Especulación inmobiliaria, burbuja capitalista
a punto de estallar.
Por Adán Salgado Andrade.
Valencia, España, 3 de noviembre. En una parada del bus, mientras espero el transporte que me llevará de Ribarroja – pueblo que pertenece a la llamada generalitat valenciana – justamente a Valencia, leo dos letreros escritos en castellano, no en valenciano como podría esperarse de esa región, pegados sobre los acrílicos de la estructura, uno de los cuales informa: “PISO: piso en construcción de 50 m², una habitación, sin cocina oficce, baño, garaje, espléndidas calidades, zona muy tranquila. 128,964 euros, abstenerse inmobiliarias”, además de proporcionarse el teléfono. Uno más señala también: “SE VENDE PISO: piso en construcción de 67 m², 2 habitaciones, sin cocina office, baño, balcón, plaza de garaje, trastero, espléndidas calidades, zona muy tranquila, 168,588 euros, abstenerse inmobiliarias”. Anuncios como los anteriores son cosa común no sólo en Ribarroja o en Valencia, sino en toda España, país que, como muchos otros países, ha caído en el boom de la construcción inmobiliaria que bautizaré como el fenómeno “Fannie Mae y Freddie Mac”, es decir, en referencia a las empresas gubernamentales estadounidenses que se dedican a financiar bienes raíces mediante hipotecas. Dichas empresas pertenecen a la Office of Federal Housing Enterprise Oversight, OFHEO, otra dependencia gubernamental estadounidense que “cuida” el buen manejo de los créditos hipotecarios. En mi artículo “Hacia una nueva recesión estadounidense y mundial” (disponible bajo ese nombre en Internet) me refiero a la nueva burbuja capitalista que se ha creado en EU, en vista de la masiva inversión en construcciones de casas y edificios, o sea, en el negocio de los llamados bienes raíces, la cual, cuando estalle, repercutirá en una situación de crisis y recesión más peligrosa aún que la que se dio durante el frenesí de las empresas .com, aquéllas estrellas de la economía virtual, allá por el año 2000, puesto que ahora se trata no de empresas computacionales, que vivan exclusivamente en el cyberespacio, sino del sustento de la economía estadounidense, ya que la compra y construcción, sobre todo de casas y edificios departamentales, constituyen el sector que tradicionalmente ha medido y sigue midiendo la “fortaleza” de aquélla. Un buen indicio de hasta dónde puede conducir el estallido de la creciente burbuja inmobiliaria, lo ilustra el hecho de que la actual crisis económica del Japón, de la que aún no termina de salir, se originó, justamente, por una irrefrenable sed de adquirir tanto empresas estadounidenses (por ejemplo, la Columbia Pictures, adquirida por la empresa Sony), así como edificios completos pertenecientes a corporaciones que se asociaron o también fueron compradas por los capitales japoneses, por ese entonces abundantes y muy ávidos de invertir en todo aquello que los mantuviera activos, no simplemente acumulados (sí, porque una de las ironías del sistema capitalista es que los capitales amasados, estando pasivos, sin trabajar, resultan onerosos, causan gastos, se desvalorizan, así que hay que buscar en dónde invertirlos). Sin embargo, tanta fiebre adquisitiva terminó por estallar y una de las consecuencias desastrosas fue que a mitad de la década de los noventas, el valor de todos los bienes raíces en Japón decayó un brutal 50%. Mucha de la gente que había comprado su casa durante el boom, de pronto se vio enganchada a hipotecas bancarias que le cobraban pagos mensuales, más intereses que correspondían a una casa cuyo altísimo valor de ese entonces, de pronto se redujo a la mitad, o sea, ya no era, como se creía, un seguro negocio el invertir en una casa. Eso es justamente lo que está repitiéndose en EU y al parecer en todo el mundo, por lo que he podido apreciar en España, país en donde, como señalé, el fenómeno “Fannie Mae y Freddie Mac” (o el efecto sol naciente, si se desea), está tendiendo a repetirse muy peligrosamente.
