miércoles, 21 de noviembre de 2007

¡A desempeñar trabajos descalificados los inmigrantes en España!

¡A desempeñar trabajos descalificados los
inmigrantes en España!

Por Adán Salgado Andrade


Valencia, España, 3 de noviembre. Me encuentro en el centro social “Ca revolta” (nombre valenciano que significa casa de la revolución), cuyo bar es muy concurrido por todos aquellos valencianos que ven en ese sitio una alternativa distinta a los “pubs” comerciales, en los cuales, tanto las bebidas, como la decoración son estereotipadas, muy globalizadas, y nada más, fuera de tomar y hablar de banalidades, se puede hacer. Llegué allí después de deambular por las calles del Centro Histórico de Valencia, habiéndome hallado a muchas mujeres indigentes de apariencia eslava, así como a varios africanos, igualmente pidiendo limosna, balbuceando todos alguna palabra castellana. Incluso, “chavos banda” valencianos se acercan a turistas de apariencia latina, como yo, con un “güey, dame una moneda”, popular léxico supongo que adquirido alguna vez en intercambio lingüístico con algún mexicano. De los varios días que llevo aquí, ya hasta me he familiarizado con toda esa gente pidiendo “un euro”, aunque debo decir que la primera vez que los vi, me sorprendí un poco, pues esto es Europa, pensé. El Ca revolta, con su viejo mobiliario y ese aire antiguo que le da la restaurada construcción, induce a los comensales a sentirse nostálgicos por un pasado que era más solidario, más generoso y, sobre todo, más conciente. El Ca revolta surgió hace más de quince años, de una lucha social que se apoyó en el Movimiento Comunista valenciano para lograr que la casa vieja en donde se halla actualmente el lugar, fuera restaurada y habilitada con préstamos del gobierno, tanto para construir el centro cultural y el bar, como, también, varios departamentos en los que actualmente viven algunos de los miembros que impulsaron dicho movimiento. El préstamo bancario inicial lo pagaron contratando préstamos individuales con otros bancos que actualmente pagan en forma de hipotecas. Es una tarde de jueves, cuando, como casi todas las tardes, el sitio se llena de buenos y agradables conversadores que no platicarán, como hacen la mayoría de los valencianos, del auto nuevo o del piso nuevo que se comprarán mediante crédito bancario, sino de que si Zapatero está gobernando bien o de que la corrupción está acabando con las tierras agrícolas para convertirlas en desarrollos inmobiliarios o de que la imposición del euro todo lo ha encarecido... En este sitio me encuentro con Rashid, a quien conocí hace dos días, un marroquí que llegó a España hace 16 años. Tiene 42 años, es alto, delgado y sus rasgos son una mezcla de raíces árabes con africanas. Pido un par de cervezas obscuras “Amstel” y mientras nos las tomamos, con mi grabadora en mano, platicamos. Se siente algo intimidado por el aparato y me pide que la apague. Le aseguro que nadie más que yo escuchará la grabación. Quizás haya pensado que lo que me dijera, iba a ser empleado en su contra. Tras reiterarle que no debe temer nada, se anima a hablar, aunque algo reticente. Me da la impresión de que le preocupa que lo vayan a echar del país, más en estos días, que policías secretos, vestidos de civil, revisan “a discresión” a extranjeros en las calles que, según los eficaces agentes, consideren que sean ilegales, sin ocupación alguna. “¿Por qué viniste a España, qué es lo que te atrajo?”, le pregunto. “Me atrajo el sueño europeo y la posibilidad de tener una vida mejor que en mi país”, me contesta, con un castellano algo incorrecto en la sintaxis, muy marcado por su inconfundible acento árabe, que a pesar de los años, aún conserva bastante. Agrega que en aquellos tiempos su oposición política al gobierno del rey Hasan lo llevó a tomar la desesperada decisión de emigrar hacia España, así que principalmente lo hizo por razones políticas, no económicas. “Pero también quería mejorar mi vida, porque yo allá era pobre”. “¿Y por qué elegiste España?”, inquiero nuevamente. “Porque España es como un 80% parecida a mi país, y yo me adapté muy bien”. Claro, se refiere a las cosas en común que le dejó a esta nación el dominio musulmán de más de 600 años, tanto en el idioma, como en las costumbres, alimentos, arquitectura, rasgos físicos... sí, por eso Rashid en muchos aspectos