como fuente de ilícito enriquecimiento, ha afectado brutalmente el poder adquisitivo de la mayoría de la población. Y ahora, con la nueva administración amlista, lejos de recuperarse, se ha ido agravando más. Claro, no puede achacarse a López Obrador, pues, finalmente, es un problema que, como señalé, se ha venido arrastrando desde hace décadas.
Don Germán dice que él llegó a ese mercado en 1992. “Antes, trabajaba en una tortillería, pero de repente, vi la oportunidad de comprar este local que me vendían y, entonces, era muy buen negocio porque se vendía muy bien… como tres años, nos fue bien, pero, de repente, vinieron las devaluaciones y todo eso… y ya no fue lo mismo”, platica.
Y, como son sólo pequeños comerciantes, están sujetos a los monopolios, como el de la Central de Abastos, que es en donde diariamente se surte. “Luego, fíjese, le queremos subir cincuenta centavos, un peso a las cosas, para sacar un poco más, pero ya en la central le subieron y ya lo compra usted más caro todo, y ya no le ganamos más, pues compramos más caro y ya no podemos ganarle más a las cosas, porque ya nos lo subieron”, dice, molesto.
Como ya señalé, aunque no es culpa de López Obrador la actual crisis, se ha criticado que sus recortes, con la consabida pérdida de empleos, redundan en el empeoramiento de tal crisis, pues no hay efecto multiplicador positivo con esos empleos suprimidos, sino negativo, al reducirse el consumo de los despedidos. Si esos recortes no se acompañan con medidas efectivas para reactivar la economía, ésta seguirá precarizándose y cada vez más ciudadanos irán sufriendo las consecuencias en su calidad y nivel de vida. Justo como narra don Germán.
“Sí, nos iba muy bien… pero, yo creo que desde Fox, empeoró más, porque ya no hubo control de precios y todo se encareció”, refiere. Sí, el que cada vez haya menos control de precios, ni siquiera en básicos como la tortilla, ha provocado que el salario cada año alcance para menos. Y en un país en donde un setenta por ciento de la población perciba no más de dos o tres salarios mínimos, la precarización es brutal.
Eso explica que una buen parte de los empleos se den dentro del sector informal, para muchos, la única alternativa de empleo que permita, si no vivir muy bien, al menos mejor que con uno o dos salarios mínimos (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2012/12/economia-informal-la-verdadera.html).
Aunado a eso, don Germán debe de enfrentar a la competencia de otros locatarios que venden lo mismo que él. Realmente, dice, se sostiene de sus habituales clientes –  yo, entre ellos –, cada vez menos.
Platica que más o menos se le queda el 25% de lo que compra. “Si vendo mil pesos diarios, me quedan 250 pesos… pero, a veces, ni eso vendo, me quedan ciento cincuenta, cien pesos… ¡ya no es negocio!”, protesta.
Comentamos, también, que ese mercado tiene fama de ser muy caro, que, en efecto, lo es y quizá eso haya hecho igualmente que los clientes disminuyan, que, como dice don Germán, ya no acudan como antes, que todos los días estaba lleno. Sí, actualmente sus pasillos se ven semivacíos y todos los locatarios, casi sin excepción, se quejan de que “no hay ventas”.
“Será que la gente ya no come”, comento, irónico. Don Germán se ríe, “Pues quién sabe… a lo mejor ya ni comen”.
Y probablemente algo de verdad haya en eso, pues con los raquíticos salarios que gana la mayoría de la población, no se pude comer bien, pues, en una reciente investigación socio-económica que conduje con mis estudiantes de Sociología, hallamos que más de un tercio de los ingresos se emplean para la pura alimentación. Como no es el único gasto, eso redunda en que se racionen los alimentos, ya sea que se compren menos o, de plano, se restrinjan, la madre de un hogar les diga a sus hijos cuánto puedan comer, que no puedan servirse otra ración, que no coman más que un plátano o una manzana, para que los otros alcancen a comer también.
Pareciera absurdo, pero muy seguramente sí son medidas que se toman en varios hogares.
Lo peor es que, se queja don Germán, mucha gente no le compra, por ejemplo, el huevo, porque él lo da más barato que en un local de cremería que está a unos tres de donde está el suyo, en donde se vende a treinta y seis pesos. “Y es el mismo huevo”, dice, desconsolado. Y le comento que es porque la gente sigue con el prejuicio de que “lo más caro es lo mejor”, absurda noción impuesta, claro, por las empresas monopolizadoras de tal o cual producto, que han popularizado esa absurda creencia. Así, empresas que vendan más barato porque no paguen publicidad que las haga famosas, estarán condenadas a la desaparición, aunque sus productos sean, muchas veces, mejores que los de las muy conocidas corporaciones.
Le pregunto sobre su esposa, quien hace años le ayudaba en la venta y que ya no lo hace porque padece una severa diabetes, que, prácticamente, la mantiene inmovilizada en la cama. “Pues a’i la lleva… le tenemos que estar checando siempre que no se le baje mucho la glucosa, porque su diabetes es de que le baja”, dice, resignado.
Por fortuna sus tres hijos trabajan ya y no tiene que preocuparse por sus gastos. “Me ayudan un poco… no mucho, porque no ganan tanto, pero, sí, con la renta”, dice, de la que pagan tres mil quinientos pesos mensuales.
Un lastre el pago de renta, sobre todo cuando los ingresos son bajos. Como hallamos en la referida investigación con mis estudiantes de Sociología, el poseer una casa propia, al menos en el rubro de la vivienda, da cierta estabilidad, al no tenerse que preocupar cada que llega la fecha para pagarla.
De su local, sólo paga una especie de cargo anual, pero en cuanto la renta, sí le es onerosa. “Cada que nos llega el cobro, ni modo, tenemos que pagar dinero y agarrar de otras cosas para hacerlo”, comenta.
Al final de la conversación, ambos deseamos que “se mejoren las cosas”. “”Sí, porque, si no, pues quién sabe a dónde vamos ir a parar”, dice don Germán, con preocupación.
Sí, esperemos que la “Cuarta Transformación” logre remontar estos precarios, difíciles tiempos.
Sí, porque antes, ser comerciante, era sinónimo de un buen estándar de vida.
Ahora, como en el caso de don Germán, se ha reducido a una precaria calidad de vida, durmiéndose a falta de clientes.