Las compras en línea, gran impulso al
consumismo compulsivo
Por Adán Salgado Andrade
El capitalismo salvaje
no existiría sin el consumo, el cual, dada la sobreproducción que caracteriza a
aquél (o sea, se produce más de lo que se puede consumir), siempre tiene que
alentarse, imponerse subliminalmente,
que no se note que se da, que sea no sólo consumo, sino consumo compulsivo. Eso se ha logrado, por ejemplo, al hacer
productos que duren menos o que “pasen de moda” rápidamente, lo que se llama obsolescencia programada, en la cual, el
método preferido es que las cosas duren poco y, el siguiente más empleado, que
se hagan obsoletas, o sea, no sirvan igual o “pasen de moda”.
Pero, también, la
tecnología ha contribuido al incremento del consumo. Todo adelanto no se da
sólo por “mejorar” nuestras vidas, sino como un verdadero intento del
capitalismo salvaje por empujarnos a un excesivo consumismo, que lo mantenga activo,
obteniendo jugosas ganancias, lo único que le interesa, aunque el planeta se
deprede, se contamine, las sociedades se empobrezcan, se enfermen por tanta
contaminación, las plantas y los animales se afecten y decenas se extingan cada
año. Esta época se ha denominado el antropoceno,
pues el hombre, con sus destructivas actividades, ya está modificando
radicalmente al planeta, llevándolo a un curso de autodestrucción que pronto
será imparable (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2018/01/depredacion-ambiental-planetaria-accion.html).
Por mencionar un solo
ejemplo de tan brutal depredación y contaminación ambiental, lo tenemos con la
producción de plásticos. De acuerdo con el Worldwatch Institute se producen
cerca de 300 millones de toneladas de plásticos cada año y tiende a
incrementarse tal cantidad en 4% (se calcula que se han producido 83000
millones de toneladas de plástico desde los 1950’s). Alrededor del 4% del
petróleo producido mundialmente es para hacer plástico y otro 4% de tal
petróleo, es empleado como energía para la manufactura plástica. El consumo
promedio por persona en Europa o en Estados Unidos (EU), que son las regiones
en donde más se consume plástico – por la ya señalada cultura de lo desechable
y obsolescente –, es de cien kilogramos, aunque baja en países pobres o con
menor desarrollo, a unos 20 kilogramos. Pero como tal producción no va a la par
con el reciclaje, muchos de los plásticos desechados van a dar a basureros o,
peor, a los océanos. De acuerdo con el Programa Ambiental de la ONU, entre el
22 y 43% de los plásticos producidos anualmente son tirados en basureros o en
el mar (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2018/03/la-muy-grave-contaminacion-por-plasticos.html).
Por desgracia, nada se
hace para disminuir tal depredación y contaminación. Como señalé arriba, las
ventas por línea ha incrementado el consumo, que es, por desgracia, compulsivo.
En un reciente artículo
publicado por The Atlantic, se
analiza la mencionada tendencia en EU, justo uno de los países en donde el
capitalismo salvaje más se ha asentado y logrado que sea un impulso involuntario el consumo a
granel, de todo, hasta lo que no se requiera (ver: https://www.theatlantic.com/technology/archive/2018/08/online-shopping-and-accumulation-of-junk/567985/).
Titulado “Estamos
acumulando montañas de cosas”, el texto, escrito por Alana Semuels analiza
cómo, en efecto, las compras por línea y las baratijas han hecho de los
estadounidenses – y de millones en el mundo, por extensión –, acumuladores de mercancías que, muchas
veces, ni requieren. Por ejemplo, menciona a uno de tantos millones de
compradores compulsivos, un joven de 24 años, Ryan Cassata, cantante y actor,
quien dijo a la reportera que no hace mucho había recibido un paquete enviado
por la empresa vendedora en línea Amazon – por cierto, ya la que más vende en
EU, superando a tiendas antes tan fuertes, como Walmart –, que contenía una
cangurera, así como algunos pares de calcetines. Cassata pensó que se trataría
de un error, pero al revisar su cuenta con esa empresa, se percató de que, en
efecto, casi dormido, noches atrás, ordenó esas cosas. Y este ejemplo, que
quizá cientos de miles hagan también, da idea del nivel de consumismo
compulsivo al que se ha llegado, de hacerlo casi como autómata.
