Los orígenes
del sindicalismo obrero en Estados Unidos y
la crónica
tendencia del capitalismo salvaje a las crisis
por Adán
Salgado Andrade
En 1935, en los Estados
Unidos (EU), Louis Adamic (1898-1951), inmigrante austro-húngaro – de lo que
hoy es Eslovenia –, publicó el libro Dinamita (Dynamite), en el cual analiza la lucha obrera para lograr la mejora
de sus condiciones laborales, desde los años 1850’s hasta, justamente, 1934, un
año antes de la reedición del mencionado libro, publicado por Viking Press. Adamic, cuando recién
llegó a EU, en 1913, trabajó como obrero durante algunos años y luego se
convirtió en periodista y activista, defendiendo justamente las causas obreras y
al verdadero sindicalismo, no al que se corporativizaba y respondía más a los intereses
de las empresas, que a los de los trabajadores. Y es algo que aclara en el
prólogo del libro, que EU, en ese momento, estaba en una encrucijada, y tenía
que decidirse si irse a la derecha o a la izquierda, “pero que cual sea el
camino elegido, será la escena de amargas disputas entre el trabajo y el
capital y entre los revolucionarios o los conservadores sindicatos y luchas
obreras”. Y debe destacarse que en eso fue visionario, pues EU actualmente es
un país de derecha, en donde todo se ha institucionalizado, más ahora, con la
absurda “presidencia” del impedido mental, racista, xenófobo Donald Trump (ver:
http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2017/02/trump-y-la-politica-del-far-west.html).
Ya, en cuanto a la
lucha obrera, señala que, al principio, las huelgas eran muy raras y muy
contadas, pacíficos movimientos que se daban con unos cuantos obreros, quienes
no se atrevían a alzar ni el puño. Eran consideradas ilegales y se aplicaban
antiguas leyes inglesas, las cuales las señalaban como movimientos opuestos al
libre comercio y, por tanto, eran delitos que se perseguían con cárcel. Señala
Adamic que, gracias a que en ese tiempo tantos inmigrantes llegaban a EU, era
fácil para los empleadores romperlas, pues se despedía a los huelguistas y se
contrataban extranjeros, sobre todo, de los más miserables, a los que podía
tratarse con la punta del pie, y ni protestaban.
Eso podría compararse
con lo que ahora se hace con los mexicanos ilegales en EU, que aceptan
cualquier trato, con tal de que los contraten y les paguen lo que quieran los
abusivos patrones que les dan empleo. No todos los empleadores son así, por
algunos testimonios de ilegales que conozco, pero muchos, incluso, llaman a los
agentes de Inmigración para que los detengan y se ahorren sus salarios. Vaya
forma tan mezquina de actuar (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2007/12/como-animales-rabiosos-se-trata-los.html).
Luego, conforme se van dando
adelantos tecnológicos, o sea, la incorporación a las máquinas del know how de los obreros, fue más fácil
prescindir de los revoltosos, pues los contratados no requerían gran
capacitación. Justamente, señala Marx, que tales incorporaciones son hechas,
tanto para aumentar la productividad (explotación) del obrero, así como para ir
prescindiendo de los más hábiles, aquéllos cuya sapiencia aún es muy necesaria.
Había algunos utópicos intentos de intelectuales que trataban de abogar por los
trabajadores, como los Brook Farm, que eran un grupo de idealistas que
“pronosticaban” que las infectas fábricas se convertirían en “palacios dedicados
al Amor y al Trabajo”, pero, por supuesto, no pasaron de románticas ideas.
Más adelante, Adamic habla
de los Molly Maguires, una especie de
grupos de “justicieros”, constituidos por trabajadores despedidos,
principalmente, quienes atacaban a negocios que trataran mal o corrieran a
obreros. Podían atacar físicamente a los dueños, incluso, asesinarlos y dañar o
destruir totalmente las instalaciones. Estaban inspirados en una mujer, Molly
Maguire, una irlandesa energética quien fundó una secreta sociedad de mineros
que mataban o golpeaban severamente al patrón que abusara de los mineros.
También atacaban a terratenientes, sus representantes y administradores. Era
toda una justiciera de sus tiempos, hasta que comenzó a ser perseguida y huyó a
EU, en donde se formaron grupos que copiaban sus tácticas, llamados,
justamente, Molly Maguires. Y para
pertenecer a esas órdenes, los solicitantes debían de ser irlandeses, católicos
y de íntegra moral. Vaya requisitos, para ser, literalmente, golpeadores,
claro, pero por la causa obrera.
Aunque comenzaron a
desacreditarse porque eran muy severos en sus “castigos” o incluso los usaban
de pretexto para saquear a las empresas abusivas. Fueron desmembradas esas
bandas hacia 1875, cuando ya eran excesivos los crímenes cometidos en nombre de
la “causa obrera”. No dudo que sus fines, de la mayoría, eran nobles, como
señala Adamic, pero, como siempre sucede, hay oportunistas que se aprovechan.
Luego, Adamic se centra
en las huelgas y movimientos que comenzaron a dar forma al movimiento obrero.
Menciona a Theodore Dreiser (1871-1945), escritor de izquierda que tocaba temas
a favor de los marginados y que sirvió de inspiración para varios de esos
movimientos. La huelga de 1872 es el primer movimiento que podría denominarse
así y se dio entre los constructores (albañiles), quienes tenían las peores
condiciones de todos, y aunque lograron imponerla, luego vino una de tantas
recesiones capitalistas, que duró 6 años y lo conquistado, se perdió. La
represión era constante, mediante cargadas de prepotentes policías y pistoleros
con sus caballos, contra los miserables obreros, que ni para comer tenían y,
por consiguiente, poca era la resistencia que oponían hacia esos violentos
ataques. Luego vienen las huelgas de 1877, por la misma razón, pues los obreros
buscaban una mejor situación laboral, ya que los sobrexplotaban, les pagaban
una miseria, no tenían ninguna prestación y, si se enfermaban, los reemplazaban
fácilmente.
