Una curiosa historia sobre la basura
por Adán Salgado Andrade
La brutal depredación
que seguimos haciendo del planeta, implica que gran parte de aquélla terminará
como desperdicio. Los países más ricos son los que emplean recursos en demasía.
Por ejemplo, si todo el planeta gastara recursos como la Unión Europea, se
requerirían 2.8 planetas para satisfacer tan brutal glotonería. Europeos, junto
con estadounidenses y chinos, son, actualmente, las personas que más están
depredando el planeta, con tal de sostener un desperdiciador, fastuoso estilo
de vida. El llamado antropoceno, la capacidad del hombre para afectar
radicalmente al planeta, se debe mayoritariamente a esas nacionalidades (ver: https://www.dw.com/en/eu-devouring-natural-resources-at-unsustainable-rate-report/a-48666580).
La basura, tan sólo
doméstica, que producimos a diario, es del orden de ¡5,808,219 toneladas!, es
decir, ¡2120 millones al año. Literalmente nos estamos ahogando con tanto
desperdicio (ver http://www.theworldcounts.com/counters/shocking_environmental_facts_and_statistics/world_waste_facts).
La contaminación por
basura de plásticos es ya un gravísimo problema, pues cada año aumenta su
producción, la que actualmente es de alrededor de 300 millones de toneladas, de
las cuales, un 22%, terminan en el mar (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2018/03/la-muy-grave-contaminacion-por-plasticos.html).
No contentos los países
“desarrollados” de producir tanta basura, en el caso de los mencionados
plásticos, los “exportan” a los países pobres, con lo que se evitan los
complicados procesos de reciclado (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2018/10/fraude-en-inglaterra-con-reciclaje-de.html).
Pero como China ya no
está dispuesta a seguir reciclando los desperdicios de plástico que hacía año
con año, sobre todo de Estados Unidos (EU), ahora, éste país, no sabe qué hará
con tanto plástico que tira. La momentánea “solución” es que se está
incinerando y eso incrementa la contaminación aérea (ver: https://www.wired.com/story/since-chinas-ban-recycling-in-the-us-has-gone-up-in-flames/).
Pero no sólo se produce
basura doméstica, sino que hay muchos tipos de desperdicios. Quizá tanta
“variedad” haya llevado a la periodista inglesa Ziya Tong a investigar y
escribir un libro sobre la historia de la basura, de todo tipo. En The Reality Bubble (La burbuja de la
realidad), del 2019, Tong proporciona datos históricos que se antojan
increíbles y hasta cómicos.
La revista tecnológica Wired recientemente publicó un artículo
en el que se resume el citado libro (ver: https://www.wired.com/story/curious-history-crap-human-animal-chemical/).
Comienza citando la
basura que tantas misiones en la Luna dejaron, pues, en efecto, hasta a ese
lejano satélite ha ido a parar desperdicio humano. Allí se dejaron seis
banderas y unas 200 toneladas de basura. De acuerdo con la NASA, hay 96 bolsas
de orina y vómito, botas, toallas, back packs, toallitas húmedas, revistas,
cámaras, colchas y palas, pues no tenían botes de basura los astronautas para
tirar tanto desperdicio. Y luego de tantas misiones espaciales a la Luna, existen
allí 70 naves, las que incluyen orbitadores estrellados y exploradores
terrestres.
Como casi no hay
atmósfera en la luna, le llevará a esos objetos entre 10 y 100 millones de años
degradarse. Si alguna civilización extraterrestre llega un día a la Luna, quizá
lo primero que diga de los que estuvieron allí, es que son muy sucios.
Un tipo de basura que
es relativamente reciente es la espacial, la que orbita la atmósfera de la
Tierra, de la que se considera que actualmente hay unas 3000 toneladas. Fue
hasta el 17 de marzo de 1958 que comenzó a producirse, cuando se puso en órbita
al Vanguard I, por los Estados Unidos (EU). Ese satélite aun ronda al planeta y
completa una vuelta cada 132.7 minutos.
