Inseguridad, violencia urbana y
familiar, se reflejan en las escuelas
Por Adán Salgado Andrade
Ricardo
narra el impacto que sufrió al ver a todos sus alumnos del segundo “B” de la
secundaria 64 al entrar al salón, en donde les impartiría su clase de música,
la que muy dedicadamente enseña. “¡Todos estaban llorando!”, exclama. Llegó
unos cinco minutos tarde, pues, previamente, la directora del plantel lo había
entretenido por un asunto de una “pelea” entre dos de los alumnos de Ricardo,
un par de días antes. “Yo le dije que no era mi culpa, ni tampoco de la
escuela, sino que los chicos estaban muy estresados, por todo, por las
calificaciones, por problemas familiares, por la violencia habitual que ven en
todos lados, hasta en sus familias… pero ella insistía en que era ‘mi falta de
control’. Y yo insistí en que no, que no se trataba de control, sino de
factores externos, totalmente ajenos, y que se podían agravar si uno los
reprendía y castigaba más de lo que ya están castigados”. Con eso me despedí y
me fui a mi salón y, como te digo, al entrar, me encontré con todos los niños
llorando, todos, inconsolables. El
prefecto, un tipo sin la más mínima sensibilidad, sólo se estaba riendo y trató
de darme una estúpida explicación sobre que ‘eso solía pasar’, burlándose de
ellos. Yo me indigné con su actitud y le ordené que llamara a la directora y
trató de minimizarlo, pero se lo exigí, ‘¡Tráela!’, le grité. Y ya se fue por
ella”.
Ricardo
es un excelente guitarrista-concertista, egresado de la Facultad de Música de la
UNAM, músico de toda la vida, quien actualmente desarrolla una importante
actividad artística y cultural de la difusión del idioma náhuatl a través de su
Proyecto de Rock Tenoxca. Recientemente concluyó su tercera gira por Europa
(ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2018/10/la-gira-del-tenoxca-la-conquista-mexica.html).
Y
también imparte la clase de educación
musical a nivel de secundaria. Labora en la número 64, en el turno vespertino, ubicada
cerca de la estación del metro Eduardo Molina, en medio de una zona que
evidencia precariedad y problemas de inseguridad y delincuencia. Y allí, dice
Ricardo, es en donde se ve la falta total de compatibilidad entre la impuesta,
mal llamada “reforma educativa” – que, ya dijo López Obrador, se derogará por
disfuncional e impráctica, por fortuna – y el medio social, urbano, económico,
y otros más, entre los que se desenvuelven los alumnos. Le han contado éstos,
terribles historias, de que han perdido recientemente a alguno de sus padres,
tanto de muerte natural, como por asesinatos, de cómo sobreviven, que están muy
endeudados, de que tienen a padres golpeadores, desocupados… problemas que se
reflejan en el errático, rebelde comportamiento de muchos de ellos en el aula.
Justamente
parte de la problemática que viven familiarmente, fue lo que habían presenciado
minutos antes de que Ricardo entrara al salón ese viernes, a la clase de las
17:40 horas. “¡Me dijeron que el padre de David (no es su verdadero nombre)
llegó por él, porque la directora lo había citado para decirle que David estaba
expulsado, y, enfrente de todos, lo golpeó sádicamente, hasta hacerlo llorar.
Imagínate, fue como si lo hubieran torturado públicamente, como en tiempos de
la Inquisición!”, exclama, aun indignado. Comparto su indignación e imagino tan
deleznable escena. Uno de los adolescentes se conmocionó tanto, que estuvo
llorando por alrededor de veinte minutos, inconsolable. Tuvo que llamar Ricardo
a uno de los prefectos, quien, de nuevo
trató de minimizar el problema. Pero Ricardo, ya muy exasperado, lo
conminó a que atendiera al chico, pues se evidenciaba que era víctima de una
crisis nerviosa, recordando, quizá, alguna golpiza de sus padres que él mismo
hubiera sufrido.
