Una mañana de pulque
por Adán Salgado Andrade
Nopala, Hidalgo. Basta con
recorrer casi cualquier poblado de este país de profundos contrastes, para
apreciar las marcadas diferencias que existen en esos sitios.
Uno de ellos que, por estos días de asueto conocí más de cerca, es
Nopala de Villagrán, poblado hidalguense, que de acuerdo con el censo del 2010,
tiene 15666 habitantes, casi sin variación desde el 2005, cuando eran 15099, lo
que muestra su estado de estancamiento, pues no hay realmente alguna actividad o
sector que lo haga crecer (ver: http://www.nopala.gob.mx/estadisticas/).
Nopala, como muchos otros lugares del estado de Hidalgo – y del país –,
vive entre la precarización, creciente pobreza, manipulación política,
criminalidad, corrupción, concentración de la riqueza en unos cuantos sectores…
y muy pocas expectativas a futuro.
De por sí, Hidalgo ha sido un estado en donde la mafia priísta ha
asentado sus reales desde hace muchas décadas, con impuestos “gobernadores” que
siempre han ganado el poder por millonarios fraudes y violencia. Aunque de vez
en cuando, algún municipio sea ganado por otra denominación partidaria, como el
año pasado, que ganó “Encuentro Social” en Huejutla, municipio enclavado en
medio de la muy depredada zona de la huasteca hidalguense. Es en la Huasteca en
donde, igualmente, puede verse como Hidalgo es un depredado estado, en donde la
pobreza es mayoritaria, a pesar de sus aun abundantes recursos (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2016/07/de-visita-y-conversando-en-la-huasteca.html).
En Nopala sucede lo mismo, que la manipulación por parte de los
gánsteres que tienen el poder, llega a niveles de tal surrealismo que hay que
verlo, para creerlo. Un ejemplo fue que, el “presidente municipal” de la
anterior administración, el contador público Adolfo Ochoa Chávez, consideró que
la construcción de otro costoso lienzo charro “mejoraría la vida de los
nopalenses”, como si “tan noble acto oficial” acabara con pobreza y
desesperanza por el negro futuro. El precio final de ese lienzo, muy
seguramente fue inflado por tanto favoritismo y compadrazgos con las empresas
que surtieron los materiales constructivos y la que lo edificó. Nopala ya
contaba con uno de esos sitios, en donde se realizan los tradicionales jaripeos,
y que muy pocas veces se ocupa, por lo que resulta verdaderamente absurdo que
se haya construido otro. Lo peor es que está en una muy alejada parte del
pueblo, ubicada a unos tres kilómetros del centro, a la que se accede por un
lodoso, por estos días, camino de terracería.
Absurdo elefante blanco ese
lienzo (blanco, por cierto), viendo que hay necesidades más importantes, como
haber hecho o mejorado las escuelas existentes, haber construido una mejor
clínica o pequeño hospital, dotar de comedores populares, dadas las carencias
alimentarias que, me comenta mi acompañante, existen, y otras tantas insuficiencias.
“Mire, aquí, el centro de salud no tiene medicinas, la gente hace unas colotas,
desde temprano, para que le den una receta en donde le dicen que estudios sí le
pueden hacer y qué no, lo tratan como animal... mejor hubieran gastado en
ampliarlo, en dar medicinas, no, con perdón suyo, en esas pendejadas!”, exclama
mi acompañante, a quien llamaré Roberto.
“Pero, mire, la culpa la tiene la gente… en serio, se la marean con
cualquier cosa, como con ese lienzo charro, ¿para qué, mi señor, sirve, con
perdón de usted, esa pendejada?”, abunda Roberto, con sobrada razón. Es cuando,
pienso, ¿qué tendría que suceder para realmente mover a las personas a darse
cuenta de que las mafias en el poder sólo las engañan y manipulan? Porque, al
menos en México, a muchos millones todavía no hay nada que los sacuda. Y por
eso sigue ganando, por desgracia, la mafia priísta en muchos sitios, como en el
Estado de México en donde, me consta, muchos votaron por la continuidad de
aquélla, ya fuera engañados, cooptados, comprados… pero lo hicieron, es decir,
no existe conciencia social en esas personas, no razonan que siguen
comprometiendo su futuro al seguir manteniendo a los mismos ladrones,
represores en el poder.
Como mencioné, se notan los contrastes. En una misma calle, puede verse
una ruinosa casa, probablemente de ochenta o más años de antigüedad y, en
seguida, una moderna construcción, que la sola barda, muy alta y larga, debe de
haber costado incluso más que la construcción central. “Dicen que muchas son de
narcos. Porque, ¿qué cree?, que dicen que han encontrado muchos
narcolaboratorios, que hay colombianos y salvadoreños y guatemaltecos en el
negocio de las drogas. Y que le tienen que entrar con ciento cincuenta mil
pesos mensuales para que los (policías) federales no los detengan. Así de
corruptotes son aquí”, abunda Roberto. Y camionetas de lujo, último modelo, casi
todas negras, estacionadas en las entradas de esas casas, completan los
ostentosos domicilios.
