Agatha Christie y los trabajos de Hércules
por Adán Salgado Andrade
Agatha Christie
(1890-1976), fue una prolífica escritora inglesa, autora de varias novelas de
detectives, colecciones de historias cortas, de una obra de teatro, que estuvo
varios años en cartelera, así como de seis novelas más, bajo el pseudónimo de
Mary Westamacott. En 1971 “fue nombrada Dama Comandante de la Orden del Imperio
Británico, por su contribución a la literatura” (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Agatha_Christie).
Uno de los
detectivescos personajes, por ella creado, fue Hércules Poirot, singular
francés, muy similar al personaje Sherlock Holmes, de Sir Arthur Conan Doyle
(1859-1930), poseído de un gran poder de deducción para dar con el criminal
responsable de algún delito.
Caracterizado por su
fineza de persona y el uso constante de vocablos franceses, sobre todo cuando
deseaba enfatizar algo, Poirot fue central en novelas como “Asesinato en el
camino” (1923) o “Asesinato en el Expreso Oriental” (1934), en las cuales, la
enredada trama – que muchas veces presentaba como sospechosos a todos –, es
aclarada convincentemente por Poirot, quien da siempre con el criminal.
En una de sus
colecciones de varias historias, “Los trabajos de Hércules” (The Labours of Hercules), publicado en
1939, la figura central es la de Poirot, quien ya pretende retirarse de la
investigación detectivesca (ya no publicó más historias Christie con él como
protagonista).
Es el libro que recién
concluí de leer, publicado por Dell Publishing Co., INC., en 1972.
Comienza la obra con
una charla de Poirot con un doctor Burton, quien lo cuestiona por su nombre,
Hércules, y por qué lo habían bautizado así. Burton arguye que ni siquiera
tiene el cuerpo de Hércules, lo que hace más incongruente su nombre con su
personalidad.
Por otro lado, Poirot
le informa que está por retirarse como detective y que desea establecer un
negocio sobre extracción de savia de vegetales, para fines curativos. El doctor
le dice que duda que lo haga, ya que ser detective es su pasión. Pero Poirot le
asegura que sí, que sólo se encargará de unos cuantos, muy selectos, casos más
y será el fin de su carrera detectivesca.
“Sus tareas no son las
doce de Hércules, son tareas de amor”, replica Burton, antes de marcharse. Eso
le da una idea a Poirot, “Los trabajos de Hércules, sí, ésa es una buena idea”,
y se enfrasca en doce casos que emulan los que hizo el mítico Hércules, hijo
del dios Zeus y la terrenal Hera, por lo cual era denominado un semidiós.
Poirot se enfrasca en
esos doce trabajos, justo en el orden en que Hércules, su legendario tocayo,
los realizó. Fueron ordenados por Euristeo, su primo, después de que Hércules
se vuelve loco, por la acción de Hera, y asesina a su esposa Megara y a sus
hijos. Se nota que Christie sabía bastante de la mitología griega.
El primero fue matar al
león de Nemea. Hércules lo atrapa en una cueva, lo ahorca con sus manos y le
quita la piel, para usarla como su capa.
El caso equivalente,
para Poirot, tiene como “criminal” a una dama, Amy Carnaby, que antes cuidaba a
mujeres de alcurnia. Como últimamente le había disminuido el trabajo, lady
Carnaby había ideado, junto con su postrada hermana – estaba enferma –, un
truco con su perro pequinés, Augusto, con el cual había tramado secuestrar
perros pequineses de familias ricas y pedirles doscientas libras como
“rescate”. Pero como ese dinero, le dijo lady Carnaby a Poirot, era para que
ella y su hermana pudieran subsistir, no vio el detective mayor crimen y sólo
le pidió que ya no lo hiciera y que se abocara a seguir cuidando a ancianas
ricachonas. Augusto fue como atrapar al león de Nemea.
Poirot se muestra,
muchas veces, magnánimo con los que cometen cosas ilegales, siempre y cuando,
hayan sido para una buena causa. A lady Carnaby, la denominó una moderna Robin
Hood. Y a los que les fueron secuestrados lo perros pequineses, Poirot los
amenazó que sabía de cosas malas que habían hecho en el pasado y que era mejor
que se olvidaran del dinero del rescate, si no querían que tal pasado saliera a
relucir.