La forma en que lo
describe es dramática, pues acentúa Adamic la pobreza, la miseria tan brutal en
que vivían los obreros, nada que ver con el aceptable, digamos, nivel económico
que hoy existe entre los obreros de EU, al menos en cuanto a condiciones de
sanidad y otros, digamos, “adelantos”, debidos a la modernidad.
Menciona a Mary Harris Mother
Jones (1837-1930), quien ayudó a fundar la IWW (Industrial workers of the world), otra, igualmente, enérgica
irlandesa que anduvo en muchas huelgas y varias veces la encarcelaron y
golpearon. Lo peor era que los patrones no sólo daban bajos salarios, sino que
los bajaban aún más. Eso, al menos, ya no se ve hoy, pero es que son tan de
hambre muchos salarios, como aquí, el salario mínimo, el cual no alcanza para
nada, que ya sería mucho cinismo que lo redujeran todavía más. Ejemplifica
Adamic que en el caso de los ferrocarrileros, ganaban 65 dólares y les bajaron
a 55. Por eso las huelgas, las que eran aplastadas por piquetes de soldados y
gatilleros al servicio de las explotadoras, corruptas empresas. De hecho, por
el fracaso de la huelga de 1877, los obreros tuvieron que regresar en peores
condiciones. Y, claro, como los reprimían, aquéllos respondían con violencia. De
allí que varios se dedicaron a buscar formas para vengarse, por lo que
recurrieron a dinamita y a armas. Por ello, buena parte de la lucha obrera de
esos años, enfatiza Adamic, fue guiada por el anarquismo y la violencia, en
donde eran frecuentes los bombazos, dirigidos a instalaciones e, incluso, a
patrones represores.
Una organización que,
digamos, comienza a ser algo así como una especie de, más que sindicato,
congregación de obreros, fue la Noble Orden de Caballeros del Trabajo (Knights of Labor, K of L), fundada en
1869 por un cortador de prendas, Uriah S. Stephens, quien se asoció con
radicales, sobre todo alemanes, que buscaban dar fuerza a los movimientos
obreros, mediante el empleo de la violencia. Esta organización ganó algún
movimiento, como contra el magnate ferrocarrilero Jay Gould, quien decía que
“si una mitad de los obreros se va a huelga, tengo la otra mitad para acabar
con ellos”, así de prepotente. Pero con las ideas medievales de los patrones,
de que el trabajador debía de ser dócil y conformarse con el mísero salario
recibido, se fue gestando una radicalización que, en los 1890’s, surgió como
algo aceptado, que realmente pesó en el actuar de los oprimidos, dado que
muchos estadounidenses estaban así, sin nada que perder, y abrazaron la causa
obrera y el radicalismo.
Por desgracia, en un
desfile de trabajadores, realizado en Chicago, en mayo de 1886, se dio el famoso
bombazo, que quizá fue operado por provocadores, especula Adamic, y que dio
lugar a una sangrienta represión policial. Es lo que se conoce históricamente
como “Los mártires de Chicago”, que dio lugar a su celebración mundial,
instaurando el primero de mayo, como el Día del Trabajo (curiosamente, esa
fecha no se celebra en EU, seguramente como medida instaurada para que el hecho
se fuera olvidando).
Los hechos que llevaron
a ello fueron que la K of L apoyó que
se redujera el día laboral a ocho horas, como proponía George A. Schilling, un
socialista. Como apoyo a la medida, se promovió una marcha el 3 de mayo, que
terminó mal a causa del bombazo, por el cual fueron heridos varios policías,
quienes, en la confusión, dispararon a los obreros, varios de los cuales fallecieron.
De allí, se inició juicio contra algunos de los dirigentes. Se le llamó el
atentado de la plaza Haymarket, y lo
más probable es que, en efecto, haya sido planeado por los patrones, quienes
con eso querían desacreditar para siempre al movimiento obrero. Por eso fueron
arrestados varios trabajadores y al final, a cuatro los sentenciaron a la
horca: Fisher, Engel, Spies y Parsons, quienes pronunciaron elocuentes frases
antes de morir, exaltando las glorias de la lucha proletaria y que su
sacrificio valía la pena. Por desgracia, el movimiento obrero ha sido muy
golpeado desde entonces. Y aunque en décadas posteriores se lograron varias
conquistas, el capitalismo salvaje ha tratado de ir eliminándolas.
Luego, Adamic se
refiere a la creación, también en 1886, de la American Federation of Labor, AFL, que surge como un inicial
movimiento destinado a sustituir a la ya, por entonces, decadente y falta de
representatividad K of L, que comenzó a gestarse desde 1883. Su inicial nombre
fue “Federación de Comercios y Uniones de trabajadores organizados de Canadá y
Estados Unidos”, fundada por Samuel Gompers, quien era líder de los fabricantes
de puros. Y en 1886 la bautizó con el nombre como desde entonces se le conoce.
La AFL, señala Adamic,
fue una organización ambigua, que a veces apoyaba radicalmente a las huelgas y
otras veces, sobre todo luego del llamado “Juicio a McNamara”, como veremos más
adelante, se volvió muy suave.
De todos modos, los
llamados “anarquistas” siguieron en la lucha, tanto grupal, como individualmente.
Adamic señala la actuación de uno de ellos, Henry Berkman, quien por su cuenta
se encargó de vengar la derrota sufrida por los obreros de la empresa Carnegie
Steel Company, cuyo dueño, Andrew Carnegie, dejó todo en poder de su
superintendente, Henry C. Frick, quien pidió ayuda al gobernador de Pensilvania
para aplastar el movimiento. Berkman, sin ninguna vacilación, acudió a la
oficina de Frick, quien se encontraba en una junta, y aunque el portero le negó
la entrada, decidido, aquél entró, sacó su revólver y de un tiro en la frente,
mató a Frick. Eran los impulsivos actos de los anarquistas, que, se entiende,
como señala Adamic, eran simplemente venganzas contra tanto sufrimiento,
humillación, explotación, asesinatos y tantas atrocidades cometidos contra
ellos por los abusivos patrones.
