De felicidad social, cinismo e imitadores
Por Adán Salgado Andrade
Hace unos días, AMLO
afirmó que “el pueblo está feliz, feliz, feliz”, y que lo va a demostrar
documentalmente (ver: https://www.jornada.com.mx/2019/08/23/politica/005n1pol).
Pero bastaría acudir a
algún restaurante-bar en donde se ofrezcan, los fines de semana, variedades,
tales como “música viva” o algún animador, para constar la afirmación del
presidente, como pudimos presenciar la noche del viernes, que aquí narro.
El lugar, “La
Huarachera de Coyoacán”, celebra dos años de haber sido inaugurada, y decidió festejarlos
a lo grande, quizá en la misma tónica de AMLO, para demostrar que está “muy
feliz”.
En el nombre del
restaurante, se evoca a esa zona de la ciudad muy concurrida por los “fresas”
o, más acorde con el diálogo amlista, los “fi-fis”, quizá para que los de
Ixtapaluca nos sintamos en Coyoacán, al entrar allí, sin tener que salir de la
suburbana “madre patria” (sí, porque para llegar a Coyoacán, aún en auto, y sin
tanto tráfico, es no menos de una hora o más de camino, además del gasto en
gasolina o de los pasajes).
Como dije, la
Huarachera decidió celebrar a lo grande, no teniendo empacho en contratar,
además del grupo musical que siempre ameniza las cenas los fines de semana,
nada menos que al mismísimo ¡Luis Miguel!, sí, ese cantante tan preciado por
muchas y muchos (aunque luego deban de cancelarse algunos conciertos porque se
ha sentido “indispuesto”)… bueno, al imitador, pero, ¡eso, sí, al mejor
imitador de Luismi, el señor Luis
Antonio Pineda!
Llegué con Elena al
cuarto para las ocho, pues el evento estaba anunciado a las ocho de la noche.
Elena, que es fan de Luismi, estaba
tan emocionada, que hasta se apuró a terminar sus labores en casa (hacer la
comida para sus hijas y su marido, lavar trastes, ropa…), con tal de pasar un
buen rato viendo a su ídolo, bueno, a su, casi, clon, porque, según supe
después, es el único y más cotizado imitador del famoso cantante, que a tantas
y tantos ha conquistado con su singular tesitura de voz e intensa manera de
cantar.
El restaurante-bar está
encima de un Oxxo, así que debimos de subir unas escaleras para accederlo. Es
un sitio aceptable, limpio, bien iluminado, pues al anunciarse como “familiar”,
supongo que debe de cumplir con ese tipo de imagen.
Al llegar, la
recepcionista nos preguntó si teníamos reservación, pero Elena le dijo que “me comentaron
que no se necesitaba”. Nos pasó directo a la terraza, al parecer el lugar más
exclusivo del restaurante, en donde, al fondo, estaban instalados instrumentos
musicales.
Mientras llegaba el
grupo de música viva y, sobre todo, el imitador, las bocinas del lugar sonaban
la música que emanaba de videos
musicales, de distintos artistas, los que también se podían ver en varias
pantallas, distribuidas por el salón.
Elena, como los demás,
también requiere, de vez en cuando, de un relax,
de un apartarse de la terrible realidad que vivimos a diario, con crisis
económicas, violencia familiar y social, asaltos, asesinatos, violaciones,
secuestros… en esos momentos, ni siquiera el pensar que alguna banda de
delincuentes pudieran entrar al sitio y balacear a los comensales, quitaba las
sonrisas o carcajadas o silenciaba las conversaciones de los que allí estábamos,
esperando a Luismi, mientras ordenábamos bebidas y los alimentos que las debían
de acompañar obligatoriamente (la mesera,
muy educada, nos lo advirtió, que “deben ingerir algún alimento para tomar”).
No llevábamos mucha
hambre, pues acabábamos de comer, pero, por cumplir con la “norma”, pedimos
unas “alitas” a la BBQ (apócope de barbecue,
a la barbacoa, piezas del pollo que
antes nadie gustaba, pero que bastó con que una franquicia estadounidense las
preparara aderezadas de varias formas, para que se popularizaran y ahora sean
más preciadas que las pechugas de pollo).