Pero ahora hay otros 29
mil artefactos, también inservibles, además de 1700 satélites activos. La
fuerza armada de EU lleva el recuento de todos los objetos que fueron alguna
vez parte de satélites y ha contabilizado 670 mil que miden de uno a diez
centímetros en tamaño. Como se han ido degradando tanto estos objetos, como los
satélites en desuso, de los que aquéllos se desprenden, los objetos en que se
van desintegrando aumentan su número y se calcula que hay, además, otros 170
millones de objetos que miden entre un milímetro y un centímetro. Pero, señala
Tong, no por ser pequeños, no son dañinos. La Agencia Espacial Europea ha
calculado que un pedazo de un centímetro, viajando a velocidad orbital, podría
perforar los escudos de la Estación Espacial o inhabilitar una nave espacial.
El impacto equivaldría en fuerza a la detonación producida por una granada de
mano. Como se ve, es un latente peligro ser golpeado por un objeto al rondar el
espacio. ¿Se habrá advertido ya a los osados que quieren viajar en un cercano
futuro a la órbita terrestre de la posibilidad de que los descalabre un detrito
espacial?
Pero esa chatarra no
sólo se queda allí, orbitando, sino que mucha cae al mar.
En el Océano Pacífico
hay un punto llamado Point Nemo, el
cual es usado como cementerio espacial, que fue elegido justo por estar muy
remoto de todo sitio. El lugar más cercano en tierra firme está a 2400
kilómetros de distancia. Allí es donde van a dar las naves y satélites que
regresan al planeta. Incluso, la legendaria Estación Espacial Soviética, Mir,
allí fue a dar, así como los vehículos espaciales rusos que la surtían, un cohete
de SpaceX, naves de carga europeas y otros objetos, los que yacen en el fondo,
desintegrándose (habría también que señalar todos los barcos y embarcaciones
que a lo largo de los siglos se hundieron y están en los fondos marinos, como
desperdicios que allí permanecerán, hasta que desaparezcan por la degradación).
Dice Tong que el ser
humano es dual, en cuanto a lo que usa, pues mientras el objeto adquirido es
nuevo y útil, hasta lo presume, pero una vez que su uso termina o que ya no le
gusta – como es muchas veces el caso –, lo tira. Pero, en realidad, es la ley
del capitalismo salvaje y quien lo hace así, es mucho muy funcional a ese
sistema tan depredador, que está convirtiendo al planeta en un gran basurero.
Es el caso de la basura
electrónica, sobre la que ya he escrito antes, que también es un grave, creciente
problema (ver: https://adansalgadoandrade.blogspot.com/2015/05/basura-electronica-un-grave-y-creciente.html).
Señala Tong que cada
año se generan 45 millones de toneladas de dicha basura, entre
electrodomésticos inservibles, pantallas, celulares, computadoras… el
equivalente a 4500 torres Eiffel, suficiente para tapar el horizonte a una
ciudad. Pero, aun así, tal cantidad de objetos pasa desapercibida al observador
común, quien ni siquiera sabe a dónde fue a parar tanto desperdicio. Por
ejemplo, cuando aquí, por mandato, se debieron de cambiar las televisiones
análogas porque cambió la señal a digital, nos preguntaríamos, ¿a dónde fueron
a parar tantos millones de televisiones análogas que fueron “canjeadas” por pantallas
por la mafia priista peñanietista?
Con toda razón, Tong
señala a EU como el país que más basura produce por habitante, alrededor de 3.2
kilogramos por día, unas 90 toneladas en toda su vida. Cita Tong al autor
Edward Humes, quien escribió Garbology,
“El legado de 102 toneladas de una sola persona de EU, requerirá el equivalente
a 1100 fosas. Mucho de ese desperdició superará en duración a cualquier lápida,
pirámide egipcia o rascacielos”.
El Internet, por
desgracia, también ha contribuido a incrementar los desperdicios, pues ya mucha
gente compra en EU – y en todo el mundo – “en línea”, baratijas, sobre todo, y
cuando se descomponen o ya no le gustan, simplemente las tira (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2018/09/las-compras-en-linea-gran-impulso-al.html).