Pero no sólo eso, sino
que Cassata continúa narrando las compras que frecuentemente hace, “despierto”,
como haber adquirido un cortador de cebollas (vaya absurdo), una lámpara de sal
Himalaya, paquete de 240 chicles “en descuento”. Incluso, casi iba a ordenar
una charola flotante para pizza, pero “recordó” que no tenía piscina. Puede verse
en estos ejemplos, tanto la inutilidad de los objetos adquiridos, así como que
muchos de tales objetos son realmente inútiles, creados más para venderlos, que
por su función.
Y se trata de objetos,
además de inútiles, mal hechos, que se descomponen de inmediato. En mi caso
personal, por ejemplo, alguna vez compré en alguna tienda de objetos
domésticos, un moledor de pimienta, chino, como ya es casi todo lo que se
fabrica. Sólo fue cargarlo de los granos de pimienta, darle vuelta, como
indicaban las instrucciones, y el moledor se rompió, pues el mecanismo era de plástico.
Lo regrese a la tienda, pues no me había costado barato (unos 150 pesos, en el
2013), y me lo quisieron cambiar, pero exigí la devolución de mi dinero, pues
era evidente que el objeto no servía para nada.
Y así sucede con mucho
de lo que se vende, sobre todo las baratijas chinas, justo como las cosas tan
inútiles que menciona Cassata, como el cortador de cebolla, lo cual se puede
hacer con un simple cuchillo. Pero el capitalismo salvaje inducirá que sí se requiere el cortador de cebolla o
una lámpara de sal Himalaya o la charola flotante para pizza. Al final, Cassata
dice que, en realidad, mucho de lo que compra, ni lo necesita.
Pero, claro, ese es el
consumidor ideal, que aunque no requiera las cosas, las compre.
Continúa el artículo
describiendo por qué antes era menos fácil hacer las compras, pues, previo al
Internet, se debía de acudir a las tiendas y adquirirlas allí. Obviamente, eso
requería un esfuerzo. Pero ahora que se puede ordenar en línea todo, desde libros,
ropa, calzado y más, si existiera la objeción de no comprar por no ir al súper, ya no es pretexto. Y un ejemplo
de ello es que la mencionada empresa Amazon, que comenzó vendiendo libros,
ahora hasta en algunas ciudades de EU, vende comida y ha superado a las
principales cadenas menudistas de ese país. Sus ventas en el 2017, fueron de
$177900 millones de dólares (mdd) y su valor de mercado es de $740000 mdd, sólo
superado por Apple, que ya vale un billón de dólares (ver: https://www.theguardian.com/technology/ng-interactive/2018/apr/24/bezoss-empire-how-amazon-became-the-worlds-biggest-retailer?utm_source=esp&utm_medium=Email&utm_campaign=GU+Today+main+NEW+H+categories&utm_term=272622&subid=21873428&CMP=EMCNEWEML6619I2).
El otro factor que menciona
es el abaratamiento de la producción capitalista, que ha logrado que muchas
cosas sean más asequibles ahora, que antes. Así, esa “baratura”, logra que la
gente compre, sin dudarlo. El artículo cita a Elizabeth Cline, autora del libro
Demasiado vestidos: El terrible alto costo de la moda barata (Overdressed: The Shockingly High Cost of
Cheap Fashion), quien afirma que la mentalidad ahora es “No hay razón para
no comprar, porque la ropa está tan barata, puedes pensar. Y no le va a afectar
mucho a tu cuenta bancaria”. Y es así la mente del consumidor. Claro que, por
ejemplo, en México, la cosa cambia, pues, debido al mucho menor nivel de vida,
lo que se afecta no es la cuenta bancaria, sino el crédito bancario, porque
mucho de lo que se compra, se hace con tarjetas de crédito. Pero para efectos
de consumo, el resultado es el mismo, lo hay porque se impulsa a hacerlo, hasta que se convierte en algo automático. Sí,
comprar, será como comer, digamos.