Por algunos
minutos Ricardo trató de calmarlos, diciéndoles además que ese “padre” – si así
se le puede llamar a un tipo que emplea los golpes, en frente de todos, para
“arreglar” un problema de expulsión escolar de su hijo –, podría ser
denunciado, pues “está prohibido que
a ustedes los golpee cualquier persona, incluso sus padres, en la escuela”. Y
llegó la directora del plantel. Entonces, Ricardo y los chicos le expusieron el
problema, confirmándole, como Ricardo le había expuesto previamente, que los
niños se pelean entre ellos o se muestran rebeldes, como consecuencia de
desafortunados factores externos o familiares, los cuales los afectan no sólo a
ellos, sino a todos, como más adelante ejemplificaré con mi propia experiencia
académica.
La
mujer se quedó sin habla, estupefacta, no alcanzando a comprender o, si tuvo la
capacidad, no asimilando la situación. Ricardo, con tal de otorgarle realmente
a ella la responsabilidad que tiene al frente de esa escuela, dejó claro a los
chicos que cualquier agresión, de cualquier persona, incluso de él, que la
denunciaran con aquélla. “Sí, no porque me hubiera querido zafar, sino para que
vea que hay cosas que no se pueden resolver diciendo que porque no es uno enérgico”, continúa Ricardo su relato.
“Fíjate, y si yo me quejo de que un padre fue agolpear allí a su hijo, enfrente
de sus compañeros, ¡me cae que le cierran la escuela, pero no deseo llegar a
tanto!”, afirma.
Y es
cierto lo que me platica, pues no se puede imponer reforma alguna, en ningún
sector, sin consultar a los directamente afectados, preguntarles sobre lo que
realmente se requiere, sus carencias, sus necesidades, los problemas que
enfrentan, las cuestiones materiales que puedan o no afectar su desarrollo, si
tal reforma pudiera afectarlos o
beneficiarlos. No sólo en la educación, sino en cualquier caso, se debe de consultar a los directamente
involucrados. Es lo que nunca han hecho, hasta ahora, las distintas mafias
en el poder que por décadas han mantenido secuestrado al país.
Y es
lo que López Obrador pretende hacer ahora, consultarnos
en todos los proyectos que emprenda. Muy bien y, esperemos, sea un paso más
para la verdadera depuración de corruptas prácticas que todo lo han impuesto en
el pasado, nos haya o no convenido, sólo buscando la satisfacción de sus
mezquinos intereses (por eso me parece absurdo, por definir lo menos, que
muchos ahora se hayan enojado con la
consulta sobre si se hacía o no el corrupto, depredador, inútil nuevo
aeropuerto, pues decían que fue “ilegal” o “inconstitucional” y otros
despropósitos. Es legal que se nos
consulte. Y si se rechazó fue porque eso pesamos todos los que votamos por el
no. Y qué bueno que se sigan haciendo consultas).
Ricardo
dice que luego de que la directora se fue, ya los niños comenzaron a
tranquilizarse y a retomar la clase. Muchos han avanzado bastante y ya tocan
las flautas, las armónicas y las guitarras que Ricardo, con mucho esfuerzo, ha
llevado, adquiridas de su bolsillo – “¡Tardaron en pagarme y cuando lo hicieron,
me descontaron tres mil pesos de la bicoca que me dan. No sobreviviría si sólo
me dedicara a dar clases!”, exclama, divertido.
“La
música es la que lleva a la sensibilización del ser humano. De verdad, estos
chicos estaban incontrolables cuando recién comencé con las clases y, ahora,
los puedes ver, están tocando, cantando. Le he dicho a la directora que si
tuviera diez guitarras, más flautas y armónicas, hasta una orquesta pequeña ya
hubiera formado, pero lo único que me dice es que no hay fondos”, afirma, con
reproche.
