Indigente inglés vivió dos años en vivienda
subterránea construida por él en un parque
por Adán Salgado Andrade
Ningún país está exento
de tener indigentes, dada la creciente pobreza mundial, alentada por el capitalismo
salvaje. Es el caso de Inglaterra, en donde se calcula que viven más de 60 mil
personas en condición de calle y tienden a aumentar, porque incrementa la
precariedad, tanto de las que están desempleadas, así como de las que tienen un
empleo de muy bajo salario, que no les alcanza, en muchos casos, para pagar una
carísima vivienda que pudiera ofrecer una existencia decente (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2018/09/riqueza-y-pobreza-en-inglaterra.html).
Sin embargo, a veces la
historia de alguna de esas personas, resulta muy peculiar, sobre todo, la
manera en que tratan de arreglárselas, buscando vivir decorosamente aún con sus
limitaciones.
El periódico inglés The Guardian, ofrece una de tales
singulares historias, que distan de ser tristes y tienen, digamos, un final
feliz. Firmada por Tom Lamont, es la vida de Dominic Van Allen, quien, para
solucionar su problema de vivienda, hasta se construyó una especie de bunker
subterráneo, nada menos que en medio de una zona de tupida vegetación de un
parque público, en la que pudo vivir 2 años (ver: https://www.theguardian.com/news/2020/mar/05/invisible-city-how-homeless-man-built-life-underground-bunker-hampstead-heath).
Van Allen, de 47 años
de edad, siempre trató de llevar una existencia decorosa, nunca mostrando a su
círculo de amigos, con los que se reunía en tabernas, que era un indigente.
Siempre trataba de andar limpio, bañándose en albercas, pagando sólo por el
derecho a una regadera, alimentándose en comedores públicos… tratando de que
todo lo que necesitara estuviera a distancia de caminata del Hampstead Heath,
un parque público en medio de Londres, en donde cohabitan áreas de céspedes,
con zonas de mansiones y algunas partes muy boscosas( una especie de Bosque de
Chapultepec inglés).
En ese parque, suelen
refugiarse, por las noches, decenas de indigentes, con tal de dormir allí,
aunque sólo lo hacen en épocas de verano, cuando las temperaturas no son bajas
y permiten pernoctar en improvisadas tiendas de campaña. Poco antes de que
amanezca, todos deben de desmontar sus tiendas, esconderlas lo mejor posible y
deambular por la ciudad, para buscar su existencia diaria. Es tolerada esa
costumbre por las autoridades del parque.
Muchos indigentes, no
lo parecen, como el mismo Van Allen declara, pues “con mucha probabilidad, el
mesero que te sirve en una taberna, también es indigente, pero su sueldo no le
alcanza para vivir decentemente”. Eso, porque, como dije antes, muchas personas
perciben tan bajos salarios, que no les alcanza ni para pagar una renta.
Van Allen nació en
1973, en Wakefield. A los 21 años, se salió de allí y comenzó a trabajar de
todo, barman, pintor, decorador, como empleado en un aeropuerto, hasta que
sentó cabeza como ensamblador de escenarios para espectáculos. Armó algunos
importantes, como el de U2, en Hyde Park y el de Live8.
Pero, como el departamento
que alquilaba era muy costoso, lo dejó. Eso fue en el 2001. Después de eso,
anduvo viviendo en departamentos tomados o en albergues públicos. Pero como
cada vez le era más difícil hacerse de un lugar, hasta a eso renunció. Además,
su salud era muy mala, pues tenía una condición que le debilitaba los huesos,
no osteoporosis. Un día se quebró una pierna y, luego, cuando andaba en
muletas, se quebró la otra. Usó su mala salud, para tratar de conseguir
vivienda pública gratuita, pero sus intentos por obtener legalmente un sitio en
donde vivir, no sirvieron.
Ya no pudo trabajar en
los escenarios y fue cuando se dedicó a buscar los “beneficios” que se dan a
los indigentes, como alimentarse en comedores públicos, comprar ropa muy
barata, ver lugares para cortarse el pelo económicamente, indagar sobre sitios
para dormir en esquinas, bodegas… o los parques públicos, en donde llegan los indigentes
con sus improvisadas tiendas de campaña para dormir.
Pero se cansó de eso,
tener a diario que armar y desarmar su “recámara”. Tenía un amigo, un albañil
polaco, Marek Wójcik, a quien le propuso construir una vivienda subterránea,
nada menos que en Hampstead Heath, en una zona de tupida vegetación. Van Allen
tenía algunos ahorros, de cuando trabajaba, con los cuales financió su
temerario proyecto.
Lo hicieron durante dos
meses, sólo trabajando de noche, cuando ya no había guardias. Comenzaron por hacer
espacio en un masivo arbusto de moras, cortando con navajas algunas de las
espinosas ramas, para que nadie viera la excavación. Enterraron varios botes plásticos
de basura, que usarían para ir sacando la tierra, la que ablandaron con sosa
caustica.