Cita Semuels el
testimonio de la investigadora Ann-Christine Duhaime, profesora de neurociencia
en la Harvard Medical School, quien
indica que las personas reciben su dotación de dopamina cada que compran, lo
que las hace sentirse bien. Dice que “el cerebro te forza a que quieras más y
más, realmente más que los demás, tanto de cosas, así como de estimulación y de
lo nuevo, ya que de esa manera el ser humano logró sobrevivir en el remoto
pasado, al ir evolucionando”. Es lo que sucede al comprar en línea, dice
Duhaime, pues, al comprar en línea – apretar el botón para ordenar –, viene la
dotación de dopamina y, luego, cuando días más tarde llega lo que se compra, se
obtiene la “recompensa”, que, asegura, es más satisfactorio que comprar
directamente en un supermercado. Eso es cierto, pues quienes, de repente, compramos
algo en línea, un libro, por ejemplo, estamos ansiosos de que llegue, y cuando,
por fin arriba, nos sentimos expectantes al abrir el paquete y “contentos”
cuando ya vemos ese libro en nuestras manos.
Menciona justamente a
Amazon, que ahora ha facilitado mucho la compra en línea. Y, para facilitar aún
más tanto consumismo, ahora ofrece que por $119 dólares, le gente puede acceder
a un evento de “dos días de compras gratuitas”. Eso de “gratuitas” estará
ajustado, seguramente, a baratijas que monten su valor a la “promoción”.
Y, en ciertos momentos,
seguramente casi toda la gente muestra una tendencia al consumo compulsivo, que
se refuerza con esas “ofertas” o en las fechas como el absurdamente llamado
“Buen Fin” (nada tiene de bueno), realizado en México (copia burda del Black Friday estadounidense), durante el
cual, en efecto, millones de mexicanos ceden ante las tramposas “ofertas” de
comercios de todo tipo que se unen a ese manipulador evento. Personalmente,
conozco casos de personas que compran una pantalla, aunque no la requieran, tan
sólo porque “está de oferta y, además, a meses sin intereses”, me dicen, muy contentos.
Así pues, han crecido
las ventas de infinidad de empresas, gracias al comercio en línea. Además,
obtienen una ventaja adicional, pues si el cliente no está satisfecho con lo
que adquirió o la mercancía está defectuosa, dichas empresas no se preocuparán
demasiado, ya que si la gente acude a las compras en línea, debido a la
flojera, digamos, de acudir a una tienda, mucho menos hará el esfuerzo para
regresar un producto defectuoso o con el cual no esté satisfecha. Para
regresarlo, el consumidor debe de imprimir una etiqueta y acudir con el paquete
a una empresa de mensajería, como DHL, UPS o FedEx, por lo que resulta un
oneroso procedimiento para muchos. Pocos son los que lo hacen, pues, señala el
artículo, de acuerdo con una reciente encuesta, realizada por la empresa
NPR/Marist, se halló que nueve de cada diez consumidores pocas veces o nunca
devuelven el indeseado producto. Ni se toman la molestia. Total, han de pensar,
pues ya gasté, “ya ni modo”.
La mayoría de los
entrevistados dicen que compran alrededor de dos veces por semana, como Justine
Montoya, una mujer dedicada a atender enfermos y adultos mayores. “Compro dos
veces por semana, pues es tan fácil, sólo pulsas un botón y tu compra está en
camino”. Claro, con esa “facilidad”, en cuanto al acto de ordenar la compra, es
sencillo, pero no será lo mismo si no se cuenta con el dinero para hacerlo. Es
evidente que un país como EU, tiene más poder de compra que México, aun cuando
ya la mitad de los estadounidenses viven en la pobreza (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2015/11/pobreza-en-estados-unidos-centro-del.html).
Por eso es que el
consumismo en línea ha llegado a esos niveles de chocantería. La propia Semuels
se muestra como compulsiva compradora. Dice que “en los pasados meses, compré
un reloj “inteligente” (Smart watch) del sitio wish.com que quizá nunca use, otro Kindle (una tableta para leer
libros electrónicos, hecha por Amazon), pues estaba preocupada de que la que ya
tenía, pronto fallara, un calentador que ya no necesito, un par de audífonos
inalámbricos, con los cuales esperaba que pudiera cargar mi iPhone y escuchar
música al mismo tiempo, pero que nada más se me salían de los oídos cada que
los usaba (cosas superfluas e inútiles). También compré un libro usado sobre
cómo explorar en los bosques serranos, sólo para darme cuenta, más tarde, de
que tenía el mismo libro entre mis cosas”.
Es algo que debe de
celebrar, como un máximo logro, el
capitalismo salvaje, haber hecho del consumo compulsivo un acto reflejo, que ya
ni conlleva, por los mencionados ejemplos, un previo razonamiento de para qué sirve y si necesito lo que compro.
