domingo, 7 de octubre de 2018

Anton Myrer y su novela “El último Convertible”, retrato de la desesperanza de los jóvenes que regresaron de la segunda guerra mundial


Anton Myrer y su novela “El último Convertible”, retrato de la
desesperanza de los jóvenes que regresaron de la segunda guerra mundial
por Adán Salgado Andrade

Anton Myrer (1922-1996) fue un soldado estadounidense que, cuando deja el ejército, se convirtió en escritor muy afamado. Sobre todo su novela de 1968 Once an Eagle, fue tan bien acogida, que actualmente es lectura obligada para las fuerzas armadas de Estados Unidos (EU), algo así como la biblia militar.
Esa novela es acerca de dos soldados que luchan durante la segunda guerra mundial, uno, honesto, Sam Damon, que siempre va por el buen camino, respetuoso de todo lo militar, ascendiendo gracias a su trabajo y dedicación. El otro, Courtney Massengale, un ambicioso militar que no tiene escrúpulos para ir ascendiendo, mediocre, quien pierde una importante batalla gracias a su incapacidad. Justamente, el personaje Damon es tomado como gran ejemplo por los militares del Pentágono y por eso lo toman como modelo de formación para los futuros soldados (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Anton_Myrer).
Sin embargo, Myrer, al principio muy entusiasta de la guerra – y por eso escribió Once an Eagle –, luego, se arrepintió, y la consideró como lo peor que puede hacer la humanidad, pelear entre sí.
Y ese repentino cambio de opinión sobre la actividad bélica es muy bien reflejado en la novela The Last Convertible (El último convertible), de 1978. La edición que leí es de la editorial inglesa Corgi, de 1979.
En dicha novela, Myrer aborda el conflicto de la segunda guerra mundial, pero no exclusivamente durante ella, como muchos autores hicieron en su momento, llegando, incluso, a la saturación, en mi opinión. Novelas como, por ejemplo, The Naked and the Death (Los desnudos y los muertos), de Norman Mailer, se enfocan en los horrores que vivieron los soldados estadounidenses durante el largo y extenuante conflicto armado (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2018/03/normal-0-21-false-false-false-es-mx-x.html).
Myrer lo aborda en los hechos previos, durante la guerra y lo que siguió, una vez terminada ésta.
Sus personajes son un grupo de muchachos universitarios, medio adinerados, que se unen mucho gracias a un francés de un muy largo nombre, pero que ellos resumieron como Jean Jean. Ellos son Russ Currier, Terry Gilligan, Ron Dalrymple (mejor conocido como Dal, a lo largo de la novela), George Virdon y las chicas Chris, Nancy y Kay.
Está contada la historia en primera persona, en donde el personaje principal es George Virdon, que no es adinerado, sino que tiene una beca, además de que trabaja.
La historia comienza con George, a finales de los 1960’s, quien está con su esposa Nancy y sus hijas, Amanda y Peg, y Ron, hijo de Dal y Chris – como dije, muy buenos amigos desde los tiempos universitarios –, quien a veces, se pasaba algunos días con ellos. Su hija Amanda está leyendo que Cadillac va a lanzar el último convertible, pues se consideran vehículos peligrosos. Entonces, cuando Nancy y su hija se van, George se dirige a su cochera para admirar su Packard convertible, 1938, que, más adelante refiere, era de Jean Jean, un francés aristócrata que un día llegó cuando el resto de los amigos estaban por entrar a Harvard, ya, en plena guerra. Y cuando está recorriendo el flamante, restaurado auto, apodado Empress, Emperatriz, porque lo consideraban un súper auto (una Gran Dama), Ron se le acerca para pedirle una explicación de quién es su padre. Ron está muy enamorado de su hija Peg. Pero le dice que necesita saber quién es realmente su padre, pues él sabe que Dal no lo es.
Es cuando comienza a contarle George el flashback.
Y se refiere a los mencionados, grandes amigos: Russ, Dal, Jean Jean, Terry y él. Así como a sus amigas, Nancy, quien ya era su esposa, y Chris, la novia de Russ.
Va contando cómo se fueron uniendo mucho y la gran amistad de ellos con el francés y los problemas clásicos que tenían para hacerse de una novia.
Myrer aprovecha aquí para dar una explicación de cómo se clasificaban las universidades de Nueva York, en dónde se realizaba la acción, desde las más populares, hasta las más elitistas. “Mucho tenía que ver la condición social de sus estudiantes, lo que se reflejaba en el chocante elitismo de muchas de ellas”, refiere. Sí, en todos lados existe ese elitismo, pues los ricos asisten a las universidades de élite, las que muchas veces son preferidas por los empleadores por sobre las públicas, de donde egresa el “montón”.
