domingo, 22 de octubre de 2023

De seguros y de un trabajador de seguridad y del aeropuerto

 

De seguros y de un trabajador de seguridad y del aeropuerto

Por Adán Salgado Andrade

 

Si se sabe escuchar, se aprenden muchas cosas. Sobre todo, de los conductores de las apps, como Uber o Didi, que si no los vemos como simples extensiones del automóvil que nos transporta, muchos, que tienen bastantes ánimos de hablar, para hacer más amenos los viajes, pueden contar cosas interesantes.

Referiré dos recientes conversaciones. La primera de ellas, que me la platicó a quien llamaré Samuel, de la plataforma Didi.

Primero, Samuel trató de justificar cómo algunos compañeros cancelan viajes, lo que se está volviendo cada vez más y más común. Se entiende que lo hagan al instante, como le comenté, pero que no nos dejen esperando quince minutos, como nos hizo uno antes de él y que, ya casi para llegar, canceló.

“Bueno, eso sí está mal. Yo, por eso, si veo que no me conviene, al momento, les cancelo”, dice. Y eso lo hacen si está muy lejos el domicilio del destino de cuando “redireccionan” hacia sus hogares, lo que es comprensible (muchos, toman viajes, ya casi al final de sus jornadas, cuando están de paso). La otra justificación para cancelar es que sean zonas de peligro, que se marcan como tal en la aplicación. Y depende de ellos, si toman los viajes o no.

Y ya, que se pone a platicar que esas zonas “peligrosas” se van dando por reportes de los mismos compañeros conductores, de que en tal sitio asaltan mucho o también que hay muchos accidentes. Comenta que hace tiempo trabajaba en una empresa que colocaba las cámaras CCTV (closed-circuit television) que están en varios sitios de la ciudad, para vigilar. Muchos sitios eran por gran afluencia de accidentes. Otros, de robos, y otros, en sitios muy peligrosos, en donde hasta asesinaban. “Sí, luego íbamos a donde reportaban un asesinato, era lo más grueso que uno tenía que ver”, dice. Pero no sólo eso, sino que la colocación misma de las cámaras, representaba peligro, pues en muchos sitios, cortaban todos los cables de las cámaras, con tal de que no tuvieran vigilancia. “Una ocasión, un chavo como de quince años, que nos pregunta que para qué era eso, el poste, y que le dijimos que era para colocar cámaras. Que se va y que escuchamos que echó un silbido. ¡Mi amigo, asustado, que se sube al carro y que me dice, ‘vámonos, pero ya’! Todavía que le pregunto que qué pasaba y que me dice ‘¡ya vámonos!’, y que le obedezco. ¡Y luego, luego, ya teníamos una camioneta como de esas Lobo, toda con los vidrios polarizados, que se nos empareja, casi rosándonos, y que acelera y se fue! No, pues ni volvimos al sitio. Luego, otro día, regresamos, pero nos tuvieron que vigilar patrullas todo el día, hasta que terminamos. Es difícil, pero me salí porque, como cambian las administraciones de la ciudad, pues nos liquidan y el que llega, mete a su grupo”.

Como estudió administración, dice que se acreditó como agente de seguros y que se dedicó a eso, que “te da buen dinero si tienes una buena cartera de clientes”. Como es común, dice que en México hay poca educación entre la gente para los seguros, “no los consideran prioritarios”. En efecto, pero yo pensaría que por los salarios tan bajos que tiene la gente, por ello, no los consideran, pues ni los de vida, que digamos que serían los más necesarios, son considerados. Y de autos, casas, negocios o médicos, solamente los que posean esas cosas o que puedan pagar un caro seguro médico anual (que, dependiendo de la edad y el sexo puede costar entre 12 y 336 mil pesos anuales), pueden hacerlo.

De todos modos, dice Samuel que si se tiene una buena “cartera de clientes, ganas buen dinero. Conozco una señora, como de sesenta años, que cada rato se va de viaje. Es que ella, ya maneja a varios clientes, le va muy bien. Y hay otro señor, que tiene tantos, que incluso te mejora la cotización de un seguro. Por ejemplo, si te vende tu empresa en donde trabajas un seguro de un Golf, pongamos, como el que traigo, en diez mil pesos anuales, él te lo vende en ocho mil quinientos. Pues ya te ahorras algo, ¿no?”.

Sí, pienso, en estos tiempos de crisis, mil pesos o hasta quinientos pesos que uno logre ahorrarse en lo que sea, son muy buenos.

Pero por la pandemia, como sucedió con millones de trabajadores en México y en todo el mundo, dejaron de vender seguros en su empresa (SURA), y liquidaron a varios. “Es que también es de que cambiaron de mandos las secretarías y entonces, cambian los jefes de seguros. Les tenías asegurada toda su flotilla de vehículos, ¿no?, y ya te los quitan”, aclara.