Le preguntamos a la
chica que a qué hora iniciaría el espectáculo del imitador y nos dijo, para
nuestro ligero desencanto, que sería hasta las
nueve. “Es que se les cita antes, para que lleguen a tiempo”, dijo, a
manera de excusa. Resignación…
Ni modo, no nos quedó
más que esperar y comenzar a pedir.
Elena pidió una cerveza
obscura y, yo, un (pulque) “curado” de coco.
Hablamos sobre esto o
aquello, mientras veíamos cómo el lugar se iba llenando con personas de todo
tipo y edades, muy dispuestas a gastarse una buen cantidad de dinero, con tal
de quedar bien con la amiga, la amante (los más), la novia, la esposa (los
menos), y que los poderes etílicos del alcohol y el baile hicieran el favor de
la desinhibición, para que se facilitara el besarla, el besarlo, el bailar con
ella, el acercársele (si es la amiga o el amigo) más fácilmente, el aventurar
un beso o una declaración de amor… que quizá se sellara, más tarde, en una
habitación de hotel…
Y en ese momento no
cabía la declaración, muy esgrimida por muchos, de que “¡La gente no compra, no
hay dinero, muchos se están muriendo de hambre!”…
No, en esa noche, en La
Huarachera, los que no tienen dinero ni para comer, no estaban presentes, no,
pues los que estábamos allí, teníamos dinero (algo, no tanto), para comer, pero
también para tomar.
Elena y yo lo hicimos
con moderación – en las poco más de cinco horas que permanecimos allí, Elena se
tomó una cerveza y tres piñas coladas, y yo, dos curados de coco, un agua
mineral y una “coca” –, pero en las mesas contiguas comenzaron con cervezas
embotelladas, a las que siguió el tequila, el whisky, el brandy, solos o con
refresco… y, para no estar pidiendo cervezas a cada rato, mejor ordenaron
“yardas”, bien frías, con su llave en la base, para simplemente rellenar el
tarro, y seguir con la plática, la diversión, las risas, carcajadas… ¡vaya, el
cinismo social, ponerle cara de alegría a la adversidad, estar “felices”, como
dice nuestro presidente!
Y es que el estar
tomando, proporcionó la tolerancia suficiente para esperar a Luismi.
O también habían estado
bailando, al ritmo de las cumbias grabadas que proyectaban las bocinas, las
piezas más gustadas. Elena se preguntó si todos iban con sus esposas o parejas
y le aseguré que eran los menos, pues la mayoría estaba con el “amigo”, la
“amiga”, el o la amante… sí, con tal de tener un factor más para ser “felices”…
El lugar es estrecho.
La “pista” de bale no da cobijo a más de
cinco o seis parejas, por lo que muchos lo hacían entre las mesas. Un hombre
muy gordo, de unos 45 años, que bailaba con una mujer de unos 30 años, con cada
vuelta que daba, nos golpeaba la mesa… pero, ni modo de reclamarle, pues, al
fin, es parte de la “algarabía”, promovida por el sano ambiente que emana de La Huarachera en ese momento…
Eran más de las nueve
de la noche, cuando se acercó de nuevo
la mesera para preguntarnos si deseábamos algo más. Antes de ordenar, le preguntamos
que si, realmente, el imitador llegaría, y nos dijo que sí, que ya debía de
haber llegado. Bueno, quedaba la esperanza aún. En nuestra desfalleciente
“confianza social”, hasta sospechamos que fue sólo “el gancho” para que el
lugar juntara bastante gente y que, en cierto momento, pretextaran algún
problema, para justificar la ausencia del imitador. Pero, mientras tanto, ya
todos habríamos consumido muchísimo más que en días normales.