También se refiere a los lugares que frecuentaban para tomar y bailar y acompaña la descripción con las baladas que se escuchaban en ese entonces, (desde el principio de la obra, agradece Myrer a las casas propietarias de tales melodías, el empleo de sus letras). George era considerado como el más noble y ayudador de todos. Dal era medio creído y, de hecho, se enreda con una chica muy creída, llamada Kay, insoportable, que termina casándose con un actor de teatro. Terry era el que tenía baja autoestima y no se consideraba bueno para nada. Russ, de inclinaciones escritoriales, era novio de Chris, y de ella estaba muy enamorado George.
Sin embargo, dentro de toda esa vida tan, digamos, light, comenzaba la preocupación por los avances del ejército alemán, sobre todo cuando EU decide entrar a la contienda, luego de que Japón atacara Pearl Harbor. Es cuando el conflicto comienza a ser una grave preocupación entre los jóvenes, de sacar su espíritu patriótico y enrolarse en el ejército.
Empiezan a preocuparse tanto que, en una cena, en la casa de Terry, que se describe muy lujosa – su familia era adinerada –, George hace la reflexión de que “muy correctamente, bebimos, y nos miramos los unos a los otros, alrededor de la mesa. Parecía extraño en este gran salón, con su imitación de tapices Sheraton, puertas francesas y velas en candelabros, que hubiera una guerra en otra parte, que hubieran otras casas, otras calles en donde gente estuviera muriendo grotescamente, horriblemente, en miles de formas. Pero que Dios los tenga cómodos, caballeros, no dejen que nada los desanime”. Vaya forma de restregarse la conciencia, pensaba George, por lo menos para él, pero quizá era un generalizado sentimiento.
Más adelante, continúa hablando de ese sentimiento: “Ni al caso. No tenía caso permanecer en la universidad, ni hacer nada que no tuviera que ver con pedales de aviones o conduciendo vehículos. Tú podías decir que leer La Letra Escarlata o que la política exterior de Francia eran importantes, pero no era cierto. La guerra y el invierno acaparaban toda la atención”.
Y es cuando los amigos comienzan a irse. Jean Jean, fue el primero, pues él había huido de Francia cuando fue invadida por los alemanes, pero decidió regresar. Y fue el primero en morir. Luego, es Terry quien se va.
Russ rompe repentinamente con Chris y se va también a la guerra. Sin saberlo, deja embarazada a Chris, pero esta no quería que él lo supiera.
Le pide ayuda a George para abortar. George trata de disuadirla, pero Chris le reclama que “Mira, si vas a estar de moralista, si me vas a dar un sermón, olvídalo. Esto no significa nada para mí – decía, mientras se golpeaba el vientre. Animal, vegetal, mineral, no sé lo que sea y no me interesa. Quizá ya tiene una identidad, un alma inmortal, un número de seguro social o un maldito grado en Sociología, pero no me importa. Sólo me importa que será un gran problema para el resto de mi desnaturalizada vida. ¿Así que quieres discutir sobre eso?”. Ante esa andanada de, digamos, fiero derecho a decidir de Chris, George no objeta nada y decide ayudarla.
Él investiga y averigua, gracias a un amigo doctor, la existencia de una clínica abortiva clandestina.
Como el Empress va pasando de mano en mano, pues Jean Jean se lo había dejado a Russ, quien a su vez se lo deja a George, éste era en el auto en que se trasladaba.
Cuando se dirigían en el Empres a dicha clínica, en donde les iban a cobrar 300 dólares, chocan con un tipo ebrio. Y quizá por eso ella cambia, piensa George, Chris cambia, y decide tener al bebé.
Goerge siempre estuvo muy enamorado de Chris y es en ese momento que hubiera querido decirle cuánto la amaba, justo cuando están en el Empress, luego del accidente. Lo describe así “Me casaré contigo, me casaré contigo, Chris, te he amado y amado por meses y meses, siempre te he amado y te amaré, tú no lo sabes, pero es cierto – casi se lo dije, inclinado sobre ella, en medio de la noche, mi mano en su hombro, pero, de repente, como una cuchillada en la espalda recordé a Nancy, la vez aquélla, en el lago y su silencio. Yo no tenía el derecho, pues ya había hecho un compromiso con ella y tenía que cumplirlo, pues así debía de jugarse el juego, ¿o no?”. En este pasaje, se refiere George a su novia, Nancy, con quien ya había tenido un encuentro “sexual” en el Empress, meses atrás, que no había pasado de que le acariciara los pechos bajo la blusa.
