domingo, 3 de noviembre de 2024

Ejidatarios abusivos

 

Ejidatarios abusivos

Por Adán Salgado Andrade

 

Centro ecoturístico “El Cerezo”, Pachuca, Hidalgo. Cerca de Pachuca (la llamada Bella Airosa, pues abundan los vientos, sobre todo en otoño e invierno), hay varios parques que ofrecen estancias ecoturísticas. No hay hoteles, sólo rústicas cabañas en algunos (aunque cuentan con agua caliente, proporcionada por calentadores solares, electricidad de celdas solares y algunas hasta con internet) o zonas de camping en otros servicios. Antes, había ido yo a El Churro, en donde la experiencia no fue tan grata, pues un grupo de personas, en ambiente de fiesta, que fumaban y tomaban, estuvo hasta las cinco de la mañana (hasta que los administradores les dijeron que ya se callaran) con su potente bocina y música reguetonera desde que llegamos por la tarde. Siempre he pensado que esos sitios son para alejarse del bullicio, no llevarlo allí (ver: https://adansalgadoandrade.blogspot.com/2023/08/poca-gente-aprecia-los-lugares-naturales.html).

Ahora, acudimos al Centro Ecoturístico El Cerezo, a unos quince kilómetros de la mencionada Pachuca, por la carretera a Mineral del Chico.

Hasta hace algunos meses, me platica mi hermano Ricardo, el pequeño lago con que cuenta estaba completamente seco, por la severa sequía que sufrió gran parte del país, antes de las atípicas lluvias que se han dado en los recientes meses, acompañadas de varios huracanes que, por fortuna (a pesar de los daños e inundaciones ocasionados), reabastecieron de agua a presas, lagos y ríos (son los desórdenes climáticos que la catástrofe ambiental está ocasionando).

Ese lago es muy importante para ese parque, pues una de las actividades es que la gente puede remar y recorrerlo (no es muy grande, probablemente abarque unas dos hectáreas y media). Pero, además, es una fuente de humedad mientras no se seque.

Como ha llovido tanto, en algunas partes el pasto está saturado de agua, lo que lo mantiene muy verde, al igual que toda la vegetación y árboles que se encuentran allí.

También tiene el parque una tirolesa (que no estaba en funcionamiento, quizá porque no sea temporada vacacional, propiamente). Hay un gran llano, al lado del lago, en donde la gente vuela papalotes o los ya generalizados drones, que zumban como si fueran enormes mosquitos.

Se junta con El Cedral, pero los dos son parte de uno mismo, que es El Cerezo. Y en esa zona, al menos, todavía se ven bastantes pinos, de unos veinte metros de altura, que la rodean, constituyendo una espesa vegetación. Aunque revisando el mapa del lugar, lo limitan ya zonas severamente deforestadas. De todos modos, es de esperarse que con esas actividades turísticas, se les conserve (ver: https://www.google.com.mx/maps/place/Parque+Ecotur%C3%ADstico+%22Ejido+el+Cerezo%22/@20.1757407,-98.709602,3986m/data=!3m1!1e3!4m6!3m5!1s0x85d10924406f0443:0x9d77f4c4487ae909!8m2!3d20.1802592!4d-98.7118561!16s%2Fg%2F11dyzdzbmb?entry=ttu&g_ep=EgoyMDI0MTAyOS4wIKXMDSoASAFQAw%3D%3D).

Sin embargo, vastas zonas fueron devoradas por incendios forestales que se dieron durante los pasados meses secos y seguramente cada año será lo mismo, conforme la catástrofe climática agrave altas temperaturas y sequías (los huracanes y las lluvias intensas que hemos tenido, sólo serán temporales alivios).

Y no falta el área de comida, que en este caso se encuentra en una construcción cercana al lago, con techo a dos aguas, de arquitectura acorde con el ambiente rural del sitio. Las mesas están bajo techos de tejas y las cocinas a un lado, dentro de la construcción, propiamente.

