El thriller romántico de Mary Stewart
por Adán Salgado Andrade
Todo thriller que se jacte de
serlo, debe de estar acompañado de dos muy necesarios elementos, indisolubles
entre sí. El primero, que la historia de suspenso contada sea buena y, sobre
todo, lógica. La trama puede ser interesante, pero si el final no está de
acuerdo con lo que planteó el argumento, todo puede venirse abajo.
El segundo elemento es el romance que se dé entre los personajes
principales, muy importante para darle a la historia su toque cursi, pero
necesario, ante la violencia o rudeza que el argumento principal plantee.
Por ejemplo, las cintas de James Bond, además de la historia principal,
se acompañan del romance entre el seductor Bond y la heroína, con la cual, el
mítico agente secreto deberá salvar al mundo del villano planteado en cada
historia. Y aunque se ha ido renovando con el tiempo la franquicia James Bond,
cambiando de actores y proponiendo historias cada vez más complicadas, el
romance no se ha eliminado de ninguna.
Sin embargo, pocos autores han planteado thrillers románticos, en los
cuales, el romance sea central y, alrededor de éstos, se desarrolle una
historia de convincente suspenso.
La escritora inglesa Mary Stewart (1916-2014) logró destacar en el
género del thriller romántico, proponiendo historias en las que lo primordial
era la historia de amor que la heroína o el héroe vivían. El suspenso creado
por el misterio que debían resolver, le daba el toque extra. Pero, además,
Stewart escribía muy elegantemente, describiendo floridamente todos los
escenarios en los que tomaba parte la historia.
De Stewart, una de sus novelas fue llevada al cine, The Moon-Spinners, por los estudios Disney,
la que tuvo aceptable recepción.
Una de sus más memorables historias es Thunder on the Right (Relámpago a la derecha), escrita en 1957,
trama ubicada en Francia, en un ficticio convento, ubicado en una solitaria,
boscosa colina. Ese aire, algo lúgubre, le da un toque de suspenso adicional.
El volumen que leí es la edición en ingles de la editorial estadounidense
Fawcett Crest, de 1966.
La novela, ubicada en los 1920’s, comienza mencionando a Jennifer
Silver, chica inglesa que va a buscar a Francia, a un convento, a su prima
Gillian. Refiere rápidamente que las dos eran casi como hermanas, pues Gillian,
muy pequeña, había perdido a sus progenitores en la primera guerra mundial y
había sido adoptada por los padres de Jennifer, sus tíos. Vivió una agradable existencia
con ellos, hasta que decidió seguir por su cuenta. Conoció a un soldado y con
él se casó, hasta que aquél murió en una misión.
Luego, no supieron más de ella, hasta que recibió Jennifer una carta de
Gillian, diciéndole que vivía en Francia, en un convento y que le gustaría que
la visitara, que, incluso, podría albergarse allí por algunos días.
También refiere el romance que en la adolescencia Jennifer había tenido
con un chico de la escuela, Stephen Masefield, a quien su madre no veía con
buenos ojos. Y fue por una mala pasada de ella, su madre, que Jennifer y
Stephen habían dejado de verse. Jennifer había quedado algo triste, pues realmente
quería a Stephen.
Esos detalles parecieran mera anécdota, algo que sólo está en el pasado
de la chica.
Pero cuando Jennifer está comiendo en el restaurante del hotel en donde
se quedará, se encuentra justo con Stephen. A ella, le parece muy casual que se
hayan encontrado allí. Stephen le dice que había ido a buscarla a su casa días
atrás, que el padre de ella le dijo que estaba en Francia, buscando a su prima
Gillian y que él, que sí apreciaba al chico, le aconsejó que fuera a buscarla.
De allí, resurge el cariño que se tenían Jennifer y Stephen. Ella le
platica que debe de ir a un convento cercano a buscar a Gillian y Stephen se
ofrece a ayudarla, familiarizado él con el lugar, pues había estado allí en
anteriores ocasiones.
En la mesa de al lado, un par de damas, geólogas las dos, comentan que
el lugar es muy rico en estratos rocosos y formaciones geológicas y que vale la
pena explorarlo. Eso, lo presenta Stewart como una plática incidental, de la
que no sabremos más, sino hasta el final de la novela.
Esa misma tarde del encuentro acudieron al convento, guiados por él.
Jennifer le pide que la deje ir sola, con tal de no incomodar a las religiosas.
Así lo convienen y Jennifer recorre el último tramo por su cuenta,
ascendiendo la colina, al lado de la cual, corre un río.