Pero como George era muy, digamos, correcto y noble, nunca se atrevió a serle desleal a Nancy, lo que da idea de sus altos o muy prejuiciosos principios morales. De hecho, en varias partes de la novela hace mención a eso, que quizá por ser tan recto, hasta se aprovechaban de él. (Más adelante, Chris, ya cuando había terminado la guerra, que estaba casada con Dal, quien la aceptó a pesar de que iba a tener el hijo de Russ, le dice a George que ella había hecho una acción incorrecta, casarse con Dal, por el objetivo correcto, que su hijo tuviera padre, pero que la mayoría de la gente trataba de hacer una acción correcta por el objetivo incorrecto. Y era lo que George esa noche hizo, quedarse con Nancy, acción correcta, para no estar con Chris, objetivo incorrecto, que lo llevó a arrepentirse toda su vida).
En esa la parte, la novela regresa al tiempo presente. Ron no cree que su padre haya sido Russ. Entonces, entran a la casa. Tampoco cree que su madre haya decidido tenerlo, a pesar de que su padre no se había enterado y, además, se había ido de una forma precipitada y hasta cobarde. Además, Russ no se había ido a la guerra sólo por patriotismo, sino también porque se enteró de que Kay, con la que tuvo un lance, se había casado con un actor.
Y el giro que da la novela es interesante, porque muestra a jóvenes de su tiempo, relajientos, enamorados, inmaduros, quienes, de repente, se deben de enfrentar al horror de la guerra, todo por un banal “patriotismo” que los envuelve a todos por igual y que siempre ha sido parte del control de las mafias en el poder estadounidenses, manipular, sobre todo, militarmente, a su gente, para que se entregue ciega y estúpidamente a guerras, haya sido la Segunda Guerra, la de Corea, la de Vietnam, la de Irak, la de Afganistán, la de Siria… a todas en donde se envuelve ese prepotente país, aunque, en realidad, nunca ha ganado una y la segunda, pues fue gracias a la coalición.
Ya, durante la guerra, George platica cómo trataban a algunos de los recién llegados soldados, que iban como sustitutos, como basura. Lo dice así: “El hecho es que ustedes son sustitutos y no hay nada más bajo que un sustituto, excepto una perra cazadora con sarna. Ustedes son porquería, son los holgazanes que nadie quería. A falta de algo mejor, están aquí, escuchándome, en lugar de estar tendiendo cable para el teléfono del campamento militar o arreglando el carburador de algún vehículo. Algunos de ustedes creen que tendrán una aventurilla o algunos otros piensan que si la cagan o tiran su rifle o equipo, serán enviados a un lugar más seguro. Bueno, pues déjenme decirles que no hay lugar más jodido que éste, este es el final del camino, de aquí se van en lo primero que salga a Roma o a Génova o a Marsella o lo que sea que tengan planeado para sus miserables culos. Así que es su obligación, repito, su obligación, cuidar su rifle y su equipo e irán a donde sea que los enviemos, eso es todo”. Así se recibía a los nuevos reclutas, con esos injuriosos comentarios, como si no valieran nada, quizá ¿para que se fueran curtiendo? Posiblemente, pero era una forma muy ofensiva, reflexiona George, de tratarlos.
Más adelante, cuando estaban algunos de ellos en un poblado italiano, George sostiene una imaginaria conversación con una chica italiana, sobre la futilidad y perversidad de la guerra, justamente al estar siendo bombardeados por tanques alemanes. No es que la chica, que hablaba italiano solamente, estuviera realmente conversando con George, sino que él imagina el siguiente diálogo, sobre el por qué era absurdo, y hasta inmoral, obedecer a ciegas una orden. Dice la chica: “Siempre hay opciones. Un hombre puede dar la espalda a cualquier autoridad. Tú podrías desertar de cualquier ejército si quisieras”. A lo que George responde: “Pero me capturarían y castigarían, quizá me condenarían a muerte”. Y la chica continúa su cuestionamiento: “Posiblemente, Muy posiblemente. Pero podrías hacerlo. Tienes esa opción. Tú estás enojado con la mezquindad de tu propio ejército y la estupidez de tus oficiales, te he escuchado. Aun así, no desertarás. Ese pensamiento quizá nunca te ha pasado por la cabeza”. George vuelve a replicar: “No me ha pasado por la cabeza, pero yo creo en lo que peleamos… más o menos”. Y la chica, continúa: “Todo mundo cree… más o menos”. George insiste “No, nuestra causa es la correcta, más que la de los Nazis, Dios lo sabe. Más justa que la de muchos otros. Así que si también cometemos crímenes, sí, es malo, muy malo, pero es por un gran bien, ¿no lo ves?” (subrayado mío). Pero la chica no cede: “¿Pero cuál es el gran bien? Si cualquier sistema sacrifica a su propia gente por perseguir sus fines y si ese sistema cae, como seguramente sucederá, ¿cómo puede haber allí un mayor bien, que la alegría de un hombre y una mujer que estén juntos, compartiendo su orgullo y sus sueños”. Luego de eso, justamente por el miedo a morir por el bombardeo, la italiana y George se abrazan, se besan y se hacen el amor, desesperada, pero tiernamente, como si se hubieran conocido de tiempo atrás, como si fuera a ser la última vez que habrían de amar a otra persona.