se sintió como en casa. Comenta que comenzó a trabajar en todos los empleos descalificados que la mayoría de los emigrantes, a pesar de la distancia temporal de cuando él llegó, siguen realizando: agricultura, construcción, hostelería, servicios domésticos... “Yo trabajé de lo que salga, pero que fuera digno”, dice con cierto dejo de orgullo. Aunque dice que algo que le resultó frustrante fue que en España se enfrentó con que casi todos bebían, inhalaban cocaína, fumaban hashis... “había muchos vicios”. “Bueno, ¿pero y lograste materializar el sueño europeo que buscabas, Rashid?”, insisto. El marroquí da un trago a su cerveza y se queda callado por unos momentos. “En parte, sí, en parte, no... ahora yo llevo seis meses en paro”, dice, dejando entrever cierta frustración por su actual situación. En estos seis meses platica que ha sobrevivido durmiendo en la calle, en casas abandonadas (para su fortuna, hay un 20% de casas deshabitadas en España), y que para alimentarse va a la iglesia, a la casa de caridad, en donde personas desempleadas, como él, o en estado de indigencia, reciben alimentos gratuitamente. O acude a la solidaridad del barman del Ca revolta, Chaby, su amigo, un valenciano bonachón de buen corazón, quien a veces le da de comer y de beber. Rashid se excusa diciendo que es presa de la depresión por el rompimiento con su esposa que “ya me está pasando”. Vivió algunos años con una española, de la que se separó, al parecer por diferencias culturales. Sin embargo, depresión amorosa aparte, la situación de Rashid es la de cientos de miles de inmigrantes, cuya precaria situación económica reinante en los lugares de donde proceden, los ha llevado a emigrar y vivir en España, con la ilusión, como él, de alcanzar el “sueño europeo” de una vida confortable, con un “piso nuevo”, auto del año, un buen trabajo y, sobre todo, una vida más digna que la que tenían antes. Pero ¿cuántos lo logran? Rashid parece que no, a pesar de tener ya 16 años viviendo en el país. Incluso, dice, ni siquiera es nacionalizado español. “Para lograrlo, tienes que ser leal a la patria y merecerlo”. Lo de “merecerlo” es que tengan un buen trabajo, que hayan cotizado a la seguridad social, que sena ciudadanos modelo, casados. Pudiera pensarse, en su caso, que la causa de su fracaso es por su baja preparación. Rashid nos dice que salió de su país con el equivalente a secundaria trunca. Sin embargo, recientes estudios demuestran que una gran mayoría de inmigrantes cuenta, inclusive, con estudios universitarios y trabajan en empleos no calificados, los que de acuerdo a la Clasificación Nacional de Ocupaciones se integran en el llamado grupo 9: peones, trabajadores domésticos, personal de limpieza, conserjes, meseras... sí, una estadística actual señala que un 42% de los trabajos desempeñados por los inmigrantes son justamente los de ese grupo 9, pero que quienes los hacen, un 65% cuentan con estudios de bachillerato y casi un 20% poseen niveles de licenciatura o más. No, entonces, nada tiene que ver, reflexiono, el que los inmigrantes estén bien preparados o mal preparados... aunque, claro, no tendrá el mismo trato con la gente un conserje que sólo tenga primaria a otro que sea, por ejemplo, ingeniero, pues este le daría más, digamos, categoría a su empleador. “Ahora mismo tengo un tío argentino ingeniero que me cuida la finca”, podría jactarse el rico valenciano dueño de un edificio de departamentos sobre su trabajador. Sospecho que la situación de los inmigrantes en España, generalizable a toda la así llamada Comunidad Económica Europea, es por la que pasan los paisanos mexicanos que se van a Estados Unidos, a pesar de que muchos de ellos cuentan con una carrera universitaria: aunque estén muy preparados, se les subemplea en trabajos que igualmente puede desempeñar una persona con primaria. Pero esas son las consecuencias del capitalismo salvaje, que ha degradado actualmente tanto a países, como sociedades, que ya no es garantía para conseguir un buen empleo el que se cuente con educación universitaria. Pienso en las estadísticas mexicanas, en donde estudios recientes muestran que 3 de cada 5 personas egresadas de una universidad no hallarán empleo o laborarán en uno muy distinto a lo que estudiaron. Y si eso sucede en los países de origen, pues nada podrá esperarse estando en otro país.
