Conversando con un locatario del mercado
Zaragoza
por Adán Salgado Andrade
El local es pequeño. No
tiene mucha mercancía. Lo que más vende don Germán es huevo, el que tiene sobre
el mostrador, a treinta y dos pesos el kilogramo.
Vende también frijol y arroz
a granel, leche ultrapasteurizada, pues no tiene refrigeradores, veladoras,
aceite, detergente, leche de la “Lechera”, canela, papel de estraza, sopa de
pasta… y no mucho más.
Dice que sólo compra lo
necesario, sobre todo de huevo, para que no le sobre, pues en estos calurosos
tiempos, no dura mucho, más, por lo caluroso que es ese mercado, con nada
térmicos techos de lámina. “Sí, nada más compro lo que necesito, porque como
voy en camión, nada más lo que puedo cargar”, dice.
Lo “desperté” esa
mañana que voy a comprarle, justamente, huevo. “Es que no cae nada… esto está
muerto”, se queja. Sí, ese mercado, que tiene tantos años, más de cincuenta, ha
visto mejores épocas. No sólo ese mercado, sino muchos otros, son afectados por
tiendas de autoservicio, como la monopolizadora Walmart, que, en donde se
establece una nueva tienda, provoca que se pierdan 150 empleos en el sector de
ventas en seis kilómetros a la redonda (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2013/01/los-negativos-efectos-del-emporio.html).
Es lo que le comento,
que por el Walmart, los “Oxxos”, los “minisúpers”… se ha afectado tanto la
venta en los tradicionales mercados.
“Sí, porque fíjese que
antes se vendía mucho, pero ha ido bajando, desde hace años ya no se vende los
mismo”, dice, resignadamente.
Sí, la crisis que
embate a este depredado país, producto de tanta mafia en el poder que sólo lo
ha empleado como fuente de ilícito enriquecimiento, ha afectado brutalmente el
poder adquisitivo de la mayoría de la población. Y ahora, con la nueva
administración amlista, lejos de recuperarse, se ha ido agravando más. Claro,
no puede achacarse a López Obrador, pues, finalmente, es un problema que, como señalé,
se ha venido arrastrando desde hace décadas.
Don Germán dice que él
llegó a ese mercado en 1992. “Antes, trabajaba en una tortillería, pero de
repente, vi la oportunidad de comprar este local que me vendían y, entonces,
era muy buen negocio porque se vendía muy bien… como tres años, nos fue bien,
pero, de repente, vinieron las devaluaciones y todo eso… y ya no fue lo mismo”,
platica.
Y, como son sólo
pequeños comerciantes, están sujetos a los monopolios, como el de la Central de
Abastos, que es en donde diariamente se surte. “Luego, fíjese, le queremos
subir cincuenta centavos, un peso a las cosas, para sacar un poco más, pero ya
en la central le subieron y ya lo compra usted más caro todo, y ya no le
ganamos más, pues compramos más caro y ya no podemos ganarle más a las cosas,
porque ya nos lo subieron”, dice, molesto.
Como ya señalé, aunque
no es culpa de López Obrador la actual crisis, se ha criticado que sus
recortes, con la consabida pérdida de empleos, redundan en el empeoramiento de
tal crisis, pues no hay efecto multiplicador positivo con esos empleos
suprimidos, sino negativo, al reducirse el consumo de los despedidos. Si esos
recortes no se acompañan con medidas efectivas para reactivar la economía, ésta
seguirá precarizándose y cada vez más ciudadanos irán sufriendo las
consecuencias en su calidad y nivel de vida. Justo como narra don Germán.
“Sí, nos iba muy bien…
pero, yo creo que desde Fox, empeoró más, porque ya no hubo control de precios
y todo se encareció”, refiere. Sí, el que cada vez haya menos control de
precios, ni siquiera en básicos como la tortilla, ha provocado que el salario
cada año alcance para menos. Y en un país en donde un setenta por ciento de la
población perciba no más de dos o tres salarios mínimos, la precarización es
brutal.
Eso explica que una
buen parte de los empleos se den dentro del sector informal, para muchos, la
única alternativa de empleo que permita, si no vivir muy bien, al menos mejor
que con uno o dos salarios mínimos (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2012/12/economia-informal-la-verdadera.html).