No es así. Y las cifras que se proporcionan son indicativas. En el 2017, los
estadounidenses gastaron $240,000 mdd, casi el doble de lo que gastaron en el
2002, en objetos tales como joyas, relojes, libros, equipaje y teléfonos y
equipos de comunicación telefónico, según indica la Oficina de Análisis
Económico (BEA), la que ajustó tales cifras al índice inflacionario. Sin
embargo, en ese periodo, la población creció sólo 13%. Actualmente son 325.7
millones de estadounidenses y en el 2002, eran 288.23, es decir, que tan sólo
37.47 millones de personas extras lograron duplicar el gasto compulsivo. En el
2002, cada estadounidense gastó en promedio $416.33 dólares, en tanto que en el
2017, gastó $736.87 dólares.
También se duplicó la
compra de productos para el cuidado personal. En cuanto a ropa, los
estadounidenses gastaron $971.87 dólares en promedio el año pasado, adquiriendo
alrededor de 66 prendas, de acuerdo con la Asociación de Calzado y Ropa (AAFA),
20% más de lo que gastaron en el 2000. También compraron, en promedio, 7.4
pares de zapatos en el 2017, comparados con los 6.6 pares adquiridos en dicho
año. Estos datos dan idea, además, de la superficialidad de la gente, como si
tener demasiada ropa y zapatos, hiciera a alguien una mejor persona. Claro que
para el capitalismo salvaje eso sí hace
mejor a una persona, tener de todo, mucho.
Obviamente tantas
compras, requieren más espacio en donde guardarlas. Así, en el 2017, el área
promedio de una casa de una sola familia fue de 225.38 m2, un
incremento de 23% con respecto a hace dos décadas. También los sitios que
ofrecen espacio para almacenar cosas han crecido a 52000, y hace dos décadas
eran sólo la mitad.
Por supuesto que sólo
las personas con ingresos medios son los que pueden mantener ese ritmo de
consumo compulsivo, pues de los que tienen ingresos menores a $25000 dólares
anuales (poco menos de 2100 dólares mensuales, población que está creciendo),
únicamente 29% son miembros de Amazon Prime, de acuerdo con la consultora
Kantar. Seguramente por comprar cosas superfluas tienen mayores problemas
económicos que los que no son miembros, como estar mucho más endeudados, dado
que sus salarios no alcanzan ni para terminar las quincenas. Sim embargo, es
mejor a veces no tener demasiada capacidad de compra, como comprobó la autora
Ann Patchett, quien publicó un artículo acerca de cómo se decidió a no comprar
cosas de cuidado personal durante un año. Cuando dejó de adquirir cosas tales
como lápiz labial, lociones y productos para el cabello, se dio cuenta que
tenía objetos similares en las gavetas del baño, usados a la mitad, por lo que
se dio cuenta que, después de todo, no necesitó comprarlas. Dice Patchett que “las
cosas que compramos y compramos y compramos, son como una gruesa capa de
vaselina embarrada en el espejo. Podemos ver algunos perfiles, iluminados u
obscuros, pero en nuestra constante búsqueda por lo que podríamos necesitar, en
realidad, nos perdemos los detalles de la vida”. Estoy de acuerdo con lo que
dice, pues por consumir y consumir, no vemos que eso es superficial y no nos
proporciona la felicidad. No es posible ser feliz,
digamos, si compramos todo, hasta lo que no necesitemos, pues eso, lo único que
nos genera es mayor insatisfacción, no estar felices, pues siempre querremos
más y más. Pero, claro, esa estupidez es la que nos trata de imponer el
capitalismo salvaje. y la mayoría de las personas caen en esa burda trampa.
Por otro lado la
demanda de más mercancías, pero también más baratas, señala el artículo, ha
hecho que los fabricantes se preocupen mucho menos por la calidad, con lo que
lo adquirido, se descompone más rápido o, si es ropa, se rompe o se descose a
las tres o cuatro puestas (por ejemplo, los botones de las camisas se
desprenden muy rápido, aunque sean de marcas supuestamente buenas).