En Ribarroja, en la Pobla, en Vetera, en Orihuella... y en muchos otros poblados valencianos, además de la propia Valencia (y en toda España), se encuentra uno con muchas obras en construcción que se convertirán en “fincas de pisos” (edificios de departamentos) que serán destinadas a familias o parejas que, mediante un crédito hipotecario bancario, adquieran una de las viviendas que, dependiendo del precio, la ubicación y, sobre todo, el nivel social específico al que se dirijan, ofrecerá un mínimo confort, o sea, será al menos habitable, o irá ascendiendo en las características ofrecidas, pasando por “calidades” más altas, al semi-lujo o al lujo total, como lo que allí se conocen como chalets. Y si para lograrlo, los constructores deban de modificar brutalmente las características arquitectónicas tradicionales de los lugares en donde se asientan las nuevas fincas, pues lo harán, ya que gracias al depuesto gobierno de Aznar, se alcanzaron altísimos niveles de corrupción, que dieron como resultado el facilitar totalmente la realización de tan masivos proyectos. Y con Zapatero, dicha tendencia no se ha frenado y, al contrario, sigue con los mismos bríos que durante su antecesor (estas son cuestiones que, para muchos, ponen en duda las verdaderas intenciones del PSOE – Partido Socialista Obrero Español – y de Zapatero en su afán por “corregir” los pasados males, heredados del Partido Popular y el proestadounidense Aznar), quizá porque desde el gobierno eso, la masiva construcción de viviendas, se tome como signo de fortaleza económica. Pero, como ya he señalado antes, nada más alejado de la realidad.
Y ese boom constructivo se da en todos lados. Cuando se va llegando desde Ribarroja o de cualquier otro pueblo aledaño a la ciudad de Valencia, desde donde se ejerce el gobierno central del llamado país valenciano, relucen a las afueras decenas de complejos habitacionales, muchos de ellos asentados en zonas anteriormente protegidas o en terrenos que antes del descontrolado crecimiento urbano eran tierras agrícolas (en estos lugares pude notar un creciente desinterés por todo lo agrícola y las actividades del campo. Mucha gente joven, cuyos padres poseen tierras de cultivo aún, sólo esperan que éstos mueran y les hereden esas tierras tan duramente trabajadas por muchos años, para venderlas a una empresa inmobiliaria que construirá allí unidades habitacionales o grandes centros comerciales, muy lucrativos también para los intereses comerciales de aquéllas). Enormes grúas y torres de carga desplazan las estructuras de acero, las tuberías, el cemento, la arena, la grava, con los que se hará el hormigón, cargan los tabiques... a las afueras esperan revolvedoras para vaciar el concreto en fase líquida que formará los cimientos, pisos, losas de las nuevas fincas. Y me pregunto: ¿habrá quien pueda comprar tantos nuevos “pisos” que se construyen, a razón de 400 cada mes, tan sólo por esos lugares? Es una pregunta que planteo a mi buena amiga Angels Body, consejala de Ribarroja por el PSOE. “¡Hombre, pues no sé quién vaya a comprar tantos pisos, si ahora mismo, tenemos el inquietante dato de que nada más en Valencia, hay más de 200,000 nuevos pisos sin haberse vendido!” Sí, es inquietante, porque hay un generalizado sentimiento, al menos entre la gente que como Angels se preocupan de la problemática económica y social que aqueja su país, de que algo no anda bien. “Pues es que eso es como las barras de pan que no compras, se hacen duras y ya no servirán para comer”. Otra amiga, María del Mar, me dice: “Joder, no sé qué van a hacer con tanto piso que están construyendo, si ahora mismo tú puedes ver muchas fincas que se terminaron desde hace meses y todavía no se han ocupado”. Ella, por ejemplo, es el vivo ejemplo de gente que, aunque tiene una imperiosa necesidad de un piso para vivir, no puede adquirirlo por sus altos costos. “Pues si quieres comprar algo regular, como este piso que estoy rentando, necesitas por lo menos 210,000 euros (264,600 dólares)”. El piso que Mar renta, ubicado en La Pobla, “pueblito” cercano a Valencia, es de unos 90 metros cuadrados de área, y consta de un pasillo-recibidor, living, cocina equipada, un pequeño patio exterior, aseo y tres recámaras, una también con aseo propio, por el cual debe pagar la nada despreciable cantidad de 450 euros (567 dólares), sobre todo tomando en cuenta que el salario mensual de Mar (salario percibido por una buena parte de la población trabajadora española) es de 1000 euros. “Nada más la renta me pilla casi la mitad de mi sueldo”, se queja Mar con amargura. Y peor, cuando al hacer números, resulta que para comprar ese piso, equivaldría a 210 meses de su vida, 17 años y medio. Ella tendría para entonces casi cincuenta años y su pequeño hijo, Yago, casi 22 años. Por eso, sólo puede rentar. Y en estos días enfrenta el problema de que el codicioso, arbitrario dueño, ya le pidió que deje el piso, a pesar de que hicieron un contrato por cuatro años y que Mar le pagó seis meses por adelantado. “Yo sé que si lo demando, le gano a ese tío, pero no quiero liarme más problemas”. Sí, y es que ser madre separada, como ella, tratar de conservar su trabajo (ella es grafoterapista, aquéllas personas que mejoran los problemas de comportamiento y salud mental a través del análisis de la escritura), llevar a su pequeño al “cole”, hacer el quehacer... es ya de por sí muy problemático, así que entiendo por qué no desea iniciar una acción legal que sí tendría posibilidades de ganar. El “tío” dueño del piso, halló finalmente un comprador para su propiedad. Es de las personas que están en mejores posibilidades que el resto de la gente par comprar como “inversión” un piso (tienen un mejor salario, de 2500 euros mensuales o más, o conocidos en el gobierno o en los bancos para conseguir préstamos hipotecarios más fácilmente), y luego revenderlo más caro. Por fortuna, Mar halló una vivienda más o menos adecuada a sus necesidades y 50 euros más barata, algo más pequeña y más antigua, pero, ni modo, pues no queda más que adaptarse. Tuvo mucha suerte, pues el problema adicional es que las viviendas para renta son muy escasas en España, apenas el 18% de la totalidad. Por lo mismo, son actualmente tan cotizadas las pocas disponibles.