Fue un trabajo arduo.
Cuando tuvieron un agujero adecuado, hicieron el colado del piso, con cemento y
arena que consiguieron de construcciones cercanas, así como el reforzamiento de
las paredes y techo con madera, materiales que conseguían en donde se pudiera,
excepto el cemento.
Y para cerrar con
broche de oro, hasta una puerta que abría hacía arriba le puso, con su chapa,
llave y todo. Además, sembró arbustos espinosos en todo el lugar, con tal de
que no se viera para nada la entrada. Con tela de alambre, colocada sobre la
puerta, sembró pasto, para que creciera y disimular lo mejor posible el sitio.
Todo le costó unas cien
libras esterlinas. Sin ceremonia de por medio, una noche se mudaron a su
“hogar” el par de avezados amigos.
Cabían dos camastros
lado a lado, con un pequeño espacio entre ellos. Ahorradoras lámparas LED, de baterías,
iluminaban su “casa”. Colocó ganchos para colgar su ropa, así como una pequeña
estufa para calentar comida. Procuraba, para la cena, no cocinar cosas que
olieran mucho, limitándose a las sopas instantáneas, que no emitieran olor para
que no atrajeran a animales como los perros que la gente sacaba a pasear. “Nada
peor que un perro que huela comida y comience a buscar y a escarbar”, dice Van
Allen. Lo que sí acogió fue a un coyote, que, al contrario, apreció mucho, pues
sabía que cuando se acercaba, ya no había gente en el parque. Hasta le compraba
comida.
En ese sitio, podía
escuchar el radio, rasurarse, dormir caliente… en fin, le proporcionaba algo de
la “normalidad” que tiene la gente “decente”, pues poseía su cuenta de banco, a
veces, empleo, comida en comedores públicos y todo cerca, razón por la cual, el
refugio estaba, dice Lamont, “casi en la orilla del parque, muy cerca de las
mansiones y del camino”.
Un par de años vivió
Van Allen “tranquilo”, incluso, a veces invitando a uno que otro indigente,
simplemente “para que tuvieran un lugar caliente donde dormir”. Eso sí, debían
de respetarse rigurosamente las reglas impuestas para estar allí.
Sus necesidades de
orinar, las hacía en una botella de vino, “de las de entrada grande”. Defecaba durante
el día, en baños públicos.
Pero ya los guardias lo
habían descubierto y una vez le dejaron una nota en la puerta de su refugio,
recomendándole que buscara ayuda pública y que ya dejara ese sitio. Así lo
hizo. Recogió algunas pertenencias y se alejó.
Días más tarde, había
varios policías acordonando la zona, considerada “peligrosa”, pues habían
hallado una bomba de tubo, de las que se usan para cometer algún “acto
terrorista”, enterrada cerca del bunker de Van Allen. De inmediato,
amarillistas notas circularon la noticia de que la policía había hallado un
laboratorio de metanfetaminas, operado por “terroristas”, por lo del petardo
que habían encontrado. Eso da una idea de lo falsas que son ciertas noticias,
que sacan absurdas conclusiones de eventos como el citado.
Se excavó todo el sitio
y se descubrió su ingeniosa construcción. Las investigaciones lograron
establecer que Van Allen había construido eso, pues se halló su ADN en la bomba
de tubo. Un policía lo contacto, para sostener una “plática informal”, pero no
le dijeron que era para arrestarlo, acusándolo de “terrorismo”.
Un experto
contraterrorista lo entrevistó (de hecho, el reportaje se acompaña de varios
extractos del interrogatorio), concluyendo que no era terrorista. Pero se le
hicieron cargos, de todos modos.
Está todavía en
prisión, tomando cursos de rehabilitación, para que se asegure un trabajo y un
sitio en donde vivir cuando salga.
Aun así, Van Hallen, en
alguno de sus juicios, se jactó de que lo que hizo fue “muy brillante”.
“Imaginen, tenía mi bunker, un sitio ideal, la estación de trenes, un café
cercano, un Starbucks, el hospital, el autobús de la ruta 168, de la 24, de la
46… y no se veía nada desde la banqueta. Realmente brillante”.
Pues sí, que pudiera
vivir a sus anchas dos años, en un bunker construido por él, tranquilamente,
fue brillante, pues desafió al sistema, incluso burlándose de éste. Todo por
tratar de llevar una existencia “normal”, como todos los demás, la cual es cada
vez más y más difícil para el grueso de la humanidad.
Es inevitable recordar
la escena final de la cinta Trainspotting,
de 1996, dirigida por Danny Boyle, en la cual Mark Renton les roba 16 mil
libras esterlinas a sus “amigos”, con tal de, se justifica, llevar una “vida
normal, como todos ustedes”.
Justamente lo que hizo
Van Allen.
Contacto: studillac@hotmail.com