No
es posible, pienso, que cosas tan mínimas no puedan costearse. Así no puede
haber una verdadera “reforma educativa”, sin el apoyo logístico del material
que se requiera. Y sin que se paguen salarios decentes, que permitan realmente
vivir de ellos. “¡Me pagan una mierda, de verdad!”, dice Ricardo. Y le
descuentan más de la tercera parte de lo percibido. “Como te digo, yo sólo voy
a dar clases por los niños, pues me interesan mucho, ver cómo avanzan, sus
cambios, que la música influye positivamente en su comportamiento… pero no voy
a estar mucho tiempo, no. Es demasiada friega para la miseria que ganas. Lo que
me pagan en una quincena, me lo gano en mi estudio en una tarde. Por el lado
económico, no tiene caso seguir allí. Mejor seguiré con mi proyecto musical”,
sostiene, refiriéndose a su citado proyecto de Rock Tenoxca.
Sí,
no es un gran incentivo un salario bajo, excepto, como hace Ricardo, por el
verdadero interés que tiene por rescatar a esos chicos, víctimas de la
acumulada podredumbre que domina a este saqueado, secuestrado, depredado país.
Mi
propia experiencia académica en la FES Aragón comprueba lo que he expuesto.
Recién
realicé rápidas encuestas en dos de mis grupos, uno de 64 estudiantes, el otro,
de 46. Hablando sobre inseguridad, propuse que me dijeran las chicas y chicos
si se sentían “muy seguros”, “medianamente seguros”, “poco seguros” o “muy
inseguros”.
Los
resultados fueron pasmosos. En uno, 61% se sintieron “poco seguros” y sólo 39%
“medianamente seguros”. En otro, hubo un 19% que se sentían “muy inseguros”,
41% poco seguros, 30% medianamente seguros y sólo 10% – excepcional –, se sentían “muy seguros”
(aunque después se aclaró que era su percepción y reconocieron vivir en zonas
inseguras).
Pregunté
a quienes habían señalado sentirse muy
inseguros, las razones. Una chica levanta la mano y dice que casi todos los
días “se escuchan balazos frente a mi casa. Y como la ventana de la sala da a
la calle, hasta nos agachamos, no vaya a ser que nos toque. Y seguido asaltan,
sobre todo en motos… ¡por eso, no nos sentimos para nada seguros!”, exclama. Sus
razones son más que convincentes.
Esos
resultados, para mí, explican bien por qué, muchas veces, algunos chicos se
muestran abstraídos, desinteresados en clase, platicadores. Eso, sobre todo,
cuando me centro en los conceptos matemáticos que deben aprender – la clase es
de geometría analítica.
Pero
como antes de iniciar la descripción del tema, les hablo sobre la “reflexión”
del día, alrededor de diez minutos, sobre distintas temáticas y problemáticas
sociales, logro atraer totalmente su atención. No quiero decir que no la tenga
al estar impartiendo los fríos conceptos matemáticos, pero, cuando comienzo,
siempre uno que otro como que le resta importancia, quizá viendo que un vector
o una superficie no resuelve el que deba de cruzar todos los días una peligrosa
zona de la ciudad para llegar a su casa, exponiéndose a robos en la calle o en
el transporte, una problemática familiar.
Y
eso fue lo que observé, los problemas de inseguridad, cuando les pedí que, para
completar la encuesta, indicaran, levantando la mano, cuántos habían sido
asaltados. En uno de los grupos, el de 46, todos la levantaron. En el de 64,
sólo cinco personas nunca han sido asaltadas, hasta ahora.