Y en esos pensamientos
andábamos, cuando se nos acercó otro mesero, un señor de unos 65 años o más,
para decirnos que “sí, ya viene, pero está atorado por la lluvia en el circuito
mexiquense, pero que sí va a venir, nomás que salga”…
Bueno, suspiramos
aliviados, desechando nuestras ideas
conspiracionistas de que sólo hubiera sido algún señuelo, para atraer a
ingenuos comensales y bebedores a La Huarachera…
La música grabada que
hasta ese tiempo había estado sonando, fue interrumpida, pues ya se habían
instalado los músicos de la banda “en vivo”, los que comenzaron a interpretar
canciones de “ska”, de los años 1990’s, que algunas parejas, sobre todo de
jóvenes, se levantaron para bailar – quienes no habían bailado las cumbias, a
lo mejor por el “rompimiento generacional” –, aliviados, tal vez, de que les
hubieran puesto, por fin, música de su agrado.
Y allí estaban, dando
saltos y moviendo brazos y manos, en el estilo de ese saltarín ritmo.
Los demás seguían
comiendo, los menos, y tomando mucho, los más, hablando de sus cosas, no quizá
de sus problemas, pero sí, muy probablemente, de que “mi esposa sabe que voy a
llegar tarde porque tengo mucho trabajo en la oficina”, guiñando el ojo al que
o a la que lo escuchara, o de que “me va a caer un buen bisne”, o que “ya
cambié mi camioneta por una más nueva”…
Sí, porque no creo que
en ese momento alguien se preocupara del incendio del Amazonas o de los miles
de migrantes que han tratado de entrar a Estados Unidos, víctimas de violencia
y pobreza en sus países…
¡No, en ese momento,
era divertirse a lo grande, esperar a que llegara Luismi – porque muchos, al parecer, sólo habían ido por ver a Luis
Miguel, aunque no fuera el de a deveras!
Al fin, por el
micrófono, pasadas las once de la noche, once y cuarto, probablemente, alguien
dio la “Primera llamada, primera!”, anunciando que estaba próximo a salir en
escena el tan esperado Luismi…
Pasaron otros minutos,
y dieron la “Segunda llamada, segunda”…
Todos estábamos
expectantes…
Y, finalmente, vino la “Tercera llamada, tercera”…
Unos dos, tres minutos
más tarde, ¡por fin, entró al salón Luis Miguel, el único!... bueno, el único
de México que más se le acerca al producto original…
Y entró cantando
“Cuando calienta el sol”, sí, para que fuéramos entrando en calor, luego de que
probablemente algunos se entumecieron por la larga espera…
Los gritos de la multitud estallaron y, de inmediato, se pusieron
a cantarla – o graznarla – junto con él, quien lucía impecable, vistiendo
esmoquin negro, camisa muy blanca, con holanes, moño negro y gafas oscuras,
perfectamente peinado con algún fijador de cabello, sí, no cabe duda, teníamos
allí, frente a nosotros, cantando, a Luis Miguel…
Terminó esa primera
canción e hizo una pausa para saludar “a Ixtapaluca” y todos los gritos rompieron
a coro, agradecer la visita – ninguna excusa por la tardanza, que quizá, fue
inventada por los dueños del restaurante – y a decirnos que cantaría de su
repertorio y de las que le pidiéramos…
Luego, para todos los
que aún creen en el amor, interpretó “Amor, amor, amor”, con la cual, varios,
de seguro, sintieron desmayar, pues les habría recordado a algún viejo amor,
alguna decepción o al que tienen al lado, “a ver si se me hace”…
Y también, Luismi, nos invitó a cantarla junto con él,
lo cual varias y varios hicimos. Elena cantaba, muy emocionada, recordando quizá
pasadas épocas. Se le veía nostálgica, pero feliz…
Hizo Luismi una pausa,
y en una mesa le invitaron una copa, que aceptó y tomó de un trago. Iba
recorriendo las mesas y saludando, haciendo alguna broma…
Su voz no se escucha
bien, porque, como sucede en esos sitios, no hay buena acústica, pues el sonido
rebota y crea una confusión sonora, que, ni modo, debemos de “apechugar”…
Eso no sucedería si
hubiéramos estado viendo al original en algún concierto, pero, no importa, le
echamos cinismo, y seguimos escuchando…
Y, a propósito de
cinismo, es también otra forma de sobrevivencia, hacer caso omiso a la terrible
realidad, porque si la tomamos a conciencia, si “nos clavamos”, como bien dice
el vox populi, nos va peor, los problemas se magnifican y nuestra miseria, no
sólo económica, sino del estado de ánimo, se agrava… eso, la falta de cinismo,
ha llevado a un brutal incremento en los suicidios, no sólo en el país, sino a
nivel mundial. En el 2016, por ejemplo, se suicidaron 817,000 personas en el
planeta, y la cantidad va en ascenso, ocasionados, principalmente, por
problemas económicos (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2019/02/el-alarmante-incremento-de-los.html).