Se une a la conversación Víctor, otro amigo que conocí hace una semana, invitado también a la reunión, y que va llegando. Él es mexicano, de Veracruz. Lleva nueve meses en Valencia y tiene muy pegadas la dicción castellana y varios modismos lingüísticos propios del lugar. Él es un vivo ejemplo de las estadísticas laborales. A pesar de que cuenta con bachillerato, que habla inglés perfectamente bien (Víctor vivió seis años en Florida, trabajando en restaurantes y hoteles), que está esperando matricularse en la Universidad de Valencia para estudiar sociología, a lo más que ha podido aspirar como empleo, es trabajando de mesero los fines de semana, lo cual le reporta 100, 150 euros semanales. Vive en un hostal, especie de pensiones baratas para estudiantes, sobre todo extranjeros, como él, en donde paga 10 euros por día (casi son los únicos lugares en donde pueden vivir inmigrantes solos, pues los departamentos para alquiler son escasos y muy caros). El resto de su salario lo emplea para comer lo más económico que se pueda (acude a la Mercadona, franquicia de supers exclusivos de alimentos, digamos que relativamente barata, en donde puede adquirirse una docena de huevos por un euro o una lata de atún de 1 kg por 3.50 €) y comprarse un poco de ropa y algunas cosas que vaya necesitando. “¿Tú, por qué estás en Valencia, Víctor?”, pregunto. “Ah, pues porque quiero estudiar sociología”, me contesta, muy convencido. “¿Y por qué no estudias en México, en la UNAM?”, arremeto. Y viene entonces que lo del “prestigio”, “que es mejor estudiar en el extranjero”... y todos esos argumentos que, francamente, considero que cada vez son más espejismos de lo que alguna vez efectivamente fue. Sí, porque pienso en tantos extranjeros, incluso, estadounidenses, que están estudiando en las facultades de la UNAM (Universidad nacional autónoma de México, considerada ya entre las 100 mejores del mundo), que me parece un tanto insostenible el argumento del Víctor. Su caso es distinto, pues él no está en España por una imperiosa necesidad económica, sino porque desea adquirir el prestigio que concede el estudiar en una universidad europea. Claro, Víctor es presa de ese inconsciente malinchismo que casi todos los mexicanos (y para ese efecto, los latinos) llevamos por dentro. Sí, y qué mejor que ejercerlo en la eufemísticamente llamada madre patria, origen directo del síndrome de la malinche. Y también porque probablemente considere que estudiando allí una licenciatura tendrá a la larga mayores oportunidades, al concluirla, de colocarse en un buen puesto de trabajo en Valencia, dentro del gobierno, con contrato indefinido. Esto me recuerda otra cifra estadística que recién revisé, y que indica que los inmigrantes, además de dedicarse a actividades descalificadas, más del 65% de éstas son por contratación temporal, de seis meses o menos. Esto es consecuencia de que ese tipo de empleos son de corta duración: edificios en construcción que requieren de peones, cosechas de frutas o verduras que emplean pizcadores, barcos pesqueros que emplean ayudantes, familias que necesitan afanadoras o niñeras, restaurantes que dan trabajo a meseras o lavatrastes, fábricas que “por expansión” requieren obreros, municipalidades que necesitan barrenderos por algunos meses... y así por el estilo. Indican los análisis oficiales que existe una sobrecualificación de los inmigrantes para los descalificados trabajos que realizan y que de alguna forma se están desperdiciando esos talentos y recursos. Pero, repito, si en los propios países de origen tenemos, incluso, doctores que son taxistas o ingenieros que están vendiendo baratijas chinas en las calles, ¿qué se puede esperar al estar viviendo en otro país? “¿Y por qué no te consigues un mejor trabajo, Víctor?”, insisto. “Ah, pues es que hasta que no me matricule en la universidad, no me darán permiso para trabajar”, responde Víctor, que espera ampararse en una ley que permite que los estudiantes de origen extranjero que se encuentren inscritos en universidades españolas, trabajen hasta veinte horas semanales. Él piensa estudiar por las mañanas y trabajar en las tardes, espera, en un mejor empleo. Pero vaya círculo vicioso, razono, pues si Víctor no es aceptado, entonces, no