La histórica, novelesca violencia en Morelos
Por Adán Salgado Andrade
La literatura de época nos permite enterarnos de detalles de la vida
cotidiana de otros tiempos, los que no se ofrecen en obras históricas que
refieran únicamente aspectos generales de dichos tiempos.
Una obra que nos adentra al México cotidiano de los años 1860’s es la
novela “El Zarco”, escrita por Ignacio Manuel Altamirano (Tixtla,
Guerrero,1834-1893). Esta novela, pareciera que ubicara muchos de los sucesos
que vemos actualmente, sobre todo en Morelos, en esa época o, dicho de otra
forma, muestra que la historia es cíclica, repetitiva.
Morelos padece actualmente corrupción, prepotencia, robos, asesinatos,
secuestros, violencia de criminales organizados… y así. Por ejemplo, por
corrupción, se han construido allí varios fraccionamientos, dirigidos a
personas de recursos medios y altos. Para ello, se ha cambiado ilegalmente el
uso de suelo, de agrícola a “urbano”, sin gran problema, tan sólo con sobornar
a munícipes a cargo de los lugares en donde tales fraccionamientos se
establecen (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2016/03/corrupcion-inmobiliaria-y-municipal.html).
Como señalé, los delitos de alto impacto se han
incrementado muchísimo en los pasados años, sin que la pasada administración,
del mafioso Graco Ramírez, hiciera algo real por disminuirlos (ver: https://www.proceso.com.mx/526305/el-secuestro-la-violacion-y-homicidio-al-alza-en-morelos-ong).
Y podría pensarse que los tiempos pasados fueron los mejores, más no es
así, como veremos.
“El Zarco” fue escrita entre 1886 y 1888, pero se publicó póstumamente,
luego de la muerte de Altamirano, hasta 1901, por una serie de problemas
editoriales.
La edición que leí fue publicada en 1970, por Editora Nacional, un
facsímil de la edición original de 1901, ilustrada magníficamente por Antoni
Utrillo (España, 1867-1944).
La época en que se ubica es entre los años 1861 y 1867 y refiere la
historia de muchos bandidos de entonces, quienes asolaban al estado de Morelos,
robando haciendas, pueblos, secuestrando mujeres, asesinando a hombres,
asaltando los caminos, fueran nacionales o extranjeros los que en las
diligencias viajaran.
Altamirano se basó en varios de esos temibles personajes,
particularmente en la figura de Salomé Plascencia, jefe de Los Plateados, los más sanguinarios bandidos de la región (ver: http://148.202.18.157/sitios/publicacionesite/pperiod/takwa/Takwa1112/carlosa_barreto.pdf).
Esos bandidos surgían por dos motivos principales.
El primero, por la profunda pobreza reinante en un país convulso, sin
estabilidad política, que había perdido más de la mitad de su territorio a
manos de Estados Unidos y que, en 1861, fue invadido por Francia, debido al
expansionismo de Napoleón III. El segundo motivo era que, cuando los soldados
en activo del ejército juarista eran despedidos, fuera porque ya no se
requerían o no se les podía pagar, menciona Altamirano, se ponían a robar para
subsistir, “tolerada esa situación por Juárez”. Muy probablemente eso llevó a
la ruptura entre Altamirano y Benito Juárez (Oaxaca, 1906-1872), pues, según
Altamirano – dado a entender en la novela, páginas 84 a 85 –, el gobierno
juarista toleraba que esos bandoleros, muchos ex soldados, subsistieran
robando.
El Zarco asolaba la región de Yautepec y sus
alrededores y se refugiaba en una hacienda abandonada, Xochimancas, junto con
Los Plateados, que eran unos 500 hombres muy bien armados, además de
uniformados, pues todos, sobre todo el Zarco, procuraban lucir adornos de plata
en sus ropajes, aunque no tan elegantes como los del Zarco y los jefes
principales.
La historia se centra en el romance del Zarco y
Manuela, una “dama decente” de Yautepec, a quien “roba” de su casa. En
realidad, no era un robo, sino que Manuela conoció al Zarco en Cuernavaca, en
una ocasión en que éste “ayudaba” a las tropas juaristas a perseguir al general
anti-juarista (después, colaborador de los franceses) Leonardo Márquez
(1820-1913). Y ambos convinieron, secretamente, en las veces que el Zarco
visitaba a Manuela en Yautepec (se veían a un lado de una de las bardas de la
casa de ella, a la media noche) en que, muy pronto, se la llevaría.
Otro personaje, Nicolás, noble herrero de “sangre
indígena”, que la pretendía, fue siempre despreciado por Manuela. Ella vivía
con su septuagenaria madre, doña Antonia que, cuando se entera de la huida de
su hija con el temible bandolero, cae enferma. Pilar, la ahijada de doña
Antonia, la cuida hasta el final. Se da, entonces, el romance entre ella y
Nicolás, quien se percata de que Pilar lo ama profundamente.
