Anton Myrer y su novela “El último
Convertible”, retrato de la
desesperanza de los jóvenes que regresaron
de la segunda guerra mundial
por Adán Salgado Andrade
Anton
Myrer (1922-1996) fue un soldado estadounidense que, cuando deja el ejército,
se convirtió en escritor muy afamado. Sobre todo su novela de 1968 Once an Eagle, fue tan bien acogida, que
actualmente es lectura obligada para las fuerzas armadas de Estados Unidos
(EU), algo así como la biblia militar.
Esa
novela es acerca de dos soldados que luchan durante la segunda guerra mundial,
uno, honesto, Sam Damon, que siempre va por el buen camino, respetuoso de todo
lo militar, ascendiendo gracias a su trabajo y dedicación. El otro, Courtney
Massengale, un ambicioso militar que no tiene escrúpulos para ir ascendiendo,
mediocre, quien pierde una importante batalla gracias a su incapacidad.
Justamente, el personaje Damon es tomado como gran ejemplo por los militares
del Pentágono y por eso lo toman como modelo de formación para los futuros
soldados (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Anton_Myrer).
Sin
embargo, Myrer, al principio muy entusiasta de la guerra – y por eso escribió
Once an Eagle –, luego, se arrepintió, y la consideró como lo peor que puede
hacer la humanidad, pelear entre sí.
Y
ese repentino cambio de opinión sobre la actividad bélica es muy bien reflejado
en la novela The Last Convertible (El
último convertible), de 1978. La edición que leí es de la editorial inglesa
Corgi, de 1979.
En
dicha novela, Myrer aborda el conflicto de la segunda guerra mundial, pero no exclusivamente
durante ella, como muchos autores hicieron en su momento, llegando, incluso, a
la saturación, en mi opinión. Novelas como, por ejemplo, The Naked and the Death (Los desnudos y los muertos), de Norman
Mailer, se enfocan en los horrores que vivieron los soldados estadounidenses
durante el largo y extenuante conflicto armado (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2018/03/normal-0-21-false-false-false-es-mx-x.html).
Myrer
lo aborda en los hechos previos, durante la guerra y lo que siguió, una vez
terminada ésta.
Sus
personajes son un grupo de muchachos universitarios, medio adinerados, que se
unen mucho gracias a un francés de un muy largo nombre, pero que ellos
resumieron como Jean Jean. Ellos son Russ Currier, Terry Gilligan, Ron
Dalrymple (mejor conocido como Dal, a lo largo de la novela), George Virdon y
las chicas Chris, Nancy y Kay.
Está
contada la historia en primera persona, en donde el personaje principal es
George Virdon, que no es adinerado, sino que tiene una beca, además de que
trabaja.
La
historia comienza con George, a finales de los 1960’s, quien está con su esposa
Nancy y sus hijas, Amanda y Peg, y Ron, hijo de Dal y Chris – como dije, muy
buenos amigos desde los tiempos universitarios –, quien a veces, se pasaba
algunos días con ellos. Su hija Amanda está leyendo que Cadillac va a lanzar el
último convertible, pues se consideran vehículos peligrosos. Entonces, cuando
Nancy y su hija se van, George se dirige a su cochera para admirar su Packard
convertible, 1938, que, más adelante refiere, era de Jean Jean, un francés
aristócrata que un día llegó cuando el resto de los amigos estaban por entrar a
Harvard, ya, en plena guerra. Y cuando está recorriendo el flamante, restaurado
auto, apodado Empress, Emperatriz,
porque lo consideraban un súper auto (una Gran Dama), Ron se le acerca para
pedirle una explicación de quién es su padre. Ron está muy enamorado de su hija
Peg. Pero le dice que necesita saber
quién es realmente su padre, pues él sabe que Dal no lo es.
Es
cuando comienza a contarle George el flashback.
Y se
refiere a los mencionados, grandes amigos: Russ, Dal, Jean Jean, Terry y él.
Así como a sus amigas, Nancy, quien ya era su esposa, y Chris, la novia de
Russ.
Va
contando cómo se fueron uniendo mucho y la gran amistad de ellos con el francés
y los problemas clásicos que tenían para hacerse de una novia.
Myrer
aprovecha aquí para dar una explicación de cómo se clasificaban las
universidades de Nueva York, en dónde se realizaba la acción, desde las más
populares, hasta las más elitistas. “Mucho tenía que ver la condición social de
sus estudiantes, lo que se reflejaba en el chocante elitismo de muchas de ellas”,
refiere. Sí, en todos lados existe ese elitismo, pues los ricos asisten a las
universidades de élite, las que muchas veces son preferidas por los empleadores
por sobre las públicas, de donde egresa el “montón”.