El problema en EU
siguió siendo la profunda desigualdad, pues mientras los obreros se morían
literalmente de hambre y había alrededor de 4 millones sin trabajo y formando
gran parte de la masa de pobres, los privilegiados estadounidenses, los menos,
eran muy ricos, y eso llevó a los excesos, muy bien comentados, en la novela
“El gran Gatsby”, de F. Scott Fitzgerald.
Cita Adamic un párrafo
que retoma del libro escrito por Charles y Mary Beard, titulado la Ascensión de la civilización americana, en
donde se da cuenta de los absurdos excesos a los que llegaban los ricos: “En
una cena celebrada montando caballos, el corcel favorito era alimentado con
flores y champaña; a un perrito con manchas que usaba un collar de diamantes de
15,000 dólares, un dispendioso banquete se le servía; en una función de teatro,
puros eran distribuidos en envolturas de billetes de cien dólares; en otra,
finas perlas negras eran regaladas a los asistentes en sus madreperlas; en una
tercera, un elaborado banquete se servía a importantes asistentes en la mina
que era la fuente de la riqueza del anfitrión. Entonces, cansada la plutocracia
de esas limitadas diversiones, propuso cosas más fenomenales, con monos sentados entre los invitados, humanos peces dorados (chicas disfrazadas),
nadando en albercas o coristas saltando de pasteles. En dispendiosos gastos,
así como en exóticas funciones, placeres eran afanosamente buscados por los
insatisfechos ricos, surgidos del trabajo y la responsabilidad (de sus
trabajadores). Diamantes eran colocados en dientes; un carruaje personal y un
sirviente eran dedicados a un mono mascota; perros eran amarrados con listones
al asiento trasero de Victorias y llevados al parque para que tomaran el aire;
un collar de 600 mil dólares fue comprado para la hija de un súper rico; 65 mil
dólares para un tocador, 75 mil para un par de binoculares de ópera (¿pues de
qué serían, de oro, engarzados con diamantes?). Toda una compañía teatral fue
llevada de Nueva York a Chicago para entretener a los amigos de un magnate y
una orquesta completa para arrullar a un recién nacido (¡qué noble detalle!)”
Bueno, las anotaciones son mías, pero da el texto una idea de los excesos, así,
tipo Sodoma y Gomorra, que fueron trazando el camino para la brutal crisis de
1929, que dejó a muchos de esos millonarios, pobres de la noche a la mañana.
Muy merecido lo tuvieron.
Menciona también Adamic
el efímero movimiento de Jacob Selcher Coxey, que buscó mejorar las condiciones
de los obreros y llamó a una “gran marcha” a la que sólo asistieron 600,
llamados los Coxeyitas.
Luego, refiere la
rebelión llevada a cabo por Eugene V. Debs, en los ferrocarriles, que fue capaz
de derrotar incluso al magnate Jay Gould. Por desgracia, siempre había
elementos extremos y patronales que interferían en los movimientos y eran
aplastados. Como el de los mineros de la mina Bunker Hill Company, que fue
destruida de un dinamitazo. El gobernador de Idaho, Frank Steunemberg, había
sido apoyado por los obreros durante las elecciones, pero en lugar de
ayudarlos, mandó tropas de soldados negros a combatirlos. Ya que se retiró de
la política y se fue a cuidar su rancho, un día, al abrir una puerta, fue
volado en pedazos por una carga de dinamita, colocada por algún obrero anarquista,
cuya única consigna era la de “ojo por ojo”. Y por algunos años, esa fue la
forma de desquite obrero, con la dinamita.
De todos modos, el
control capitalista garantizó que se “hiciera justicia”, fueran inocentes o no,
los obreros que eran arrestados. Cita Adamic que el presidente Garfield decía
que “Quienquiera que controle el volumen de dinero en cualquier país, es el amo
de su legislación y comercio”. Y así era, y es, pues, señala Adamic que “un
puñado de capitalistas controlaban los gobiernos nacionales, estatales y
municipales, así como sus departamentos judiciales, ejecutivos y legislativos”.
Dice que como ya los EU competían internacionalmente con sus mercancías, debían
de mantener los precios bajos, con tal de que se vendieran y eso sólo podían lograrlo
con bajos salarios (y después fue buscar zonas salariales más bajas en países
atrasados, como el nuestro, con tal de seguir constriñendo gastos, competir en
el precio y mantener la declinante ganancia).
Durante los años
1910’s, ante la evidencia que ni aún los actos violentos y dinamiteros daban
resultados para avanzar, hubo un cambio de tácticas de la lucha obrera. Poco a
poco, los sindicatos fueron logrando que las empresas los aceptaran y adoptaron
tácticas “socialistas”, sobre todo, antes de que Rusia se convirtiera en la
URSS, cuando ya fue tomada como modelo de todo lo malo que significaba el
socialismo. Pero, mientras tanto, se dieron victorias obreras e, incluso, en
San Francisco, dominaron todo, llegando, incluso, al nivel mafioso, pues se boicoteaba
a toda empresa que no contratara a obreros sindicalizados.
Incluso, figuras
internacionales, de la talla de Máximo Gorki, apoyaron al movimiento obrero.
Aquél escritor ruso visitó los EU, particularmente a Bill Haywood y a su
hermano, a quienes se acusó falsamente de la muerte del ya mencionado
Steunemberg. Extrañamente, escritores de la talla de Mark Twain, lo atacaron
porque vivía en unión libre con su mujer y no estaba casado con ella. Y fue una
de tantas críticas estúpidas hechas contra Gorki, quien sólo manifestó su apoyo
a los falsamente acusados y a las luchas obreras. Como siempre, se trata de
atacar la razón con prejuicios y tonterías.