Llega al convento, que se describe como una tapiada construcción, de unos
cincuenta años de edificada.
Toca insistentemente una campana, hasta que le abre una chica de alrededor
de 17 años, que la mira de extraña forma.
Jennifer explica por qué está allí, que va a ver a su prima Gillian. La
adolescente la ve con más extrañeza y hasta sorpresa. Le pide que espere, que
llamará a la hermana Francisca, una española que administra las finanzas del
templo.
Ésta es una mujer de aspecto nada amigable, que viste un hábito muy
pasado de moda, como medieval. Esta mujer le dice que su prima sufrió un
accidente de auto hacía unas semanas y, aunque fue rescatada y atendida de
inmediato, había fallecido.
Jennifer se impacta por al terrible noticia, muy difícil de creer y
hasta duda de que sea cierto. A pesar de que doña Francisca le asegura que así
fue y que le muestra el sepulcro de Gillian, Jennifer no está dispuesta a
aceptar, así, como si nada, lo que le dijeron de su prima.
Se pone a preguntarle a Celeste, la chica que le abrió y a la abadesa,
y logra deducir que la persona de la que le hablan no era su prima, sino otra.
Sobre todo, lo establece porque Gillian no distingue los colores, pues es
daltónica y la mujer que, decían, era su prima, sí los distinguía,
especialmente las violetas azules que todos los días, hasta que murió, le había
llevado Celeste. “¡Me encantan las violetas azules!”, le platicó Celeste que aquélla
exclamaba.
También averigua Jennifer, al deambular por el templo, que estaba lleno
de obras de arte, como un Goya, que si eran originales – Jennifer había estudiado
arte –, daban cuenta del caro gusto de doña Francisca y que no eran producto de
limosnas o donativos, sino de algún ingreso importante.
En esta parte, Stewart sugiere una velada crítica contra la iglesia
católica y cómo, aunque presuma de pobreza, sus costosos bienes indican otra
cosa, a veces un innecesario dispendio.
La abadesa le propone que duerma en el convento, con tal de que siga
averiguando lo que le pasó a su prima “fallecida” y para que pueda visitar algunos
días más su sepulcro, en los jardines del convento.
Regresa al pueblo en donde se encontró con Stephen y le platica todo
eso. Éste, se suma a su investigación y la acompaña de regreso al convento, con
sus cosas, para que se hospede allí por unos días.
Se queda Jennifer en la habitación de Celeste – asignada por la abadesa
–, quien habla muy poco. En el sitio no hay luz, ni teléfono, y se deben de
alumbrar con velas. Pasan algunas horas, sin que Jennifer logre conciliar el
sueño. Entre la obscuridad, ve que Celeste se levanta, siendo tal vez la una de
la mañana. Afuera cae una fuerte tormenta. Decide seguirla. Se pone su
gabardina y va tras ella. Salen del convento y Celeste va caminando rápidamente
por el camino, internándose entre el bosque. Jennifer la sigue a buena
distancia.
Luego de unos minutos, Celeste llega hasta una casa y de allí, se desvía.
Jennifer se acerca a una de las ventanas de la casa y, para su sorpresa, ve
conversando a doña Francisca con un francés, a quien ésta llama Pierre Bussac.
Por lo que platican, Jennifer se entera de que trafican con gente que quiere
emigrar de Francia a España por una escabrosa, secreta ruta que sólo conocen
Bussac y doña Francisca y de que se debe de encargar el hombre de “deshacerse”
de una mujer que tiene viviendo con él, que doña Francisca, ya se enteró, es la
prima de Jennifer.
No puede ésta escuchar más y decide regresar lo antes posible al
convento, coincidiendo casi con el regreso de Celeste. Está en shock por lo que
escuchó y que la vida de la que puede ser su prima está en peligro.
Al otro día, decide reunirse con Stephen y platicarle todo. Justamente
por la nueva situación, los pasados sentimientos de amor entre los dos se
reviven y renuevan con más fuerza, como si sólo hubieran estado esperando un
evento peligroso, de vida o muerte, para resurgir.
Es la parte que más resalta Stewart, el romance, la fuerza con que se
da, pues del amor entre la heroína, en este caso, y el hombre que la ayudará a
desenredar tamaño misterio, es vital, no es algo colateral, sino resulta
central, no habría historia sin ese romance.
Stephen le dice que él sabe de Bussac y que vive en la retirada cabaña que
Jennifer vio y que está, aparentemente, casado, pero Jennifer tiene sus dudas,
sobre todo por lo que escuchó. Presiente que su prima está retenida por ese
hombre.