Aunado a eso, don
Germán debe de enfrentar a la competencia de otros locatarios que venden lo mismo
que él. Realmente, dice, se sostiene de sus habituales clientes – yo, entre ellos –, cada vez menos.
Platica que más o menos
se le queda el 25% de lo que compra. “Si vendo mil pesos diarios, me quedan 250
pesos… pero, a veces, ni eso vendo, me quedan ciento cincuenta, cien pesos… ¡ya
no es negocio!”, protesta.
Comentamos, también,
que ese mercado tiene fama de ser muy caro, que, en efecto, lo es y quizá eso
haya hecho igualmente que los clientes disminuyan, que, como dice don Germán,
ya no acudan como antes, que todos los días estaba lleno. Sí, actualmente sus
pasillos se ven semivacíos y todos los locatarios, casi sin excepción, se
quejan de que “no hay ventas”.
“Será que la gente ya
no come”, comento, irónico. Don Germán se ríe, “Pues quién sabe… a lo mejor ya
ni comen”.
Y probablemente algo de
verdad haya en eso, pues con los raquíticos salarios que gana la mayoría de
la población, no se pude comer bien, pues, en una reciente investigación
socio-económica que conduje con mis estudiantes de Sociología, hallamos que más
de un tercio de los ingresos se emplean para la pura alimentación. Como no es
el único gasto, eso redunda en que se racionen los alimentos, ya sea que se
compren menos o, de plano, se restrinjan, la madre de un hogar les diga a sus hijos
cuánto puedan comer, que no puedan servirse otra ración, que no coman más que
un plátano o una manzana, para que los otros alcancen a comer también.
Pareciera absurdo, pero
muy seguramente sí son medidas que se toman en varios hogares.
Lo peor es que, se
queja don Germán, mucha gente no le compra, por ejemplo, el huevo, porque él lo
da más barato que en un local de cremería que está a unos tres de donde está el
suyo, en donde se vende a treinta y seis pesos. “Y es el mismo huevo”, dice,
desconsolado. Y le comento que es porque la gente sigue con el prejuicio de que
“lo más caro es lo mejor”, absurda noción impuesta, claro, por las empresas
monopolizadoras de tal o cual producto, que han popularizado esa absurda
creencia. Así, empresas que vendan más barato porque no paguen publicidad que
las haga famosas, estarán condenadas a la desaparición, aunque sus productos
sean, muchas veces, mejores que los de las muy conocidas corporaciones.
Le pregunto sobre su
esposa, quien hace años le ayudaba en la venta y que ya no lo hace porque
padece una severa diabetes, que, prácticamente, la mantiene inmovilizada en la
cama. “Pues a’i la lleva… le tenemos que estar checando siempre que no se le
baje mucho la glucosa, porque su diabetes es de que le baja”, dice, resignado.
Por fortuna sus tres
hijos trabajan ya y no tiene que preocuparse por sus gastos. “Me ayudan un
poco… no mucho, porque no ganan tanto, pero, sí, con la renta”, dice, de la que
pagan tres mil quinientos pesos mensuales.
Un lastre el pago de
renta, sobre todo cuando los ingresos son bajos. Como hallamos en la referida
investigación con mis estudiantes de Sociología, el poseer una casa propia, al
menos en el rubro de la vivienda, da cierta estabilidad, al no tenerse que
preocupar cada que llega la fecha para pagarla.
De su local, sólo paga
una especie de cargo anual, pero en cuanto la renta, sí le es onerosa. “Cada
que nos llega el cobro, ni modo, tenemos que pagar dinero y agarrar de otras
cosas para hacerlo”, comenta.
Al final de la
conversación, ambos deseamos que “se mejoren las cosas”. “”Sí, porque, si no,
pues quién sabe a dónde vamos ir a parar”, dice don Germán, con preocupación.
Sí, esperemos que la
“Cuarta Transformación” logre remontar estos precarios, difíciles tiempos.
Sí, porque antes, ser
comerciante, era sinónimo de un buen estándar de vida.
Ahora, como en el caso
de don Germán, se ha reducido a una precaria calidad de vida, durmiéndose a
falta de clientes.
Contacto: studillac@hotmail.com