El segundo trabajo de
Hércules, el fortachón, fue acabar con la Hidra, monstruo de nueve venenosas
cabezas, lo que logró con ayuda de su sobrino Yolao. Hércules le cortó las
nueve cabezas y Yolao las cauterizó con una antorcha, para evitar que volvieran
a crecer.
Poirot conectó esa
tarea con el caso del doctor Charles Oldfield, cuya esposa había fallecido un
año antes, de una larga enfermedad. Los chismes del pueblo en donde vivía
habían esparcido el rumor de que él y su prometida, Jean Moncrieffe, con la que
se había comprometido algunos meses después del fallecimiento de su esposa,
eran los asesinos. La perspicacia de Poirot dio con la verdadera asesina, la
enfermera Harrison, quien había estado cuidando a la esposa del doctor en sus
últimos días. Fue la que, en efecto, la envenenó, pues creyó que sería la
perfecta sustituta de ella, para contraer nupcias con el doctor Oldfield, una
vez muerta aquélla. Poirot, perspicaz, la desenmascaró, demostrándole que ella,
la enfermera, había preparado hasta las “coartadas” para incriminar a Jean.
Las cabezas de la
Hidra, fueron los rumores, cortados tan de tajo, sobre la falsa acusación de
Oldfield y su prometida.
El tercer trabajo del
mitológico Hércules fue capturar a la Cierva de Cerinea, para llevarla viva a
Micenas, un sitio sagrado gobernado por Euristeo, su primo, en donde se la
entregaría viva (ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Cierva_de_Cerinea).
Antes, Hércules tuvo
que vérselas con Artemisa, la diosa que quería para sí a la venada de los
cuernos de oro y pezuñas de bronce. Casi mata a Hércules, hasta que éste le
explicó que era una de las doce tareas impuestas por Euristeo. Y lo perdonó.
Es el tercer caso de
Poirot, en el que involucra la búsqueda de una chica, de la cual estaba
enamorado un mecánico que le arregló a Poirot su auto, un Mesarro Gratz – marca
inexistente de auto, una ocurrencia de Christie. El mecánico le dijo que sólo
la había visto una vez, pero que estaba perdidamente enamorado de ella. Fue,
para Poirot, como buscar a la venada sagrada Cerinea, pues por más que
averiguaba, no daba con ella. Finalmente, sus pesquisas rindieron frutos y supo
que la chica en cuestión había muerto de enfermedad. Había sido dama de
compañía de una actriz rusa, Katrina, que le cuenta del triste destino de esa
chica. Poirot le dice que, por la fallecida, un mecánico decente y bien
parecido, sentía gran amor. Y qué mejor que Katrina para brindárselo, en vista
de que ella, así como el joven mecánico, estaban tan solos y ansiosos de amor.
Sí, la Cerinea entregada a Euristeo.
El cuarto trabajo de
Hércules fue capturar al jabalí del monte Erimanto, animal muy salvaje y
destructor. Vivía junto a los centauros. Dice la leyenda que el vino que usó
Hércules para atraerlo, también atrajo a los centauros y tuvo que matar a
varios, para capturarlo.
Poirot, en su cuarta
tarea, tuvo que descubrir en dónde se escondía un peligroso asesino, Mascarraud,
que había escapado de la cárcel y había cambiado su personalidad. Poirot, casualmente,
estaba en Suiza, en donde un inspector de la policía de ese país, le informó
que el prófugo se reuniría con sus cómplices. La sagacidad de Poirot, le
permite descubrir que Mascarraud se había hecho pasar como un mesero de un
aislado hotel en las montañas, en donde, justamente porque la única forma de
llegar allí era por el teleférico, ese asesino se había refugiado. Fue como
hallar al salvaje jabalí, defendido por sus secuaces, a los que también,
gracias a Poirot, la policía suiza logró capturar.
La quinta tarea de
Hércules fue limpiar los establos de Áugeas o Augías, rey de Élide, quien
poseía cientos de cabezas de ganado, pero cuyos establos no se habían limpiado
en treinta años. Hércules los logró limpiar en un solo día, desviando dos ríos.
Pero como le quería cobrar a Élide el diez por ciento de sus cabezas de ganado
por la tarea, Euristeo agregó otra tarea más a las que ya tenía.
Fue el quinto caso de
Poirot, que consistió en acallar un escándalo político. John Hammett, del
Partido Popular (ficticia organización política), ministro en quien la gente
confiaba bastante, se descubrió que, en realidad era un deshonesto, corrupto hombre.