Hay un joven campesino que posee caballos, Luis, quien, luego se
enteran, es novio de Celeste, a la que ve a escondidas, pues doña Francisca se
opone a todo tipo de relación entre las novicias y las niñas huérfanas que
acogen en el convento. A Celeste, la española la tiene muy manipulada y le dice
que su vida debe de ser en el convento, que no está hecha para llevar una “vida
vulgar”, casándose. Celeste, a pesar de verse con Luis, está convencida de que
su vida debe de ser, en efecto, dentro del convento, a pesar de que la abadesa
le ha dicho que no tiene vocación para monja, que es una chica muy inquieta y
que debe dejar el lugar, casarse y formar una familia.
Luis es amigo de Stephen y le ha contado que Bussac es un hombre
extraño, algo ermitaño y que no sabía que tuviera esposa.
Eso acrecienta las sospechas de Jennifer y deciden ir a visitar a
Bussac. Antes, van con el párroco del pueblo, pues la abadesa le dijo a ella
que él había atendido a su “prima” en los últimos momentos, para preguntarle si
no había notado algo raro en ella y cómo era. La descripción convence a
Jennifer de que no se trata de su prima, la mujer fallecida.
Luego, van a ver a Bussac, quien los recibe hostilmente. Stephen le
dice que sólo quieren que les devuelva a la mujer, también convencido de que es
la prima de su novia. Aquél, se molesta y les dice que se vayan. En ese
momento, sale Gillian de la casa y Jennifer la reconoce, pero aquélla parece
enferma, confundida, además, de que Jennifer le grite “Gillian, soy yo,
Jennifer, tu prima”. Bussac les exige que se vayan y se traba a golpes con
Stephen. Los gritos de las mujeres logran separarlos.
Jennifer y Stephen se alejan, en vista de que Bussac se ha tornado tan
violento.
Planean que Stephen irá al pueblo, por la policía, mientras que
Jennifer regresará al convento, para averiguar más sobre doña Francisca.
Acuerdan darse prisa, pues muy seguramente esa
misma noche Bussac emprenderá la huida con Gillian. Jennifer le asegura
a Stephen que la mujer que Bussac dice ser su “esposa” es su prima, pero no
entiende por qué no la reconoció a ella.
Luis le presta un caballo a Stephen para que acuda rápidamente al
pueblo, en tanto Jennifer vigila a doña Francisca, quien está atendiendo los
diarios rezos nocturnos.
Espera ver pronto a Stephen, con la policía. Como eso no pasa y ya
anochece, decide ir a la casa de Bussac. Antes, tiene una conversación con
Celeste, quien le exige le diga qué es lo que sabe sobre doña Francisca, que
Luis le ha contado las cosas que Jennifer ha platicado con él. Jennifer le dice
que es una mujer mala y que tiene relación con Bussac, que ellos tienen
secuestrada a su prima y que doña Francisca la quiere muerta. Celeste, al oír
eso, sale corriendo de la habitación, diciendo que se lo dirá a doña Francisca.
Jennifer va tras ella, alarmada, y logra alcanzarla cuando Celeste está en el
salón de los rezos, increpándole a la española que está decepcionada de ella,
pues se acaba de enterar que es mala y que pretende asesinar a la verdadera
Gillian, luego de lo cual, sale corriendo del convento.
Jennifer se cuida de ser vista por doña Francisca y abandona también el
convento, para dirigirse a la casa de Bussac.
Llega allí, se asoma por una ventana y ve que no está el rudo francés,
sólo Gillian, sentada junto a la mesa del comedor. Entra y conversa con ella,
quien sigue sin creer lo que Jennifer le platica, de que es su prima. Le
pregunta si distingue el azul y ella le responde que no, por lo que Jennifer le
insiste en que sí es su prima.
En ese momento, entra a la cabaña Bussac, enfureciéndose de inmediato
al ver a Jennifer. Le exige que se vaya y Jennifer le dice que no, que no se
saldrá con la suya y le asegura que la policía vendrá en cualquier momento.
Forcejean, Bussac la domina y la ata a la cama.
Gillian ya se ha adelantado.
Cuando Bussac está por huir, doña Francisca aparece.
Reprende a Bussac, advirtiendo que debe de deshacerse de Gillian y
también de la prima, pues “esa inglesa es una metiche que sólo está echando a
perder todo con sus preguntas”. Bussac le dice que no obedecerá y que ya se
cansó del “negocio”, que consistía en traficar gente de Francia a España.