No es de extrañar que esos “decires” de la gente, sean verdad, dados
los niveles de corrupción de este país, cuyo sostén es, justamente, tal
corrupción. Sin la corrupción, la “estabilidad” de México, se derrumbaría en
muy poco tiempo. Aunque hay que decir, que la corrupción ya es mundial, y para
este decadente sistema, es vital con tal de continuar su magra, agonizante
supervivencia (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2015/12/corrupcion-corporativa-ganancias-y.html).
Como mi acompañante ha insistido en llevarme a donde venden muy “buen
pulque”, nuestra primera parada es en un rancho que está al lado del flamante
nuevo lienzo, que, como dije, luce como un insulto entre tanta rusticidad.
“Va a ver qué buen pulque hace este señor”, me dice Roberto. La
invitación fue porque le dije que en la ciudad de México ya es difícil tomar
buen pulque, a pesar de que, últimamente, se ha puesto de moda, y hasta jóvenes
sectores, como estudiantes universitarios, de ambos sexos, lo toman, así, como
si fuera muy “chic”. Le digo que sabe muy amargo y su consistencia es demasiado
babosa. Me dice que es porque lo “bautizan” con harina y sueros de leche, con
tal de que rinda más y obtengan las pulquerías más ganancias. Ni siquiera los
“curados” que es la mezcla de pulque con otros ingredientes, como frutas,
mejoran el amargo sabor, le comento. “Pues, para que vea como hasta en el
pulque nos hacen trampa”. Muy triste que, hasta en eso, una muy tradicional y
antigua bebida, legado de nuestras culturas originarias, haya corrupción.
Incluso, hasta en el precio, pues por el litro de pulque que nos vende don Vicente,
que así se llama nuestro primer expendedor de esa blancuzca, dulzona bebida,
pagamos ocho pesos, que es lo que ahora vale, a pesar de que cada vez, nos
explica, es más lejos a donde debe de ir a “raspar” los magueyes pulqueros, la
“tlachiquería” como la llaman. En el DF, se pagan cuarenta pesos por un litro
de “bautizado” pulque.
“Pos cada vez sembramos menos… y como le tardan diez años los
magueicitos pa’ dar, pos ‘tá canijo”, dice don Vicente, un aún robusto hombre
de unos setenta años, quien comenta que, desde chico, ha tomado pulque y está
muy bien de salud. De hecho, lo encontramos por el camino, pedaleando una
oxidada bicicleta, cuesta arriba, unos dos kilómetros, y llegó como si nada.
“Ya ve que dicen que le falta un grado para que sea carne”, bromea
Roberto. Como sea, estudios universitarios recientes, señalan que, en efecto,
el pulque, el auténtico, claro, es una bebida que posee varias propiedades
curativas, además de nutritivas. Y al ver a don Vicente, tan saludable, a pesar
de su edad, no es de dudarse que sea tan benéfico (ver: http://www.laprensa.mx/notas.asp?id=207992).
Agradecemos mucho a don Vicente su atención y proseguimos nuestro camino.
Otra vez nos encontramos con contrastes: casas casi cayéndose, por
falta de mantenimiento de muchos años, seguidas de modernas, ostentosas bardas
que encierran lujosas casas. “¡Huy, yo hace muchos años entré a esa casa – me
señala una, cuya larguísima barda, de cientos de metros, tendrá unos tres y
medio de altura –, y viera qué lujosa… adivinar cómo estará ahora!”.
Como es lunes, día de “plaza”, el centro de Nopala está lleno de
puestos, formados de mesas plásticas e improvisadas mantas, pues la lluvia
amenaza con soltarse en cualquier instante. Aprovecha Roberto, como atracción
adicional, para llevarme a ver lo que llaman La Presa (Nopala), un lago
artificial formado hace más de cien años, según le han dicho, debido a que por
el clima semidesértico del lugar, se requería crear una reserva de agua.
Paramos a un lado de las vías del tren, aquél que viene desde Chiapas y va
hasta el Norte, al que llaman “La Bestia”, abordado (aunque cada vez menos) por
centroamericanos que lo emplean como inseguro transporte para llegar a los
Estados Unidos (EU) y alcanzar el cada vez más alejado “sueño americano”, menos
ahora que el racista Trump ha amenazado casi, casi, con expulsar a todo aquel
que no sea blanco de EU, tóxicas ideas que últimamente vuelven a tener mucho
arraigo entre la parte más peligrosamente conservadora de los estadounidenses
(ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2017/03/los-enajenados-y-racistas-cazailegales.html).