Así que con ahorros y la liquidación de la empresa, adquirió el Golf en el que nos traslada y se puso a conducir en Didi.

Pero como estando casado y con varias responsabilidades no le alcanza, también se dedica a comprar autos de aseguradoras (tiene contactos), que repara y vende. “Sí, debes de saber. Por ejemplo, compras un auto que en precio de libro vale doscientos cincuenta mil pesos, en cien mil pesos. Le metes cincuenta mil de reparación y lo vendes en doscientos mil. Ya te ganaste cincuenta mil pesos. Pero debe de ser rápido, para que te salga y que tengas un buen hojalatero y un buen mecánico, para que te dejen los autos bien”.

Sí, es un lucrativo negocio al que muchos se dedican. Y si tienen buen dinero, buenos contactos y experiencia, sobre todo, pueden comprar carros a los que no les hacen casi nada y hasta duplicar su inversión.

“Pero eso lo estoy haciendo mientras regreso a lo de los seguros”, aclara. Él no era de los que vendían los seguros, sino de los que tienen a sus agentes, que era a lo que se dedicaba, ofreciéndoles los mejores precios y primas. “Te digo, si tienes una buena cartera de clientes y eres hábil para convencerlos, sí te va bien”.

Eso le deseo, justo, cuando bajamos, “que te vaya bien, Samuel”.

En el segundo caso, a quien llamaré Pedro, me platica su historia. Es joven, quizá de unos treinta años.

Dice que hace años, trabajó como personal de seguridad de la cadena Soriana, en donde algunas veces tuvo que enfrentar a farderos o a gente que sólo robaba por gusto. “Una vez, una chava como de 17 años, que la agarramos robando lencería. Les llamamos a sus papás y se veían de dinero. Y como ya la habíamos llevado al MP (ministerio público), pues que les dijimos que ya era su problema, que iba a estar detenida cuarenta y ocho horas. Pero en serio que no se veía que tuviera necesidad la chica, se ve que por gusto”. En efecto, hasta a personalidades se ha descubierto robando en tiendas, por puro gusto. Quizá sean cleptómanas o lo hagan para revivir sus pasadas famas.

De allí, Pedro se metió a estudiar Oficial de Operaciones Aeronáuticas durante seis meses en una escuela de aeronáutica. En aquel entonces, pagó cinco mil pesos por colegiatura mensual, “era la escuela más barata”.

Sus labores consistían en mover las plataformas de todo, maletas, pasajeros, comida. “Eran muy estrictos, si uno no debía de estar en la pista, lo suspendían”. Trabajó en Aeroméxico, aerolínea que le dio un curso adicional de tres meses, “y si faltabas más de una vez, te suspendían y perdías la oportunidad de entrar”.

Ganaba quince mil pesos mensuales, “más bonos”. “Era buen sueldo en el dieciocho (2018) que entré”, dice.

Me comenta que lo más fuerte que vio fue que un practicante que no entendió una orden, casi se muere porque la turbina lo iba a aventar. “Un compañero lo alcanzó a tirar al suelo, si no, lo hubiera empujado la turbina y se hubiera muerto por el empujón y el aire que sale súper caliente”.

En efecto, el aire expelido por una turbina sale entre 200 y 250º C, suficientes para asar al instante a un humano (ver: https://skybrary.aero/articles/aircraft-bleed-air-systems).

También dice que debían de tener mucho cuidado con la carga de maletas, que se apilan en una plataforma de carga, “pues luego no iban bien sujetas y se podían caer y aplastar al encargado”.

Así que debían de ser muy cuidadosos. Por lo mismo, dice que no había tolerancia con la gente que iba con aliento alcohólico. Algún jefe llegaba con un alcoholímetro y si les detectaban nivel alto de alcohol era despedidos.

Es entendible, pues las operaciones en un aeropuerto son muy delicadas, por lo que me dice Pedro.

Pero se daban ciertas libertades. Por ejemplo, cuando revisaban que todo estuviera bien dentro de los aviones, podían comerse los alimentos que dejaba la tripulación, como los pilotos y la sobrecargos, “pero tenía que ser todo dentro del avión, que no te fueran a ver, pues si te captaban las cámaras, ibas para afuera”. Así que cero tolerancia, puede decirse.

Dice que los cadáveres, el llamado “papel encerado” viajaban en los maleteros de los aviones, al igual que las mascotas, “pero hasta delante de las maletas”. Y que sí dejaban que la gente viajara con sus mascotas, pero que debían de pagar el boleto en primera clase y también para la mascota. “Sí, me toco que hasta tarántulas podían llevar, pero tenían que respetar muchas medidas. Si no, los bajaban con todo y mascota”.