Esas ideas muestran todo lo que Myrer, en voz de sus personajes, pensaba, ya transformado su punto de vista, sobre la inutilidad de la guerra, la utilización de los ciudadanos de un país, sólo porque las mafias que los controlan entran en conflictos con otros países, porque sus intereses económicos, sobre todo, peligran. Y la gente es la carne de cañón requerida para dirimir esas diferencias. Claro, les inyectarán que pelean “por la patria”, por “el bien del país”, pero, en realidad, pelean y mueren por defender los mezquinos intereses de los que los dominan.
Sus grandes amigos durante la guerra son Opp, y un sargento Duchamp, con los que vive varios enfrentamientos contra los nazis. Es la parte en donde Myrer describe la pesadilla que fue la guerra, el miedo en todo momento a morir, a ser rafagueado o despedazado por un cañonazo o una granada.
Refiere la vez en que la mencionada Kay, quien se caracteriza por su frivolidad, buscando siempre la fama y fortuna, no tiene empacho en ir a los campos militares a distraer, con su mediocre espectáculo de interpretación de canciones, a los cansados soldados. Va por casualidad al campo en donde está George y se encuentran. Uno de sus amigos, Opp, le dice que es admirable Kay, porque se entrega a entretenerlos, a pesar del peligro, a lo que George le objeta que sólo lo hace por la fama, no por patriotismo, que él la conoce de tiempo atrás, de la universidad, y hasta se la presenta, para probarlo. Eso nos lleva a pensar en el oportunismo que acompaña a cualquier tipo de actividad, sea buena o mala, siempre y cuando deje muy buen dinero, como cuando cadenas comerciales se aprovechan de un desastre natural, como un temblor, por ejemplo, que se aprestan a pedir la “solidaridad” de la gente, de que les compren alimentos para enviarlos a los damnificados. Una muy extendida, nefasta, oportunista costumbre (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2011/07/oportunista-capitalismo-salvaje-o-de.html).
Un dato interesante que aporta Myrer es que, durante la guerra, a algunas obreras se les discriminaba por su vestimenta, por considerarla inadecuada. El ejemplo que da es el de una fábrica de aviones que envió a 53 chicas a su casa porque estaban usando ¡suéter en el trabajo! Absurdo como, desde siempre, a la mujer se le ha discriminado hasta en eso.
De uno de los enfrentamientos que tuvieron con los nazis, mueren todos, excepto George y su amigo Opp. Se ponen a vagar, hambrientos, sedientos, desanimados de no ver a ningún batallón de sus fuerzas, hasta que llegan a uno. Los soldados, al verlos, no los reciben con los brazos abiertos, sino que, de inmediato, los encañonan. Y el sargento encargado les exige que le digan quien jugaba en tercera base del equipo de béisbol de los Saint Louis Cards, algo que, por los nervios, George no podía recordar. Y ya casi cuando los iba a matar el desconfiado sargento, George grita el nombre y el de otros jugadores. Entonces, el sargento, satisfecho, baja el arma y les ordena a sus hombres que les den de beber y comer. Pues hasta ese nivel de desconfianza y descomposición se puede llegar a la guerra, que los mismos “camaradas” desconfíen entre sí.
Luego de ese detalle, entre todos traman un plan para deshacerse de un grupo de tanques nazis que aun andan provocando problemas. El plan es muy arriesgado, pero deciden llevarlo a cabo. Logran destruir al tanque delantero con una bazuca y, con granadas, matar al resto de los soldados nazis. Pero es tan arriesgado, que Opp muere, pidiéndole a George que le avise a su hijo que murió dignamente.
Al término de la guerra, continúan las reflexiones de George, sobre todo, lo que habría de suceder con los vencidos alemanes. Su amigo Dal, le dice que estaba encargado de las labores de reconstrucción de la derrotada Alemania y estaba acantonado en Berlín. Y justo allí es que Dal le decía que no podía ser riguroso con los derrotados, pues no todos eran soldados, muchos eran gente inocente que tan sólo por un puñado de locos militares, llevaban la culpa. Le dice Dal: “¿Qué vas a hacer con el chico de ocho años que por hambre robó chocolate a la División G-3 y que lo descubrieron enterrándolo o con el granjero que nunca se unió al Partido Nazi, quien fue condenado a seis meses de prisión y al que le quitaron su propiedad porque habló sin pedir su turno en un mitin, quejándose de que lo habían apresado porque violó el toque de queda, pues su esposa estaba enferma y necesitaba ayuda?”.