Hasta lo que la vista permite apreciar, se extiende ese lago
artificial. Dice Roberto que no hace mucho terminó un convenio por el cual
debían darle agua al vecino poblado de San Simón, pero ya terminó. Ahora, allí
está esa enorme extensión de agua. Calculo que serán unos tres kilómetros
cuadrados, sin que sean aprovechados para nada. Podrían hacer alguna
cooperativa turística, para meter lanchas, pescar o cosas así. Con eso, podrían
crearse algunos, muy necesitados, empleos. Y lo habrían logrado con una
fracción de lo que emplearon en el nuevo
lienzo. “Luego me dicen que no tienen agua para regar, pero les digo que por
qué, no, llenan una pipa de la Presa y con eso riegan sus tierras”, dice
Roberto.
Incluso, pienso, que también se pudo haber hecho un sistema de riego
para aprovechar esa agua. Pero quizá no era tanto negocio como el nuevo lienzo
charro o las estructuras de lámina blanca que ya cubren muchos lugares, como el
antiguo lienzo, la escuela, un parque (absurdo que cubran un parque, si lo que
requieren los árboles son sol y lluvia), como si hubieran dado una concesión a
una empresa para que unificara muchos lugares con esas estructuras metálicas
que deben de haber costado también mucho dinero, más, por la corrupción
existente. “Fíjese que hasta en Huichapan les ha dado por cubrir con esas
láminas y estructuras muchas cosas”, me comenta Roberto ante mi observación.
Sí, debe de haber sido un millonario negocio, tanto para la empresa que las
construyó, así como para los mafiosos en el poder local que concedieron tales
obras, a cambio, claro, de un cuantioso diezmo.
Regresamos al pueblo y hacemos parada en otro lugar de venta de pulque,
éste, dentro de una especie de “casa” o lo que queda de ella, compuesta por una
ruinosa construcción y un amplio terreno baldío en el que crece abundante
hierba y pastan dos flacuchos caballos. Un hombre revisa a uno de ellos. “¡A
esta yegua, ya la pico la víbora, una hocico de puerco!” Esa víbora abunda en
época de lluvias, entre la hierba húmeda, me dice Roberto. Pero el animal,
sigue pastando, como si nada. “O quizá sólo se lastimó la pierna”, pienso.
Y ya pedimos cada uno medio litro de pulque, pues se trata de
disfrutarlo, no de embriagarse – ya llevamos medio litro ingerido del lugar
previo –, que la mujer que despacha, nos sirve en jarros de barro, los
tradicionales utensilios, todavía tan usados en muchas partes del país,
incluidas las ollas moleras, frijoleras, las jarras para el agua, el café… sí,
lo que aún sigue allí, a pesar de la depredadora globalización capitalista
salvaje.
Les pregunto que de dónde traen el pulque, y me señalan que por la
Cañada “allá, por donde se ve ese cerro”, me indica el esposo de la mujer.
“¿Ustedes lo hacen?”, sigo preguntando.
“Sí, nosotros lo raspamos, pero como ahorita están las lluvias, pos da
más trabajo, porque el maguey se llena de agua y la tiene que sacar, pa’ que le
pueda sacar el aguamiel”, dice el hombre, sonriendo, con un gesto de orgullo
cuando le decimos que está muy bueno su pulque.
Mientras lo tomamos, entra al lugar un vendedor de sombreros de palma,
morrales de ixtle y ayates, objetos que siguen empleando bastante los
campesinos de las rancherías de los alrededores. Roberto le comenta que antes
hacían unos sombreros tan bruñidos en su tejido, que hasta agua se podía
acarrear en ellos para las bestias. “Sí, mire, son como éstos”, nos enseña sus
sombreros, “yo los doy a doscientos cincuenta”. Muy caros, considero, si por
allí, el salario mínimo diario debe de estar a no más de 100 pesos diarios. El
hombre pide un litro de pulque. Lo termina y pregunta si no le compramos
cacahuates, dado que nadie le preguntó por sus otras mercancías. Le decimos que
no, que muchas gracias y se va, con desconsolado gesto, pues se ve que nada ha
vendido. Luego, entra un vendedor de churros, quien corre con más suerte, pues
le compramos dos bolsas, de a diez pesos cada una, y obsequiamos una bolsa a
los marchantes del pulque, pues “ya hace hambre”, como dice Roberto.
