Activismo en Semana Santa
por Adán Salgado Andrade
Huichapan, Hidalgo.
La escena es inusual en este poblado hidalguense, declarado hace pocos años
“pueblo mágico”. Es una concentración de trabajadores del municipio, lo cual la
hace aún más fuera de lo común.
Es muy raro ver esto en
Huichapan, lugar que se distingue por una marcada conformidad social, que
acepta casi cualquier imposición de las sucesivas mafias en el poder que lo han
dominado, sin resistencia o muy poca.
Eso, a pesar de problemas,
algunos graves, como la contaminación que ha ocasionado la cementera CEMEX que
está ubicada en el cercano poblado de Maney. El contaminante proceso de
fabricación de cemento, aunado a que la empresa estuvo quemando basura, en
lugar de combustóleo, para realizar dicho proceso, provocó dañinas emanaciones
de nocivos gases que han ocasionado el incremento de enfermedades pulmonares,
intestinales y dermatológicas a los pobladores de Maney, los más directamente
afectados, quienes, con movilizaciones y protestas, han tratado de que la
planta cierre o, al menos, emplee combustóleo (ver: Contaminación de cementera
en Maney).
Hasta la fecha, no ha
pasado de la “promesa” de la cementera de que ya no usaría basura para la
combustión.
Ese fue un problema
que descubrió los niveles de corrupción a los que llegó la administración
anterior, comandada por la mafia denominada PVEM, la que prohibió el reciclaje
de basura plástica y de otro tipo, excepto metálica, con tal de que materiales
inflamables, como envases de PET, cartón, basura electrónica… y hasta desperdicios
orgánicos, sirvieran a la cementera como “combustible” para los hornos que se
emplean en el proceso de cristalización, de la elaboración del cemento. Y
también fue una muestra de la manera en que el estado de Hidalgo, dominado
desde hace años por la mafia priísta, ha sido un sitio en el que solamente han
imperado los intereses de gansteriles grupos empresariales en contubernio con
los políticos, quienes lo han empleado para sus muy particulares, mezquinos
intereses económicos (ver: de visita y conversando en la Huasteca hidalguense).
A pesar de la expresa
prohibición de que no se recogiera basura (lo que hizo quebrar y retirarse a negocios
que vivían de eso), no hubo protestas ciudadanas y, mucho menos, de los
empleados del municipio. Como dije antes, por muchos años ha imperado una
desalentadora pasividad, y ni problemas como el mencionado, han logrado
impulsar el activismo social, salvo en muy contadas ocasiones y entre muy
reducidos números de personas. Han impuesto “remodelaciones” de calles, construido
en tierras agrícolas comercios, gasolineras, tiendas departamentales, conjuntos
habitacionales… como casi en todo el país se hace, bajo una resignada
aceptación que, en verdad, pasma (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2015/04/corrupcion-y-contaminacion-industrial.html).
Pero, por desgracia,
es la situación que, repito, priva en cientos de municipios de distintos
estados. Pasividad y conformismo que son producto de lo que yo llamo herencia colonial maldita. (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2016/03/corrupcion-inmobiliaria-y-municipal.html).
Por ello, me extrañó
ver a trabajadores del municipio de Huichapan protestando.
La actual “administración”
priísta, comandada por Humberto Lugo Guerrero, de la mafia dinástica de los
Rojo Lugo (la que domina casi todo el estado), lleva siete meses detentando el
poder (fue un simple enroque con su esbirro, el PVEM) y, según me platican unas
empleadas, llegó muy represiva. “Despidieron hace poco, injustificadamente, a
un compañero, sólo porque les reclamó que cumplan con lo prometido”. Lo prometido es un alza salarial y mejora
en sus prestaciones, así como respeto a su sindicato, encabezado por Alejandrina
Gómez, una robusta, alta mujer, de morena piel y dura expresión, la que se
mueve entre las y los “parados”, y que reinstalen a los compañeros despedidos
sin justificación alguna. “Vamos a tomar la presidencia”, me dijeron. Y así lo
hacen. Incluso, no dejan meter, ni salir a nadie. Hay varias personas, de
distintos municipios cercanos, portando cartulinas, manifestando su apoyo a los
manifestantes. No “están solos”, al parecer en este activismo.
Unos policías que
están cerca, dirigiendo la circulación de un crucero, platican en ese momento. “Pues
a ver cómo le hacemos, porque al que le tocaba esta ronda, Roberto, no lo dejan
salir, así que a ver cómo nos rolamos”, dice uno, un hombre de baja estatura
(no parece que aquí pongan mínimos para la altura). “No están dejando entrar,
ni salir… ahí está la controversia”,
continúa, como reprochando a la concentración. Probablemente, la palabra que
quiso emplear haya sido la “bronca”, pero para que no sonara tan agresiva, emplea “controversia”.