También
se refiere a los lugares que frecuentaban para tomar y bailar y acompaña la
descripción con las baladas que se escuchaban en ese entonces, (desde el
principio de la obra, agradece Myrer a las casas propietarias de tales melodías,
el empleo de sus letras). George era considerado como el más noble y ayudador
de todos. Dal era medio creído y, de hecho, se enreda con una chica muy creída,
llamada Kay, insoportable, que termina casándose con un actor de teatro. Terry
era el que tenía baja autoestima y no se consideraba bueno para nada. Russ, de
inclinaciones escritoriales, era novio de Chris, y de ella estaba muy enamorado
George.
Sin
embargo, dentro de toda esa vida tan, digamos, light, comenzaba la preocupación
por los avances del ejército alemán, sobre todo cuando EU decide entrar a la contienda,
luego de que Japón atacara Pearl Harbor. Es cuando el conflicto comienza a ser
una grave preocupación entre los jóvenes, de sacar su espíritu patriótico y
enrolarse en el ejército.
Empiezan
a preocuparse tanto que, en una cena, en la casa de Terry, que se describe muy
lujosa – su familia era adinerada –, George hace la reflexión de que “muy
correctamente, bebimos, y nos miramos los unos a los otros, alrededor de la
mesa. Parecía extraño en este gran salón, con su imitación de tapices Sheraton,
puertas francesas y velas en candelabros, que hubiera una guerra en otra parte,
que hubieran otras casas, otras calles en donde gente estuviera muriendo
grotescamente, horriblemente, en miles de formas. Pero que Dios los tenga
cómodos, caballeros, no dejen que nada los desanime”. Vaya forma de restregarse
la conciencia, pensaba George, por lo menos para él, pero quizá era un
generalizado sentimiento.
Más
adelante, continúa hablando de ese sentimiento: “Ni al caso. No tenía caso
permanecer en la universidad, ni hacer nada que no tuviera que ver con pedales
de aviones o conduciendo vehículos. Tú podías decir que leer La Letra Escarlata o que la política
exterior de Francia eran importantes, pero no
era cierto. La guerra y el invierno acaparaban toda la atención”.
Y es
cuando los amigos comienzan a irse. Jean Jean, fue el primero, pues él había
huido de Francia cuando fue invadida por los alemanes, pero decidió regresar. Y
fue el primero en morir. Luego, es Terry quien se va.
Russ
rompe repentinamente con Chris y se va también a la guerra. Sin saberlo, deja
embarazada a Chris, pero esta no quería que él lo supiera.
Le
pide ayuda a George para abortar. George trata de disuadirla, pero Chris le
reclama que “Mira, si vas a estar de moralista, si me vas a dar un sermón,
olvídalo. Esto no significa nada para mí – decía, mientras se golpeaba el
vientre. Animal, vegetal, mineral, no sé lo que sea y no me interesa. Quizá ya
tiene una identidad, un alma inmortal, un número de seguro social o un maldito
grado en Sociología, pero no me importa. Sólo me importa que será un gran
problema para el resto de mi desnaturalizada vida. ¿Así que quieres discutir
sobre eso?”. Ante esa andanada de, digamos, fiero derecho a decidir de Chris, George
no objeta nada y decide ayudarla.
Él
investiga y averigua, gracias a un amigo doctor, la existencia de una clínica
abortiva clandestina.
Como
el Empress va pasando de mano en mano, pues Jean Jean se lo había dejado a
Russ, quien a su vez se lo deja a George, éste era en el auto en que se
trasladaba.
Cuando
se dirigían en el Empres a dicha clínica, en donde les iban a cobrar 300
dólares, chocan con un tipo ebrio. Y quizá por eso ella cambia, piensa George,
Chris cambia, y decide tener al bebé.
Goerge
siempre estuvo muy enamorado de Chris y es en ese momento que hubiera querido
decirle cuánto la amaba, justo cuando están en el Empress, luego del accidente.
Lo describe así “Me casaré contigo,
me casaré contigo, Chris, te he amado y amado por meses y meses, siempre te he
amado y te amaré, tú no lo sabes, pero es cierto – casi se lo dije, inclinado
sobre ella, en medio de la noche, mi mano en su hombro, pero, de repente, como
una cuchillada en la espalda recordé a Nancy, la vez aquélla, en el lago y su
silencio. Yo no tenía el derecho, pues ya había hecho un compromiso con ella y
tenía que cumplirlo, pues así debía de jugarse el juego, ¿o no?”. En este
pasaje, se refiere George a su novia, Nancy, con quien ya había tenido un
encuentro “sexual” en el Empress, meses atrás, que no había pasado de que le
acariciara los pechos bajo la blusa.
