domingo, 30 de junio de 2019

El mortal turismo extremo


El mortal turismo extremo
por Adán salgado Andrade


Para aquéllos o aquéllas que cuenten con suficiente dinero, el capitalismo salvaje, que a todo le saca ventaja, ofrece el turismo extremo, variante del costoso turismo tradicional, que es el de caros, lujosos hoteles, “bellas playas”, paradisiacos lugares, cara gastronomía…
En el turismo extremo (dark tourism, como se le conoce en inglés, en el cual, el interesado, hasta debe de firmar una responsiva, eximiendo de toda la responsabilidad a la empresa turística que organiza los, incluso, fatales, recorridos), no hay lujos, ni se trata de paraísos. El que emprende un viaje así, está consciente de que podría morir en el intento. Sobre todo, hay códigos, que, si se violan, pueden tener fatales consecuencias
Un caso muy publicitado de un turista extremo que, de repente, violó las reglas, fue el de Otto Warmbier, un estudiante universitario estadounidense, quien de visita en Hong Kong, en el 2015, para un intercambio académico, fue seducido por la empresa Young Pioneer Tours, YPT, semiclandestina agencia de viajes que atrae a sus clientes, jóvenes, principalmente, con el slogan “¡Este es el viaje que tus padres no desean que hagas!”, para un tour guiado de cinco días a Norcorea, ese país clasificado como “paria”, sobre todo por Estados Unidos (EU).
Se le hizo fácil a Otto robar un poster del hotel donde se hospedaban sus amigos y él. La cámara de vigilancia lo captó y fue encarcelado. Diecisiete meses después, fue “liberado”, por el estado comatoso que alguna rara enfermedad le provocó. Así fue trasladado a EU, en donde murió al poco tiempo. Y a la fecha, se ignora qué fue lo que le provocó la muerte (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2018/03/el-muy-lucrativo-y-peligroso-turismo.html).
Mayo del 2019 expuso otra variante, igualmente peligrosa y fatal, del turismo extremo, el que ofrece, además de la estancia, comidas incluidas, en determinado país, escalar algún monte, en este caso, el muy “popular” Everest, ubicado en Katmandú, Nepal. Se deben de aprovechar pequeños lapsos, que ocurren en algunos días entre mayo y junio, cuando no hay tormentas de nieve o son muy escasas, que puede subirse, con “cierta seguridad”, la imponente montaña.
Pero por los muertos que hubo, dicho suceso llamó la atención mundial. Hasta el 22 de mayo del 2019, habían fallecido once personas por causas como ataques cardiacos, fallas respiratorias, caídas por resbalones y otras cosas. Y en los primeros días de junio del 2019, 10 personas más fallecieron, así que, al menos este año, habrán muerto veintiuna, debido a sus “ávidas” ganas de alcanzar la cima del Everest.
Quizá como protesta de tan asediada montaña, en efecto, la más alta del planeta, cada año hay muertos. Y desde que los exploradores Edmund Hillary, neozelandés, y Tenzing Norgay, nepalés, alcanzaron la cima del Everest el 29 de mayo de 1953, han habido más de 300 muertos que fallecieron en el intento de llegar a su cima.
The Guardian publicó recientemente un reportaje al respecto, en el que también se describe el grado de deshumanización que ese tipo de eventos ocasiona entre los participantes (ver: https://www.theguardian.com/world/2019/may/28/walking-over-bodies-mountaineers-describe-the-carnage-at-the-top-of-mount-everest).
Un experimentado alpinista, Elia Saikaly, también documentalista que ha filmado todas las veces que ha ascendido el Everest, describió lo que presenció el 23 de mayo, un día después de que once personas fallecieran, entre ellas, un doctor estadounidense que cayó al vacío cuando iba descendiendo la montaña. En su cuenta de Instagram, Saikaly escribió: “¡No puedo creer lo que vi allá, muerte, carnicería y caos. Largas filas detenidas. Cuerpos de fallecidos en la ruta y en tiendas de campaña en el Campo 4. Gente que traté de que regresara, murió. Gente que debió ser bajada. Todos caminando sobre cuerpos inermes. Todo lo que ustedes leyeron en los titulares sensacionalistas, sucedieron en nuestra noche en la cima”.