Sigue el recuento
histórico de Adamic, mencionando a los wobblies,
que eran un grupo muy radical de obreros que trataron de contrarrestar los
brutales golpes del capitalismo que se dieron entre 1906 y 1916, y eran
aquéllos parte de la IWW. Fue significativa la huelga de Lawrence, un pueblo
minero, y aunque resistieron bastante, el movimiento fue aplastado, usando a
gatilleros y cosacos que mataban sin miramientos a los obreros, fueran hombres
o mujeres.
Lo absurdo era que ni
entre los obreros había unidad. Reseña Adamic los choques que se dieron entre
los wobblies de la IWW y los miembros de la AFL, pues los primeros
representaban a lo más bajo y vulnerable de la clase obrera, casi todos
inmigrantes que no tenían una posición social, ni familia, ni nada qué
defender. Eran algo así como la carne de cañón obrera, en tanto que los de la
AFL eran, digamos, la élite obrera, los que ya tenían posición, familia, años
en sus trabajos, mucha experiencia y no estaban dispuestos a echar a perder
todo eso por sumarse a los anarquistas. De allí que la AFL sirvió como cómplice
de patrones para deshacerse de los wobblies y su influencia.
Aun así, la AFL
encabezó algunas huelgas y boicots, como el hecho a una empresa que fabricaba
estufas, la Buck Stove and Range Company,
que por negarse a contratar obreros sindicalizados, fue boicoteada en 1906. El
boicot se trataba, simplemente, de ejercer presión para que nadie, ni los
obreros sindicalizados, ni otras empresas, compraran sus estufas. Así, la
empresa bajó su producción de 1 millón de aparatos a casi ninguno en unos
cuantos meses. Con eso, la AFL se reivindicó, pero sólo en eso.
No hacía caso, por
ejemplo, de las terribles condiciones laborales de los obreros que hacían
edificios, los que eran considerados la escoria
obrera, los cuales, en cambio, alentados por la IWW, realizaban sabotajes,
incluso, atacando a obreros no sindicalizados, con tal de mejorar su salario.
Insiste Adamic en que no era algo espontáneo, sino producto de tanta
explotación, humillación, represión patronal.
Lo que luego hizo
perder peso nuevamente al movimiento obrero, sobre todo a la AFL, fue el caso de
los hermanos John y James McNamara, quienes fueron acusados de dinamitar el
edificio propiedad del general Harrison Gray Otis. El tipo era un miserable
conservador arrogante, que siempre estaba acusando a los obreros y atacándolos
con su periódico, el Times, cuyas
instalaciones fueron dinamitadas el 1º de octubre de 1910, cuando Otis estaba
en México completando un contrato de compra de tierras con Díaz (vale recordar
que Díaz también subastó al país, como desde siempre han hecho las mafias
políticas que nos han dominado durante décadas).
Aun así, el periódico
salió a tiempo, pues Otis tenía otras instalaciones y ya “sospechaba algo”, y
acusó directamente a los obreros y a la AFL que, por entonces, se había
radicalizado algo, de ser los artífices de tan “deleznable acto”, en el que
murieron 20 empleados de los cien que había y varios heridos. Gompers y muchos
líderes obreros apoyaron a los hermanos McNamara, a quienes directamente se
responsabilizó, y decían de que eran sólo chivos expiatorios, que la explosión
había sido provocada por malas instalaciones eléctricas, que ocasionaron un
corto circuito, el cual originó el incendio. Pero, al final, sorpresivamente
para Gompers, los hermanos se dijeron responsables del acto. Uno fue
sentenciado a cadena perpetua y el otro a quince años, pero fue liberado a los
diez. Adamic teoriza que aunque Gompers sabía del atentado y quería sostener
que habían sido infiltrados del propio Otis, quizá los McNamara se declararon
culpables para encubrir a Gompers. De todos modos, no se salvó de las críticas
de Otis, quien sostenía que era el responsable intelectual del atentado y
seguramente sí, con tal de reivindicar a la tambaleante AFL. Ésta, ahora lo vemos,
no tiene realmente gran fuerza como sindicato, comparable a la CTM mexicana, un
mero membrete, que ha ido perdiendo credibilidad y miembros con los años en EU,
aun cuando actualmente se le liga a la CIO, Confederation
of Industrial Organizations.
De allí, el movimiento
obrero se desradicalizó de nuevo y perdió fuerza. Los patrones tomaron más
energías y las condiciones obreras fueron otra vez muy malas, obligándolos a
trabajar por bajos salarios, como en los inicios, contratando los patrones a
pistoleros que mataban sin ningún remordimiento a los pobres obreros, fueran,
como dije, hombres o mujeres. Y era ya 1916.
Hubo nuevamente
sabotajes hechos por los patrones, como el de un desfile en la calle Steuart,
cerca de Market, en San Francisco, en donde seis personas resultaron muertas y
otras cuatro en los siguientes días. Y eso fue para deshacerse de las oficinas
de la IWW. Se acusó a Tom Mooney, a su esposa, Rena, a Warren K. Billings,
Israel Weinberg y Edward D. Nolan. Esa fue una treta de los empresarios de Los
Ángeles para que no se establecieran allí sindicatos y lograron, con los
arrestos, que se obstaculizaran todos los intentos por hacerlo. Aludían que era
mejor trabajar con obreros libres, pues eso podía determinar sus salarios,
sobre todo para mantener los precios bajos. Hasta el momento en que Adamic
publicó el libro, Mooney y Billings seguían en la cárcel, cumpliendo ya 19 años
de un juicio amañado – en sus
biografías, se menciona que Mooney (1882-1942) estuvo encerrado 22 años, hasta
que fue “perdonado” en 1939. Billings (1893-1972) también fue liberado en 1939,
sirviendo 23 años. Y fue “perdonado” en 1961 por el gobernador Edmund G. Brown
de California.