Pero
como George era muy, digamos, correcto y noble, nunca se atrevió a serle
desleal a Nancy, lo que da idea de sus altos o muy prejuiciosos principios
morales. De hecho, en varias partes de la novela hace mención a eso, que quizá
por ser tan recto, hasta se aprovechaban de él. (Más adelante, Chris, ya cuando
había terminado la guerra, que estaba casada con Dal, quien la aceptó a pesar
de que iba a tener el hijo de Russ, le dice a George que ella había hecho una
acción incorrecta, casarse con Dal, por el objetivo correcto, que su hijo
tuviera padre, pero que la mayoría de la gente trataba de hacer una acción
correcta por el objetivo incorrecto. Y era lo que George esa noche hizo,
quedarse con Nancy, acción correcta, para no estar con Chris, objetivo
incorrecto, que lo llevó a arrepentirse toda su vida).
En
esa la parte, la novela regresa al tiempo presente. Ron no cree que su padre
haya sido Russ. Entonces, entran a la casa. Tampoco cree que su madre haya
decidido tenerlo, a pesar de que su padre no se había enterado y, además, se
había ido de una forma precipitada y hasta cobarde. Además, Russ no se había
ido a la guerra sólo por patriotismo, sino también porque se enteró de que Kay,
con la que tuvo un lance, se había casado con un actor.
Y el
giro que da la novela es interesante, porque muestra a jóvenes de su tiempo,
relajientos, enamorados, inmaduros, quienes, de repente, se deben de enfrentar
al horror de la guerra, todo por un banal “patriotismo” que los envuelve a
todos por igual y que siempre ha sido parte del control de las mafias en el
poder estadounidenses, manipular, sobre todo, militarmente, a su gente, para
que se entregue ciega y estúpidamente a guerras, haya sido la Segunda Guerra,
la de Corea, la de Vietnam, la de Irak, la de Afganistán, la de Siria… a todas
en donde se envuelve ese prepotente país, aunque, en realidad, nunca ha ganado
una y la segunda, pues fue gracias a la coalición.
Ya,
durante la guerra, George platica cómo trataban a algunos de los recién
llegados soldados, que iban como sustitutos, como basura. Lo dice así: “El
hecho es que ustedes son sustitutos y no hay nada más bajo que un sustituto,
excepto una perra cazadora con sarna. Ustedes son porquería, son los holgazanes
que nadie quería. A falta de algo mejor, están aquí, escuchándome, en lugar de
estar tendiendo cable para el teléfono del campamento militar o arreglando el
carburador de algún vehículo. Algunos de ustedes creen que tendrán una
aventurilla o algunos otros piensan que si la cagan o tiran su rifle o equipo,
serán enviados a un lugar más seguro. Bueno, pues déjenme decirles que no hay
lugar más jodido que éste, este es el final del camino, de aquí se van en lo
primero que salga a Roma o a Génova o a Marsella o lo que sea que tengan
planeado para sus miserables culos. Así que es su obligación, repito, su
obligación, cuidar su rifle y su equipo e irán a donde sea que los enviemos,
eso es todo”. Así se recibía a los nuevos reclutas, con esos injuriosos
comentarios, como si no valieran nada, quizá ¿para que se fueran curtiendo? Posiblemente,
pero era una forma muy ofensiva, reflexiona George, de tratarlos.
Más
adelante, cuando estaban algunos de ellos en un poblado italiano, George sostiene
una imaginaria conversación con una chica italiana, sobre la futilidad y
perversidad de la guerra, justamente al estar siendo bombardeados por tanques
alemanes. No es que la chica, que hablaba italiano solamente, estuviera
realmente conversando con George, sino que él imagina el siguiente diálogo,
sobre el por qué era absurdo, y hasta inmoral, obedecer a ciegas una orden.
Dice la chica: “Siempre hay opciones. Un hombre puede dar la espalda a
cualquier autoridad. Tú podrías desertar de cualquier ejército si quisieras”. A
lo que George responde: “Pero me capturarían y castigarían, quizá me
condenarían a muerte”. Y la chica continúa su cuestionamiento: “Posiblemente,
Muy posiblemente. Pero podrías hacerlo. Tienes esa opción. Tú estás enojado con
la mezquindad de tu propio ejército y la estupidez de tus oficiales, te he
escuchado. Aun así, no desertarás. Ese pensamiento quizá nunca te ha pasado por
la cabeza”. George vuelve a replicar: “No me ha pasado por la cabeza, pero yo
creo en lo que peleamos… más o menos”. Y la chica, continúa: “Todo mundo cree…
más o menos”. George insiste “No, nuestra causa es la correcta, más que la de
los Nazis, Dios lo sabe. Más justa que la de muchos otros. Así que si también cometemos crímenes, sí, es malo,
muy malo, pero es por un gran bien, ¿no lo ves?” (subrayado mío). Pero la
chica no cede: “¿Pero cuál es el gran bien? Si cualquier sistema sacrifica a su
propia gente por perseguir sus fines y si ese sistema cae, como seguramente
sucederá, ¿cómo puede haber allí un mayor bien, que la alegría de un hombre y
una mujer que estén juntos, compartiendo su orgullo y sus sueños”. Luego de
eso, justamente por el miedo a morir por el bombardeo, la italiana y George se
abrazan, se besan y se hacen el amor, desesperada, pero tiernamente, como si se
hubieran conocido de tiempo atrás, como si fuera a ser la última vez que
habrían de amar a otra persona.
