Cómo se están erosionando unas islas canadienses por la elevación del mar
Por Adán Salgado Andrade
El calentamiento global, ocasionado por el nefasto capitalismo salvaje, por tanta depredación y contaminación que ha generado por años, está ocasionando el derretimiento de los polos y de los glaciares. Ya está tan avanzado, que pasto y otras plantas están cubriendo cada vez más y más área del Ártico, que contribuirá a exacerbar ese problema (ver: https://hakaimagazine.com/videos-visuals/in-graphic-detail-the-green-grass-of-the-arctic/).
Este derretimiento, además de que está generando un ambiente cada vez menos frío – excepto en eventos de frío polar extremo, arrastrado por los vientos a la zona continental, durante el invierno –, está llevando toda el agua descongelada a los mares, cuyo nivel está subiendo.
Las zonas costeras y las islas, son los sitios que se están afectando rápidamente, pues por su baja altura sobre el nivel marino, son más susceptibles de inundarse y de que sus costas se erosionen por océanos que van subiendo su nivel.
Además, los eventos climáticos extremos, cada vez más frecuentes, como huracanes o intensas tormentas, aceleran la mencionada erosión, así como que se vayan hundiendo.
Un buen ejemplo de ello, es lo que nos presenta el artículo de la revista digital Hakai, titulado “Viviendo en un paraíso condenado, en donde el mar, engulle cabañas, riscos y una carretera”, firmado por Taras Grescoe, quien agrega que “las Islas canadienses de la Magdalena, enfrentan una difícil elección: resistir, adaptarse o entregarse a un bravo mar” (ver: https://hakaimagazine.com/features/living-in-a-doomed-paradise-where-the-sea-consumes-cottages-cliffs-and-the-aw-drive-thru/).
Son las islas canadienses de la Magdalena, o Islas Magdalenas, en las que se enfoca Grescoe, como tantos cientos de otras islas en el mundo, que están experimentando el daño ocasionado por un mar que sube, cada día, de nivel. Las fotos que muestra el artículo, hablan por sí mismas. En la primera, vemos un risco, por el que debió haber pasado una carretera, muy erosionado, como si el mar le hubiera arrancado grandes pedazos. Otra imagen, muestra lo pintoresco que lucen partes de las islas, de unos 12,700 habitantes, con casas de techos a dos aguas, de brillantes colores.
Otra, enseña los esfuerzos de una organización local, Attention Frag’Îles, la que ha empleado viejas trampas para atrapar langostas, con las que forma una especie de “costilla”, que retiene las arenas de dunas, con tal de que éstas, no sean llevadas por el mar.
En otra imagen, se ve la localización de las pequeñas y frágiles islas, entre Newfoundland y New Brunswick. Siete de tales islas, se conectan entre sí por la Ruta 199. Una de ellas, la Isla Entry, está aislada de las otras y sólo puede llegarse por embarcación (ver: https://www.google.com/maps/@47.5196652,-61.8024312,7.17z).
En otra foto, se ve un faro marino y a unos cuantos metros, también se ve un risco sumamente erosionado, de tierra rojiza, muy fértil. Se ha ido comiendo a la isla el mar. “Se deshacen en arena esos riscos, ante la más ligera afectación”, dice el pie de la imagen.
Otra foto, muestra una gran oquedad, también ocasionada por tormentas y el mar, no muy lejos de donde una casa se mantiene todavía en pie.
Una imagen más, muestra una vereda asfaltada para bicicletas – buena alternativa de transporte en esas islas tan pequeñas –, que también ya ha sido erosionada por el mar y las tormentas. El problema adicional de tanta erosión, es que el hielo que rodeaba a las islas en invierno, se va formando cada vez en menos extensión, lo que facilita que se erosionen sus costas, pues tal hielo, las protegía. Ahora, como las islas se han calentado 2.3º C desde finales del siglo XIX, se forma menos hielo y disminuye su protección (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Magdalen_Islands).
En otra imagen, se muestra uno de los paisajes, que los atardeceres ofrecen, en la parte más sureña del archipiélago, Havre-Aubert. Muestra a La Grave, un sitio en donde hay construcciones históricas, frente a la luz del día que se va apagando al irse ocultando el Sol. Muy bella imagen.
En otra, se muestra el negocio de Hugues Poirier, quien vende cómics hechos por él, “parecidos a Asterix”. El huracán Dorian, lo inundó, con lodo que llegaba hasta las rodillas. “Perdí como $10,000 dólares en inventario, sobre todo, novelas gráficas de pasta dura”.