Su yerno, Edward Ferrier, temía que con esa desacreditación, la gente votara
otra vez por el acostumbrado partido en el poder, lo cual no convendría por
ningún motivo, pues, según Ferrier, era retroceder. Dagmar, hija de Hammett,
está dispuesta a todo, con tal de que un diario sensacionalista, el X-Ray News, no publique la “exclusiva”
sobre su corrupto padre (se me ocurre pensar que sería, algo así, como que
López Obrador resultara un súper corrupto, pero que no se supiera, y un diario
estuviera a punto de publicar la nota).
Poirot idea un plan que
involucra a Dagmar, contratando a una modelo idéntica a ella y facilitado a X-Ray News, falsas pistas, dando a
entender que la esposa del afamado político Edward Ferrier, yerno de Hammett,
lo estaba engañando.
Percy Perry, editor del
amarillista diario, cayó en la trampa y es acusado de libelo. Y con esa grave
acusación, de haber publicado una falsa noticia y de haber puesto en entredicho
la honorabilidad de la hija de Hammett y de su yerno, el periódico es
clausurado y el peligro de que se hubiera publicado la nota sobre el corrupto
Hammett, pasa, pues la estrategia de Poirot, logra que el X-Ray se vea como una mentirosa publicación, que hasta miente, con
tal de llamar la atención.
Fue como limpiar los
establos de Áugeas de tanta porquería, como afirmó Edward Ferrier.
La sexta tarea
encomendada a Hércules (también conocido como Heraclio), fue deshacerse de las
aves de Estínfalo, voraces aladas que comían carne y sus venenosos excrementos
destruían las cosechas. Hércules trató, primero, de matarlas a flechazos, pero
fue inútil. Pero la diosa Atenea le proporcionó un cascabel que ahuyentó a esos
pájaros infernales, muchos de los cuales sí fueron alcanzados, finalmente, por
las flechas de Hércules. Nunca más se les volvió a ver por allí.
Para Poirot, esta tarea
fue comparable a lo que sucedió cuando Harold Waring, joven con una prometedora
carrera política, se ve envuelto en un supuesto asesinato, cuando vacacionaba
en Herzoslovakia (mítico país báltico, creado por Christie, seguramente para no
tener problemas con países reales).
Una joven y hermosa
mujer, Elsie Clayton, mata a su celoso
esposo, que la atacó al sospechar que ella y Harold tenían una aventura. La
madre de Elsie, la señora Rice, pretende actuar rápidamente y le dice a Harold
que es posible sobornar a la policía de ese país, pero que costará mucho
dinero. Se vale de un par de mujeres que están también en el hotel que todos
ellos comparten, un par de polacas sesentonas, a las que acusa de ser
extorsionadoras, pues se dieron cuenta de que Elsie había asesinado a su
esposo. Al final, Poirot descubre que la señora Rice es la que siempre,
disfrazada, personifica al “esposo” de Elsie y que esa farsa la habían
representado en muchos sitios, pues eran extorsionadoras profesionales. Las
polacas, nada tienen que ver con la extorsión y son simples turistas.
Harold lamenta el
haberse enamorado de la bella Elsie, pero agradece que el incidente no hubiera
ido más allá y hubiera arruinado su prometedora carrera, al lado del Primer
Ministro, quien tenía gran opinión de él.
Elsie y su madre, eran
las detestables aves de Estínfalo, letales y ambiciosas.
El séptimo trabajo de
Hércules fue capturar al toro de Creta, que Poseidón hizo salir del mar, para
que el rey Minos, lo sacrificara para aquél. Como Minos no lo hizo, por verlo
tan hermoso, Poseidón hizo que la esposa de Minos, Pasifae, se cruzara con el
toro, de lo cual nació el Minotauro (la zoofilia a todo lo que daba). Además,
Poseidón enloqueció al toro.
Hércules capturó al
toro y lo llevó a Euristeo, quien lo ofreció como sacrificio a Hera, que lo
rechazó al ver la ferocidad del animal. Tiempo después, Teseo, el ateniense, lo
mató, pues el animal todo destruía a su paso. Moraleja: no dejes crecer un problema.
Es lo que hace Poirot
en su séptimo caso, que involucró a una joven, Diana Maberly, muy enamorada de
un joven militar, Hugh Chandler, hijo del almirante retirado Charles Chandler.