Ese tráfico les había dejado mucho dinero, sobre todo a doña Francisca,
pero a veces sucedían mal las cosas. De hecho, el accidente de auto en el que
iba Gillian meses atrás, estaba relacionado con el tráfico, y ese día, Gillian
viajaba con una mujer que iba a ser llevada a España por Bussac. Cuando éste
fue a rescatarlas, vio a Gillian y se enamoró de ella al instante. Como por los
golpes, Gillian había perdido la memoria, Bussac la convenció de que era su
esposa y de que los buscaba la policía porque habían robado un banco y debían
huir.
A la otra mujer, la llevaron al convento y se trataba, aseguraban a
Jennifer, de su prima, pero no lo era.
Y por eso doña Francisca le exigía a Bussac que se deshiciera de Gillian,
pues no quería problemas y, menos, en ese momento, que había llegado la prima
incómoda a preguntar por ella.
Bussac le dijo que hasta allí terminaban con su “sociedad” y al darle
la espalda, la mujer sacó un cuchillo y se lo clavó, dejándolo mal herido.
Todo eso lo contempló Jennifer desde la recámara, maniatada y, para su
suerte, no la vio doña Francisca, quien de seguro, pensó ella, la habría
matado.
Como dije, Gillian ya se había adelantado, recorriendo la ruta que los
caballos de Bussac conocían tan bien, luego de tantos años de haberla seguido.
A pesar de su herida, Bussac logra incorporarse y dirigirse al cuarto
donde estaba Jennifer. Algo sintió, pues de inmediato la desató. Ésta, al ver
el noble gesto, decide confiar en él, más cuando Bussac le dice que vayan por
Gillian, que corre peligro si la alcanza la española.
Y hacia allá van, en medio de la lluvia y la obscuridad, caminando y
resbalando por el lodo.
Luego de un buen rato de apresurar el paso por allí, Bussac cae, no
puede más, ha perdido mucha sangre y le pide a Jennifer que se dé prisa, que lo
deje allí, pero que encuentre a Gillian.
Jennifer se apresura y localiza a lo lejos la luz de la linterna de
Gillian, la que ha debido cruzar un río, para guarecerse debajo de una saliente
rocosa, junto a una cascada. Hacia allá va y justo cuando está por llegar,
Gillian camina hacia ella y resbala, quedando sin sentido.
Para desgracia de Gillian y Jennifer, en ese momento aparece doña
Francisca, quien se apresta a cruzar el río para darles alcance y matarlas.
Cuando todo parece perdido, llega Stephen con la policía.
El muchacho advierte el peligro y decide cruzar el río para enfrentar a
doña Francisca y atraparla.
Stephen se le va acercando rápidamente… doña Francisca pretende atacarlo
con el cuchillo, pero da un mal paso y cae a la fuerte corriente del río, que
la arrastra mortalmente por entre los rocosos escollos.
Finalmente, todo se arregla, la policía envuelve en mantas a Gillian, a
Jennifer y a Stephen, quien, antes, se acerca a su amada y le da un largo beso,
muy celebrado por los uniformados.
Más tarde, en la cabaña de Bussac, Jennifer se entera de que el francés
murió, pero, por su última acción, que la ayuda y van juntos en auxilio de
Gillian, Jennifer declara que era un buen hombre, envuelto por la codicia de la
española, la que simplemente lo manipuló, con tal que se dedicara al tráfico de
personas y que ambos salieran muy beneficiados. Justo de ese negocio, doña
Francisca había sacado tanto dinero para comprar caras obras de arte.
Gillian recupera la memoria y Jennifer le dice que se vaya ambientando
y que algún día le platicará todo por lo que pasó.
Llega Luis y les dice que se casará con Celeste, convencida por la
abadesa de que su vocación no es ser monja y que mejor forme una familia.
Justo cuando van saliendo de la casa de Bussac, para abordar los autos
policiales, pasan las damas geólogas que al principio de la novela están
conversando sobre los valiosos y raros estratos rocosos y formaciones, diciendo
que vale la pena seguir explorando.
Esta escena, probablemente la presenta Stewart como mostrando que la
vida es tan disímil, que, mientras para unos es enfrentar un peligro extremo,
para otros, la vida sigue muy cotidiana.
Happy ending, pues, como todos los thrillers que Mary Stewart
escribió.
Ojalá así fuera la vida, que ante tanta adversidad y peligros que
diario enfrentamos, por tanta violencia y delincuencia, al final, un héroe o heroína
nos salvara de los malvados y todo fuera dicha y felicidad.
Contacto: studillac@hotmail.com