En 1919 se dio la
huelga minera, pero fue muy atacada por los patrones, pues ya existía la URSS y
con su mensaje de la “revolución mundial”, creó gran psicosis entre los
patrones, los que no dudaron en aplastarla y cometer atrocidades, como asesinar
a mansalva. Menciona Adamic el caso de la líder Fannie Sellins (1872-1919), en
Pensilvania, quien al apoyar la citada huelga minera, en West Natrona, en
particular, a un minero gravemente herido, fue atacada por pistoleros. Uno de
los pistoleros (llamados, aberrantemente, “oficiales encargados de la paz”), la
golpeó en la cabeza. Ella cayó y trató de alejarse, arrastrándose hacia el
portón, pero uno de los asesinos a sueldo gritó “¡Maten a esa maldita puta!”.
Le dispararon tres veces, pero aquél matón exigió “¡Denle más!”. Entonces, de
acuerdo con un testigo, “uno de los matones se paró sobre el cuerpo inmóvil de
la mujer, la miró de frente y le disparó una vez más. Otro de los sádicos
asesinos, le quitó su sombrero, se lo puso, bailó y dijo a la multitud ‘Ahora,
yo soy Fannie Sellins’”. La señora Sellins tenía 49 años, era abuela, madre de
un hijo matado en Francia, en la 1ª guerra mundial, la que, dice Adamic,
irónico, era una “lucha para hacer el mundo más seguro para la democracia”. Y
cita un párrafo del libro escrito por William Z. Foster, The great Steel strike and its lessons, en el que señala que
ninguno de los pistoleros fue inmediatamente encarcelado y los pocos que estuvieron
encerrados, fueron liberados casi de inmediato, pues no se consideraron sus
crímenes graves, siendo más “graves”
los hechos por obreros en huelgas, según consideró la “justicia”. Eso mismo es
lo que sucede con los actuales “policías”, quienes no son juzgados por sus
crímenes. No cabe duda que la represión siempre ha sido igual de corrupta e
impune a lo largo de la historia.
Foster trató de liderar
la huelga del acero, calculando que dejaría muchas pérdidas de hacerse, pues
ascendía el valor de la actividad a 253 millones de dólares en 1917, por lo que
habría sido muy importante arreglarla lo antes posible para los patrones. Por
desgracia, la AFL esquiroleó el movimiento y éste fracasó. Y lo señala Adamic
como otro factor que llevó a los obreros a crear hampas, con tal de vengarse de
los patrones. Según él, fue lo que llevó a la creación de los gánsteres. Menciona
también la huelga de cordeleros y aserraderos de Centralia, que, igualmente,
fue aplastada e incluso se dio un atentado para acabar con las oficinas de la IWW.
Luego, se centra en la
lucha de Nicola Sacco (1891-1927), un zapatero experto y Bartolomeo Vanzetti
(1888-1927), un cordelero también muy hábil, quienes se consagraron como
líderes obreros, los que fueron tan exitosos, que la mafia en el poder los
acusó falsamente de crímenes que no cometieron. Pasaron más de 4 años en la cárcel,
hasta que, finalmente, el prepotente gobernador procapitalista de Massachusetts
en ese entonces, Alvan T. Fuller, negó el perdón e insistió en que eran criminales.
Ni el clamor mundial pudo evitar que fueran asesinados en la silla eléctrica. Fue
tan famoso el caso que se ha documentado mediante libros y filmes, como el 1971,
dirigido por Giuliano Montaldo, cuyo tema es muy famoso. Sacco y Vanzetti son
considerados íconos históricos de la lucha obrera.
Sigue Adamic
describiendo cómo después de la derrota de la gran huelga acerera de 1919,
durante la cual, los explotadores patrones reprimieron brutalmente, hasta
asesinando, a los huelguistas, los obreros recurrieron nuevamente a los actos
dinamiteros, además de las golpizas “disuasorias” y, las menos veces, a
asesinar a algunos patrones u obreros esquiroles. También se quemaron varios
cines, por el problema de que no querían ya contratar a músicos. Esto, debido a
la, por entonces, nueva tecnología del cine sonoro, al que se llamaba
“talkies”, ya que, a causa de su arribo ya no se contrataban a músicos para que
amenizaran al cine mudo, como se acostumbraba hacer cuando el cine era silente.
Y era que los músicos
de entonces, proporcionaban el “soundtrack” de los filmes. Quizá lo hicieran
con canciones conocidas o improvisando, pero su trabajo era necesario y cuando
salieron las películas sonoras, dejaron de usarlos. Por eso, las tácticas
dinamiteras también hicieron objetivos a los cines.
Aunque, podría decirse,
eso era ir en contra del avance tecnológico, porque ya no tenía caso la función
del músico, al menos en los cines. Es algo como lo que está pasando ahora, de
que están sustituyendo en los salones de fiestas a los conjuntos con música del
Internet. Son las consecuencias de los “avances tecnológicos”, los que están
quitando paulatinamente muchos empleos. Y aunque se diga que se crearán otros, no
es tan fácil realizar tal sustitución. Por ejemplo, pensemos, ¿qué empleos
pueden crearse al hacer autónomos a los taxis de Uber u otros? Porque los
mecánicos que les darán mantenimiento o repararán, ya están allí en las
agencias. Sólo los capacitarán, no será inmediata la contratación de más
mecánicos o no demasiados. Es decir, no se contratarán en gran cantidad
mecánicos de inmediato, o sea, el impacto de tener autos autónomos, no
implicaría la creación de empleos en proporción de los que estarán desplazando.
Y ese es uno de los detonantes de las crisis capitalistas, pues al haber menos
gente empleada, disminuye el consumo, que
es el objetivo primordial del capitalismo salvaje.