Una imagen más, muestra que, en varios sitios, se han tenido que apilar montones de grandes rocas a los lados de casas, que están a unos metros de las costas, con tal de evitar que la arena se erosione y vayan quedando expuestas al oleaje, el que iría desgastando sus cimientos, lo que facilitaría su arrastre hacia el mar, por las aguas.
En las dos últimas fotos, se muestra otro intento de la organización Attention Frag’Îles para contener la erosión de la arena de las dunas, que todavía quedan en algunas partes del archipiélago. Llevan arena de otros sitios, con tal de que conserven la que tienen. Esas dunas, dice la organización, ayudan, naturalmente, a prevenir tal erosión. Complementando esa acción, siembran pastos, endémicos a esas islas – pues sólo allí crecen –, los que ayudan a estabilizar las dunas. Es curioso cómo la naturaleza se adapta a todo, con esos delgados pastos, que crecen en la arena, tan llena de silicatos y otros minerales, y que requieren de poca agua.
Grescoe narra cómo llegó a las islas, por avión, el que aterrizó en Havre-aux-Maisons (Cielo de las casas), que está ligado a la isla de Cap-aux-Meules (Cabo de los Molinos), “de donde renté un auto, para dirigirme a Grande-Entrée (Gran Entrada). Todavía pueden verse los estragos causados tres años atrás por el huracán Doria y por el Ida, que inundó a las islas con cien milímetros de lluvia. Están tan amenazadas las islas, que están incluidas en la revista Time, en el número 10, ‘de los sitios que se deben de visitar, antes de que desaparezcan’. Mi guía es la ambientalista Catherine Leblanc-Jomphe, quien dirige la organización Attention Frag’Îles (Atención: islas frágiles), que por 30 años, ha trabajado para rescatar las dunas, lagunas, ciénegas, y riscos de piedra caliza”.
Leblanc-Jomphe le platica que cuando hubo un huracán, se trataron de remediar los daños ocasionados, colocando grandes piedras, “pero se las llevaba la corriente como si fueran piedritas. Entonces, rellenamos de arena las dunas y les pusimos viejas trampas de langostas, como retenes de arena, y parece que ha trabajado nuestra estrategia”. Se refiere a la “costilla” que, comenté, se muestra en una de las fotos mencionadas.
Buen esfuerzo, pues ha reducido la erosión. Si de por sí las islas constan de un área pequeña, 205.53 km2, ésta, se ha ido reduciendo, por a poco, al ir ganando el mar más y más costas.
La otra alternativa es construir muros de concreto armado y piedras, como ya muchos países, Japón, entre ellos, han estado haciendo, “pero eso afectaría la belleza natural de las islas y no debemos de permitirlo o hasta que no quede otro remedio”, dice la ambientalista.
Sí, como se muestra en una de las comentadas fotos, pues ya se apilan grandes rocas, al lado de muchas casas, que se encuentran junto a las playas, con tal de evitar que el mar las arrastre.
Las islas, son muy buscadas por los turistas, su fuente principal de ingresos, por sus “300 kilómetros de playas arenosas. El resto, son riscos de piedra caliza, rojiza, debido a depósitos de hierro, los que son coronados por pastos verdosos y flores silvestres. Toda la combinación, muy bella a la vista”, dice Grescoe.
En efecto, son paraísos muy bellos, pero muy frágiles y que están desapareciendo por la erosión y la elevación marina. El nivel del mar sube unos 7 milímetros cada año, “cinco veces más el promedio que reinó durante el siglo XX”.
También comenta Grescoe sobre que el hecho de que cada vez se forma menos hielo en invierno, debido al calentamiento oceánico – el océano, absorbe el 90% del calentamiento global –, también está contribuyendo a la erosión de las costas del archipiélago. “Las costas, están desapareciendo a razón de 75 centímetros por año. Eso, se ha podido determinar gracias a 1,000 estaciones de monitoreo instaladas por la Universidad de Quebec, en Rimouski (UQAR), a cargo de Pascal Bernatchez, quien afirma que las islas perderán unos 18 kilómetros de caminos y alrededor de 262 construcciones en las décadas venideras. “Las islas Magdalenas, son parte de las zonas costeras en peligro. En este siglo, inundaciones y la elevación del mar, podrían desplazar entre 150 millones a 1,000 millones de personas en el mundo. Venecia, en Italia; Nueva Orleans, en Luisiana y Yakarta, en Indonesia – lugares similares a las Magdalenas, en donde la tierra se está hundiendo – son muy vulnerables. Como el oceanógrafo John Englander escribió en su libro del 2021, Moving to Higher Ground (Moviéndose a tierras más altas), las alternativas que tiene la gente que se enfrenta a la elevación del mar, son: no hacer nada, adaptarse, resistir, o retroceder. Y la opción más práctica, dice Englander, es retroceder”.