Estaban tan
comprometidos Diana y Hugh, que ya hasta él, le había propuesto matrimonio,
pero, de repente, un día, Hugh le dijo que se estaba volviendo loco y que era
mejor que no se casaran.
Diana quería saber si
eso era cierto y si ameritaba que se rompiera el matrimonio. Gracias a los
oficios de Poirot, se descubre que Hugh no era, en realidad, hijo de Charles
Chandler, sino de George Frobisher, un juvenil amor de Caroline, la madre de
Hugh.
Todo era una trama de
Charles Chandler para que Hugh creyera que tenía la misma tendencia paranoica,
suicida, de él, que había sido heredada por varias generaciones. Así, si Hugh
se suicidaba, sería su falso “padre”, heredero de toda su fortuna, la que había
pertenecido a Caroline, rica aristócrata.
Caroline había muerto,
años atrás, ahogada en un “accidente” que, descubre Poirot, fue arreglado por
Charles, quien se había enterado de que Hugh no era su hijo, sino de Frobisher,
a quien siempre envidió, pues Caroline lo quiso mucho más que a él.
Al ser descubierto Charles,
Hugh y Diane vuelven a comprometerse, muy felices. Charles, toma un fusil, se
pierde entre el bosque y se suicida. “Fin de la maldición”, dice Poirot a
Frobisher.
Charles Chandler era
como el loco toro cretano, al que había que matar.
El octavo encargo de
Hércules fue atrapar a las cuatro yeguas de Diomedes, rey de Tracia, gigante
hijo de Ares y Cirene. Esas yeguas, comían carne humana, devorando a todo aquél
que se les pusiera enfrente. Hércules logró atraparlas. Diomedes lo persiguió
con su ejército, pero fue derrotado. Hércules hirió mortalmente a Diomedes y
así lo aventó a las yeguas, que lo devoraron (vaya si es gore la mitología
griega).
Después, quedaron tan
mansas, que Hércules las ató al carruaje de Diomedes y con él se fue a
entregarlas a Hera. Según el mito, de una de esas yeguas, descendía Bucéfalo,
el caballo del gran Alejandro Magno.
El caso número ocho de
Poirot fue el descubrimiento de una red de distribución de drogas. En esta
parte, se nota la verdadera preocupación de Christie, a través de Poirot, en
señalar lo malo que son los estupefacientes, muy seguramente por la experiencia
que ella tuvo, cuando laboró, durante la segunda guerra mundial, en la farmacia
del University College Hospital, en donde conoció muchos tóxicos y drogas,
aprendiendo los muy adversos efectos que tenían para la salud humana.
En especial, la cocaína
es mencionada en esta historia. Un falso “general retirado”, Grant, se había
hecho de cuatro jovencitas, a las que presentaba como sus hijas. En realidad,
las usaba para enganchar a gente en el uso de las drogas, como la cocaína, que ellas
les vendían. Poirot logra descubrir el sucio negocio de Grant, lo desenmascara
y consigue exculpar a las chicas, las que sólo seguían sus nefastas órdenes.
Era las cuatro yeguas
de Diomedes, a las que se les ordenaba comer carne humana, pero cuando lo
devoran, se libran de esa innatural costumbre.
La novena tarea de
Hércules fue robar el cinturón mágico de Hipólita, hija de Ares, reina de las
Amazonas, legendarias, bravas guerreras. Al principio, Hipólita, seducida por
el físico de Hércules, no tiene inconveniente en regalarle el cinturón, que
sería para dárselo a Admete, hija de Euristeo. Sin embargo, Hera, que siempre
buscó complicarle las cosas a su hijo, se hizo pasar por una amazona y engañó
al ejército de guerreras, con que Hipólita había sido secuestrada por Hércules.
Se libró una batalla, que de todos modos ganaron Hércules y sus soldados y se
llevaron el cinturón.
Este caso, el noveno de
Poirot, contempló el descubrimiento de un par de ladrones de pinturas de
famosos artistas, como Rubens, que escondían en las mochilas de jovencitas de
secundaria. Ellas, ignoraban que, entre sus útiles, llevaran costosas obras de
arte. Poirot descubrió la ingeniosa trama cuando una de esas alumnas es hallada
deambulando a un lado de las vías del tren. Antes, la habían reportado como
extraviada, que había abandonado el tren, a pesar de que éste no había parado
en ninguna estación.
