Los acelerados contagios por Covid-19 en un
rastro porcino de Estados Unidos
Por Adán Salgado Andrade
Son tiempos de
emergencia de salud en todo el mundo. Se ha recomendado que el estar en casa es
muy importante, aunque hay labores que no pueden interrumpirse. Es en esos
sitios, en donde los dueños deberían de poner más empeño en mantener al mínimo
los contagios entre sus trabajadores, la parte más importante de sus negocios,
procurándoles equipos como tapabocas de buen material, guantes, trajes aislantes
y otras cosas, que fueran de uso personal.
No lo hace, por
ejemplo, Amazon, nefasta empresa que ha descuidado, en sus instalaciones,
normas de higiene para evitar los contagios, a pesar de que, por el aumento de
compras en línea, ha contratado a miles
de empleados, los que ya suman casi un millón en todo el mundo (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2020/04/negligencia-de-amazon-con-sus.html).
Sus ganancias ascienden
ya a once mil dólares por segundo, pero no se ha dignado a comprar buenos
equipos de seguridad a sus explotados empleados.
El resultado es que se
han reportado varios casos de trabajadores contagiados y que han llevado a sus
hogares tales contagios.
Un caso similar sucedió
en un rastro procesador de carne de puerco en Estados Unidos, perteneciente a
la empresa Smithfield – de las gigantes agroindustrias que acaparan buena parte
de la producción de carne en ese país –, ubicada en Dakota del Sur, en el
condado de Sioux Falls, en donde la negligencia de los propietarios provocó un
verdadero desastre de salud entre sus trabajadores, como narra el artículo de
la BBC “Coronavirus en un rastro de Smithfield: La historia no contada del
mayor evento de contagios en Estados Unidos”, firmado por Jessica Lussenhop
(ver: https://www.bbc.com/news/world-us-canada-52311877).
El artículo comienza
mencionando a Julia, cuyos padres, empleados del rastro, inmigrantes, que ni
hablan inglés, le habían dicho que se sabía de un trabajador contagiado del
Covid-19, pero que la empresa no hizo nada por dar a conocer la situación entre
el personal, ni, mucho menos, se preocupó por tomar medidas de prevención para
evitar más contagios. Eso fue el 25 de marzo de 2020.
Julia procedió por su
cuenta, preocupada de que sus padres asistieran a diario a trabajar a una
empresa, en donde 3700 empleados laboran hacinados. En ese rastro, se
sacrifican a diario 19500 cerdos, siendo el noveno más grande de Estados Unidos
(EU).
Hay que señalar que la
producción industrial de tanto animal, daña bastante al medio ambiente, además
de que propicia enfermedades entre los animales, pues no se les cría, sino que
se les reproduce industrialmente (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2010/08/fabricas-de-animales-enfermedades-en_01.html).
Además, la ingesta de
carne produce muchas enfermedades, sobre todo, crónico degenerativas, como
cáncer, hipertensión, diabetes, obesidad, elevación de colesterol,
triglicéridos y otros tóxicos en la sangre, pero como es parte de la impuesta
“dieta occidental”, se ha difundido su consumo hasta en países que eran, tradicionalmente,
más vegetarianos que carnívoros, como en China (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2010/08/la-muy-lucrativa-adictiva-engordante-y_01.html).
Por otro lado, la
producción de carne, especialmente la roja, además de que requiere de
demasiados insumos – como millones de toneladas de granos para el ganado, en un
mundo hambriento –, genera más contaminación que la equivalente a todos los
autos que circulan en el planeta. Sólo se sostiene su producción por los
mezquinos intereses de las grandes agroindustrias, las que además han impuesto
que la ingesta de carne es imprescindible.
Por eso, en EU, cada que se hace una campaña en contra del consumo de carne, no
sólo las agroindustrias, sino los carnívoros, que no pueden dejarla,
invariablemente protestan (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2018/01/la-eliminacion-de-la-produccion-de.html).
Bueno, y dejando de
lado los mencionados, muy negativos aspectos que deja la producción de carne en
el mundo, ambientales y en la salud, enormes rastros como el de Smithfield,
encima de eso, precian más el eficientismo, que la salud de los trabajadores. Es
el colmo.
Como decía, Julia
denunció a la empresa a un periódico, el Argus, que al día siguiente publicó la
nota sobre el trabajador contagiado. Y hasta ese momento, la empresa lo
confirmó, diciendo que lo habían enviado a cuarentena y que su lugar de trabajo
había sido “totalmente sanitizado”. Y justificó que, por ser una “industria
vital”, por eso no había cerrado, como comentó Kenneth Sullivan, CEO de Smithfield.