le quedará más que seguir laborando en subempleos por aquí y por allá, como la gran mayoría de los inmigrantes. Pero, al menos, él tiene la suerte de estar viviendo ya en España y de haber ingresado legalmente. Me vienen a la mente las escenas que veía días atrás en un noticiario televisivo, de los miles de africanos que llegan a bordo de frágiles pateras o cayucos cargando asiáticos, a las costas de Cádiz, muchos de los cuales se hunden por la fragilidad de las endebles embarcaciones en alta mar, sin que se vuelva a saber de ellos jamás. Meses atrás, esas desesperadas hordas humanas, incluso se brincaban los enrejados que el gobierno español había colocado en sus fronteras con tal de contenerlos, pero es mayor el hambre y la necesidad de hallar un precario sustento que cualquier barrera física o legal. Curiosamente, aunque africanos o asiáticos son los más repelidos por las autoridades de inmigración, son los más empleados en todas las labores descalificadas que la mayoría de los españoles se rehúsan a hacer (sólo 15% de los trabajadores españoles se dedican a labores descalificadas, contra 42% de los extranjeros). Sí, las estadísticas señalan que más del 52% de africanos laborando, lo hacen en esos trabajos: albañiles, pizcadores, peones, maleteros, barrenderos... En este caso, sí hay una correspondencia con el bajo nivel educativo que la mayoría de ellos poseen, pero, por otro lado, me pregunto si no será, también, la consecuencia de un inconsciente racismo que los españoles cargan (de hecho, es el gran problema con los dueños de las viviendas de alquiler, que generalmente no las rentan a inmigrantes “por desconfianza”), algo así como el “síndrome del conquistador”, porque el otro grupo de inmigrantes que sigue en cuanto a empleos descalificados es, justamente, el de los latinoamericanos, que superan el 46%. Y vaya que ese “síndrome del conquistador” se sigue manifestando, últimamente por la intentona de varios bancos españoles de adquirir bancos latinoamericanos, como es el caso del BBV (Banco Bilbao Vizcaya) o el Santander, que al menos en México adquirieron por “módica ganga” a Bancomer, el primero, y a Serfín, el segundo. Bueno, quizá sea la consecuencia de esa avaricia financiera de querer abarcarlo todo, de concentrar la riqueza, el creciente deseo de esos miles de empobrecidos inmigrantes (dada la citada concentradora avaricia a que ha dado lugar el capitalismo salvaje), deseosos de compartir con sus históricos conquistadores el “sueño europeo”, como dijo Rashid al principio de la plática.
Víctor no acierta a comentarme nada acerca de lo que le dije, de que hay muchos extranjeros estudiando en la UNAM y Rashid, notoriamente deprimido porque nunca logró materializar ese “sueño europeo”, ya empieza a mostrar los estragos etílicos de la tercera cerveza “Amstel”, invitadas por su entrevistador.
Son ya las once de la noche y el bar está cerrando. Nos despedimos muy cortésmente los tres con efusivos, sinceros abrazos. Yo camino hacia el barrio de Russafa en el que, según uno de los recientes censos, casi un 16% de sus pobladores son inmigrantes, cifra que comienza ya a preocupar a las autoridades, pues el lugar tiende ya a guetizarse, con todos los problemas que ello implica pues la integración española de los inmigrantes es más difícil, dado que viviendo así, tan hacinados, se les facilita el conservar sus costumbres y rasgos culturales originarios. En ese barrio un buen amigo, David, me hospeda. Russafa queda detrás de la “Estacio du Nord”, a donde arriban todas las líneas férreas que proceden de otros lados de España. David vive en un minúsculo departamento que consta de un pasillo de entrada, una cocina chica, con fregadero, estufa, anaqueles y un refrigerador, una pequeña sala, “aseo” (el sanitario) y una sola recámara, por el que paga la nada despreciable suma de 355 euros. El dueño del edificio dividió los ya de por sí medianos departamentos que había antes para ofrecer esos “palomares” y sacar, claro, el doble de renta. David, ribarrojeño, está en posibilidades de pagarla, pues es economista, trabaja para el partido “Izquierda Unida” (el que ganó registro y algunos escaños en las pasadas elecciones) y percibe 1300 euros mensuales, un