Más adelante, Altamirano introduce a un personaje
que habría de buscar justicia, “por propia mano”, contra los bandoleros, Martín
Sánchez Chagollan, a quien los Plateados habían asaltado su hacienda y
asesinado a varios miembros de su familia tiempo atrás. Este justiciero
organizó a una cuadrilla de hombres, quienes, valientemente, a pesar de ser
pocos, emboscaban a cuadrillas de Plateados, los mataban y colgaban.
Eso que hacía Martín Sánchez, podría muy bien ser
comparado actualmente con las autodefensas que se han formado en Morelos y en
otros estados, como Michoacán y Guerrero, debido a la inseguridad imperante,
auspiciada por las pasadas mafias en el poder, y que a la gente no le ha
quedado más remedio que buscar justicia por su propia mano (ver: https://www.elsoldecuernavaca.com.mx/local/desaparecen-autodefensas-en-morelos-2665539.html).
Y la severidad con que Sánchez trataba a los
bandoleros, matándolos y colgándolos, sin miramientos, recordaría a los
linchamientos que actualmente se dan y se vuelven cada vez más frecuentes, como
muy cuestionables métodos de “justicia popular”.
A lo largo de la novela, Altamirano hace referencia
a que los Plateados podían actuar libremente e, incluso, salir de la cárcel sin
problemas por las múltiples conexiones que tenían con distintas “autoridades” y
“personajes influyentes” de la región e, incluso, de la capital, pues todos
recibían “beneficios económicos” de los hurtos de aquéllos, lo que en actual equivaldría
al cohecho, a la “compra” de mandos policiales y “gubernamentales”, con tal de
actuar el crimen organizado del país a sus anchas.
Refiere la novela un ficticio encuentro que Sánchez
sostiene con el presidente Juárez, en el que le pide armas y que “me dé el
gobierno facultades para colgar a todos los bandidos que yo coja”. Y aunque a
Juárez le parece algo excesivo, acepta la propuesta, proporcionándole armas y
poderes extraordinarios para “colgar a los bandidos”.
Quizá haya sido una crítica a Juárez, por parte de
Altamirano – muy tardía, pues ya aquél había muerto, cuando escribió la novela –,
pero, de alguna forma, en ese revisionismo histórico, le señalaba sus errores,
tanto su blandura, así como el que hubiera permitido que los ex soldados,
vueltos bandoleros, se multiplicaran.
Volviendo al argumento, Manuela, una vez “robada” y
viviendo en Xochimancas, se da cuenta de su terrible error, al ver que la vida
del Zarco no era tan “épica” como ella habría creído. Más bien, se le presentó
la vida tan cruda que llevaban esos bandidos, mal educados, machistas,
desaseados, viviendo en condiciones terribles, teniendo a mujeres a su servicio
y amasiato, “sucias, mal comidas, mal vestidas, enfermas, obligadas a proveer
de alimentos y otras necesidades domésticas a esa ralea de forajidos”. Y su
Zarco, resultó ser sólo un “cobarde”, que se escudaba en su piel rubia y sus
ojos azules para cometer robos viles, en los que ordenaba asesinar, sin
tentarse el corazón, a las pobres víctimas. Pero el Zarco, entonces, le
reprochaba que cómo podía reclamarle, si “muy bien que te gustan las joyas que
te he regalado, Manuela”.
Nicolás, por su lado, se enfrenta con un general
cobarde que no enfrenta a los Plateados por no ser “su función”. Aquí, muy bien
podría compararse esto, hoy en día, con la inacción de la policía morelense,
que muchos de sus elementos no actúan contra la delincuencia organizada porque
los superan en armas o porque los han “comprado” y son parte de su nómina.
Pilar, entonces, busca por todos los medios
liberarlo… y lo logra. Su amor se afianza y se casan, muy felices.
A Manuela, su insensible ambición, la conduce a un
terrible final, pues debe de presenciar el ahorcamiento de su Zarco, lo que le
provoca tan hondo dolor, que muere. Sánchez, sin inmutarse, ordena que los
entierren juntos.
Quizá también Altamirano haya criticado, sutilmente,
el racismo que, por desgracia, está tan arraigado en este país, producto de la
herencia colonial maldita, pues Manuela se sintió atraída por el Zarco, tan
sólo por su físico, un güerejo de azules ojos, en tanto que siempre rehusó a
Nicolás, por ser un “indio” (cuando está viviendo con los bandoleros, habría de
cambiar su opinión del noble herrero, arrepintiéndose de no haberle
correspondido y comienza a envidiar a Pilar).
En fin, muy sorprendentes los paralelismos
históricos entre el Morelos del Zarco y el actual.
Y, ante la todavía creciente escalada en la
violencia, sólo haría falta un justiciero como Martín Sánchez Chagollan, que
fríamente, sin tapujos, controlara a la criminalidad, no sólo de Morelos, sino
de todo el país.
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