A la
hora de narrar algunos de los casos, unos fueron con lujo de violencia. Por
ejemplo, uno de ellos narrado por un joven, que incluso, afirma, “salió en las
noticias”, refiere que la tarde del 31 de octubre estaban cinco amigos y él en
la casa de uno de ellos, conviviendo sanamente, tomando unas cervezas, cuando,
de pronto, nunca supieron cómo, irrumpieron cinco tipos con los rostros ocultos
a la sala de la casa. A todos los amagaron y les cubrieron los ojos. “Al chavo
de la casa, nada más escuché cómo le gritaban y lo golpeaban y gritaba y
lloraba muy feo. Para mí fue muy traumático… hasta me están dando ayuda
psicológica. Nos quitaron todas nuestras cosas, tarjetas, celulares, todo… Eso
fue como una hora. Ya cuando se fueron, como pudimos, nos soltamos. Y nos dimos
cuenta que al chavo de la casa lo mataron, yo creo que a golpes. Eso fue en
Villa Coapa, una zona, pues de clase media, no en Iztapalapa, ¿no?”, platica, con
algo de emoción, quizá por los dramáticos recuerdos de haber estado amarrado,
apuntado con una pistola en la cabeza. Agrega que los judiciales que
investigaron el caso, hallaron prontamente las tarjetas y hasta los celulares, y
les dijeron que nada había sido empleado, descartándose que hubiera sido robo,
pero que esa había sido la intención de simular. Tampoco fue intento de
secuestro, pues al haberlo asesinado, no buscaban eso, a pesar de que sus
padres, dice nuestro narrador, eran de mucho dinero, dueños de negocios, como
gasolineras y cosas así. Le digo que quizá haya sido alguna venganza. Probablemente
algo hubiera hecho el chico, metiéndose, sin querer, con algún capo o criminal
(hay sicarios que se vengan hasta porque alguien les miente la madre o les haya
“arrebatado” a algún amor, refiero), que lo llevó a ese cruel, fatal desenlace.
Otro
de los chicos cuenta un muy singular asalto. Refiere que bajó de una estación
del metrobús y que un señor de unos setenta años o más, de amable gesto, se le acercó, pidiéndole su ayuda para hallar un
banco, pues necesitaba sacar dinero. Muy acomedido, el joven se prestó para
acompañarlo. Ya, algo alejados de la estación, el septuagenario le dijo, en
pleno lépero lenguaje, que se trataba de un asalto, que le diera su celular y
su cartera, “¡y ni te pongas pendejo, porque aquí, mi amigo, te chinga!”, le
dijo, haciéndose a un lado y dejándole ver a, ese sí, un joven que, de
inmediato, se subió la playera y le mostró la intimidadora cacha de una
pistola. Nuestro narrador le dijo que no tenía dinero, ni celular e iba a
continuar con su letanía, cuando, repentinamente, el septuagenario ladrón, le
sorrajó fuertísima bofetada. “¡Hasta me dejó viendo estrellitas!”, dice, entre
divertido y resentido, por el doloroso recuerdo. “Se los di, pero me exigió que
le diera mi mochila. Como tenía mi carpeta con mis tareas, le traté de decir
eso, que no me la quitara y ¡que me suelta otra cachetada, pero, en serio, bien
fuerte… y pues que me la quité y también se la di. Como allí llevaba todo mi
dinero, pues no tenía ni para regresarme”, agrega. Luego, ya se acercaron dos
personas que habían presenciado el asalto
– lo que da cuenta del grado de deshumanización al que hemos llegado, de no meternos
a ayudar en casos así, por el supuesto “temor” a que nos hagan algo –, y le
preguntaron si quería comunicarse con alguien y le prestaron un celular, para
que se comunicara con su mamá. Un tiempo más tarde, la señora fue a recogerlo.
Y allí terminó su traumática y sorpresiva experiencia, sobre todo porque el
asaltante era un “señor que, en serio, se veía bien frágil, hasta como amable…
no sé”. Eso significa que, como bien dice el vox populi, las apariencias engañan.
Les
refiero que en China, no hace mucho, ancianos simulaban caerse y cuando alguna
persona acudía a ayudarlos, aquéllos, alevosamente, gritaban por ayuda, que los
habían asaltado y golpeado y que exigían que los encarcelaran, que les
regresaran sus cosas robadas y que les dieran indemnización por los daños
corporales causados. La reacción social ha sido ya no ayudar a ningún anciano
que se caiga, aunque sea cierto. Esos falsos casos también contribuyen aun más
a la creciente deshumanización.