Allí fuimos con la señora Clara, el único sitio abierto. “Luego no viene mucha gente”, nos dice ella. De hecho, buscábamos a “Jerry”, que Ricardo ya conocía, pero no fue. Quizá por el día, primero de noviembre, a pesar del “puente”, no habían muchos visitantes o porque algunos llevan sus propios alimentos.

Y mientras nos preparaban las quesadillas y sopes que pedimos, nos comenzó a platicar doña Clara algunas cosas que dejan ver que no existe mucha solidaridad entre los ejidatarios que poseen conjuntamente ese parque.

“Sí, el parque existe como desde 1960. Yo todavía no había nacido, nací hasta el sesenta y cuatro, tengo sesenta años. Vengo, pues para distraerme. Mis hijos me dicen que siga viniendo, que saben cómo soy de inquieta, porque, pues no vivo mucho de esto. Tengo la pensión que me dejó mi esposo… él murió hace diez años. Y mis hijos me ayudan. Tengo dos en Estados Unidos, en California, en Sacramento, tienen un taller de hojalatería y les va muy bien”.

Sí, debe de ser, pienso, pues allá los servicios de hojalatería son caros y malos y los mexicanos son buenos para arreglar golpes y pintar autos.

“Cuando necesito dinero, me mandan. Me acaban de mandar estos zapatos”, señala, luciéndolos.

En efecto, para muchas familias son vitales las remesas que sus parientes y paisanos les envían desde Estados Unidos. Tan sólo en el 2023, ascendieron a $63,320 millones de dólares, de las más altas (ver: https://www.banxico.org.mx/publicaciones-y-prensa/remesas/%7BA3350383-2234-0F8C-4323-2EE62E0428D2%7D.pdf).

Dice que otros dos hijos viven en Pachuca y también tienen un taller, “por Aldama y, la mera verdad, los buscan mucho, porque son muy buenos… le trabajan a la Chevrolet y a la BMW y a otras marcas. La gente, luego ha ido a otros talleres y mejor regresan con mis hijos, porque son muy buenos. El mayor tiene 40 años y es el que vive en Pachuca, junto con el más chico, que le ayuda en el taller. Los de Estados Unidos, uno tiene catorce años allá y el otro, el más chico de todos, tiene dos años que se fue. El mayor ya hasta es ciudadano”, dice doña Clara, muy orgullosa.

Platica que está arreglando lo de su visa, “porque quieren mis hijos que me vaya a pasear, pero sólo a pasear, porque a mí me gusta vivir en mi pueblo (es de san Miguel de los Cerezos, distante unos diez minutos de El Cerezo), que me esté un mes. Y es lo que estoy arreglando. Mi hija, que vive en Puerto Escondido (Oaxaca), trató de sacar la visa, pero la rechazaron. A ver si me la dan, tengo miedo…”.

En efecto, Estados Unidos ha endurecido el otorgamiento de visas, por tanto inmigrante ilegal que trata de entrar allá. Teme que los que van con visa de turistas, se queden a vivir en su territorio.

Pero le dijimos que probablemente por su edad y porque ya tiene hijos viviendo allá, se la otorguen. Comenta que el hijo que se fue hace dos años, trató primero de entrar como ilegal, dos veces. Y cuando fue a solicitar la visa, les confesó ese “grave delito” (sí, muy grave delito, de acuerdo a la legislación estadounidense). El cónsul le dijo que esperara y se fue por diez minutos. “Bueno, te felicito, te otorgamos la visa”, comenta doña Clara que el empleado de la embajada le dijo cuando regresó, como si el muchacho hubiera tratado de entrar al Paraíso. Sí, es hasta humillante pedir una visa para Estados Unidos. Porque, además, se debe de pagar por adelantado el trámite, sea aceptada o no la persona que lo solicita, así que en caso de que no se la concedan, ya se quedó la embajada con ese dinero. Es casi un robo por adelantado (ver: https://adansalgadoandrade.blogspot.com/2008/02/trmite-de-la-visa-estadounidense-un.html).