sueldo, digamos que más que aceptable. “¡¿Pero me creerás que familias enteras viven en departamentos como este!?” Bueno, no es de sorprender, al menos para mí, cuando pienso en los hacinados cuartos de vecindad que aún abundan en México en donde, efectivamente, viven numerosas familias enteras. Pero que eso se dé en España, el primer mundo, cuesta creerlo. Es la consecuencia de las viviendas de alquiler tan escasas y tan caras (España es el único país de la Unión Europea que casi no cuenta con viviendas de alquiler, ni públicas, ni privadas. Casi el 80% de las viviendas son propias, de allí la agudización de ese problema). David dice que a veces él se siente extranjero, por tantos inmigrantes que pululan por el lugar. Durante el día Russafa, en donde se ven “gitanas” pidiendo limosna en las esquinas o frente a las iglesias, se caracteriza por las decenas de tiendas hindúes, árabes y, sobre todo, chinas, que venden desde comida, pasando por ropa, calzado, baratijas chinas, artesanías, que sobresalen de entre viejos edificios, cuyas puertas de entrada lucen reforzadas por gruesas rejas metálicas para protegerlos de las frecuentes incursiones de ladrones en busca también del “sueño europeo”... pero del ajeno. Los balcones superiores de dichos edificios, se presentan ya como hacinados espacios en donde hay desde tendederos repletos de calzones, pantalones, blusas, sostenes en proceso de secamiento, hasta macetas de diversas plantas, jaulas de loros o canarios, trebejos, botes de basura, escobas, bicicletas, sillas, triciclos, juguetes... vaya, todo un buen estilo de vida tercermundista enclavado en el primermundismo... o lo que quede ya de éste. Por la noche, el barrio ofrece calles obscuras, gatos callejeros, depósitos de basura repletos, rebosando a los lados de las cajas de cartón, plásticos, bolsas, tirados allí por residentes y comerciantes... y uno se cruza con adolescentes chinos o africanos mirando muy desafiantes al trasnochador caminante... sí, esa nocturna visión, intimida un poco, a la vez que desconcierta, como que no corresponde con la idea de la prosperidad europea de la que tanto se jactan por allá. Me pregunto si alguna vez habrá aquí estallidos de violencia como los que azotaron a Francia el año pasado, cuando miles de adolescentes y jóvenes inmigrantes o hijos de inmigrantes salieron a las calles, haciendo graffitis, rompiendo vidrios, causando destrozos en calles y construcciones, quemando cientos de autos... bueno, al menos aquí no han cometido los policías la torpeza de golpear a jóvenes inmigrantes, como allá sí hicieron, aunque el hacinamiento forzado por la carencia de viviendas pudiera ser el detonante... dicen que Zapatero se ha presentado más tolerante con el “tema” de la migración. Es de esperarse, pues quizá él haya leído que gracias a los inmigrantes, que suman ya 6% de la población, y a su participación en los empleos y en las actividades económicas, España ha crecido un 6% anual, muy bueno, desde hace unos años. Por lo menos no están construyendo muros, como lo está haciendo EU en la frontera con México, país que, también, gracias a los inmigrantes, sobre todo, los latinos, tiene aún buenas tasas de crecimiento económico.
Antes de llegar al barrio, camino por entre callejuelas en las cuales, abajo de las marquesinas de algunas construcciones, pernoctan ya “a pierna suelta” varios indigentes, tapados con cartones o raídas “cobijas” que, me pregunto, ¿serán o no inmigrantes? Quizás sí, quizás no, me digo... pero, bueno, si son inmigrantes, no son más que la prueba de que la historia de dominación que el así llamado primer mundo ha ejercido sobre el resto de los países, está teniendo estas consecuencias sociales cada vez más graves... y si esos indigentes son valencianos... bueno, pues igualmente son la consecuencia del capitalismo salvaje que también el primer mundo está imponiendo desde hace 25 años para que la marcha de las 500 grandes corporaciones dominantes de la economía mundial, sea satisfactoria...
Ni hablar, me digo, mientras llego a la reforzada puerta del edificio que me da cobijo por algunos días, algo tenemos que pagar a cambio de ser todos ya ciudadanos globalizados...



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