Esas
ideas muestran todo lo que Myrer, en voz de sus personajes, pensaba, ya
transformado su punto de vista, sobre la inutilidad de la guerra, la
utilización de los ciudadanos de un país, sólo porque las mafias que los
controlan entran en conflictos con otros países, porque sus intereses
económicos, sobre todo, peligran. Y la gente es la carne de cañón requerida
para dirimir esas diferencias. Claro, les inyectarán que pelean “por la
patria”, por “el bien del país”, pero, en realidad, pelean y mueren por
defender los mezquinos intereses de los que los dominan.
Sus
grandes amigos durante la guerra son Opp, y un sargento Duchamp, con los que
vive varios enfrentamientos contra los nazis. Es la parte en donde Myrer
describe la pesadilla que fue la guerra, el miedo en todo momento a morir, a ser
rafagueado o despedazado por un cañonazo o una granada.
Refiere
la vez en que la mencionada Kay, quien se caracteriza por su frivolidad,
buscando siempre la fama y fortuna, no tiene empacho en ir a los campos
militares a distraer, con su mediocre espectáculo de interpretación de
canciones, a los cansados soldados. Va por casualidad al campo en donde está
George y se encuentran. Uno de sus amigos, Opp, le dice que es admirable Kay,
porque se entrega a entretenerlos, a pesar del peligro, a lo que George le
objeta que sólo lo hace por la fama, no por patriotismo, que él la conoce de
tiempo atrás, de la universidad, y hasta se la presenta, para probarlo. Eso nos
lleva a pensar en el oportunismo que acompaña a cualquier tipo de actividad, sea
buena o mala, siempre y cuando deje muy buen dinero, como cuando cadenas
comerciales se aprovechan de un desastre natural, como un temblor, por ejemplo,
que se aprestan a pedir la “solidaridad” de la gente, de que les compren
alimentos para enviarlos a los damnificados. Una muy extendida, nefasta,
oportunista costumbre (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2011/07/oportunista-capitalismo-salvaje-o-de.html).
Un
dato interesante que aporta Myrer es que, durante la guerra, a algunas obreras
se les discriminaba por su vestimenta, por considerarla inadecuada. El ejemplo que da es el de una fábrica de aviones que
envió a 53 chicas a su casa porque estaban usando ¡suéter en el trabajo!
Absurdo como, desde siempre, a la mujer se le ha discriminado hasta en eso.
De
uno de los enfrentamientos que tuvieron con los nazis, mueren todos, excepto
George y su amigo Opp. Se ponen a vagar, hambrientos, sedientos, desanimados de
no ver a ningún batallón de sus fuerzas, hasta que llegan a uno. Los soldados,
al verlos, no los reciben con los brazos abiertos, sino que, de inmediato, los
encañonan. Y el sargento encargado les exige que le digan quien jugaba en
tercera base del equipo de béisbol de los Saint
Louis Cards, algo que, por los nervios, George no podía recordar. Y ya casi
cuando los iba a matar el desconfiado sargento, George grita el nombre y el de
otros jugadores. Entonces, el sargento, satisfecho, baja el arma y les ordena a
sus hombres que les den de beber y comer. Pues hasta ese nivel de desconfianza
y descomposición se puede llegar a la guerra, que los mismos “camaradas”
desconfíen entre sí.
Luego
de ese detalle, entre todos traman un plan para deshacerse de un grupo de
tanques nazis que aun andan provocando problemas. El plan es muy arriesgado,
pero deciden llevarlo a cabo. Logran destruir al tanque delantero con una
bazuca y, con granadas, matar al resto de los soldados nazis. Pero es tan
arriesgado, que Opp muere, pidiéndole a George que le avise a su hijo que murió
dignamente.
Al
término de la guerra, continúan las reflexiones de George, sobre todo, lo que
habría de suceder con los vencidos alemanes. Su amigo Dal, le dice que estaba
encargado de las labores de reconstrucción de la derrotada Alemania y estaba
acantonado en Berlín. Y justo allí es que Dal le decía que no podía ser riguroso
con los derrotados, pues no todos eran soldados, muchos eran gente inocente que
tan sólo por un puñado de locos militares, llevaban la culpa. Le dice Dal:
“¿Qué vas a hacer con el chico de ocho años que por hambre robó chocolate a la
División G-3 y que lo descubrieron enterrándolo o con el granjero que nunca se
unió al Partido Nazi, quien fue condenado a seis meses de prisión y al que le
quitaron su propiedad porque habló sin pedir su turno en un mitin, quejándose
de que lo habían apresado porque violó el toque de queda, pues su esposa estaba
enferma y necesitaba ayuda?”.
