En Inglaterra, en los 1960’s, se experimentó con comida radioactiva en mujeres migrantes
Por Adán Salgado Andrade
En varios países “adelantados”, se han hecho aberrantes experimentos con personas, sin que éstas lo sepan, es decir, que tampoco han dado su consentimiento.
Fue el caso de que en los años 1960’s, en Inglaterra, un epidemiólogo, Peter Elwood (1930), dio chapatis, una tortilla hindú, a 21 mujeres, para, supuestamente, medir qué tanto absorbían sus cuerpos el hierro de alimentos enriquecidos con éste mineral, para curarles la anemia. Pero ellas no sabían que estaban ingiriendo isótopos de hierro radioactivo, con tal de medir en pocas semanas, qué tan rápido sus cuerpos lo absorbían, pues, de otro modo, un estudio así tomaría varios meses en completarse.
Es lo que expone el artículo de The Guardian, titulado “El experimento Coventry: ¿por qué a mujeres hindúes las alimentaron con comida radioactiva sin su consentimiento?”, firmado por Samira Shackle, quien agrega como introducción que “cuando se publicaron detalles de un estudio científico de los 1960’s, hubo shock, ira y ansiedad. ¿Pero qué es lo que exactamente sucedió?” (ver: https://www.theguardian.com/news/2025/feb/11/the-coventry-experiment-why-were-indian-women-in-britain-given-radioactive-food-without-consent).
Abre el artículo una foto de chapatis, parecidas a las tortillas, como las que ingirieron las mujeres hindús, pero con hierro con isótopos radioactivos. Debió de ser muy conveniente para Elwood, ya en sus años 90’s, hacer su “experimento” con migrantes, lo que destaca el inconsciente racismo que todavía persiste entre los europeos con países que antes fueron sus colonias, como lo fue India. Si lo hubiera hecho con mujeres inglesas, debe de haber razonado que se habría metido en problemas si el “experimento” salía mal.
Según él, actuó de buena fe, sin pensar en los alcances que décadas después iba a tener su irresponsable “experimento”, pues aunque, supuestamente, para aquellos años, los niveles de radiación eran los permitidos, “equivalentes a tomarse una radiografía”, el hecho de que se estuviera haciendo durante varios días, sin que aquéllas lo supieran y, mucho menos, lo hubieran consentido, fue inmoral.
Dice Shackle que no ha sido el único alevoso “experimento”. “El experimento Tuskegee, llevado a cabo en Alabama, de 1932 a 1972, fue hecho para medir la prevalencia de sífilis entre hombres negros. Los participantes creían que los estaban tratando de su condición, pero en realidad sólo recibieron placebos, incluso aun después de que la penicilina era un efectivo tratamiento, ya disponible en los 1940’s, contra la sífilis. Muchos, murieron innecesariamente. En los 1960’s, chicos con discapacidad mental en la escuela Willowbrook, de Staten Island, fueron infectados intencionalmente con hepatitis viral, muchas veces repetidamente, en busca de obtener una vacuna. Hay muchos otros ejemplos de Estados Unidos, Inglaterra y Canadá. En un buen número, hubo exposición a radiación: en los 1950’s, mujeres embarazadas en Londres y Aberdeen, fueron inyectadas con iodo radioactivo para probar el funcionamiento de sus tiroides, a pesar del hecho de que la exposición a radioactividad de cualquier tipo, supone un riesgo para el feto. En Massachusetts, en los 1940’s y en los 1950’s, chicos con dificultades para aprender en una escuela residencial, comieron avena radioactiva, como parte de un experimento para ver cómo eran digeridas las hojuelas de Quaker”.
¡Vaya con los “experimentos”! Y eso que no estaban en los campos de concentración, en donde barbaridades así se llevaban a cabo, en nombre de la ciencia ¡loca! Y hay que destacar, el que se hizo con negros que padecían sífilis. De nuevo, el sesgo racista se impuso. Como con las mujeres hindúes.
