domingo, 14 de abril de 2019

La histórica, novelesca violencia en Morelos


La histórica, novelesca violencia en Morelos
Por Adán Salgado Andrade

La literatura de época nos permite enterarnos de detalles de la vida cotidiana de otros tiempos, los que no se ofrecen en obras históricas que refieran únicamente aspectos generales de dichos tiempos.
Una obra que nos adentra al México cotidiano de los años 1860’s es la novela “El Zarco”, escrita por Ignacio Manuel Altamirano (Tixtla, Guerrero,1834-1893). Esta novela, pareciera que ubicara muchos de los sucesos que vemos actualmente, sobre todo en Morelos, en esa época o, dicho de otra forma, muestra que la historia es cíclica, repetitiva.
Morelos padece actualmente corrupción, prepotencia, robos, asesinatos, secuestros, violencia de criminales organizados… y así. Por ejemplo, por corrupción, se han construido allí varios fraccionamientos, dirigidos a personas de recursos medios y altos. Para ello, se ha cambiado ilegalmente el uso de suelo, de agrícola a “urbano”, sin gran problema, tan sólo con sobornar a munícipes a cargo de los lugares en donde tales fraccionamientos se establecen (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2016/03/corrupcion-inmobiliaria-y-municipal.html).
Como señalé, los delitos de alto impacto se han incrementado muchísimo en los pasados años, sin que la pasada administración, del mafioso Graco Ramírez, hiciera algo real por disminuirlos (ver: https://www.proceso.com.mx/526305/el-secuestro-la-violacion-y-homicidio-al-alza-en-morelos-ong).  
Y podría pensarse que los tiempos pasados fueron los mejores, más no es así, como veremos.
“El Zarco” fue escrita entre 1886 y 1888, pero se publicó póstumamente, luego de la muerte de Altamirano, hasta 1901, por una serie de problemas editoriales.
La edición que leí fue publicada en 1970, por Editora Nacional, un facsímil de la edición original de 1901, ilustrada magníficamente por Antoni Utrillo (España, 1867-1944).
La época en que se ubica es entre los años 1861 y 1867 y refiere la historia de muchos bandidos de entonces, quienes asolaban al estado de Morelos, robando haciendas, pueblos, secuestrando mujeres, asesinando a hombres, asaltando los caminos, fueran nacionales o extranjeros los que en las diligencias viajaran.
Altamirano se basó en varios de esos temibles personajes, particularmente en la figura de Salomé Plascencia, jefe de Los Plateados, los más sanguinarios bandidos de la región (ver:  http://148.202.18.157/sitios/publicacionesite/pperiod/takwa/Takwa1112/carlosa_barreto.pdf).
Esos bandidos surgían por dos motivos principales. El primero, por la profunda pobreza reinante en un país convulso, sin estabilidad política, que había perdido más de la mitad de su territorio a manos de Estados Unidos y que, en 1861, fue invadido por Francia, debido al expansionismo de Napoleón III. El segundo motivo era que, cuando los soldados en activo del ejército juarista eran despedidos, fuera porque ya no se requerían o no se les podía pagar, menciona Altamirano, se ponían a robar para subsistir, “tolerada esa situación por Juárez”. Muy probablemente eso llevó a la ruptura entre Altamirano y Benito Juárez (Oaxaca, 1906-1872), pues, según Altamirano – dado a entender en la novela, páginas 84 a 85 –, el gobierno juarista toleraba que esos bandoleros, muchos ex soldados, subsistieran robando.
El Zarco asolaba la región de Yautepec y sus alrededores y se refugiaba en una hacienda abandonada, Xochimancas, junto con Los Plateados, que eran unos 500 hombres muy bien armados, además de uniformados, pues todos, sobre todo el Zarco, procuraban lucir adornos de plata en sus ropajes, aunque no tan elegantes como los del Zarco y los jefes principales.
La historia se centra en el romance del Zarco y Manuela, una “dama decente” de Yautepec, a quien “roba” de su casa. En realidad, no era un robo, sino que Manuela conoció al Zarco en Cuernavaca, en una ocasión en que éste “ayudaba” a las tropas juaristas a perseguir al general anti-juarista (después, colaborador de los franceses) Leonardo Márquez (1820-1913). Y ambos convinieron, secretamente, en las veces que el Zarco visitaba a Manuela en Yautepec (se veían a un lado de una de las bardas de la casa de ella, a la media noche) en que, muy pronto, se la llevaría.
Otro personaje, Nicolás, noble herrero de “sangre indígena”, que la pretendía, fue siempre despreciado por Manuela. Ella vivía con su septuagenaria madre, doña Antonia que, cuando se entera de la huida de su hija con el temible bandolero, cae enferma. Pilar, la ahijada de doña Antonia, la cuida hasta el final. Se da, entonces, el romance entre ella y Nicolás, quien se percata de que Pilar lo ama profundamente.