Y lo que tiramos, es el
producto final de los procesos que condujeron a dicho producto, que deben
procesar también basura. El producto final representa el 5% de todo ese
tiradero previo. Señala Tong que “dicho de otra manera, por cada 150 kilogramos
de productos que vemos en los mostradores se produjeron 3000 kilogramos de
desperdicios que no vemos. Para el 2025, duplicaremos la basura que producimos
actualmente. Si los negocios siguen como hasta ahora, para el 2100,
produciremos 20 millones de toneladas de basura diarios”.
Otro tipo de basura, en
la cual no pensamos, es la materia fecal que producimos 7500 millones de
personas al día.
Sobre tales
desperdicios, David Waltner-Toews, citado por Tong, escribe en su libro The Origin of Feces (El origen de las
heces), el meteórico crecimiento del excremento humano: “En el año 10,000, AC,
había un millón de seres humanos en el planeta. Esos son 55 millones de
kilogramos de excremento humano esparcidos alrededor del mundo en pequeños
montones, lentamente alimentando pasto y frutales… Para el 2013, con más de 7
mil millones de personas en la Tierra, la producción de excremento era de
alrededor de 400 millones de toneladas métricas anualmente”
Así que tanto
excremento y basura producidas, revisten un grave problema que irá creciendo,
aunque, como señala Tong, parezca que, simplemente, se “esfuma”.
Y vuelve a recorrer la
curiosa historia Tong, de cómo se deshacía la gente de la basura antes de que
se convirtiera la recolección de desperdicios, parte de los servicios públicos
proporcionados por una ciudad.
Por ejemplo, al no
existir baños, la gente “convivía” con sus excrementos. Los tenía que tirar a
la calle, junto con el resto de su basura. Señala que las escaleras
características de calles en Nueva York, que sirven para entrar a las casas, no
eran un capricho arquitectónico, sino que eran altas porque como la basura que
se iba acumulando por días y semanas iba subiendo en altura, habría tapado las
entradas, de no ser por las escaleras. En invierno tanta basura podía llegar a
medir hasta un metro, combinada con la nieve. También se sumaba el estiércol de
los caballos, los cuales producían 1000 toneladas de aquél, además de 227,000
litros de orina, diarios. No parece tan romántica esa época, como se suele
presentar en la cintas hollywoodescas de ambientación, en donde las calles se
ven muy limpias. Sí que eran también un grave problema los caballos, los que
dejaban su estela de desperdicios. Puedo imaginar las calles tapizadas de
estiércol y orina. Y en calor, emitiendo desagradables efluvios. Por eso se
construían las mencionadas escaleras, no por “elegancia”.
En el siglo diecinueve,
el “manejo” de la basura era asistido por perros hambrientos, ratas,
cucarachas, éstas dos últimas, muy desagradables plagas, pero que ingerían
parte de tanto desperdicio. Pero, quien lo habría imaginado, también se usaban
cerdos para limpiar las calles. En EU, puerqueras eran habilitadas en ciudades
grandes, que tuvieran más de 10 mil habitantes para llenarlas de marranos. La
basura producida era su comida y se comían esos animales una tonelada al día
por cada 75 de ellos.
Dice Tong que hay
pinturas que muestran a esos animales trabajando. Pues sí que han sido útiles
los marranos, no sólo como carnitas o jamón. Era una costumbre estadounidense,
pues los europeos de la época se admiraban ante ello, lo que era muy normal
para los neoyorquinos, por ejemplo.
Hasta los 1840’s, era
muy común ver a los marranos recorriendo las calles de Nueva York, pero luego
se construyó una alta barda de 3.5 metros de altura, a la que se llamó “Wall
Street”, derivada del danés, “Waal Straat”, pues esa barda servía para contener
a tanto incontrolable marrano, con tal que no se metieran a la calle a destruir
instalaciones o los jardines de los residentes. O sea, que, al parecer, tanto
marrano también se volvió una plaga, un “remedio” peor que el mal.
Hoy, Wall Street es
sinónimo de distritos financieros y bancos lava dólares, pero, en esa época,
era para contener hambrientos y destructores marranos, ¡Quién lo diría!
Paris fue una de las
primeras ciudades que estableció un cuerpo de trabajadores sanitarios para
disponer de la basura en las calles, la que también fue un problema desde que tales
ciudades se crearon y comenzaron a crecer. Es inevitable que tan grandes y
sobrepobladas concentraciones humanas, multipliquen por millones, problemas
como el de la basura o el mencionado excremento humano (y muchos otros).