Si,
allí, nuevamente, Myrer cuestiona la
guerra y lo que deja, sobre todo, a los vencidos, como si todos fueran
enemigos. En una posterior conversación, Russ está en contra de su padre, pues
éste afirma que los esfuerzos por reconstruir Alemania eran buenos para los
negocios de muchas corporaciones estadounidenses. Y Russ le reprocha que le
volverán a dar alas a esos criminales y que seguramente harían otra guerra. Eso
no fue así, por supuesto, pues luego de la derrota a Alemania, Italia y Japón,
se impusieron sendas medidas para que tales países, sobre todo a Alemania, que
debió sufrir la partición en cuatro zonas, no volvieran a poseer capacidades
bélicas. Pero, sí, la reconstrucción europea y japonesa fue un excelente
negocio para EU, que vio subir bastante su economía y el nivel de vida de casi
todos sus ciudadanos, dando lugar a ese periodo de gran bienestar social, que
parecía inagotable, y que se conoció como el American Way of Life, cuando todo mundo, obreros incluidos, gozaron
de buen nivel económico, que les permitía tener una buena casa, autos, electrodomésticos,
una cuenta bancaria y a sus hijos, en escuelas y universidades. Así que, si
ayudando a amigos y a enemigos, se hacían buenos negocios, adelante, el
capitalismo salvaje no tiene ética, ni guarda rencores.
Otra
importante reflexión que hace Myrer es sobre el trauma que deja la guerra. Dice
George, una vez que había regresado y estaba disfrutando otra vez de la misma
materialidad dejada: “Era el ejército, la Guerra que una vez habíamos pensado
que sería extraña. Y, en efecto, había sido extraña, muy extraña. Sólo que
cuando regresamos, lo extraño estaba aquí, extraño, justamente, porque era lo
que habíamos conocido antes. Pero ahora era más pesado, más rico y presuntuoso.
Un nuevo mundo se estaba formando (el aludido bienestar pos guerra), con cosas
para comprar y cosas para tomar. ¿O era que habíamos estado en guerra tanto
tiempo, de una forma muy terrible, que ella se había convertido en una realidad
y todo lo demás era pura fantasía?”.
Es
que quedan tan acostumbrados a matar los soldados, a andar cuidándose, a acechar
al enemigo, a estar alerta en todo momento… que, en efecto, se llevan, digamos,
la guerra de regreso a sus países y todos los traumas sufridos (en la cinta American Sniper, dirigida por Clint
Eastwood, y estelarizada por Bradley Cooper, basada en la vida del
francotirador del ejército estadounidense Chris Kyle, quien combatió en la
guerra contra Irak, se muestra, cuando ya estaba de regreso con su familia, que
cualquier ruido, como el que alguien estuviera operando una llave hidráulica
para sacar tuercas de autos, lo ponía al borde de la histeria, como si
estuviera en la guerra).
Por
esos traumas es que alrededor de ocho mil veteranos de guerra estadounidenses
se suicidan cada año (ver: https://edition.cnn.com/2013/09/21/us/22-veteran-suicides-a-day/index.html).
Así
que, por un tiempo, la existencia se trastocó al regreso de la guerra, hasta
las relaciones familiares, que muchos no se hallaban, como era el caso de Russ,
quien detestaba hablar con sus padres, sobre todo porque había sido herido y
eso le había provocado una cojera.
Y
también se refiere a los “amores perdidos” que habían quedado atrás, como el de
Terry, que se había enamorado de una irlandesa. Al final de la guerra, él le
pide que se casaran y ella se niega, pretextando que su esposo, un inglés, va a
regresar. “No hubo manera de hacerla entender, a pesar de que le dije que
habían pasado años”, le dice a George, muy decepcionado.
Refiere
George que pasaron meses sin que pudieran acoplarse del todo, sin saber qué
hacer, a veces, poniéndose a estudiar como locos, devorando libros, escribiendo,
tratando de graduarse lo antes posible. Y otras veces, matando el tiempo en
algún cabaret o cantina, bebiendo demasiado, “y por muchos días después de eso,
nos hundíamos en la peor de las indolencias, odiando Cambridge, América, la
vida misma”. Sí, esta parte refuerza que los soldados se acostumbran a la guerra. Y ya nada es lo mismo, tras ella, sea
por los traumas, sea porque es, finalmente, un
estilo de vida, el de matar y destruir al enemigo a su pleno antojo.