Pero, como señalé
antes, las personas que compran por línea, por lo, digamos, “barato”, ni se
preocupan por regresarlo. No solamente lo barato, sino hasta objetos grandes,
como pantallas o lavadoras, se descomponen pronto. Así, los aparatos que se
debieron reemplazar por haberse descompuesto en el 2017, crecieron un 13 por
ciento, en comparación al 2004, cuando “solamente” se cambiaron el 7 por
ciento. O sea, que en el 2017, 13 de cada 100 aparatos fallaron, en tanto que
en el 2004, sólo fallaron 7 de cada 100. De todos, modos, como puede verse, es
un hecho que un producto fallará, pero ahora, duran mucho menos, claro, para
cumplir con la consigna de seguir consumiendo. No se podría hacer eso con los
productos duraderos, como los que solían hacerse antes. La obsolescencia
programada por fallas, se ha incrementado, a la par, claro, de la que dicta que
se debe de estar “a la moda”, por desgracia, también muy efectiva, como señalo
arriba (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2011/10/la-obsolescencia-programada-el.html).
Y casi todo lo
desechado termina en la basura, siendo muy poco lo que se recicla, pero al
incrementarse la basura, incrementamos la contaminación ambiental. De acuerdo
con el artículo, en el 2015, los estadounidenses tiraron 16 millones de
toneladas de ropa a los tiraderos municipales. Y ese desperdicio fue un 68 por
ciento superior al del 2000, lo que indica lo malo que ya hacen la ropa y que
la gente quiere estar a la “moda”. También se tiraron 34.5 millones de
toneladas de plásticos, un incremento del 35 por ciento, también respecto del
2000, de acuerdo con datos de la Agencia de Protección Ambiental (EPA). Y en
dicho periodo la población sólo creció 14 por ciento. O sea, se han vuelto
muchísimo más consumistas los estadounidenses. Podría decirse que su máxima ya
no es “Dios bendiga a América”, sino “El consumo bendiga a América”.
Es tan irracional el
consumismo, que hasta en las universidades hay problemas por tantos objetos
usados que los estudiantes dejan en sus dormitorios, como en la Universidad del
estado de Michigan, en donde los 16 mil estudiantes dejaron casi 74 mil kilogramos
de objetos usados, cuando se movieron de sitio. Existe una organización llamada
Recology, la cual se encarga del
reciclado de la basura de ciudades de la costa occidental, tales como San
Francisco. Uno de sus voceros, Robert Reed, señala que algunas personas
“lloran” al ver cuánta basura el país produce cada día. Pero se requeriría que
millones de personas, todos los habitantes del planeta, tomaran conciencia
sobre la cantidad de desperdicios que producimos diariamente y que,
literalmente, nos están ahogando. Sin embargo, una falacia como esa nunca se
dará, menos cuando, a pesar de tanta destrucción ambiental y agotamiento de los
recursos, el capitalismo salvaje sigue empeñado en sobreproducir y que todos
los habitantes del planeta sean compulsivos consumidores.
Existen algunas
empresas, también por Internet, que ofrecen servicios de reciclado. Recolectan
cosas como ropa u objetos eléctricos o electrónicos. Y algunas personas los
usan. Sin embargo, tales sitios no se dan abasto por tanta cosa donada, la que,
al final, terminan tirando. Eso sucede con la ropa donada, de la cual, el 85
por ciento, termina en la basura. Del plástico que se tira, que mucho termina
en el drenaje, sólo se recicla el 9 por ciento. Por eso los mares se están
llenando de millones de toneladas de plásticos cada año, como señalo arriba.
Y sólo 15 por ciento de
la basura textil se recicla. Eso demuestra que es mentira que se busque
reciclar la mayor parte de los desperdicios. Al contrario, como sale más barato
hacer plástico nuevo o telas nuevas o papel nuevo, eso es preferible para los
fabricantes a estar reciclando.
Finalmente, Samuels
menciona la historia escrita por el autor estadounidense de ciencia-ficción
Philip K. Dick (1928-1982), titulada Do
Androids Dream of Electric Sheep? (¿Sueñan los androides con borregos
eléctricos?), en la cual, Dick acuña el término kipple, que se refería a todos los “inútiles objetos” que se
acumulan en una casa (esa historia sirvió como base para la cinta Blade Runner). En el texto, Dick
afirmaba que todo el Universo conocido se kipplesearía,
es decir, se convertiría en basura.
Y, en efecto, todo el
planeta va hacia allá, a convertirse en un gigantesco basurero mundial, del
que, de seguir la irracional sobreproducción capitalista mundial, acompañada
por el impuesto consumo compulsivo, no habrá retorno.
Contacto: studillac@hotmail.com