Dice doña Clara que los únicos días de venta son los fines de semana, “y me viene a ayudar mi hermana Carmen, porque apenas si me sale para pagar la renta y algo más para mis gastos. Entre semana esto está muerto, ni para venir, porque nada más gastaría en balde”. Comenzó a trabajar allí hace diez años, vendiendo quesadillas en un anafre que instalaba sobre unas piedras. “Entonces, no cobraban los ejidatarios casi nada, fíjese, quince pesos al mes. Pero ahora pago ¡mil trescientos! Y eso que uno es mi primo”.

Pues vaya “primo” tan poco solidario, pienso.

Platica que son veintiún los ejidatarios que se organizaron para abrir, como dije, en 1960, ese parque. “Pero son muy ambiciosos, porque se han ido apropiando de otras tierras”, señala.

El Cerezo, tendrá unas veinticinco hectáreas en la zona que es, digamos, para los visitantes y probablemente unas cincuenta, tomando en cuenta las zonas arboladas, así que es bastante grande.

Dice doña Clara que los veintiún ejidatarios, de la pura actividad turística del sitio, “se reparten dos veces al año como treinta y cinco mil pesos cada uno, fíjese, no les va mal”. Quizá no sea mucho dinero, pero probablemente tengan otras actividades remuneradoras. Sin embargo, por lo mismo, dice doña Clara que ya han tratado de adjudicarse otros terrenos ejidales. “Sí, se quisieron agarrar terrenos de San Miguel y de El Oyamel, pero hicimos varias juntas y no los dejamos. Es que se han vuelto bien encajosos, no es justo”.

Sí, es lo que he visto en muchos sitios controlados por ejidatarios, que prosperan bastante y de repente, se vuelven tales ejidatarios hasta una clase campesina privilegiada, más interesada en expandir sus negocios que en proteger las áreas naturales en donde se asientan o en ser solidarios con sus paisanos.

Eso dice doña Clara, quien con su hermana Carmen, han visto crecer y prosperar a El Cerezo,
“pero se han vuelto muy codos esos ejidatarios”, señala, en tono reprochante.

Así pasa, por desgracia, con la mayoría de la gente que comienza a tener éxito económico: se olvida de sus raíces y de familiares y amigos que los vieron nacer (algo que se ve en la cinta mexicana “¡Que Viva México!”, del 2023, dirigida por Luis Estrada, en donde el personaje principal, Pancho, llega a ser un exitoso administrador de una empresa, gracias a la carrera que, con muchos trabajos, su humilde familia, del campo, le costeó, pero que se olvida de ellos, ya conquistado el triunfo. Ver: https://es.wikipedia.org/wiki/%C2%A1Que_viva_M%C3%A9xico!).

Su esperanza es que le den la visa. “Yo creo que voy a cerrar como un mes”. Le recomendamos que no lo haga, que deje a su hermana porque “si no la ven los clientes, se van a olvidar de usted”.

Se queda pensativa por unos segundos. “Sí, bueno, ya veré. Y eso, si me dan la visa”, dice, sonriendo.

Pagamos (no fue mucho, a comparación de los precios de la ciudad de México) y le agradecemos, prometiéndole que pronto regresaríamos.

Eso esperamos, pues un viaje así, de apenas una noche y medio día, cuesta alrededor de unos dos mil quinientos pesos (yendo en auto y pagando casetas y gasolina, la comida, las entradas al parque, treinta pesos por persona, el derecho a acampar, cien pesos por tienda, y tres tercios de leña, a cincuenta pesos cada uno. Por cierto, lleva a la reflexión de que tener leña, también es una actividad depredadora), no tan barato ya.

Pero siempre son necesarios paseos así, para reencontrarse con el bosque, con el verdor.

Finalmente, tenemos cientos de años en los cuales vivió la humanidad en medio de bosques y selvas, no en las hacinadas ciudades de la actualidad. Tenemos en nuestra genética una herencia natural, verde, silvestre.

Así que esperemos que esos veintiún ejidatarios dejen de ser tan ambiciosos, sean más solidarios y disfruten lo que tienen.

Nada se van a llevar cuando partan al Mictlan.

Así como nos pasará a todos cuando fallezcamos.

 

Contacto: studillac@hotmail.com