Menciona Tong un edicto
promulgado por Francisco, rey de Francia, en 1539, en el que se refería al muy
grave problema de la basura, que la gente había acrecentado por la mala
costumbre de aventarla en las calles, la que se mezclaba con excremento humano,
estiércol de animales y toda clase de desperdicios, que daban a la ciudad un
terrible e insalubre aspecto. “Lo peor es que se ha vuelto la gente tan
indolente, que, simplemente, la va apilando frente a sus casas, sin hacer nada
en absoluto por remediar el problema”.
Así que los parisinos
fueron obligados a hacer algo así como fosas sépticas en sus jardines para
deshacerse de sus heces. Pero el hedor producido y las enfermedades los
rebasaron. Tan sólo en 1832, 20,000 parisinos murieron de cólera. Las epidemias
de cólera eran frecuentes y dejaban miles de muertos mientras duraban activas.
Luego de esas muy
insalubres experiencias, de plano cambiaron a la forma en que chinos y
japoneses disponían de la materia fecal.
En China y Japón se
habían dado cuenta de que las ciudades eran, literalmente, fábricas de
excremento. En China, se recogían los excrementos diariamente en carretas y se
iban a tirar en los campos, en donde actuaban como excelente fertilizante.
Llamado “oro café”, fue tan buen regenerador de las tierras de cultivo, que,
hasta hace muy poco, China era reconocida por su suelo tan fértil y la calidad
de su agricultura. Por miles de años, cerca del 90% de la masa fecal humana
china era reciclada y constituía un tercio del fertilizante del campo.
Y es que, de acuerdo
con la Corporación Alemana para la Cooperación Internacional, el ser humano
produce de 50 a 55 kilogramos de excremento y 500 litros de orina anualmente,
los cuales “contienen 10 kg de compuestos de nitrógeno, potasio y fósforo, los
tres nutrientes principales que las plantas requieren para crecer y, más o
menos, en las proporciones adecuadas”. Así que el excremento de una sola
persona bastaría para fertilizar unos 200 kilogramos de cereales anualmente.
También en Japón se
reconocía el valor del excremento humano. En el periodo Edo (1603 a 1868), en
lo que hoy es Tokio, los japoneses empleaban los excrementos como
fertilizantes, aplicando lo que era el shimogoe
– traducido como “fertilizante que sale del trasero de una persona –, vital
para la agricultura sostenible.
En los caminos, cerca
de los campos, se colocaban recipientes para que la gente defecara ahí. No sólo
eso, sino que, señala el citado Waltner-Toews, “la ciudad de Edo, en el siglo
17, enviaba embarcaciones llenas de vegetales, los que debían intercambiarse
por excremento humano” . O sea que las heces eran un valioso medio de cambio, dinero líquido (más bien semilíquido).
Al ir creciendo las
ciudades, crecieron las necesidades alimentarias y, en consecuencia, los
requeridos fertilizantes. No sólo se encarecieron fertilizantes naturales, sino
que las heces subieron mucho de valor. A mediados del siglo 18, los productores
de heces querían no sólo vegetales, ¡sino plata por su excremento, como pago! Quizá
hasta debió de haber sido una profesión, el
defecador.
Los dueños de edificios
podían subir las rentas si les bajaban sus inquilinos, pues eso también
implicaba que bajaban sus heces, así que era menos rentable la propiedad. El
precio de la “mierda” era un negocio privado y era fijado por los
casatenientes, los que abusaban y los campesinos, en consecuencia, protestaban
porque pagaban muy alto por esa “mierda”. Negocio aparte, ni quiero pensar en
el hedor que producían tantos cientos de kilogramos de excremento que eran
transportados al campo y cómo olerían tan desagradablemente los carretones en
donde se les transportaba. ¡Huácala!
Vaya, fueron épocas que
requerían forzosamente de los excrementos de la gente para fertilizar las
tierras y entre más gente, más excrementos, y más se obtenía por éstos. ¡Increíble!
Quien hubiera puesto letrinas públicas, se habría hecho rico.