Un
tercer caso que vale la pena narrar – todos los que platicaron son importantes,
pero solamente cito los más relevantes, para no extenderme más en cuanto al
objetivo del artículo –, que también fue publicado en notas rojas de diarios y
hasta en noticieros televisivos, refiere quien lo platica, fue el que tomó
lugar en un autobús semiurbano, de los que llevan a los alejados alrededores de
la ciudad. En este, cuenta el joven, subieron dos jóvenes a robar. Lo que más
solicitan son carteras, bolsas y, sobre todo, celulares (según las
estadísticas, los celulares son los objetos más demandados por los delincuentes,
pues son fácilmente vendibles, como
dinero en efectivo). Todos comenzaron resignadamente a desprenderse de sus
cosas. Pero antes de que llegaran a la última fila de asientos, los ladrones
fueron tomados por sorpresa por una persona que, luego les comentó a todos los
pasajeros, era soldado, quien sacó un arma y se puso a dispararles. A uno, lo
hirió fatalmente. El otro, todavía intercambio disparos con el, digamos, justiciero del autobús, errando todos.
Vaya dramático momento ese, pues pudo haber alcanzado una de las perdidas balas
a alguno de los espantados usuarios. El camión se detuvo y el ladrón que
disparó salió corriendo. El que fue herido fatalmente apenas descendió, cayó
muerto sobre el asfalto. “Como tenía la mochila en donde había guardado todas
nuestras cosas, un señor que nos dice que lo esculcáramos y… pues ya
recuperamos lo que nos había robado… y yo creo que muchos hasta agarraron cosas
que no eran de ellos – platica, algo divertido. Me pregunto si su sonrisa de
ese momento está acorde con la intensidad de los hechos que vivió o es una forma
de paliar esos brutales recuerdos –. El soldado o lo que haya sido, se bajó, y
se fue corriendo y, cuando llegó la policía, nadie dijo nada… al contrario,
hasta le dimos las gracias, porque recuperamos lo robado”, finaliza su
narración. Hasta le dimos las gracias…
terrible frase expresada en ese contexto, el de haber matado a una persona.
¿Cuestionada
justicia popular, deshumanización, indiferencia, endurecimiento social?...
podríamos preguntarnos. Quizá todo quepa, en vista de que cada vez es menos explicable
el comportamiento social ante negativos, destructivos eventos del complejo poblacional que se tienden a
cotidianizar.
Eso
explica, reflexiono, por qué, varios de los jóvenes de mis clases – y
seguramente de todo el plantel, como se puede percibir por sus pláticas y su
forma de comportarse –, son hasta cierto punto tan inquietos, algo rebeldes,
pues quizá la escuela sea tomada, en cierto momento, como un lugar para
desestresarse, para mitigar tanta violencia, inseguridad, diarios peligros que
tienen que enfrentar.
En
estos momentos que en la FES Aragón las carreras de ingeniería se están
“reacreditando” ante el CACEI (el órgano calificador que establece los
“criterios” que posibilitarán que una universidad, sea pública o privada, pueda
decir que es capaz de impartir tal o cual carrera), aplicando absurdos razonamientos impuestos por
aquel organismo para tal proceso, como hemos discutido entre algunos colegas,
debería también tomarse en cuenta el medio
ambiente social para definir si un estudiante “logró” o “no logró” cumplir
con el aprendizaje de una materia.
Porque,
para mí, el que muchos cada día puedan
llegar a la escuela a pesar de ser asaltados, teniendo o no problemas
familiares, caminando por peligrosas zonas, enfrentando la precariedad económica
familiar… sí es un gran logro.
Y le
preguntaría a los directivos del CACEI si en las condiciones descritas se puede reacreditar no sólo a las universidades,
sino a la sociedad misma. Porque insistir en reacreditar a una universidad
y sus carreras, sea pública o privada sólo basándose en añejos, absurdos
conceptos es retrógrado, desfasado con los intentos de “modernización educativa”
que se buscan.
Así
que, repito, cualquier “reforma” que se jacte de ser educativa, debe,
forzosamente, de tomar en cuenta, los negativos aspectos sociales que niños,
adolescentes y jóvenes enfrentan cada día, con tal de cumplir con un, de por
sí, impuesto modelo “educativo”.
De
otra forma, no habrá reforma que logre “mejorar
la educación”.
Contacto: studillac@hotmail.com