Poirot dedujo que los
ladrones, una mujer y un hombre, hicieron pasar a la ladrona como a la alumna.
La habían drogado, para que no subiera al tren, y en su mochila, habían
guardado la pintura. La disfrazaron como si fuera un cuadro mal hecho de
acuarela de la alumna, y que ésta, lo había regalado a la directora. Poirot
despintó la superficial capa del feo dibujo y apareció la robada pintura de Rubens.
Y los ladrones, cayeron.
Esa pintura representó,
para Poirot, el mágico cinturón de Hipólita, tan valioso, que muchos buscaron
robarlo.
El décimo trabajo de
Hércules fue que tuvo que robar el ganado de Gerión, monstruo de tres cuerpos,
unidos por la cintura. Hércules tuvo que pasar por varios contratiempos para
llevarle el ganado a Euristeo. Uno de ellos, fue que Hera, otra vez
complicándole la vida, envió moscas panteoneras para que picaran el ganado y se
dispersara. Hércules lo reunió de nuevo, pero, luego, la princesa Celtina se
enamoró de él, y escondió el ganado, que sólo le daría si le hacía el amor. Así
lo hizo Hércules y de ese desliz, nació Celtus, el progenitor de los celtas,
antiguo pueblo guerrero. Con el ganado en sus manos, lo llevó a Euristeo, que
aceptó como buena esa labor.
Para Poirot, el noveno
caso fue el descubrir una secta, que se hacía pasar por muy religiosa y ética,
que acogía a mujeres solas, para que en ella, hallaran la paz y la compañía que
necesitaban. Poirot tiene la ayuda de Amy Carnaby, la mujer que había usado a
su perro Augusto para secuestrar a otros.
Ya, enmendada, le
comenta que tiene una amiga, Emmeline Clegg, que está en esa secta, y que
siente que la están enajenando mucho. La secta, llamada “El rebaño del pastor”,
ha tenido entre sus integrantes a mujeres ricas, que le han heredado toda su
fortuna y, luego, han muerto en misteriosas circunstancias.
Poirot pide a Miss
Carnaby que se haga pasar por una de esas mujeres, dispuestas a darlo todo por
la secta, comandada por el doctor Andersen, rubio e imponente personaje.
Al final, Poirot
descubre que Andersen empleaba una droga para enajenar a esas mujeres,
averiguar que enfermedad tenían, y aumentar las dosis, para que tal enfermedad
se acentuara y murieran de eso. “Anderson es el Monstruo Gerión, que tuve que
destruir, para rescatar a sus rebaños”, dice Poirot del caso, siendo las
drogadas mujeres, su rebaño.
Muy interesante este
caso, pues es una abierta crítica de Christie a las tóxicas sectas que sólo
sacan provecho económico de sus ingenuos adeptos (recomiendo ver la cinta
mexicana “González: Falsos Profetas”, del 2013, dirigida por Christian Díaz
Pardo, que muestra muy bien ese extendido problema. Ver tráiler: https://www.youtube.com/watch?v=cM4wf79RueI).
La onceava tarea de Hércules
fue robar las manzanas de oro del jardín de las Hespérides, nobles y bellas
ninfas que vivían en un encantador jardín. Hércules las robó engañando a Atlas,
el sostenedor del cielo, de que las hurtara. Al final, Hércules le pidió que
sostuviera de nuevo el cielo, par que él se colocara su capa, y le arrebató las
manzanas, para llevarlas él mismo a Euristeo (luego fueron devueltas por la
diosa Atenea). Algo tramposo el tal Hércules, podría pensarse.
Para Poirot, su onceavo
caso fue descubrir en donde se hallaba un cáliz de oro, robado a Emery Power,
rico banquero. La histórica joya, cargada de asesinatos y peleas por poseerla,
que había pertenecido al Papa Alejandro VI (Rodrigo de Borja), llevaba diez
años perdida y Power, haciendo alusión a su apellido, quería recuperarla, pues
había pagado treinta mil libras por ella. “Pero no es por el dinero, señor
Poirot, es porque no quiero pasar como un tonto que no pudo recuperarla”,
justifica.
Poirot tuvo que
recorrer varios países para dar con la joya, la que finalmente estaba en un
convento. La hija de uno de los ladrones, que se había convertido en una monja,
la había llevado con ella, segura de que pasaría desapercibida y que estaría en
el lugar correcto, en el altar de ese convento.