Si, allí,  nuevamente, Myrer cuestiona la guerra y lo que deja, sobre todo, a los vencidos, como si todos fueran enemigos. En una posterior conversación, Russ está en contra de su padre, pues éste afirma que los esfuerzos por reconstruir Alemania eran buenos para los negocios de muchas corporaciones estadounidenses. Y Russ le reprocha que le volverán a dar alas a esos criminales y que seguramente harían otra guerra. Eso no fue así, por supuesto, pues luego de la derrota a Alemania, Italia y Japón, se impusieron sendas medidas para que tales países, sobre todo a Alemania, que debió sufrir la partición en cuatro zonas, no volvieran a poseer capacidades bélicas. Pero, sí, la reconstrucción europea y japonesa fue un excelente negocio para EU, que vio subir bastante su economía y el nivel de vida de casi todos sus ciudadanos, dando lugar a ese periodo de gran bienestar social, que parecía inagotable, y que se conoció como el American Way of Life, cuando todo mundo, obreros incluidos, gozaron de buen nivel económico, que les permitía tener una buena casa, autos, electrodomésticos, una cuenta bancaria y a sus hijos, en escuelas y universidades. Así que, si ayudando a amigos y a enemigos, se hacían buenos negocios, adelante, el capitalismo salvaje no tiene ética, ni guarda rencores.
Otra importante reflexión que hace Myrer es sobre el trauma que deja la guerra. Dice George, una vez que había regresado y estaba disfrutando otra vez de la misma materialidad dejada: “Era el ejército, la Guerra que una vez habíamos pensado que sería extraña. Y, en efecto, había sido extraña, muy extraña. Sólo que cuando regresamos, lo extraño estaba aquí, extraño, justamente, porque era lo que habíamos conocido antes. Pero ahora era más pesado, más rico y presuntuoso. Un nuevo mundo se estaba formando (el aludido bienestar pos guerra), con cosas para comprar y cosas para tomar. ¿O era que habíamos estado en guerra tanto tiempo, de una forma muy terrible, que ella se había convertido en una realidad y todo lo demás era pura fantasía?”.
Es que quedan tan acostumbrados a matar los soldados, a andar cuidándose, a acechar al enemigo, a estar alerta en todo momento… que, en efecto, se llevan, digamos, la guerra de regreso a sus países y todos los traumas sufridos (en la cinta American Sniper, dirigida por Clint Eastwood, y estelarizada por Bradley Cooper, basada en la vida del francotirador del ejército estadounidense Chris Kyle, quien combatió en la guerra contra Irak, se muestra, cuando ya estaba de regreso con su familia, que cualquier ruido, como el que alguien estuviera operando una llave hidráulica para sacar tuercas de autos, lo ponía al borde de la histeria, como si estuviera en la guerra).
Por esos traumas es que alrededor de ocho mil veteranos de guerra estadounidenses se suicidan cada año (ver: https://edition.cnn.com/2013/09/21/us/22-veteran-suicides-a-day/index.html).
Así que, por un tiempo, la existencia se trastocó al regreso de la guerra, hasta las relaciones familiares, que muchos no se hallaban, como era el caso de Russ, quien detestaba hablar con sus padres, sobre todo porque había sido herido y eso le había provocado una cojera.
Y también se refiere a los “amores perdidos” que habían quedado atrás, como el de Terry, que se había enamorado de una irlandesa. Al final de la guerra, él le pide que se casaran y ella se niega, pretextando que su esposo, un inglés, va a regresar. “No hubo manera de hacerla entender, a pesar de que le dije que habían pasado años”, le dice a George, muy decepcionado.
Refiere George que pasaron meses sin que pudieran acoplarse del todo, sin saber qué hacer, a veces, poniéndose a estudiar como locos, devorando libros, escribiendo, tratando de graduarse lo antes posible. Y otras veces, matando el tiempo en algún cabaret o cantina, bebiendo demasiado, “y por muchos días después de eso, nos hundíamos en la peor de las indolencias, odiando Cambridge, América, la vida misma”. Sí, esta parte refuerza que los soldados se acostumbran a la guerra. Y ya nada es lo mismo, tras ella, sea por los traumas, sea porque es, finalmente, un estilo de vida, el de matar y destruir al enemigo a su pleno antojo.