Con
el tiempo, se van, de nuevo, más o menos acostumbrando a la “vida en paz”. Refiere
la historia que, mientras George, Dal y Chris, Nancy, que se casa con George,
no habían alcanzado aun el “sueño americano”, debían de contentarse con lo poco
que tenían. Las carencias se debían a su pobreza y a la reconstrucción de
Europa, la que suponía escases de muchas cosas en los mismos EU. Al referirse
al lugar en donde vivían Dal y Chris, George describe que “El amueblado de la
casucha era tener lo que se podía en esos días de hacinamiento y escases. Había
un par de destartaladas sillas de mariposa, una antigua silla Morris, con el
relleno saliéndose por una rotura del tapiz y una frazada cubriendo
lastimosamente esa herida; había dos
bancos y una silla de la biblioteca de la universidad desechada, que yo había
compuesto y llevado allí. La cocina, la sala y la recámara estaban en una sola
pieza. Pedazos de alfombra cubrían el piso de triplay. La mesa, que también la
hacía de escritorio, era una puerta que Dal había hallado en el basurero
municipal y barnizado. Chris había hecho lo más posible para dejar presentables
las paredes metálicas de la vivienda cubriéndolas con papalotes japoneses y
había cubierto los focos con lámparas de papel china. Pero la atmósfera de
miseria y precariedad prevalecían”. Son detalles interesantes sobre lo que
implicó la reconstrucción europea y japonesa dentro de los propios EU.
Y
luego la novela refiere los acontecimientos que les dieron algo de esperanza,
sobre todo, en la cuestión política, cuando John F. Kennedy se estaba
postulando como senador demócrata, la forma en que da sus discursos, que a
George y a sus amigos, les llegó,
pues también era egresado de Cambridge, como ellos, y sabía justamente de las
necesidades de los “veteranos”. Y, a pesar de la adversidad, y de que mucha
gente había votado por los republicanos, Kennedy gana su senaduría. Y Terry, se
pone a trabajar con él y eso le da de nuevo sentido a su vida.
Russ
escribe una novela sobre su experiencia en el campo de batalla, que es todo un
éxito, y hasta se vuelve película. Y en esa parte es en donde la frívola,
oportunista Kay, lo vuelve a embelesar con sus encantos físicos y su habilidad
para manipular a las personas, tanto, que Russ deja a Sheilah, hermana de
Terry, quien era su muy enamorada novia,
y que casi se suicida por esa infamia. Russ no escucha a George, quien le dice
que se arrepentirá de haberse casado con Kay, cosa que, mientras Russ estuvo
obnubilado, le pareció una ridiculez.
Como
George finalmente se casa con Nancy, tienen que vivir con lo poco que él
inicialmente gana. Además, sus planes de estudiar una maestría se vienen abajo,
pues debe de decidir entre seguir viviendo en un reducido cuarto de estudiante
con Nancy o trabajar y a comenzar a pensar en el futuro, sobre todo porque
Nancy, a pesar de las precauciones, resulta embarazada. Como los padres de
Nancy eran de buena posición, deploran, sobre todo su madre, que se casara con
él, teniendo “mejores oportunidades”. Sin embargo, el padre de Nancy, lo único
que le pide a George es que “trata bien a la chica”. Y fue lo que George, desde
entonces, hizo. De todos modos, es un personaje noble, acomedido a ayudar a
quien fuera en todo momento, respetando a Nancy, siendo fiel y atento en todo
momento. En una parte reflexiona “¿Haría bien yo en ser tan buena gente todo el
tiempo?”, quizá porque, muchas veces, la amabilidad se toma como estupidez por
mucha gente. Como dice el vox populi,
uno da la mano y le toman el pie.
Y
narra George cómo fue su noche de bodas, habiendo viajado a Nueva York, luego
de la modesta fiesta, para su luna de miel. Con toda naturalidad, siendo su mujer,
George la comienza a acariciar, su pechos, todo su cuerpo, pero cuando le toca
sus labios vaginales y su clítoris, Nancy estalla de coraje, reclamándole que
no era una de sus “putas italianas, a las que les podía hacer cuanto quisiera”.
Todo eso porque los medios manipuladores habían creado una falsa imagen de los
veteranos, poniéndolos como unos depravados que debían rehabilitarse. Dice
George que los conservadores “habían advertido al país sobre nosotros, por
supuesto, veteranos locos por el sexo. Habían cumplido con su deber. Oradores
de cabello entrecano se habían parado en el Senado y habían urgido a que se
crearan centros de ‘desmilitarización’, en donde los más peligrosos soldados
podrían ser rehabilitados, previo a su liberación”. O sea, que hasta de
pervertidos se les calificó a los abnegados soldados, muchos de los cuales,
habían muerto en batalla. Pero otros, comenzaron a morir al regresar, de
acuerdo con lo que narra Myrer-George.