Sí, así describe el caos que fue el ascender a la cima del  monte Everest, que no había orden, ni civilidad, pues los montañistas, dirigidos por sus respectivos guías,  empujaban y saltaban cuerpos de fallecidos para continuar, insensibles, con la caminata, con tal de llegar a la más alta cima del planeta.
En entrevista, Saikaly dice que esas reacciones tan duras eran entendibles, pues había tanta gente, que hasta estaban detenidas las largas filas por la dificultad de avanzar. “Fue milagroso que no hubiera más muertos, pues estaban en fila, sobre un estrecho tramo, y podrían haber caído más”.
Se viralizó una fotografía, captada por Nirmal Pujra, en la mañana del 23 de mayo del 2019, en la que se veía una fila de más de 100 alpinistas, detenidos algunos más de doce horas, esperando su turno para llegar a la ansiada cima. Más de 200 personas la alcanzaron ese caótico día, fatal para algunos.
Agrega Saikaly que esta temporada ha sido la cuarta más mortal desde que comenzó a escalarse la montaña. Se culpa de ello al mal tiempo, a “alpinistas” sin experiencia y exceso de permisos otorgados por las autoridades de Nepal, las que, con tal de obtener más y más dinero, no les importan los problemas que tanta gente queriendo escalar provoque. Porque, además, todos deben de ir con su respectivo guía, quien es una persona del lugar. Con tal de que haya trabajo para tanto guía (muchos de ellos, personas pobres que sólo así palian su pobreza), esta temporada se saturó de gente, lo que ocasionó que más de 820 personas trataron de llegar hasta la cima en distintos días.
Muy irresponsable de los nepaleses, pero, finalmente, no es culpa de ellos solamente, sino también de tanta gente ávida de fuertes y hasta fatales emociones.
Saikaly afirma que, en efecto, es algo muy especial lo que se siente al estar en la cima del Everest, contemplar el paisaje desde el lugar más alto del planeta.
Comparto su emoción, pues eso mismo sentí al estar, hace años, en la cima, no del Everest, pero del Popocatépetl, en un día de marzo, del lejano año de 1990. Contemplé, desde ese, no tan alto volcán, apagado por esos días, la contaminada ciudad de México y otros lugares. No muy grato paisaje, pero, sí, muy satisfactorio verlo desde tal altura (5,426 metros snm).
Así que es comprensible la emoción de estar en la cima del Everest, pero eso no debe de exponer al inexperto “turista extremo”, sobre todo si no se cuenta, en primera, con una buena salud y, en segunda, si no se tienen conocimientos de alpinismo, pues a esas alturas un resbalón es fatal, el enrarecido aire puede provocar problemas respiratorios – y peor, si se padece asma u otros problemas respiratorios –, el extremo frío, puede producir hipotermia, descuidos de cualquier tipo que pueden provocar una fractura o una grave herida… y así.
Además, si no se cuenta con condición física para caminar por horas, se arriesgan los alpinistas a quedarse varados en el camino y también eso puede ser mortal.
Saikaly sigue narrando: “Había más de 200 alpinistas tratando de llegar a la cima. Tuve que rodear a un alpinista muerto… el cuerpo de esa persona estaba amarrado a un punto de anclaje, entre dos líneas de seguridad y cada persona que estuviera escalando, debía de pasar sobre ese cuerpo. Es difícil para la gente que está al nivel del mar, que no son montañistas, que no han estado nunca arriba de 8000 metros, entender esa particular situación. Cuando estás en el Everest y estás en la zona muerta y tú puedes difícilmente pensar… se vuelve una situación muy complicada y te das cuenta mentalmente, que puede sucederte lo mismo. Y con una fila detrás de ti, empujándote para que sigas, no hay nada que puedas hacer. No te queda otra, más que seguir adelante”.