Quizá si el cinismo
interviniera a tiempo, no se quitaría la vida tanta gente…
Por eso, allí estábamos,
echándole cinismo, no haciendo caso
del pésimo audio, de la larga espera, de los empujones, de que había gente
fumando (extrañamente, en ese sitio, no hay la restricción de que no se fume
adentro), del calor…
No, allí fuimos a
escuchar a Luismi, y es lo que hacíamos,
ahora que cantaba “Inolvidable”, que Armando Manzanero le compusiera…
Y muchos suspiraban, dando
un trago a su bebida, por ese inolvidable
amor, que ya “fue”, como dicen, pero que nunca se olvidará…
Elena se las supo todas
y las que siguieron, “Suave”, “Por debajo de la mesa”, “La Bikina”, que todos “cantamos”
fervorosamente, “Ahora te puedes marchar” (el cover en español, de la que hiciera famosa Dusty Springfield, pero
que, en inglés, se titula “I only want to be with you), “Culpable o no”, “La
incondicional”, “Entrégate”…
Elena se levantó antes
de que Luismi interpretara “La incondicional”, y se le acercó, para pedirle
que, por favor, cantara “Si te perdiera”.
Esa canción le es
particularmente entrañable porque “era la que le ponía a mi hija, cuando estaba
ella enferma de la debilidad”. Hace un par de años, su hija menor, de repente,
enfermó de algo que, hasta la fecha, no se ha podido precisar bien qué dolencia
es. Han acudido con varios doctores especialistas y hasta con “brujos”, pero no
han atinado a hacer un diagnóstico.
Pero, finalmente, su
hija ha ido superando sola la enfermedad. Lo que le ha ayudado son varios tés
que un famoso herbolario le recetó “y ya se está levantando”.
Eso fue lo que le dijo
a Luismi y, muy gentil, éste, le prometió cantarla al final, a pesar de que “no
me la sé muy bien”…
Cuando terminó de
cantar “Entrégate”, al parecer, había olvidado la promesa y ya se iba.
Elena se levantó, y se
la recordó.
Y Luismi no tuvo
empacho en hacerlo. Dijo que la cantaría, porque “es muy especial para Elena”.
Pidió que pusieran la
pista correspondiente, se acercó a nuestra mesa y se la cantó, con mucho, real
sentimiento…
Elena estaba hecha toda
lágrimas, y yo, junto con ella…
Un momento muy emotivo ese, al parecer, sentido
por todos los presentes…
Al final, Luis Miguel
le dio un fraternal abrazo, muy sentido…
Y partió…
Estuvimos un rato más,
suficientes para pedir la cuenta y acudir al baño.
Fue razonable lo que
nos cobraron, claro, si se bebe y come moderadamente.
Al salir, nos
encontramos con una mujer bastante ebria, que estaba siendo sostenida
(manoseada) por dos “amigos”. Su desencajado rostro, la boca abierta, babeando,
mostraba los duros efectos del sobreconsumo de alcohol, de distintas bebidas
que al “cruzarse”, tienen un devastador efecto en el organismo. “Es que no
saben tomar”, dirían los “que sí saben”…
Pero, bueno, son los
efectos “colaterales” de haber estado contentos y “felices” por un rato,
habiendo sido amenizados por Luismi…
Porque Elena estaba
feliz, la gente estaba feliz, yo estaba feliz…
Y es que, finalmente,
estuvimos allí, cumpliendo la consigna de “ser felices”, como dice AMLO que
estamos todos o… ¿ustedes no lo están?
Contacto: studillac@hotmail.com