“Estamos tomando las mayores precauciones para asegurar la salud y el bienestar
de nuestros empleados y consumidores”, lo cita Lussenhop.
Pero Julia no estaba
conforme, pues sabía de rumores sobre más casos de contagios. Ella, como dije,
es hija de inmigrantes, y primera generación de nacimientos en EU, al igual que
muchos de los hijos de otros empleados, también inmigrantes, cuyos hijos han
nacido en ese país. Son tantos, que hasta se hacen llamar “Hijos de
Smithfield”. “Mis padres no hablan inglés, así que alguien debe de hablar por
ellos”, dice Julia.
A pesar de la denuncia,
sus padres tuvieron que seguir yendo al rastro, trabajando a treinta
centímetros entre cada trabajador, llegando a ducharse a su casa, temiendo en
cualquier momento contagiarse. Y la empresa, sólo interesada en cumplir con su
cuota de producción. “Durante ese tiempo, el número de casos confirmados subió
de 80, 190 hasta 238”, dice Lussenhop.
Y fue tanto el impacto
por demasiada negligencia en cerrar el rastro, que para el 15 de abril, día en
que fue obligada a suspender operaciones, por orden de la oficina de la
gobernadora, “la planta se había convertido en el centro de la pandemia de EU,
con un total de 644 contagiados, entre trabajadores con el virus, y otras
personas que lo contrajeron de ellos. En total, las infecciones relacionas con
ese rastro, ascienden a 55% de todos los casos existentes en el estado, que
sobrepasan, por mucho, los casos per cápita de estados más populosos ubicados
en el medio oeste. De acuerdo con el New York Times, los casos dados en
Smithfield Foods sobrepasan los que se dieron en el portaaviones Theodore
Roosevelt y los de la cárcel del condado de Cook, en Illinois”.
Ya señalé que trabajadores
como los de los rastros, junto con muchos otros, son “vitales” y no pueden
darse el lujo, de acuerdo con las “normas de la emergencia”, de quedarse en
casa, además de que, si lo hacen, simplemente, no tienen ingresos. Y en los
rastros, la mayoría de empleados son migrantes, muy necesitados de trabajo,
como los padres de Julia. Dice Lussenhop que “Los trabajadores de Smithfield
son mayoritariamente inmigrantes y refugiados de lugares como Myanmar, Etiopía,
Nepal, Congo y El Salvador. Se hablan 80 idiomas distintos en la planta. Los
salarios rondan de los $14 a 16 dólares la hora. Esas horas son largas, el
trabajo es pesado y estar en una línea de producción significa permanecer a
menos de treinta centímetros, a ambos lados, de los demás empleados”.
Lussenhop habló con
varios trabajadores, quienes le dijeron sobre la imposibilidad de dejar de
trabajar. Cita a uno, de 25 años, inmigrante, que le dijo “Tengo muchas cosas
que pagar. Mi hijo está por nacer y tengo que trabajar. Si tengo el virus, me
preocupa que no pueda salvar a mi esposa”.
Y como, en efecto, son
vitales las industrias de los alimentos, los dueños han seguido, como si nada,
lo que ha incrementado el número de trabajadores contagiados, como en una
planta de Tyson, en donde murió un empleado y otros 148, enfermaron del virus.
Smithfield alega que el
cerrar una planta provoca graves problemas en la oferta alimenticia, además de
que deja de comprar animales a los granjeros locales. Pero si es tan
importante, pudieron haber establecido medidas para evitar los contagios.
Los trabajadores
hicieron esfuerzos iniciales para que se tomaran tales medidas, pero nada hizo
la empresa por implantarlas y evitar contagios. Incluso, si veían a
trabajadores enfermos, los conminaban a que siguieran trabajando. Además, hay
que pensar que se contagió la carne que estaban procesando. Tendría que
examinarse, para ver qué tanto dura activo un virus como el Covid-19 en esa
carne. Y eso agregaría más a la, hasta criminal, irresponsabilidad de esas
empresas.
Smithfield Foods, que
fue adquirida por la empresa China WH Group Ltd., en el 2013, dejó pasar muchos
días, desde que el primer trabajador, Agustín Rodríguez Martínez, un
salvadoreño de 64 años, que se dedicaba a la limpieza, enfermó por el virus. Todavía
fue a trabajar el sábado 4 de abril, muy debilitado y con fiebre, para trapear
los pisos. Su esposa lo llevó al hospital, cuando ya casi no podía respirar, en
donde, de inmediato, lo intubaron. El martes 14 de abril murió, ya cuando se
habían reportado más de 80 casos de trabajadores contagiados del rastro.