Más adelante, Altamirano introduce a un personaje que habría de buscar justicia, “por propia mano”, contra los bandoleros, Martín Sánchez Chagollan, a quien los Plateados habían asaltado su hacienda y asesinado a varios miembros de su familia tiempo atrás. Este justiciero organizó a una cuadrilla de hombres, quienes, valientemente, a pesar de ser pocos, emboscaban a cuadrillas de Plateados, los mataban y colgaban.
Eso que hacía Martín Sánchez, podría muy bien ser comparado actualmente con las autodefensas que se han formado en Morelos y en otros estados, como Michoacán y Guerrero, debido a la inseguridad imperante, auspiciada por las pasadas mafias en el poder, y que a la gente no le ha quedado más remedio que buscar justicia por su propia mano  (ver: https://www.elsoldecuernavaca.com.mx/local/desaparecen-autodefensas-en-morelos-2665539.html).
Y la severidad con que Sánchez trataba a los bandoleros, matándolos y colgándolos, sin miramientos, recordaría a los linchamientos que actualmente se dan y se vuelven cada vez más frecuentes, como muy cuestionables métodos de “justicia popular”.
A lo largo de la novela, Altamirano hace referencia a que los Plateados podían actuar libremente e, incluso, salir de la cárcel sin problemas por las múltiples conexiones que tenían con distintas “autoridades” y “personajes influyentes” de la región e, incluso, de la capital, pues todos recibían “beneficios económicos” de los hurtos de aquéllos, lo que en actual equivaldría al cohecho, a la “compra” de mandos policiales y “gubernamentales”, con tal de actuar el crimen organizado del país a sus anchas.  
Refiere la novela un ficticio encuentro que Sánchez sostiene con el presidente Juárez, en el que le pide armas y que “me dé el gobierno facultades para colgar a todos los bandidos que yo coja”. Y aunque a Juárez le parece algo excesivo, acepta la propuesta, proporcionándole armas y poderes extraordinarios para “colgar a los bandidos”.
Quizá haya sido una crítica a Juárez, por parte de Altamirano – muy tardía, pues ya aquél había muerto, cuando escribió la novela –, pero, de alguna forma, en ese revisionismo histórico, le señalaba sus errores, tanto su blandura, así como el que hubiera permitido que los ex soldados, vueltos bandoleros, se multiplicaran.
Volviendo al argumento, Manuela, una vez “robada” y viviendo en Xochimancas, se da cuenta de su terrible error, al ver que la vida del Zarco no era tan “épica” como ella habría creído. Más bien, se le presentó la vida tan cruda que llevaban esos bandidos, mal educados, machistas, desaseados, viviendo en condiciones terribles, teniendo a mujeres a su servicio y amasiato, “sucias, mal comidas, mal vestidas, enfermas, obligadas a proveer de alimentos y otras necesidades domésticas a esa ralea de forajidos”. Y su Zarco, resultó ser sólo un “cobarde”, que se escudaba en su piel rubia y sus ojos azules para cometer robos viles, en los que ordenaba asesinar, sin tentarse el corazón, a las pobres víctimas. Pero el Zarco, entonces, le reprochaba que cómo podía reclamarle, si “muy bien que te gustan las joyas que te he regalado, Manuela”.
Nicolás, por su lado, se enfrenta con un general cobarde que no enfrenta a los Plateados por no ser “su función”. Aquí, muy bien podría compararse esto, hoy en día, con la inacción de la policía morelense, que muchos de sus elementos no actúan contra la delincuencia organizada porque los superan en armas o porque los han “comprado” y son parte de su nómina.
Pilar, entonces, busca por todos los medios liberarlo… y lo logra. Su amor se afianza y se casan, muy felices.
A Manuela, su insensible ambición, la conduce a un terrible final, pues debe de presenciar el ahorcamiento de su Zarco, lo que le provoca tan hondo dolor, que muere. Sánchez, sin inmutarse, ordena que los entierren juntos.
Quizá también Altamirano haya criticado, sutilmente, el racismo que, por desgracia, está tan arraigado en este país, producto de la herencia colonial maldita, pues Manuela se sintió atraída por el Zarco, tan sólo por su físico, un güerejo de azules ojos, en tanto que siempre rehusó a Nicolás, por ser un “indio” (cuando está viviendo con los bandoleros, habría de cambiar su opinión del noble herrero, arrepintiéndose de no haberle correspondido y comienza a envidiar a Pilar).
En fin, muy sorprendentes los paralelismos históricos entre el Morelos del Zarco y el actual.
Y, ante la todavía creciente escalada en la violencia, sólo haría falta un justiciero como Martín Sánchez Chagollan, que fríamente, sin tapujos, controlara a la criminalidad, no sólo de Morelos, sino de todo el país.