Había, claro, “buena
mierda” y “mala mierda”, como señala irónicamente Tong. La de los ricos era la
mejor, pues como comían muy variado, tenía más nutrientes, a decir de los
campesinos. Y su precio, dependía de la demanda. Por ejemplo en su punto más
alto, se pagaban 145 mon – moneda de la época – por una carga de mierda por
casa. Y señala como punto de comparación, que cien mon de cobre podrían comprar
un buen lunch de hongos, pepinillos. Durante los 1800’s, el precio de los
desechos humanos era tan alto, que ¡hasta era delito que alguien los robara y
se iba directo a la cárcel! Quizá de allí provenga que muchos digan de alguien
que se crea mucho, que “ha de pensar que hasta su mierda vale oro!
De todos modos, como
fertilizante, la mierda humana era la mejor. Cita Tong un artículo de 1849, de
la American magazine Working Farmer,
en el cual el eminente profesor alemán Hembstadt, experto en agricultura y
naturalismo, decía que “Si una porción de tierra se siembra sin estiércol,
rendirá tres veces la semilla sembrada. Pero si se le agrega hierba vieja,
pasto podrido u hojas, residuos de jardinería, rendirá cinco veces las semillas
sembradas. Si se usa estiércol de vaca, siete veces. Con caca de paloma, nueve
veces. Con estiércol de caballo, diez veces. Con estiércol de chivo y de
borrego, doce veces. Pero con excremento humano o sangre de menstruación de
vaca, catorce veces”. O sea, que la mierda humana era la más nutritiva para las
siembras”.
Aunque había un
excremento que superaba a todos y ese era el guano de aves. La guerra por el
guano, de 1864 a 1866, fue porque España trató de retomar a Perú por la fuerza,
pero para explotar sus ricas playas de guano, el que se había formado por años
y años de que pelícanos, gaviotas y otras aves marinas, más de un millón,
anidaban allí y depositaban sus heces, unos 20 gramos al día. Eso significaba
que por año eran unas 11 mil toneladas anuales. Era una sustancia muy valiosa,
que por varios años fue la principal exportación de Perú. Tenía alto contenido
de nitrógeno, vital para el crecimiento saludable de las siembras. Alexander
von Humboldt (1769-1859), lo llevó a Europa en 1804 y fue cuando los europeos
se dieron cuenta de su valor, pues al sembrar en tierras exhaustas, al añadirse
guano, volvían a producir muy bien.
El historiador de la
ciencia, Thomas Hager (Oregón, 1963), dice que en esos años esas playas
peruanas eran las tierras más valiosas del orbe. Para Perú, constituían el 60%
de sus exportaciones, ya que decenas de cientos de toneladas se vendían al exterior
cada año.
Y EU, como siempre tan
ventajoso, proclamó una “ley” el 18 de agosto de 1856, en la cual, ¡absurdo!,
declaraba que cualquier isla que poseyera guano, que hallaran sus
exploraciones, se la adjudicaría, sin mayor problema. Sí que ha actuado siempre
muy alevosamente ese país. Se refería a toda isla que no fuera de ningún otro
país o que estuviera fuera de su jurisdicción, pero cuando el guano se agotó,
ese absurdo edicto dejó de aplicarse. Aun así, mientras estuvo “activo”, los estadounidenses
“reclamaron” unas cien islas. Y todavía están “activos” tales reclamos en
muchas de ellas. Ni Ometeotl quiera que el nefasto Trump se llegara a enterar
de que EU todavía tiene “derechos” sobre algunas de esas islas, pues querría,
seguro, reclamarlas – como están reclamando algunas nefastas empresas
posesiones cubanas de antes de la revolución.
Pero como todo lo bueno
se acaba, se acabó el guano y Perú quebró.
Pero también, la falta
de guano, impactaría a Europa, sobre todo a sus cosechas, de no hacerse algo
pronto.
La siguiente
alternativa eran los nitratos chilenos, que se daban en el desierto, pero
William Crookes, científico inglés, hizo los cálculos y advirtió que durarían
pocas décadas, así que no eran la solución a largo plazo. Y lo dijo en una
conferencia científica, en 1898, en la que sentencio que era obligación de los
químicos inventar una sustancia para que fijara el nitrógeno atmosférico en los
suelos, para que éstos siguieran siendo fértiles y rindiendo cosechas.