Smithfield siguió
asegurando que estaba haciendo todo lo
posible por evitar los contagios, pero sus “medidas” sólo incluyeron redes
faciales, que no sirven para evitar contagios. En otras empresas, los
trabajadores recibieron mascarillas reforzadas, guantes, capas largas y botas.
A pesar de todo eso, la
empresa siguió laborando. Incluso, lo hizo cuando, aseguró, cerraría 3 días
para desinfección total. Testimonios dados por trabajadores a Lussenhop,
demuestran que laboró al 60%, cuando dijo que cerraría. Incluso, ofreció $500
dólares extras a los trabajadores que asistieran esos días. Muchos, los
consideraron una extorsión, con tal de que fueran a trabajar.
Posiblemente como la
mayoría son, como dije, inmigrantes, lo que menos le importó a Smithfield fue
tomar medidas eficaces para protegerlos de contagios. Además, siendo, casi
seguro, indocumentados varios de ellos, nada podrían hacer en cuanto a quejarse
con las autoridades sanitarias y de trabajo, correspondientes.
Si algo se hizo fue
porque Kooper Caraway, presidente de la filial de la AFL-CIO, el mayor
sindicato de trabajadores de EU, afirma que representantes de éste, se
acercaron a la empresa para pedir mayores medidas para incrementar la seguridad
de los trabajadores. Pero fue demasiado tarde.
Y, por supuesto, la
planta contó todo el tiempo con la complicidad de la gobernadora republicana de
Dakota del Sur, la señora Kristi Lynn Noem, quien consideró las funciones del
rastro vitales – ha de considerar que
es imprescindible la ingesta de tóxica
carne de cerdo –, y se rehusó a establecer medidas tales como el confinamiento
domiciliario de los condados cercanos a Sioux Falls, así como un centro de
aislamiento para los enfermos. “Todo esto es falso”, cita Lussenhop, que
declaró aquélla déspota mujer.
Ah, pero como buena
republicana que es, pidió que se experimentara con la droga hidroxicloroquina,
siguiendo las instrucciones de su nefasto jefe, Trump. Esa droga, ya está
demostrado, no sirve para curar la enfermedad respiratoria producida por el
Covid-19 y, al contrario, la empeora.
La criminal negligencia
de Noem, al igual que la de la empresa, lo único que ocasionó fue que, cuando
quisieron actuar, ya había cientos de contagios, tanto de trabajadores, como de
gente que ellos habían contagiado, como amigos y/o familiares.
En el caso de Julia, su
madre dio positivo al virus, con el problema adicional de que padece
enfermedades crónicas. Ella, comenzó a mostrar los síntomas y fue a que le
hicieran la prueba. Muy probablemente, su padre esté en la misma condición.
Todo por ahorrar dinero
en equipo de protección, seguir produciendo tóxica carne de cerdo en las cuotas
establecidas y continuar con los business
as usual.
No importan los dramas
familiares que tantos contagiados y decesos provoquen.
El artículo termina con
la espera que Julia debió de hacer, en una larga fila, para que le tomaran, con
un hisopo introducido en sus poros nasales, una muestra de mucosa.
En cinco días más, le
habrían dicho si tiene o no el virus. Mientras tanto, tuvo que estar con la
ansiedad. De todos modos, el que lo haya tenido o no, no la libró de que su
madre está enferma y probablemente también su padre, y de que tiene que seguir
la indicación sanitaria que, en los “casos leves”, consiste en permanecer
aislado en casa.
Sólo los “casos
graves”, ameritan hospitalización. Y ésos son, cuando los enfermos ya no puedan
respirar, lo que es absurdo, pues los intuban y tienen no más del 30% de
posibilidades de sobrevivir.
Es cuestión de suerte
si se curan los tres.
Pero si los dueños de
Smithfield o la gobernadora Noem se enferman, tendrán las mejores atenciones
que su dinero pueda pagar. Y eso, hace una gran diferencia. No es garantía de
que se curen, pero sí eleva sus posibilidades de salir avante.
Pero, para los pobres
inmigrantes que forzosamente deben de seguir trabajando en instalaciones
infectas, con grandes probabilidades de contagiarse, en cada día laboral que
asistan, se la estarán jugando.
Contacto: studillac@hotmail.com