Con el tiempo, se van, de nuevo, más o menos acostumbrando a la “vida en paz”. Refiere la historia que, mientras George, Dal y Chris, Nancy, que se casa con George, no habían alcanzado aun el “sueño americano”, debían de contentarse con lo poco que tenían. Las carencias se debían a su pobreza y a la reconstrucción de Europa, la que suponía escases de muchas cosas en los mismos EU. Al referirse al lugar en donde vivían Dal y Chris, George describe que “El amueblado de la casucha era tener lo que se podía en esos días de hacinamiento y escases. Había un par de destartaladas sillas de mariposa, una antigua silla Morris, con el relleno saliéndose por una rotura del tapiz y una frazada cubriendo lastimosamente esa herida; había dos bancos y una silla de la biblioteca de la universidad desechada, que yo había compuesto y llevado allí. La cocina, la sala y la recámara estaban en una sola pieza. Pedazos de alfombra cubrían el piso de triplay. La mesa, que también la hacía de escritorio, era una puerta que Dal había hallado en el basurero municipal y barnizado. Chris había hecho lo más posible para dejar presentables las paredes metálicas de la vivienda cubriéndolas con papalotes japoneses y había cubierto los focos con lámparas de papel china. Pero la atmósfera de miseria y precariedad prevalecían”. Son detalles interesantes sobre lo que implicó la reconstrucción europea y japonesa dentro de los propios EU.
Y luego la novela refiere los acontecimientos que les dieron algo de esperanza, sobre todo, en la cuestión política, cuando John F. Kennedy se estaba postulando como senador demócrata, la forma en que da sus discursos, que a George y a sus amigos, les llegó, pues también era egresado de Cambridge, como ellos, y sabía justamente de las necesidades de los “veteranos”. Y, a pesar de la adversidad, y de que mucha gente había votado por los republicanos, Kennedy gana su senaduría. Y Terry, se pone a trabajar con él y eso le da de nuevo sentido a su vida.
Russ escribe una novela sobre su experiencia en el campo de batalla, que es todo un éxito, y hasta se vuelve película. Y en esa parte es en donde la frívola, oportunista Kay, lo vuelve a embelesar con sus encantos físicos y su habilidad para manipular a las personas, tanto, que Russ deja a Sheilah, hermana de Terry, quien era su muy enamorada novia, y que casi se suicida por esa infamia. Russ no escucha a George, quien le dice que se arrepentirá de haberse casado con Kay, cosa que, mientras Russ estuvo obnubilado, le pareció una ridiculez.
Como George finalmente se casa con Nancy, tienen que vivir con lo poco que él inicialmente gana. Además, sus planes de estudiar una maestría se vienen abajo, pues debe de decidir entre seguir viviendo en un reducido cuarto de estudiante con Nancy o trabajar y a comenzar a pensar en el futuro, sobre todo porque Nancy, a pesar de las precauciones, resulta embarazada. Como los padres de Nancy eran de buena posición, deploran, sobre todo su madre, que se casara con él, teniendo “mejores oportunidades”. Sin embargo, el padre de Nancy, lo único que le pide a George es que “trata bien a la chica”. Y fue lo que George, desde entonces, hizo. De todos modos, es un personaje noble, acomedido a ayudar a quien fuera en todo momento, respetando a Nancy, siendo fiel y atento en todo momento. En una parte reflexiona “¿Haría bien yo en ser tan buena gente todo el tiempo?”, quizá porque, muchas veces, la amabilidad se toma como estupidez por mucha gente. Como dice el vox populi, uno da la mano y le toman el pie.
Y narra George cómo fue su noche de bodas, habiendo viajado a Nueva York, luego de la modesta fiesta, para su luna de miel. Con toda naturalidad, siendo su mujer, George la comienza a acariciar, su pechos, todo su cuerpo, pero cuando le toca sus labios vaginales y su clítoris, Nancy estalla de coraje, reclamándole que no era una de sus “putas italianas, a las que les podía hacer cuanto quisiera”. Todo eso porque los medios manipuladores habían creado una falsa imagen de los veteranos, poniéndolos como unos depravados que debían rehabilitarse. Dice George que los conservadores “habían advertido al país sobre nosotros, por supuesto, veteranos locos por el sexo. Habían cumplido con su deber. Oradores de cabello entrecano se habían parado en el Senado y habían urgido a que se crearan centros de ‘desmilitarización’, en donde los más peligrosos soldados podrían ser rehabilitados, previo a su liberación”. O sea, que hasta de pervertidos se les calificó a los abnegados soldados, muchos de los cuales, habían muerto en batalla. Pero otros, comenzaron a morir al regresar, de acuerdo con lo que narra Myrer-George.