Una de las más grandes
invenciones, de las que muy pocos han oído hablar, es el proceso Haber-Bosch.
Sin este proceso, dice Tong, la mitad del planeta no viviría.
Fue un sistema creado,
debido a la urgencia con que Crookes casi obligó a los químicos a hacer algo
para sustraer el nitrógeno gaseoso que contiene el aire que nos rodea. Aunque
es abundante, pues el 78% de dicho aire es nitrógeno, así no lo absorben las
plantas. El que se crea naturalmente, se debe a dos procesos. El primero, es
cuando los relámpagos rompen moléculas de dicho gas, la disuelven en la lluvia
y es como va a dar a los suelos. La segunda manera es mediante bacterias que
contienen algunos frijoles y leguminosas, las cuales lo procesan y lo fijan al
suelo.
Pero no habría bastado
ese nitrógeno natural para saciar nuestras depredadoras necesidades, sobre
todo, las de la agricultura de monocultivos, la que requiere monumentales
cantidades de nitrógeno para que cultivos como trigo, maíz, papas, arroz, sorgo
y soya, principalmente, puedan cosecharse en cientos de millones de toneladas
cada año. Esos cultivos se dan, gracias a todos esos fertilizantes
artificiales, pero las tierras se han ido empobreciendo más y más. Expertos
señalan el fuerte empobrecimiento de los suelos desde 1961, que ha sido a
partir de cuando se ha dado su desmedido empleo, sobre todo el de los
nitrogenados (ver: https://www.jornada.com.mx/2019/04/28/sociedad/030n2soc#).
Así que la actividad
agrícola, sobre todo, como dije, en su forma actual, es empobrecedora de
suelos. Aun así, necesitamos comida. Y los nutrientes que requerimos, nitrógeno
entre ellos, los obtenemos de los alimentos. Y éstos contienen tal nitrógeno,
que sólo así, podemos asimilar. Al igual que los suelos, el nitrógeno del aire
no lo podemos sintetizar. Y no podríamos vivir sin nitrógeno, pues es parte de
lo que está formado nuestro ADN.
El proceso Haber-Bosch
logró extraer nitrógeno del aire. Fue ideado por los alemanes Fritz Haber
(1868-1934) y Carl Bosch (1874-1940). Gracias a Bosch, quien trabajaba en la
empresa BASF, se logró industrializar el arduo proceso de calentamiento y alta
presurización para obtener amonio y de éste, el nitrógeno. Lo hicieron,
construyendo una grandísima planta, que cubría ocho kilómetros cuadrados, del
tamaño de una pequeña ciudad.
Hasta recibieron los
científicos el Premio Nobel por su gran invención, Haber, en 1918, y Bosch, en
1931.
Y es el proceso que
desde entonces, muchas fábricas, alrededor del planeta, usan para obtener
nitrógeno. En el 2016, tan sólo, se procesaron 146 millones de toneladas de ese
valioso componente.
Y mientras crezca la
población mundial, crecerá la demanda de alimentos y la de fertilizantes para
cosecharlos.
De hecho, resalta Tong,
fue gracias a que a principios de los 1910’s comenzaron a producirse
fertilizantes sintéticos, que la población mundial creció de los 1600 millones
que eran en 1900, a los 7600 millones de la actualidad. Un explosivo crecimiento.
Si, los fertilizantes,
combinados con nuevas técnicas agrícolas, posibilitaron la llamada “revolución
verde”, la que permitió obtener más y más de todo por hectárea sembrada.
Y concluye Tong
diciendo que es algo que nos lleva a asemejarnos al dominio que las máquinas
ejercen sobre los humanos en las cintas de Matrix
(1999, 2003), puesto que la mitad del nitrógeno que nutre nuestro organismo viene
de una fábrica. O sea, si esas fábricas no existieran o no quisieran ya
producir sus fertilizantes, estaríamos, literalmente, muertos.
Otra de las paradojas,
cortesía del capitalismo salvaje, que hasta eso, nuestra alimentación, controla
totalmente o… ¡casi!
Contacto: studillac@hotmail.com