Consigue
George trabajo en una editorial, como jefe editor, revisando qué se podía
publicar y qué, no.
Ya,
casado, George narra que la vida siguió, las heridas, cicatrizaron y los
errores se “enmendaron”. Tuvieron Nancy y él, su primer hijo, Teddy. Y ya que
George comienza a ganar más, se endeudan y compran su primera casa y todo lo
que conlleva al consumismo, a lograr una “categoría social”, el éxito material,
que es el que en los EU de los 1950’s era, y sigue siendo, una forma directa de
alcanzar el “prestigio social”, aunque, en muchas cosas, persistiera el vacío y
la insaciable naturaleza de buscar más y más satisfacciones inmateriales que tal consumismo no
termina de llenar.
Terry
trabajó todo ese tiempo como representante de Kennedy, hasta que este logró la
presidencia. Luego, cuando fue asesinado, implicó tan duro golpe para aquél,
que hasta en depresión cayó.
Dal
y Chris, aunque tuvieron problemas, siguieron juntos. Dal entró a la industria
química y se hace rico dedicándose a la floreciente industria de los plásticos
que, auguró, sería muy buen negocio con el tiempo, hasta, incluso, que los
mares se llenaran de tal indestructible material (aquí, Myrer hace una velada
crítica a la contaminación plástica). Ron, el hijo de Chris, que Dal había
adoptado y amado como a su propio hijo, va creciendo muy educadamente.
Fueron
los tiempos en que todavía no había cura para la temible poliomielitis. George
ya tenía una segunda hija con Nancy, Peg. Un día insistió en que Nancy cuidaba
demasiado a Teddy, que no permitía que saliera a ningún lado a divertirse, justificando
que podría contagiarse de esa enfermedad, que lo dejara ir a entretenerse con
Dal y Chris, quienes los habían invitado a Cape Cod, a la playa y a navegar en
un pequeño velero que Dal había adquirido. Nancy se opuso tenazmente, pero
George se plantó en su decisión de ir. Para su desgracia, Teddy enferma de
poliomielitis, la peor y más letal de todas, y muere. De eso, George nunca se
recupera totalmente, ni Nancy, y siempre se preguntó si al ir, aun en contra de
la voluntad de su esposa, había ocasionado la muerte de su hijo, si había caído
en esas circunstancias de la vida en que se es víctima de esas pequeñas
probabilidades de sufrir hechos funestos, de decir no hubiera hecho esto, cuando ya es muy tarde para rectificar las
cosas.
Algún
tiempo después, regresa Russ de su pésima experiencia matrimonial con Kay y se
lo cuenta todo a George, quien, en principio, no quería saber nada, pues, le
dijo, él le había advertido que cometía un error al casarse con esa perversa
mujer.
Y
así había sido. Como Russ había obtenido mucho dinero por su primer libro, un
éxito editorial, el que se había convertido en una cinta – en la que había
actuado Kay, película que, contrariamente, había recibido malas críticas –, que
también le había proporcionado algo de dinero, Kay se puso, manos a la obra, a
gastar cientos de miles de dólares en construir una lujosa casa, con muchos
vidrios y niveles, cascadas y una gran alberca, que habían dejado casi quebrado
a Russ. No sólo eso, sino que la pérfida Kay le había sido infiel, a tal grado,
que una ocasión que Russ llegó, antes de lo esperado por ella, Kay estaba
nadando desnuda en la alberca y haciéndoles felaciones a un par de actores que
Russ había visto en algún sitio. Y toda la escena era contemplada por un famoso
director de cine. “Tomé mi escopeta y estuve a punto de matarla, George, de
verdad”, le dijo Russ, llorando, muy tomado. Luego, vino el divorcio, y la
mujer, gracias a su rico padre, se quedó con todo y hasta le exigió una
pensión. En esa parte, George reflexiona que, simplemente, somos lo que hacemos
y los errores nos llevan a circunstancias de las que, si salimos, sirven como
experiencias. Eso es lo deseable.
Llegan
los años 1960’s y George ya está en mejor posición. Tiene dos hijas, Peg y
Amanda. Y habla de la diferencia generacional, que mientras ellos, cuando
habían sido jóvenes, amaban acudir a lugares como salones de baile para divertirse
y danzar a ritmo de grandes bandas, los lugares a los que acudían los jóvenes
de esos días, sólo eran para comer y beber, nada de hacer tertulias en las que
se platicaran los problemas políticos del país y, mucho menos, bailar. Y esa
reflexión es aplicable en todo el mundo, pues la brecha generacional se siente.
Por ejemplo, hoy, en México, existe una juventud mucho menos consciente que la
de los 1960’s, como la que logró realizar el movimiento estudiantil – masacrado
por la asesina mafia priista en el poder de entonces.