Poirot, habiéndola
recuperado, la lleva a Power. Éste le pregunta que a cuánto ascenderán sus
honorarios. “A nada, sólo quiero que devuelva la joya, que al fin y al cabo, ha
estado sellada con ambiciones y muertes por poseerla. Allí, estará a salvo, y usted podrá librarse de su
maldición mortal”. Power accede, sobre todo porque Poirot le asegura que las
monjas rezarán por él todo el tiempo.
Lleva la joya de
regreso con las mojas, diciéndoles que Power puso como condición que rezaran por él. “Él, necesita sus rezos”,
dice Poirot a la madre superiora. “Es un hombre infeliz”, inquiere ella. “Tan
infeliz, que ha olvidado lo que la felicidad significa. Tan infeliz, que él no
sabe que es infeliz”, replica Poirot. “Ah, es un hombre rico…”, infiere la
madre superiora.
Otra velada crítica de Christie
a los ricos.
Para Poirot, el
devolver el cáliz de oro, fue el devolver las manzanas de oro al jardín de las
Hespérides, en donde debían de estar.
La última tarea de
Hércules fue llevarle el temible Cerbero a Euristeo, el perro de tres cabezas
que vigilaba la entrada al inframundo. Tuvo que hacer varias cosas, como
casarse con Deyanira, hermana de Melaguer. Hades, dueño de Cerbero, según una
versión, se lo regala, a condición de que no le haga nada. Hércules lo lleva a
Euristeo, quien al ver a la “horrible bestia”, le pide que la regrese en donde
la halló. Caprichoso, Euristeo.
Es el último caso de
Poirot, que tiene que ver con su encuentro con una vieja amiga, la condesa Vera
Rossakoff, “toda una mujer, elegante, de gran personalidad, muy femenina”. Deja
ver Christie, a través de Poirot, que para ella es muy importante que la mujer
sea femenina y elegante, ante todo. Eso, porque un personaje de esta historia,
Alice Cunningham, supuesta psicóloga, viste muy masculinamente y, en opinión de
Poirot, es bastante vulgar, no como la elegante condesa.
La condesa opera un
cabaret, el Hell, en el centro de
Londres, en donde se dan cita toda clase de famosos personajes, desde miembros
de la farándula, hasta políticos.
Poirot la visita y
queda maravillado con el sitio, que es en donde conoce a Alice Cunningham,
novia de Niki, hijo de la condesa, el cual, trabaja en Estados Unidos. Alice es
estadounidense y visita Inglaterra para hacer un ensayo sobre las personalidades
criminales. Esa es su pantalla, pues, en realidad, opera una red de contrabando
de cocaína, que hace dentro del cabaret, sin que la condesa lo supiera. La
condesa tiene a un fiero perro, Dou-dou, quizá un rottweiler (no se especifica
la raza, pero es muy bravo), que está allí para vigilar el lugar. “Con un
chasquido de mis dedos, puede lanzarse contra cualquier persona y hacerla
pedazos”, le dice a Poirot, muy satisfecha.
Habían dicho
inspectores policiacos a Poirot, de que en el sitio se contrabandeaban drogas,
pero no era tan grave, en opinión de la condesa, “algo normal”. Sin embargo,
cuando Poirot le dice que Alice era la que coordinaba la red de narcotráfico,
se queda estupefacta. El perro fue usado por Poirot para guardar la evidencia,
o sea, la droga, en su hocico, ayudado por un hombre que sabía controlar muy
bien a esos animales.
Todo se aclara y lo
único que lamenta la condesa es que su hijo se haya quedado sin novia, pues
Alice estará varios años en la cárcel. “En América, hay muchas mujeres”, le
dice Poirot.
Así, en este caso,
Dou-dou se asemeja al buen Cerbero, pero no vigila el inframundo, sino el Hell, el cabaret de la condesa.
La condesa ha sido la
obsesión de Poirot durante varios años. Luego de concluido el caso, le envía
unas rosas rojas, que su eficiente secretaria, Miss Lemon, ordena a una
florería.
Poirot se despide de
ella, silbando, muy contento.
Se queda pensando Miss
Lemon si no será que Poirot esté enamorado. “¿¡A su edad!?... no lo creo”.
Sin embargo, se
entiende que, además de retirarse, Poirot decide sentar cabeza con esa noble,
elegante dama.
Bien merecido, después
de tan hercúleas tareas.
Contacto: studillac@hotmail.com