Consigue George trabajo en una editorial, como jefe editor, revisando qué se podía publicar y qué, no.
Ya, casado, George narra que la vida siguió, las heridas, cicatrizaron y los errores se “enmendaron”. Tuvieron Nancy y él, su primer hijo, Teddy. Y ya que George comienza a ganar más, se endeudan y compran su primera casa y todo lo que conlleva al consumismo, a lograr una “categoría social”, el éxito material, que es el que en los EU de los 1950’s era, y sigue siendo, una forma directa de alcanzar el “prestigio social”, aunque, en muchas cosas, persistiera el vacío y la insaciable naturaleza de buscar más y más satisfacciones inmateriales que tal consumismo no termina de llenar.
Terry trabajó todo ese tiempo como representante de Kennedy, hasta que este logró la presidencia. Luego, cuando fue asesinado, implicó tan duro golpe para aquél, que hasta en depresión cayó.
Dal y Chris, aunque tuvieron problemas, siguieron juntos. Dal entró a la industria química y se hace rico dedicándose a la floreciente industria de los plásticos que, auguró, sería muy buen negocio con el tiempo, hasta, incluso, que los mares se llenaran de tal indestructible material (aquí, Myrer hace una velada crítica a la contaminación plástica). Ron, el hijo de Chris, que Dal había adoptado y amado como a su propio hijo, va creciendo muy educadamente.
Fueron los tiempos en que todavía no había cura para la temible poliomielitis. George ya tenía una segunda hija con Nancy, Peg. Un día insistió en que Nancy cuidaba demasiado a Teddy, que no permitía que saliera a ningún lado a divertirse, justificando que podría contagiarse de esa enfermedad, que lo dejara ir a entretenerse con Dal y Chris, quienes los habían invitado a Cape Cod, a la playa y a navegar en un pequeño velero que Dal había adquirido. Nancy se opuso tenazmente, pero George se plantó en su decisión de ir. Para su desgracia, Teddy enferma de poliomielitis, la peor y más letal de todas, y muere. De eso, George nunca se recupera totalmente, ni Nancy, y siempre se preguntó si al ir, aun en contra de la voluntad de su esposa, había ocasionado la muerte de su hijo, si había caído en esas circunstancias de la vida en que se es víctima de esas pequeñas probabilidades de sufrir hechos funestos, de decir no hubiera hecho esto, cuando ya es muy tarde para rectificar las cosas.
Algún tiempo después, regresa Russ de su pésima experiencia matrimonial con Kay y se lo cuenta todo a George, quien, en principio, no quería saber nada, pues, le dijo, él le había advertido que cometía un error al casarse con esa perversa mujer.
Y así había sido. Como Russ había obtenido mucho dinero por su primer libro, un éxito editorial, el que se había convertido en una cinta – en la que había actuado Kay, película que, contrariamente, había recibido malas críticas –, que también le había proporcionado algo de dinero, Kay se puso, manos a la obra, a gastar cientos de miles de dólares en construir una lujosa casa, con muchos vidrios y niveles, cascadas y una gran alberca, que habían dejado casi quebrado a Russ. No sólo eso, sino que la pérfida Kay le había sido infiel, a tal grado, que una ocasión que Russ llegó, antes de lo esperado por ella, Kay estaba nadando desnuda en la alberca y haciéndoles felaciones a un par de actores que Russ había visto en algún sitio. Y toda la escena era contemplada por un famoso director de cine. “Tomé mi escopeta y estuve a punto de matarla, George, de verdad”, le dijo Russ, llorando, muy tomado. Luego, vino el divorcio, y la mujer, gracias a su rico padre, se quedó con todo y hasta le exigió una pensión. En esa parte, George reflexiona que, simplemente, somos lo que hacemos y los errores nos llevan a circunstancias de las que, si salimos, sirven como experiencias. Eso es lo deseable.
Llegan los años 1960’s y George ya está en mejor posición. Tiene dos hijas, Peg y Amanda. Y habla de la diferencia generacional, que mientras ellos, cuando habían sido jóvenes, amaban acudir a lugares como salones de baile para divertirse y danzar a ritmo de grandes bandas, los lugares a los que acudían los jóvenes de esos días, sólo eran para comer y beber, nada de hacer tertulias en las que se platicaran los problemas políticos del país y, mucho menos, bailar. Y esa reflexión es aplicable en todo el mundo, pues la brecha generacional se siente. Por ejemplo, hoy, en México, existe una juventud mucho menos consciente que la de los 1960’s, como la que logró realizar el movimiento estudiantil – masacrado por la asesina mafia priista en el poder de entonces.