Pero por otro lado, irónicamente, hay tanta saturación de nuevas viviendas, que las inmobiliarias de nueva creación tan sólo buscan vender departamentos que se ofrezcan, cobrando una comisión por hacerlo. Así, no arriesgan capital, que muchas tampoco tienen por supuesto. Por eso en casi todos los anuncios, como los que menciono arriba, se aclara “Inmobiliarias abstenerse”, porque nadie de los vendedores desea tener problemas con negociaciones que muchas veces resultan fraudulentas. No, ninguna inmobiliaria compra, sólo buscan ser intermediarias para vender “pisos”. Sí, y ante lo costoso de éstos, sólo jóvenes matrimonios, deseosos de acoger cuanto antes el obligado estilo occidental de vida (más tratándose de España, socio fundamental de ese paneuropeísmo económico), dispuestos a embarcarse por una buena parte de sus vidas con una hipoteca bancaria, asumirán la compra a crédito de su “nidito de amor” (en muchos casos, sí, literalmente se trata de reducidos “niditos” de 60 m² o menos), y lo harán directamente con la constructora, mediando el banco, por supuesto. Y si la joven pareja se enfrentara al problema de que no pudiera pagar la hipoteca, sea porque se quedaran sin trabajo, se enfermaran o cualquier otro problema que implicara una falla, el banco nada pierde, pues se quedaría con el piso, dado que es justamente la prenda que garantizó dicho préstamo hipotecario. La joven pareja se verá sometida a mayores presiones económicas porque buscará asumir, además, todo lo que implique la reafirmación del estatus clasemediero: auto nuevo, lo último en electrodomésticos (lavadora automática, secadora, lavatrastes, estufa vitriolítica – ésta trabaja sin gas, por inducción eléctrica –, nevera computarizada), teléfono, TV por cable, computadora, cuenta de Internet... todo, por supuesto, adquirido, al igual que el piso, a crédito. “¡Joder, que ahora los bancos te están liando con contratos de 25 años y hasta de 50 o 100 años, que se supone que heredarán tus hijos o nietos”, me comenta Angels, con mezcla de enojo y asombro, ante tan descabellados planes de “financiamiento” de por vida – y post-mortem, agregaría yo. Le digo que al menos en México, en la vivienda social, el crédito se salda a la muerte del deudor. “Hombre, eso antes se hacía aquí, pero los bancos todo lo han cambiado a su favor”. Entonces, de acuerdo a esa lógica, razono, tal vez en México también se cambien pronto ese tipo de prerrogativas.
Juango, otro amigo valenciano, cuya ocupación es la de “inspector fiscal” – “Yo verifico que la gente pague sus impuestos”, dice muy como si nada, asumiendo que su labor es esencial para el gobierno –, me da una muy clara idea de los niveles tan altos a los que ha llegado la especulación inmobiliaria. “Hace cinco años, en el 2001, podíais comprar un piso de 130 m² por 150,000 euros, pero ahora no lo consigues por menos de medio millón de euros”. Eso nos da un aumento neto de ¡333%!, cuando que los salarios en esos mismos cinco años, sólo han subido lo que el Índice de Precios al Consumidor (IPC) lo ha hecho: 3% anual, es decir, los salarios sólo han subido 15%. “Además, con lo de la adopción del euro, todo se encareció más, porque un euro equivale a 166 pesetas y todo lo que valía, por ejemplo, 100, se redondeó a 166 para que costara un euro”. O sea, la imposición en toda Europa del euro, sólo ha beneficiado a los países más productivos industrialmente y con economías más robustas, como Alemania, pero para aquellos como España, únicamente ha encarecido más la vida, debido a sus niveles de productividad más bajos y a su menor fortaleza económica. Así, por todos esos factores juntos, se entiende aún mejor por qué cada vez son menos las personas que pueden adquirir pisos, ni siquiera por medio del banco, porque además los requisitos para obtener un préstamo hipotecario son arduos y largos, requiriendo, para empezar, que sean sólo parejas casadas las que puedan solicitarlo. Por ello, para mujeres solas u hombres solos, es prácticamente imposible solicitar un crédito así, lo que limita aún más a los adquirientes de vivienda. Mar, aconsejada por una amiga, acudió al Instituto de atención a la mujer, para ver si era posible conseguir un apoyo para la compra de una vivienda, cuestión que ofrece gestionar dicha institución, sólo para decirle que no, que no era posible ayudarla. “No sé para qué te dicen que te van a ayudar si a la mera hora te dicen que no”, se queja Mar.