Quizá por ello, haya un muy exclusivo servicio en una aerolínea inglesa, que por un muy caro pasaje de 8,176 libras sólo de ida (181,312 pesos), permite que ricos viajen con sus mascotas, no en jaulas, sino sentados junto a ellos. Y hasta una azafata les ofrece alimentos ¡Vaya cara extravagancia! (ver: https://www.theguardian.com/environment/2023/sep/30/private-jet-service-for-rich-dog-owners-condemned-by-climate-campaigners).

Dice Pedro que hasta transportaban a abejas reinas, las costosas reproductoras (pueden costar hasta ochocientos pesos cada una), vitales para iniciar las colonias de esos muy útiles insectos. “Iban en la cabina de los pilotos, les avisábamos, pero bien guardadas en unas cajas especiales, por lo valiosas y delicadas que eran”. Muy curioso dato, me parece.

Y si se trataba de transportar a un preso, “tenía que llegar con sus custodios, bien esposado, antes de que subieran los pasajeros y la tripulación y sentarse hasta atrás del avión. Y salían hasta el final. Y les avisábamos a los pilotos y a las sobrecargos que iba un prisionero. Y tenían prohibido ofrecerle algo las sobrecargos, pues no fuera a ser algún arma o algo”. Dice que le tocó uno que llevaban a una cárcel de Durango. Otro muy interesante detalle, que quizá en nuestra cotidianeidad, escuchamos de que a tal o cual preso lo llevan a algún lado, pero no nos imaginamos cómo.

Por desgracia, también por la pandemia, que llevó a la reducción de vuelos, Pedro fue despedido (dice que estima que a entre treinta y cuarenta por ciento del personal, despidieron). Lo peor es que debe de estarse actualizando cada tres años, pues si no lo hace, pierde la posibilidad de ser recontratado por Aeroméxico. Como no pudo pagar más que un curso, tendría que volver a cursar la carrera de Oficial de Operaciones Aeronáuticas y pagar otra vez alrededor de sesenta mil pesos o más, pues “a lo mejor ya subió la colegiatura”, dice.

De allí, se fue a trabajar de nuevo como guardia de seguridad en un Sanborns, en donde por ocho horas diarias ganaba ocho mil pesos mensuales. “Y es de los mejor pagados, pues en otros, debes de estar doce horas y te pagan menos”.

Allí, dice que una vez detectaron a un tipo que ya iba recorriendo varias tiendas robando los “carritos de las autopistas”, como mucha gente hace. “Lo quisimos esculcar y que se nos pone al brinco. Y ya estaba queriendo ahorcar a mi compañero y que le doy un madrazo, para que se calmara, leve, porque no los puedes golpear, te acusan y te va peor. Entonces, que se tira al suelo y que se empezó a dar de golpes, para que no lo esculcáramos. Ya mejor que lo dejamos ir y que dimos el juguete como pérdida total”.

Dice que también detectaron a un empleado de allí que se estaba robando los iPhones. “Ya llevaba varios, como diez, como ciento cuarenta mil pesos. Y sí, porque yo una vez me quedé de vigilancia en la noche y me di cuenta de que era difícil que entraran a robar. Lo cachamos porque un día, llevó uno de los celulares, que se lo había comprado. Y que dijimos, no, éste es de la tienda. Ya, que lo llevamos con el administrador, en un cuarto, para revisar los inventarios y el número de serie. Y de película, que golpea al cuate ese y que se nos pela. Nunca lo agarramos. Yo, mi teoría, era que estaba de acuerdo con la gerente y se repartían las ganancias, pero era mi teoría, ¿no?”.

Muy probablemente, pues para dar se tipo de “golpes”, se requiere, en efecto, una complicidad interna.

Como de todos modos, no era mucho salario y sí lo explotaban se salió y con lo que tenía ahorrado y la liquidación de Aeroméxico, se compró el Chevrolet Aveo, que es el que usa para Didi.

Dice que sí quiere retornar a Aeroméxico, pero que requiere el “varo” para hacerlo. “Esto, yo sé que no es permanente (la conducción en Didi), pero está bien, por lo pronto”  

Por fortuna, dice, no está casado y vive con sus padres, así que seguramente no tiene mucha presión, como la tendrían las personas que tienen una familia a la cual mantener, que son las más.

Y, de todos modos, se tenga o no familia, la lucha por la diaria sobrevivencia allí está, conduciendo, cuidando, sirviendo a aviones, enseñando, vendiendo… el empleo de que se trate.

Y eso será hasta que la muerte nos separe de esas actividades.

Así que a seguir sobreviviendo… ¡como se pueda!

 

Contacto: studillac@hotmail.com