Con respecto a la generación de entonces y la actual, habituada a lo que yo llamo facilismo tecnológico – todo al alcance de las redes sociales y el celular – y a los distractores que ello implica – Facebook, Google, Twitter, Instagram…–, hay una gran distancia. No se da, por desgracia, porque ahora sean mejores los jóvenes, sino que el sistema los va absorbiendo y moldeando, para que satisfagan su exigencia de que consuman, de que lo material sea lo mejor, de que los valores espirituales queden atrás. George veía en los jóvenes de los 1950’s de EU eso, siendo su mayor interés un buen auto, un buen trabajo, una buena posición material… nada más.
Luego, viene la guerra contra Vietnam, otro craso error del intervencionismo de EU, como reflexiona George: “¿¡Qué demonios teníamos que ver con aventuras militares en las selvas del sureste asiático!? Lo que empeoraba eso, era nuestra creencia de que Kennedy habría impedido esa guerra si no lo hubieran asesinado. La deploramos y escribíamos encolerizadas cartas y apoyábamos a los primeros manifestantes, pero todavía era algo efímero, remoto su final”. En efecto, esa guerra absurda, que perdió EU, es un buen ejemplo de como la beligerancia de EU, se ha metido en muchos lados, tratando de imponer sus estúpidos intereses y el de sus corporaciones y, quienes primero pierden, son los jóvenes de ese país, quienes son reclutados y convertidos en soldados para que “defiendan los intereses de la patria”. Vaya “patria”, que, sin escrúpulos de ninguna índole, los envía al matadero (Irak, Afganistán, Yemen, Siria…).
Y Ron va a esa guerra, aconsejado por George, quien le dice que es como una especie de deber moral, pues así como no era bien visto en los tiempos de George que alguien no hubiera ido a pelear contra los nazis, así, el estigma de no haber luchado en Vietnam, persistió (incluso, hasta nuestros días, políticos que fueron jóvenes en los 1960’s, como George Bush, fueron mal vistos porque no habían ido a Vietnam. Es el síndrome de “si no fuiste a la guerra, eres un mal estadounidense). Chris le reclama a George el haber convencido a Ron de ir. George se arrepiente, pero considera que si Ron no lo hacía, lo habría lamentado después.
El chico es herido, no de gravedad, pero, gracias a ello, regresa. Y por un tiempo su relación con George es fría.
Pasan los años, 25, desde que habían salido de la universidad y todos se reúnen. Y es cuando Russ, luego de un tiempo de haberse perdido, regresa a verlos. Y trata, infructuosamente, de hacer que Chris se fugue con él. Ella le dice que no, que su lugar es con Dal, y se cuida de revelarle que Ron es hijo de él, pues considera que haberlo hecho, lo habría llevado a sentir un aire de orgullo que no merecía.
Todo eso, como señalé, se lo cuenta George a Ron en una tarde. Y lo hace porque el chico le pregunta sobre su verdadero padre, para que sepa la verdad, de quién había sido su padre “natural”. “No quiero tener nada que ver con Russ, pero lo comprendo”, dice Ron, quien sigue viendo como su verdadero padre a Dal y también a George, pues ambos han sido grandes ejemplos para él.
Ron le confiesa su gran amor por Peg, de la que está sumamente enamorado. George le dice que está muy complacido, incluso, que le daría gusto si Ron le dijera que se llevan muy bien sexualmente, a lo que el chico, algo sorprendido, le dice que sí, que se llevan muy bien y están pensando en casarse.
George se siente muy complacido y, como siempre ha pensado, es mejor dejar que la gente disfrute situaciones que deben gozarse, como algo muy natural. Tiene razón, pues la extrema represión no conduce a nada, solamente a que la gente más se empeñe en probar lo prohibido (muchos grandes negocios se han hecho de prohibir ciertas cosas, como lo fue la Prohibición, en los 1920’s y 1930’s, que se hizo ilegal el alcohol, y que, gracias a ello, el negocio ilícito dejó grandes ganancias a los gánsteres. Ahora, la prohibición de las drogas, ha hecho muy ricos a los narcotraficantes).
George le ofrece el Empress, diciéndole que se sentiría muy orgulloso si Ron lo usara, pero el chico se rehúsa. “Los tiempos cambian, señor Virdon. Ella le fue muy útil a usted, pero no es para estos tiempos, muchas gracias”. George se siente algo mal, pero lo comprende. Sabe que el Empress, ese fantástico convertible en el que había vivido tantas cosas, finalmente, ya era todo para él.
Como señalé antes, a Myrer lo alabaron mucho los militares estadounidenses por su primer novela, Once an Eagle, un alabo a la guerra.
Con El último convertible, el Pentágono debe de haberse escandalizado.