Es cierto lo que dice Grescoe, pues ya mucha gente, actualmente, ha tenido que abandonar sus terruños. Son los llamados refugiados climáticos, que huyen de inundaciones, sequías o megaincendios forestales. Y cada vez crecen más sus números, pues prefieren irse, que morir por los eventos climáticos extremos (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2019/01/los-refugiados-climaticos.html).
“Pero esa alternativa, no es reconfortante para los isleños de las Magdalenas, pues no hay tierra extra a la que puedan desplazarse”.
Serge Bourgeois, el director de planeación de la municipalidad de las Islas Magdalenas, dice que la broma que se hacen allí es que “si retrocedemos de una parte de la costa, dentro de poco, estaríamos cayéndonos, desde la orilla opuesta, al mar”. Sí, broma de humor negro, pues en esas islas tan reducidas, no hay a dónde huir. Tendrían que abandonarlas en algunos años, de seguir el problema de las erosiones y las inundaciones.
Bourgeois pasó revista, en una junta, a la que asistió Grescoe, de todos los daños que ha sufrido la isla: caminos de bicicleta erosionados, postes derribados, el hospital principal, en peligro de caer, pues el risco, cerca de donde se encuentra, se deshace. Igualmente, el sistema sanitario y el edificio municipal, localizado en Cap-aux-Meules, “están en alto riesgo”.
Explica en esa junta que el hielo del invierno, comienza a derretirse en febrero – no en abril, como antes era –, el agua descongelada, se mete a grietas, se vuelve a congelar, se expande y rompe todo. “lo que acelera la destrucción”.
Por lo mismo, ya se ha prohibido que se construya algo a menos de 30 metros de las costas
“Se han perdido casas, el único cine con que cuentan las islas, está peligrando y se han tenido que construir refuerzos de concreto armado, dentro de las cavernas subterráneas que ocasiona el mar, para que no se colapse la tierra que está encima. Precisamente porque las islas son de piedras arenosas, es que está acelerándose la erosión”, señala Grescoe.
Un ingeniero explicó en esa junta, que se usarán 75,000 toneladas de piedras, importadas de New Foundland, para reforzar las costas. “El proyecto, costará unos $40 millones de dólares, que aportará la provincia de Quebec. Eso, es un tercio de su presupuesto destinado para mitigar el cambio climático, a pesar de que las islas son un centésimo del uno por ciento de la superficie de Quebec, pues así es de urgente que se hagan esos trabajos”.
Dice Bourgeois que es difícil tomar decisiones así, “tratamos de elegir las menos traumáticas, pero, finalmente, tendremos que acostumbrarnos a ver muchas partes de las costas con montañas de rocas, no nos quedará otro remedio”.
Sí, como ya han hecho en Japón, que ha perdido muchas playas, debido a los muros costeros que protegen al país de inundaciones provocadas por violentos tsunamis. Y aunque los activistas japoneses protestan, es, de momento, una “solución “ a un problema que, tarde o temprano, rebasará a ese país y a todos los que tengan costas o islas. No podrían estarse aumentando las alturas de esos muros permanentemente. Y, de todos modos, habrá tsunamis tan intensos, que ni el muro más alto, podrá detener.
Bourgeois, aunque admira el trabajo hecho por Attention Frag’Îles, dice que eso, no bastaría. “Debemos combinar métodos suaves, con duros. He visto cómo rocas del tamaño de autos, son movidas muy fácilmente durante tormentas”. Explica Grescoe que una tormenta fuerte en el Atlántico, “puede desatar la fuerza de más de dos docenas de bombas, como la que estalló en Hiroshima, suficiente poder como para destruir dunas y desplazar rocas del tamaño de un camión”.
Sí, tan sólo vean las escenas del tsunami que golpeó a Japón el 11 de marzo del 2011, todos los edificios, autos, camiones, postes parecen de juguete, nada detiene a las altas olas y la fuerte corriente de agua, invadiendo la ciudad de Miyako (ver: https://education.nationalgeographic.org/resource/tohoku-earthquake-and-tsunami).