Con
respecto a la generación de entonces y la actual, habituada a lo que yo llamo facilismo tecnológico – todo al alcance
de las redes sociales y el celular – y a los distractores que ello implica –
Facebook, Google, Twitter, Instagram…–, hay una gran distancia. No se da, por
desgracia, porque ahora sean mejores los jóvenes, sino que el sistema los va
absorbiendo y moldeando, para que satisfagan su exigencia de que consuman, de
que lo material sea lo mejor, de que los valores espirituales queden atrás. George
veía en los jóvenes de los 1950’s de EU eso, siendo su mayor interés un buen
auto, un buen trabajo, una buena posición material… nada más.
Luego,
viene la guerra contra Vietnam, otro craso error del intervencionismo de EU,
como reflexiona George: “¿¡Qué demonios teníamos que ver con aventuras
militares en las selvas del sureste asiático!? Lo que empeoraba eso, era
nuestra creencia de que Kennedy habría impedido esa guerra si no lo hubieran
asesinado. La deploramos y escribíamos encolerizadas cartas y apoyábamos a los
primeros manifestantes, pero todavía era algo efímero, remoto su final”. En
efecto, esa guerra absurda, que perdió EU,
es un buen ejemplo de como la beligerancia de EU, se ha metido en muchos lados,
tratando de imponer sus estúpidos intereses y el de sus corporaciones y,
quienes primero pierden, son los jóvenes de ese país, quienes son reclutados y
convertidos en soldados para que “defiendan los intereses de la patria”. Vaya
“patria”, que, sin escrúpulos de ninguna índole, los envía al matadero (Irak,
Afganistán, Yemen, Siria…).
Y
Ron va a esa guerra, aconsejado por George, quien le dice que es como una
especie de deber moral, pues así como no era bien visto en los tiempos de
George que alguien no hubiera ido a pelear contra los nazis, así, el estigma de
no haber luchado en Vietnam, persistió (incluso, hasta nuestros días, políticos
que fueron jóvenes en los 1960’s, como George Bush, fueron mal vistos porque no
habían ido a Vietnam. Es el síndrome de “si no fuiste a la guerra, eres un mal
estadounidense). Chris le reclama a George el haber convencido a Ron de ir.
George se arrepiente, pero considera que si Ron no lo hacía, lo habría lamentado
después.
El
chico es herido, no de gravedad, pero, gracias a ello, regresa. Y por un tiempo
su relación con George es fría.
Pasan
los años, 25, desde que habían salido de la universidad y todos se reúnen. Y es
cuando Russ, luego de un tiempo de haberse perdido, regresa a verlos. Y trata,
infructuosamente, de hacer que Chris se fugue con él. Ella le dice que no, que
su lugar es con Dal, y se cuida de revelarle que Ron es hijo de él, pues
considera que haberlo hecho, lo habría llevado a sentir un aire de orgullo que
no merecía.
Todo
eso, como señalé, se lo cuenta George a Ron en una tarde. Y lo hace porque el
chico le pregunta sobre su verdadero padre, para que sepa la verdad, de quién
había sido su padre “natural”. “No quiero tener nada que ver con Russ, pero lo
comprendo”, dice Ron, quien sigue viendo como su verdadero padre a Dal y
también a George, pues ambos han sido grandes ejemplos para él.
Ron
le confiesa su gran amor por Peg, de la que está sumamente enamorado. George le
dice que está muy complacido, incluso, que le daría gusto si Ron le dijera que
se llevan muy bien sexualmente, a lo que el chico, algo sorprendido, le dice
que sí, que se llevan muy bien y están pensando en casarse.
George
se siente muy complacido y, como siempre ha pensado, es mejor dejar que la
gente disfrute situaciones que deben gozarse,
como algo muy natural. Tiene razón, pues la extrema represión no conduce a
nada, solamente a que la gente más se empeñe en probar lo prohibido (muchos
grandes negocios se han hecho de prohibir ciertas cosas, como lo fue la
Prohibición, en los 1920’s y 1930’s, que se hizo ilegal el alcohol, y que,
gracias a ello, el negocio ilícito dejó grandes ganancias a los gánsteres.
Ahora, la prohibición de las drogas, ha hecho muy ricos a los narcotraficantes).
George
le ofrece el Empress, diciéndole que se sentiría muy orgulloso si Ron lo usara,
pero el chico se rehúsa. “Los tiempos cambian, señor Virdon. Ella le fue muy
útil a usted, pero no es para estos tiempos, muchas gracias”. George se siente
algo mal, pero lo comprende. Sabe que el Empress, ese fantástico convertible en
el que había vivido tantas cosas, finalmente, ya era todo para él.
Como
señalé antes, a Myrer lo alabaron mucho los militares estadounidenses por su
primer novela, Once an Eagle, un alabo
a la guerra.
Con El último convertible, el Pentágono debe
de haberse escandalizado.
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