Pero también en los 1960’s, dos médicos, el estadounidense Henry Beecher (1904-1976) y el inglés Maurice Pappworth (1910-1994), advirtieron al mundo de prácticas inmorales, destacando dos problemas, “primero, que esos estudios eran realizados sin el consentimiento de los pacientes y, segundo, que algunos estudios los exponían a injustificables niveles de riesgo. ‘En su ambición de extender las fronteras del conocimiento médico, muchos médicos parece que han perdido la noción de que los sujetos de sus experimentos, en todos los casos, son personas con derechos comunes’, escribió Pappworth en 1967”.
Por fortuna, siempre hay gente consciente, que advierte sobre malas prácticas en muchos campos, como los llamados “soplones”, que han revelado, por ejemplo, que la NSA, la Agencia Nacional de Seguridad, de Estados Unidos, espiaba a todos los estadounidenses, como Edward Snowden (1983) dio a conocer en el 2013, sobre las porquerías que tal agencia hacía cotidianamente. Está asilado en Rusia en la actualidad (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Edward_Snowden).
El caso de las mujeres hindúes que fueron alimentadas con las chapatis radioactivas fue dado a conocer por un documental hecho a mediados de los 1990’s por un cineasta inglés, John Brownlow (1964). Se decidió a hacerlo al leer un reportaje de la periodista estadounidense Eileen Welsome (1951), quien había ganado por ese entonces un premio Pulitzer por reportar “sobre experimentos radioactivos en humanos, habiendo ella rastreado a las víctimas. Uno de los casos que expuso fue un experimento militar, hecho entre 1945 y 1947, en donde 18 pacientes de hospitales de Estados Unidos, pobres y sin educación, fueron inyectados con plutonio para ver cómo afectaban las armas atómicas al cuerpo. En otro caso, 849 mujeres, que iban a una clínica en Nashville, en los 1940’s, recibieron isótopos radioactivos de hierro para ver cómo absorbían el hierro en sus úteros. Y aunque el hospital aseguró que eran dosis dentro de los límites permitidos, Welsome investigó a una mujer cuyo hijo, expuesto a tal radiación, había muerto de una rara forma de cáncer”.
Brownlow, entonces, investigó si en Inglaterra se habían hecho experimentos similares y, en efecto, uno, el más deplorable, fue de que doctores habían enviado a los Estados Unidos partes de niños fallecidos, sin que los padres de éstos lo supieran, para que experimentaran los efectos de la fisión nuclear en huesos (¡vaya pervertidos!).
Y dio con que, en efecto, Elwood había hecho un experimento similar con mujeres hindúes.
El documental expuso el caso de Pritam Kaur, una de las mujeres sometidas al aberrante “experimento”.
Y a partir de ese documental, transmitido el 6 de julio de 1995, titulado “Experimentos Mortales”, muchos parientes, hijas e hijos de las mujeres que recibieron las chapatis radioactivas, han buscado que se haga justicia, pues aunque la mayoría ya fallecieron, la hija de una de ellas, Kalbir, en sus 60’s, está segura que el “experimento” tuvo que ver con la muerte de su madre hace algunos años.
Y tienen razón en que se aclare todo, que se haga justicia y que hasta se les compense.
Elwood, quien no accedió a ser entrevistado por Shackle, insistió en una entrevista que le hicieron en el año 2000 que “mis intenciones fueron buenas, de verdad, no pensé que llegarían las protestas de las familias a los niveles que han llegado”, pues cuando se supo que él era el responsable, airados familiares le reclamaron y hasta trataron de agredirlo.
Pero, de ninguna forma puede reconocerse una “buena intención”, cuando no se revelan las cosas y, menos, si pueden poner en peligro la salud de los afectados.
Supuestamente, ya están prohibidas tales aberraciones, en “nombre de la ciencia”.
Y a pesar de que hay restricciones, seguramente todavía se han de hacer en países autoritarios (como en China), en donde es laxa la ley y permisiva.
Kalbir le dijo a Shackle que “no es justo, pues esas mujeres, incluida mi madre, tenían mucha fe en los doctores y en la ciencia, pero vea lo que pasó. Nada de esto debió de haber sucedido. Estoy desesperada por respuestas y por justicia”.
Pero seguramente nada sucederá. Y si sucede, quizá las “autoridades” solamente se disculpen. Sería lo menos que podrían hacer ante la alevosía que cometió Elwood.
Pero todo sea en “nombre de la ciencia”.
La loca ciencia.
Contacto: studillac@hotmail.com