“Tuvimos que ir a sacar las armas”, continúa con su recuento de los hechos a su
compañero, mientras sus manos, brazos y silbatazos, dirigen la circulación. Por
cierto, la mafia anterior, en consideración a lo “inhumano” que era tener a
personas dirigiendo la circulación, pretendió “resolver” el problema colocando
tres semáforos en puntos “estratégicos”. Y seguramente por “errores” de diseño
y corrupción, uno fue tirado por los fuertes vientos que suelen azotar a la
región en estos secos meses. Otro, porque la altura de uno de los vehículos de
transporte que circulaba por la Avenida Insurgentes, fue mayor al semáforo, y
lo derribó. Sólo queda uno operando. Seguramente esas efímeras señalizaciones
han de haber sido muy costosas. Pero nadie protestó al respecto.
Y siguen estos policías,
haciéndola de semáforos humanos, platicando entre ellos, con su, digamos,
repetitiva tarea, no ardua, de dirigir el tráfico, tampoco tan abundante, de
ese crucero de pueblo pequeño. “Te digo, a ver si dejan salir a Roberto. Si no,
a ver cómo nos organizamos, porque sólo seríamos tú y yo aquí”, redunda el
policía en lo que ya ha dicho unas cuatro veces (casi siempre así sucede,
cuando los temas conversacionales entre personas no son muchos).
El que lo escucha, un
hombre de unos treinta años, éste, sí, alto, quien en ese momento acaba de dar
el último trago a una coca-cola –
dádiva del chofer de un camión refresquero que se la dio por dejarlo estacionar
unos momentos en lugar prohibido, para descargar – tiene prendido su radio, el
que, por el alto volumen, permite escuchar una conversación del mando central.
Las voces de una mujer y la de un hombre, alternan, refiriendo una “queja” de
una mujer que llamó a una patrulla por una “emergencia”. La “emergencia”
resultó ser que una vecina tiene el volumen del radio muy alto. “Esa no es una emergencia – dice el otro policía –… que
le diga que le baje”, sentencia. Y como si lo hubieran escuchado los del mando
central, se oye de nuevo, por el radio, la voz del hombre demandar “¡Esa no es
una emergencia, es una falta administrativa, hay tareas más urgentes que
checar, como lo de la presidencia!”.
Un hombre se acerca a
uno de ellos, al del radio. “Oiga, ¿cómo le hago?, es que me dieron este papel
para que le sacara copia y ya no me dejan entrar”, se queja. “¡Huy… pues
va’star difícil… ni a nosotros nos dejan meternos… hay un compañero que no
puede salir…”, le responde, resignado. “Pus sí… pero es que mi gente está allí,
compa… ¿¡qué hago!?”. “No, pues diles que allí están tus familiares, que los
dejen salir… insísteles”, le reitera el policía, agobiado por el quejoso. No es
común que los empleados del municipio, sus colegas, digamos, protesten y que,
mucho menos, hayan llegado al extremo de tomar la presidencia e impedir el paso
de la gente o su salida.
Seguramente, a lo que
más ha estado acostumbrado hasta ese momento, sea a dirigir el tráfico y a
atender “emergencias” de vecinos que tiene muy alto el volumen de sus radios.
Vuelvo a hablar con
las empleadas en paro, prometiéndoles que divulgaré su movimiento y que espero
que triunfen.
“Estaré al pendiente
y les deseo que ganen”, les digo.
Me alejo del lugar,
esperando que no sea efímero ese activismo, que muy pocas veces se ha visto por
allí.
Horas después,
alguien me comenta que los empleados han querido remover a la lideresa del
sindicato. “Fíjese, qué curioso que, ahora sí, le interesa uno de los empleados
que despidieron, cuando que a varios los han corrido y ella no ha metido las
manos por ninguno”.
“Algo excepcional deben hacer, a veces, los
que tienen poder, para acreditarse frente a sus dominados”, razono. Y por eso
se haya dado que Alejandrina Gómez, hasta esté allí, asoleándose, muy dispuesta a apoyar a sus agremiadas
y agremiados hasta el final.
Pero fuera de si es
una real lucha sindical y no una burda manipulación de Alejandrina, me queda la
esperanza de que este país esté comenzando a despertar.
Contacto: studillac@hotmail.com