Las grandes rocas que se están usando para reforzar las costas, son transportadas por vehículos pesados, sobre la autopista 199, “y el asfalto, se está deteriorando prematuramente, lo que significa que esa vía, también tendrá que reparase, lo que costará mucho”.
Grescoe le preguntó a Jonathan Lapierre, alcalde de las Magdalenas, sobre porqué se deben de traer materiales para construir los muros y diques de otras partes. “¡No tenemos otro remedio, pues si los extraemos de aquí, vamos a deteriorar todavía más a las islas!”.
Sí, pues imagino que tampoco dan para tanto. Sería como destapar un hoyo, para tapar otro.
Pero los isleños son ingeniosos. Por ejemplo, han usado madera de barcos naufragados allí en el pasado, para hacer casas, muebles o hasta suvenires.
Habló Grescoe también con gente que se niega a moverse de sus hogares o negocios, a pesar del inminente peligro. Es el caso del mencionado Poirier, el hombre que tiene un negocio de cómics. “De momento, me quedo, pero ya veré. Será difícil adaptarse a ver una playa llena de piedras, pero, si no hay otra mejor solución, que se haga, ni modo”. Dice que sería una buena idea levantar las construcciones con pilotes, como se hacía algunos años atrás. “Pero, yo pienso que, finalmente, ni eso funcionará. Creo que tendré que buscar otro sitio para mi negocio”.
Todos los “magdalenienses”, como se hacen llamar, tienen “sus historias de cómo ha cambiado el paisaje, desde que eran niños, por las inundaciones, de noches sin dormir, viendo cómo una tormenta reventaba las ventanas hacia dentro, además de que viven en un estado de permanente luto, como si percibieran que viven un paraíso que está condenado a desaparecer”.
Entrevista a dos amigas, Diane Lapierre y Diane Saint-Jean, quienes, luego de ser desplazadas por el huracán Dorian, compraron una casa cerca de un risco que está muy erosionado. Han gastado cientos de miles de dólares para reforzar el sitio con piedras “y $1,500 dólares, para conseguir un permiso del municipio, con tal que pudieran renovar la casa y reforzar la orilla con 39 cargas de camión de rocas”.
Les preguntó si no temen que la casa se colapse, en vista de que está cada vez más cercana del risco que se deshace. Saint-Jean, muy firme, le contestó: “Mire, yo tengo 75 años, mi compañera, 60. No tenemos hijos. La casa, la hemos reforzado muy bien, como si fuera un bunker. Hemos estado en el sótano durante tormentas de 120 kilómetros por hora, y no se oye nada. Y si algo pasa, no creo que vivamos, a nuestra edad, lo suficiente para verlo. Preferimos seguir aquí, viendo los amaneceres, el bello mar. ¡Esto es un paraíso, señor!”.
Otro hombre, Claude Beaulie, “de mediana edad”, le dijo que es de Quebec, y que va muy seguido a las islas, en donde tiene una propiedad. “He pedio ayuda, para reforzarla, pero me han dicho que no, que ya está prohibido vivir tan cerca del mar. Dicen que es por la erosión, pero, señor, ¡desde que tengo memoria, siempre ha habido erosión! De todos modos, yo ya les he dicho que no me iré, no”, exclama el hombre, muy firme en su decisión.
Menciona Grescoe al geólogo marino Orrin H. Pilkey, quien ha afirmado que “la erosión marina, no es el problema. Somos los humanos, el problema, por nuestro amor por las playas y de construir en ellas. Por eso, dicho problema se ha agudizado”. En efecto, y si a eso le sumamos la terquedad de mucha de la gente que vive allí, a abandonar sus propiedades, aun ante el inminente peligro, aunque les cueste la vida, por eso hay tantas víctimas en desastres naturales.
Antes de abandonar las islas, se encontró de nuevo Grescoe con la ambientalista Catherine Leblanc-Jomphe, quien le muestra el esfuerzo adicional de rellenar las dunas con arena y sembrar pastos nativos en ellas, como comenté antes, que se muestran en las dos últimas fotos del artículo.
“Sí, quizá no sirva mucho, pero si podemos alargar un poco la belleza de las islas, vale la pena”, dice la ambientalista.
Concluye Grescoe diciendo que la alternativa “dura”, los muros de concreto armado, “quizá ayude por algunos años, pero a costa de sacrificar la belleza natural, que ha hecho de las magdalenas, un idílico paraíso”.
Y eso, mientras el mar no se las trague, agregaría yo.
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