O sea, nada de sutilezas con los muertos o los que no puedan seguir más o se estén muriendo. Vaya con esa deshumanizada “turística” actividad.
Otro alpinista, Chad Gaston, quien también, afortunadamente, alcanzó la cima, da su testimonio: “Pasé al lado de gente incapacitada para seguir. Un hombre estaba envuelto con cuerdas, como si fuera momia. Ese alpinista estaba inmóvil, no respondía a nada y nunca vi que abriera sus ojos. Más adelante, vi a un hombre que estaba inclinado, tocándose su pecho. Me le acerqué. Me dijo que no podía respirar bien, a pesar de que vi que su mascarilla de oxígeno estaba normal. La verdad se veía muy mal, cara pálida, no era coherente y temblaba mucho. Luego me enteré, tristemente, que esa noche murió, allí, en la montaña”.
Para pensarse, el escalar el Everest, con esos brutales testimonios, ¿no?
Otro alpinista, un australiano, fue hallado inconsciente en la ruta a la cima. Su nombre es Gillian Lee. Era su cuarto intento por llegar hasta allá. Fue rescatado por un equipo nepalés. Estaba a unos 6600 metros de altura. Lo bajaron en un Yak, una especie de toro local, mil metros, a un helicóptero que estaba a 5600 metros, en el que fue llevado rápidamente a un hospital de Katmandú, en donde fue puesto en cuidados intensivos.
Y ya se había salvado antes de morir, pues sobrevivió a la avalancha que siguió al temblor de magnitud 7.8, del  25 de abril del 2015, que sacudió a Nepal y al Everest. Narra cómo sintieron la sacudida y vieron la avalancha que descendía rápidamente sobre ellos, quienes apenas lograron escabullirse. Ese evento dejó al menos veintidós muertos y ha sido el más grave de todos hasta ahora (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/2015_Mount_Everest_avalanches).
Tantos fallecimientos han revivido el debate sobre si deben de regularse más severamente esos “tours”, sobre todo porque han aumentado los extranjeros que, a toda costa, quieren subir a la cima del Everest, principalmente chinos e hindúes. Y tanto las autoridades, como las agencias de viajes, que organizan esos costosos “paquetes todo pagado” (los más “baratos” cuestan $61,000 dólares. Ver: https://www.expedreview.com/), se saltan reglas, tales como revisar que los clientes tengan experiencia previa y estén preparados físicamente para el ascenso.
El experimentado montañista Alan Annette, quien también hace crónicas de los ascensos, dice que muy probablemente cinco de los fallecimientos se debieron a la saturación, por tantos que querían subir, lo que implicó que esperaran demasiado y que se acabaran más rápidamente las reservas de oxígeno. “Las otras muertes pudieron deberse a un pobre entrenamiento, inexperiencia, problemas de salud ocultos e inadecuado apoyo de los guías”.
Un sherpa, como se les llama a los guías, no dio su brazo a torcer, declarando que “Es porque los alpinistas son descuidados. El gobierno debería asegurarse que los que quieran subir, tengan experiencia previa en alpinismo, antes de que intenten conquistar a la poderosa montaña”.
Como sea, unos a otros se echarán la culpa. Pero, lo que es un hecho es que una persona que tenga mala salud, que no posea experiencia como escalador o que no tenga buena condición física, estará más expuesta a enfrentar problemas, muchos de ellos, fatales.
Saikaly dice que no volverá a subir el Everest, que lo pensó mucho mientras ascendía, desanimado, quizá, por las hordas de entusiasmados “alpinistas”, algunos de los cuales no imaginaron que en lugar de alcanzar la cima del Everest, alcanzarían su prematura muerte.
Pero mientras muchos “avezados” haya, con el suficiente poder económico para emprender el “tour extremo” de ascender el Everest, esta imponente montaña seguirá cobrando sus muertos cada año, quizá como necesario sacrificio para que otros puedan “conquistar” su cima.