Llegan otras personas por su pulque, el cual piden que se los pongan en
recipientes que llevan para tal efecto. Se ve que los pulqueros ya tienen su
clientela, que seguro es de la que se mantienen cada ocho días. “Pero también
tenemos un puesto en la carretera y ahí nos ponemos del diario”, aclaran, ante
mi pregunta. No creo que pudieran vivir sólo de vender pulque los lunes, pues
son, me dicen, treinta litros los que traen, que a ocho pesos, serian apenas
doscientos cuarenta pesos de ingreso. No podrían mantenerse con eso. Así que si
sólo venden pulque, vivirán con unos 240 pesos diarios, unos siete mil pesos
mensuales… eso, suponiendo que a diario realmente logren vender eso. Eso
muestra los precarios ingresos con los que la mayoría de los mexicanos deben de
sobrevivir, mientras, como ya señalé, unos cuantos poderosos del pueblo
ostentan sus lujosas casas de kilométricas bardas y caras camionetas último
modelo. De verdad que este país está brutalmente polarizado.
El hombre de los churros se va, muy agradecido por la compra que le
hicimos y, en ese momento, entra un hombre muy flaco, de cachucha, y unos 52
años, con rasgos asiáticos, tez amarilla, bigote enchinado en los extremos
(imaginen al personaje de Fumanchú, para mejor descripción, pues el tipo es probablemente
de ascendencia asiática), seguido de un muchacho de unos 20 años. Se les ve
algo agitados.
Piden, casi antes de llegar a los asientos, el pulque, como si tuvieran
prisa. Enseguida, detrás de ellos, tres policías municipales los siguen.
“Buenas tardes”, dice uno de los uniformados, un tipo bastante gordo y mal
encarado, como, por desgracia, es el estereotipo de la mayoría de los
“representantes de la ley” en este país, dominado también por las mafias
“policiacas”. “Ustedes dos, vengan”, les ordena a los que acaban de entrar. Y
los sacan del lugar, colocándose detrás de una barda, con tal de que no veamos
su “celoso cumplimiento del deber”.
Unos cinco minutos más tarde, el hombre de rasgos asiáticos regresa,
aparentemente tranquilo, y pide de nuevo su pulque. “¿Qué le dijeron?”,
pregunta la curiosa mujer, mientras se lo sirve. “Pues que era una ‘revisión de
rutina’… ya sabe, sus pinches revisiones, nomás pa’ quitar dinero, pero el
chavo se puso las pilas, se metió la hierba entre las mangas”, dice, explicando
que como para hacer la “revisión”, les ordenan subir los brazos, “los pendejos
no se dieron cuenta que él la traía entre la manga… y se los chingó”. Se le ve
contento de haber sido más listos ellos que los uniformados. “¡Huy, porque si
se la ‘bieran encontrado, pues ya le estarían sacando hasta lo que no!”,
exclama, recibiendo su pulque y dando un buen trago, así, como para calmarse el
que por poco “les caían con la hierba” esos tipos, cuya finalidad habría sido,
no “ejercer la ley”, sino obtener un sustancial beneficio económico, además,
claro, de requisar la “hierba” y usarla o distribuirla ellos mismos, como, por
desgracia, es el típico actuar de los corruptos cuerpos policiacos de este
descompuesto país. El hombre, todavía, muy pomposamente, se jactó de que ni a
él se la habían encontrado, descubriéndose la enorme hebilla de su cinturón, y
bajándola un poco para que todos los presentes viéramos el pequeño envoltorio
plástico en donde llevaba oculta su dosis de hierba, un pequeño paquete, seguro
para su propio consumo. Uno de los presentes le dijo que les hubiera dicho, si
se las encontraban, que era por receta médica “que, ya ves, compa, que dicen
que si es pa’ curarte, pos no t’hacen nada”. El hombre sólo sonrió, mientras
daba otro sorbo a su jarro de pulque.
Reflexiono como los policías, todos sin excepción, están sólo para
reprimir, extorsionar, amedrentar… pero menos para “cuidarnos” a los
ciudadanos, quienes, ante su prepotente, intimidante actuación, ¡sólo nos queda
contener nuestra rabia por tantas malditas infamias!
El día, desde hacía rato, se anunciaba lluvioso. Y así fue.
Repentinamente, un aguacero se soltó. Roberto y yo preferimos retirarnos y
refugiarnos en su auto.
Emprendemos el regreso a Huichapan, en medio de la lluvia, que resulta
tan intensa, que ya se forman corrientes en las cunetas de todas las calles de
Nopala.
Dice que con lluvia la gente toma menos pulque “que porque se enfrían”,
exclama, irónico.
“A lo mejor los pulqueros no acabarán de vender su pulque, ¿no?”,
objeto. “¡Sí, nomás que se van a tener que esperar más!”, dice Roberto.
Y yo me pregunto, ¿cuánto más esperaremos para deshacernos de tanto
mafioso, corrupto, prepotente, de toda clase, criminales de la calle y de
“instituciones”, que únicamente nos usan, y al país todo, sólo para sus
mezquinos, enriquecedores intereses?
Ojalá no esperemos tanto, pues quizá, cuando reaccionemos, sea ya
demasiado tarde.
Contacto: studillac@hotmail.com