En lo que sigue, es
realmente sorprendente que los famosos gánsteres de los años 1930’s como Al
Capone, por ejemplo, hayan tenido sus orígenes en la lucha obrera, porque, como
ha referido Adamic, justamente porque a los obreros no se les hacía caso por
las buenas, los abusivos y asesinos patrones hacían de ellos lo que querían,
los golpeaban cuando hacían huelgas, los asesinaban, dichos obreros recurrían a
los bombazos, a la violencia por violencia, no quedaba de otra.
Una declaración
reciente del reverendo estadounidense William Barber, mencionado por David
Brooks, en su espacio American Curious,
de la Jornada, hizo hincapié en que "no es suficiente ser testigo. Si
vamos a salvar el alma de este país (EU) de la pobreza que nos está matando,
tenemos que actuar, tenemos que agitar, tenemos que causar líos
justificados". Es decir, es un llamado a actuar con energía, no dinamitando,
claro, pero sí con acciones contundentes, pacíficas o no, para que la
plutocracia deje de hacer de las suyas y seguir con el privilegio de los grupos
más fuertes, como está haciendo justo el megalómano Trump (ver: http://www.jornada.unam.mx/2017/12/18/opinion/021o1mun).
Los gánsteres, incluso,
eran instruidos en el uso de dinamita por los mismos obreros. Como aquéllos
vieran que era un gran negocio “proteger” los intereses de los obreros, fueron
evolucionando, tanto en sus tácticas de ataque, así como en su organización.
Irónicamente, construyeron sus principales cárteles del crimen ofreciendo
“protección forzosa” a todos los que tenían negocios de cualquier tipo. Algo
así como lo que hace, o hacía, la Familia Michoacana. Capone, dice Adamic, llegó a ganar 100
millones de dólares al año, gracias a la protección de los sindicatos obreros.
O sea, gracias a los obreros, los grandes imperios de los capos crecieron.
Continúa Adamic con
explicaciones que dan los propios obreros de por qué se metían a gánsteres.
Cita la de un amigo, que de obrero, se pasó a vender licor ilegal – era la
época de la prohibición – y le dice que sí, son “ilegales”, pero las leyes que
volvieron ilegal el alcohol “son leyes malas, vistas así por más de la mitad de
la población”. También le dice que ellos forzaban a las empresas a emplear
obreros sindicalizados mediante bombas, pero ese amigo, un yugoslavo, le pone
ejemplos de que hasta los “capitalistas legales” recurrían, y recurren, a la
fuerza, y refiere el caso de una cadena hotelera que se sirvió de bombazos a
otros hoteles, para comprarlos baratos y agregarlos a su lista. Otro ejemplo
que le menciona es el de Ford, “la que hace un par de años forzó a todos sus
distribuidores a comprarle obligatoriamente determinado número de autos, más de
los que podían vender, y que se los pagaran porque, si no lo hacían, les
quitaba la distribución. Así que, dime, compañero, ¿no es eso también ser
ilegal?”.
Eso lo vemos en la
actualidad, la actuación monopolista, ilegal, con que actúan muchas empresas.
Apple, por ejemplo, les pone candados a sus celulares para que se usen sólo sus
programas. O que de repente Microsoft nos mete a la fuerza sus
“actualizaciones”, sin que queramos porque, si no, nos bloquea la máquina. Y
muchas cosas así. Realmente todo el poder, finalmente, es mafioso, fáctico
(ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2014/08/la-estructura-mafiosa-de-los-poderes.html).
Sigue narrando Adamic sobre
las tácticas de sabotaje o “huelga durante el trabajo” que hacían los obreros,
que consistían en descomponer las máquinas o hacer que estuvieran casi por
fallar para cuando, en el caso de una huelga, el patrón usara esquiroles, a
éstos tipos se les descompusieran. Y la “huelga durante el trabajo” consistía
en trabajar menos, echar menos producto a algo, es decir, no ir al ritmo de la
máquina, sino ir haciendo menos cosas. Y es que lo que refiere de la violencia social, es como sucede en la
actualidad, que como los desposeídos ven a los capitalistas poseerlo todo, es
fácil que se metan a robar o a secuestrar o se conviertan en sicarios, como
hacen, con tal de acceder a ese estatus. Antes, era convertirse en gánsteres,
ahora, en narcos o sicarios de los narcos. Todos son cambios cosméticos, pero,
en esencia, la naturaleza humana ha sido la misma a través de la historia. También
refiere Adamic lo que pasaba con los barcos mercantes estadounidenses, que los
dueños no querían pagar salarios decentes, pero que les salía carísimo eso,
pues los sabotajes eran muy frecuentes. Esos sabotajes encarecían bastante el
costo de las transportación marina. Refiere el viaje que él mismo hizo en uno de
esos mercantes, que por los sabotajes, se averió la refrigeración y se echó a
perder un cargamento completo de carne; luego, tuvieron problemas con los
motores, hasta que llegaron a un puerto europeo, en donde más o menos
arreglaron el barco para que pudiera regresar a EU y allí, ya, de plano, fue
puesto fuera de acción y desarmado. Y era que en algunos casos, se pasaban de
sabotaje los marinos, muchos de los cuales no actuaban con base en una acción
de clase, sino por su propio rencor, como en el que narra Adamic, que hasta un
incendio involuntario hubo en plena altamar.
En el último capítulo,
Adamic pone en duda a la organización obrera, debido a que la debilidad de la
AFL y la recesión de 1929 la obstaculizaban bastante. Cita que, también, había
los “locos” que atacaban a las máquinas porque decían que eran para matar a los
hombres. Referencia a un soldado, poco después de la 1ª guerra, que creía que
las máquinas estaban matando hombres en venganza del trabajo que éstos les
ponían a hacer: “Paren las máquinas, y no habrá más guerra. Las máquinas hacen
las guerras, las máquinas nos matarán”, dijo, herido, desde su cama de
hospital. Aunque dicha “lunática” declaración, sí que fue visionaria, pues, no
precisamente máquinas industriales, como los robots ensambladores, pero, sí, se
están ideando mortíferos artilugios militares, los que dotados de inteligencia
artificial, puedan convertirse en letales armas de destrucción masiva (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2015/08/inteligencia-artificial-otra.html).