Pero a pesar de las evidencias de un sobrecalentamiento inmobiliario, la construcción de nuevas fincas y unidades habitacionales de nivel medio continúa pujante en toda España, porque los constructores apuestan a que estadounidenses, alemanes, italianos o ingleses estarán entre los clientes a quienes se dirijan sus inversiones. Por ejemplo, en la televisión se anuncia un conjunto residencial que se está construyendo junto al mar, con pisos “desde 235,000 euros”. Claro, excelente manera de atraer a pensionados alemanes o estadounidenses, ofreciéndoles “cómodos departamentos” junto al mar, doble atractivo para los seniors en busca de clima cálido casi todo el año, mar, confort, tranquilidad... el problema, como señalé, es que no sólo España está desarrollando ese tipo de proyectos, llamémosle, turísticos-inmobiliarios, pues muchos otros países (por ejemplo en México, en el estado de Baja California o en Cancún, existen proyectos similares. En República Dominicana, la calidad de sus playas también se está explotando para ofrecer condominios turísticos) lo están haciendo y con ello contribuyen a agravar la saturación constructiva que ha comenzado por manifestarse en Estados Unidos, el país que maneja más de un tercio del Producto Interno Bruto mundial, en donde ha disminuido la venta de casas nuevas y han disminuido, en consecuencia, las contrataciones de hipotecas. Repito, el modelo “Fannie Mae y Freddie Mac”, está generalizándose por el mundo, lo que agravará el efecto negativo global que de por sí acarreará la desaceleración estadounidense debida a tal motivo. Sí, porque, como dije, en todas partes se apuesta a que la construcción de bienes raíces es el gran negocio, el big money. Por ejemplo, me vienen a la mente tantos nuevos conjuntos habitacionales que se están construyendo por todas partes de la ciudad de México, de los cuales, incluso las mismas autoridades reconocen que ya hay una sobreoferta, y no hay duda que es lo que está sucediendo en EU y en España o también en Francia, en Italia, en Inglaterra, en Alemania... en Rusia... en los países árabes (En Dubai, capital-estado de los Emiratos Árabes Unidos se está edificando un nuevo complejo que va a costar 30,000 millones de dólares y sus constructores aseguran que va a contar con un edificio que ¡va a ser el más alto del mundo, 40% más alto que el más alto de los que actualmente existen, de unos 142 pisos, y los están haciendo a razón de uno por semana!)... en China... sí, por allí es donde va a agrietarse de nueva cuenta el capitalismo y a sufrir un brutal golpe recesivo del que dudo seriamente que se pueda, ya no digamos salir vivo, sino al menos recuperar. Bueno, pues por algún lado debe de comenzar a manifestarse la decadencia de este sistema tan desequilibrado.
Pero mientras eso sucede, abundan las escenas de obras en construcción en Valencia y en pueblos aledaños, al frente de las cuales, panorámicos anuncios invitan a “Vivir tus sueños en Residencial del Bosque”, tratando de seducir a los posibles compradores mostrando los dibujos arquitectónicos de las “magníficas residencias” que allí se hacen, “con espléndidas áreas verdes, todos los servicios, perfectamente comunicada”... “Un nuevo estilo de vida hallarás en residencial El parque”, se puede leer en otro panorámico... y así... como que hasta en eso hay estandarización, pues me recuerda las frases trilladas, casi similares todas, que se emplean también en México en ese tipo de proyectos, como que la imaginación de sus promotores no da para más. Pues ojalá que tengan la suficiente presteza mental para resolver los graves problemas que su fiebre constructiva provocará en la economía mundial. Pero al menos se darán cuenta, finalmente, de que tampoco los bienes raíces resultan ser los seguros negocios que antaño solían ser.
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