Enseguida, Adamic se
refiere a la crisis de 1929, sus causas y cómo para muchos ricos, no les afectó
en absoluto, pues a varios, al contrario, les favoreció. Como ya referí arriba,
esa crisis, simplemente, se debió – y se deben – a la sobreproducción, pues los
empresarios incorporaron más y más tecnología para aumentar la producción y la
productividad obrera, pero en el ínterin, no les importó o no pensaron en las
consecuencias, ya que al hacerlo, fueron disminuyendo brutalmente a los obreros
empleados y, con ello, se fue reduciendo el consumo. Así que, supongamos, si se
hubieran conservado los empleos, el aumento de producción habría sido difícil
de consumir, pero con menos gente empleada, menos fue posible. Y menciona cómo,
ante el desempleo, la AFL, encabezada luego de la muerte de Samuel Gompers, por
William Green – un blandengue personaje, que puro verbo y nula acción –, nada
importante hizo, contentándose con simples amenazas. Green decía que los
obreros requerían salarios decentes y que dar salarios decentes era una obligación de los empleadores y que los
obreros tenían derecho a ellos, pero nunca se atrevió, ni siquiera, a convocar
a una huelga general, para presionar a los patrones.
Menciona que a los
empresarios eso no les importaba, el desempleo, llegando a hacer declaraciones
como la siguiente, que se publicó nada menos que en la revista Forbes, la que
ya, desde entonces, era editada, y se tituló: “¿Son los líderes industriales de
EU idiotas?”, que transcribo: “Negocios son negocios. El objetivo de la
industria es hacer dinero, estamos
determinados a hacer dinero. Nos concentramos sólo en ese objetivo. Si estamos
satisfechos con que una fusión de un billón de dólares va a significar mayores
ganancias, nos encargaremos de realizar todos los procedimientos. Uno de los
sistemas más fáciles de cortar sueldos es reduciendo el salario y los turnos. Y
despedimos obreros para que esto sea así. Si los obreros más viejos se han
vuelto más lentos en su trabajo, es, justo, por sus años de trabajo, así que
lógicamente son los primeros a los que despedimos (nótese la mezquindad,
pareciera de una película distópica). Por supuesto que los mayores recursos
resultantes de grandes conglomerados son empleados para adquirir lo último en
maquinaria, que emplee menos gente, por lo cual, aumentan los despidos. En
nuestra opinión, el mejor ejecutivo es aquél que puede producir lo más que se
pueda, con el menor número posible de trabajadores – a menor número de
trabajadores, corresponde una menor nómina. Nuestra tecnología de punta nos
permite prescindir de muchos obreros. Es frecuente ahora realizar con una
máquina, operada con sólo doce hombres, lo que antes hacían 50 o 100 de ellos.
Y, sí, sabemos que a causa de nuestra creación de gigantescas empresas –
manufactura, distribución, venta al menudeo y otras – y a través de nuestros
enormes gastos en investigación, invención, maquinaria, hemos causado una grave
ruptura en el empleo, pero en lugar de ser criticados por todo este desempleo
tecnológico, deberían de celebrarnos, pues es prueba conclusiva de nuestra
maestría en la ciencia de la administración. Lo que pase con todas las hordas
de trabajadores que despedimos, no nos concierne (vean, otra vez, una
declaración de verdaderos dictadores, muy distópica). Nuestra responsabilidad
comienza y termina con administrar nuestros negocios con incomparable
eficiencia, lo que significa con un mínimo de labor humana (filosofía pura del
egoísta capitalismo salvaje). No, el desempleo por esas causas creado, de
ninguna manera entra en nuestros cálculos. Nuestro limitado deber es ejercer
toda onza de ingenuidad que poseamos para disminuir los empleos, no crearlos.
Nuestro objetivo es dinero, más y más dinero, no más y más hombres, pero menos
y menos hombres. Estamos tan absortos en obtener ganancias, como para pensar en
qué sucede a causa de la reducción de los hombres empleados. Como encargarse
del desempleo, es cosa para otros de resolver, dejemos que George lo haga (se
referían a George Washington, o sea, al Estado). No tenemos el tiempo para
preocuparnos de eso. No es nuestro problema”. Véase que hasta en eso eran estúpidamente
miserables, pues el capitalismo tiene como base el consumismo, y entre más alto,
mejor, en cambio, lo que estaban haciendo con despedir a más y más obreros –
como se sigue haciendo –, era disminuir la base de consumidores posibles y con
eso se auto destruían, lo que sigue sucediendo con la forma tan irracional de
actuar del capitalismo salvaje.
Pero era mentira de que
sólo con “avances tecnológicos” lograban aumentar la producción, si, muchas
veces, sólo incrementaban la velocidad de las máquinas, como siguen haciendo
muchas empresas. Por ejemplo, Adamic menciona el siguiente caso, citado por el
investigador industrial Robert W. Dunn: “en 1919, en la planta de ensamblado de
Ford, en ciertas bandas, los motores inacabados se movían a la velocidad de 40
por hora. Para 1925, lo hacían a 60 por hora. En otras líneas, en 1919, la
velocidad era de 120 por hora, y en 1925, se incrementó a 180 por hora. Pero
esto se hizo con las mismas máquinas. La diferencia se lograba gracias a la
energía humana, pero ni así los trabajadores recibían aumentos de sueldo
sustanciales o nada, de plano”. Un trabajador declaraba “los hombres trabajan
como esclavos, el sudor les corre por sus mejillas, sus quijadas y los ojos
están rojos, como fuego. Nada para ellos existe en el mundo, excepto la línea
de chasises que se mueve frente a ellos sin final. Algunos están sobre sus
espaldas, acostados en unas bases que ruedan, deslizándose debajo de los
chasises, propulsándose con sus talones todo el día, fijando algo debajo de
aquéllos todo el tiempo”. Así que lo que declaraban en el panfleto mencionado
los empleadores era una reverenda estupidez.
Aunque, sobre ese
editorial, el artículo de Forbes, más adelante, trató de matizar, diciendo que
ni la industria, ni el gobierno, se habían preocupado por checar qué tan graves
habían sido los efectos de los avances tecnológicos en el empleo hacia los
“ganadores de pan”, como se refirió a los pobres obreros, a los que sólo
alcanzaba para eso, para comer, y casi puro pan. Como que era una forma
sensiblera, despectiva de referirse a los pobres obreros. Incluso, entre los
mafiosos en el poder de la época, no sabían decir o, más bien, no les importaba
en absoluto, la situación del obrero. Menciona una ocasión en que en los años
1910’s, le preguntaron al entonces presidente William Howard Taff, “¿Qué debe
de hacer un hombre que está muriendo de hambre y que no puede encontrar
trabajo?”. Y el insensible ése sólo contestó “Sólo Dios sabe”, como diciendo,
“me vale un carajo”. Qué respuesta tan indolente y estúpida, de un supuesto
“presidente”, muy a la Donald Trump, que presenta, justamente, lo que los
mafiosos poderes fácticos piensan de sus dominados y lo despreocupados que
están de su suerte.
Algunos analistas
decían que para que se mantuviera el consumo, se debía de pagar más a la gente
empleada, pero no tomaban en cuenta que para producir más, prescindiendo del
obrero, se prescinde también del capital variable, que es el que genera la
plusvalía, por el trabajo no pagado. Así que al haber menos ganancia, no se
pueden subir de la misma forma los salarios, y por eso se buscan las zonas salariales
más bajas. También indica cómo las corporaciones adoptan cambios o imposiciones
públicas, sólo si los benefician. Por ejemplo, se acepta la verificación
vehicular, pues las automotrices se benefician de ella y todas las empresas que
le entran a esa actividad, como los verificentros, las máquinas verificadoras,
la emisión de multas, las patrullas “de vigilancia ambiental” (se compran esos
autos) y así.
Menciona Adamic que
durante el New Deal los obreros siguieron muy mal pagados, justificando los patrones
que era por la crisis que no podían pagar más. Vaya tonta justificación. Sí,
porque, seguro, decían que para dar trabajo a más y más obreros y superar la
crisis, debían de dar bajos salarios, para que alcanzara el empleo para todos.
Era tan alto el desempleo, realmente, que un empleador, en febrero de 1930,
anunció una vacante y se presentaron 5000 hombres. Y era algo muy común. Por
eso, como señala Adamic, se metían los
desempleados a traficar licor ilegal o a hacerlo.
La crisis afectó incluso
a clases medias, pero los ricos siguieron con sus gastos. Por ejemplo, sobre cómo
los ricos seguían con sus lujos, menciona que en 1930, cuando Detroit estaba
mayoritariamente sumido en desempleo y pobreza, el señor John N. Willys,
embajador de EU en Polonia y anterior presidente de la empresa Willys-Overland,
había comprado 5 carpetas muy raras y un altar por 30 mil dólares. En la
sección de sociales de los periódicos, se mencionaban bodas de ricos que hacían
fiestas por cien mil dólares, cuando millones de trabajadores andaban en
harapos y sin zapatos y dormían en bancas. Es como ahora, que mientras hay
gente que no tiene qué comer o ni agua para beber, hay ricachones luciendo sus
yates de lujo o suites de lujo en Arabia y así.
Los suicidios eran frecuentes,
hechos por el padre de familia o de parejas, como la nota que menciona sobre un
chico que mató a su novia y él se suicidó porque “eran irremediablemente
pobres, como para casarse”. Y remata diciendo “en breve, existía, por un lado,
extrema miseria y necesidad para millones. Por otro, insultante riqueza y lujo
para unos cuantos. Un lunático sistema”. Es la brutal desigualdad que desde
entonces, y mucho antes, se ha seguido perpetuando, como en la actualidad que
sólo 8 ricos del planeta poseen la riqueza de los 3600 millones de personas más
pobres. Ya ni podemos hablar del 1%, pues en muchos casos, es menos del 1%
(ver: http://www.jornada.unam.mx/2018/01/17/politica/018n1pol).
Y así como describió
Adamic las causas de la crisis capitalista de entonces, siguen siendo, en
esencia, las mismas que han provocado las subsecuentes, como la actual,
originada en el 2008, igualmente profunda e insuperable (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2008/11/el-convenenciero-capitalismo-salvaje.html).
Y las consecuencias
provocadas son también las mismas, cada vez más y más millones de pobres, cada
vez más extremadamente pobres y un puñado, cada vez más pequeño, de ricos más
inmensamente ricos. Y, de corolario, la depredación ambiental planetaria que ha
ido arrasando los recursos naturales, lo que pauperiza aún más a esa, de por
sí, provocada precariedad social.
Por último, la conclusión
a la que Adamic llegó fue que no veía un gran futuro en la lucha obrera, si
seguía tal lucha boicoteada por organismos como la AFL. Dice que “la clase
obrera estadounidense será violenta hasta que los trabajadores se vuelvan
revolucionarios en sus mentes y motivos y organicen su espíritu revolucionario
en fuerza, en sindicatos con objetivos revolucionarios para alcanzar el poder.
Hasta entonces, serán capaces de prescindir de la pura fuerza bruta, como la descrita
en la presente obra”.
Tiene razón, pues si la
clase trabajadora, de todo tipo, no deja de pensar en meros movimientos
reformistas y, más bien, se centra en una forma que realmente revolucione y
cambie muchas estructuras de poder, incluyendo al decadente sistema
capitalista, sus “luchas” sólo serán breves conquistas de muy corto plazo,
innocuas para las mafias políticas y empresariales dominantes. Hay que aplicar
la fuerza explosiva de la dinamita en las ideas.
Contacto: studillac@hotmail.com