La vanguardista visión de feminismo y la crítica
al sistema carcelario de Sinclair Lewis
por Adán Salgado Andrade
Ya me he referido antes a la gran
obra literaria de Sinclair Lewis, uno de los escritores estadounidenses más
acérrimamente opuestos a los estándares vigentes en sus días, sobre todo en el
sentido de que la mayor parte de sus “colegas” escribían obras totalmente
asépticas, vanagloriando a su país, sin ninguna o muy poca y velada crítica
social. De hecho, al recibir el Premio Nobel de literatura en 1930, declaró que
“En Estados Unidos, muchos de nosotros, no sólo los lectores, sino los
escritores, aun tememos cualquier literatura que no sea aquélla que sólo busque
la glorificación de todo lo estadounidense, una glorificación de nuestras
faltas y también de nuestras virtudes. Pero Estados Unidos es uno de los países
más contradictorios, depresivos y convulsos de cualquier otra tierra que exista
en el mundo hoy día. Nuestros profesores prefieren solamente una literatura que
sea clara, fría, pura y terriblemente muerta” light (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2012/06/sinclair-lewis-y-su-acerrima-critica-la.html).
Concretamente me referí ya a su
libro Elmer Gantry, cuyo personaje
encarna al típico pastor que “abraza” la religión por simple conveniencia
material y de poder político y no por entregar
su alma y su vida a Dios. Lewis describe perfectamente a un personaje cínico,
quien, escudado por su labor “religiosa”, no escatima esfuerzo alguno ni tiene
escrúpulos para imponer su voluntad por sobre cualquier persona o situación.
La novela que ahora analizo es Ann Vickers, publicada en 1933, en la
edición en inglés de la editorial estadounidense Dell Books, de 1962. Esta novela es considerada por muchos como uno
de los trabajos menos exitosos de Lewis, inmerecidamente, por supuesto. Esa
idea es probable que haya surgido porque en dicha obra, Lewis retrata la vida
de una mujer que luchó contra todo, personas, prejuicios, machismo y más, con
tal de desarrollarse plenamente. “Críticos”, en su momento, calificaron la obra
de abominable y de que no podía ser leída por espíritus “débiles”, pues
incitaba al mal y podía deformar la mente de quien lo hiciera.
Sin embargo, una de las frases de
agradecimiento es a la señora Dorothy Thompson, señalando que “su conocimiento
y ayuda me hicieron posible escribir sobre Ann”. Thompson, además de ser su
esposa, fue también una muy importante periodista, a la que la revista Time de 1939,
señaló como la segunda mujer más influyente de Estados Unidos (EU), después de
Eleanor Roosevelt. Sus trabajos periodísticos eran muy demandados y leídos, no
sólo en dicho país, sino en otros, sobre todo cuando comenzaba a surgir el nazismo,
en los primeros años de la década de los 1930’s.
De hecho, Thompson entrevistó a
Adolfo Hitler, antes de que estallara la guerra, dando una opinión objetiva de
dicho personaje, señalando lo insignificante, acomplejado y peligroso que pudría
llegar a ser, como, en efecto, lo fue. Justamente porque Thompson no se quiso
retractar de su opinión sobre Hitler, fue expulsada de la Alemania nazi. De
todos modos, al regresar a EU, su vida periodística y profesional fue bastante
activa, pues además del periodismo, condujo programas radiales, escribió varios
libros, así como columnas en muchos periódicos (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Dorothy_Thompson).
Seguramente fue una gran
influencia para Lewis, quien quizá impresionado por todo lo que hacía su esposa,
se dio a la tarea de escribir Ann Vickers.
Y es que la novela realmente
parece escrita por una mujer, pues Lewis describe bastante bien los
sentimientos de Vickers, sus ideas, sus pasiones, su trato con los hombres,
pero, sobre todo, su lucha por reivindicarse, no sólo como mujer, sino como ser
humano que persevera por sus convicciones y que busca el verdadero amor.
Justo por ello fue que causó
tanta polémica y escándalo esta obra, porque dignifica y pone muy en alto a una
mujer que pelea por su emancipación, a pesar de tener casi todo en su contra,
sobre todo la cerrada y conservadora sociedad de la primera mitad del siglo
veinte, como veremos.
Comienza por referirse a sus años
mozos, en Waubanakee, algún pueblo creado por Lewis, en donde cuenta que ya
desde niña, Vickers tenía don de mando, pues cada que se ponían a jugar ella y
sus amigos, hombres todos, a Cristóbal Colón, Ann siempre la hacía de aquel
personaje, con tal de asumir el mando entre todos. Ya, desde esa edad, Ann se
presenta como una adolescente muy orgullosa, pues bastaba que alguien, un
hombre, por ejemplo, le hiciera algo, para que aquélla perdiera todo interés en
dicho personaje, incluso a pesar de que le gustara, como para tener una relación
de noviazgo.
Por otro lado, Ann tenía siempre
en muy alta opinión a su padre, el profesor Vickers, ya que dada su orfandad de
madre, veía en él todo cuanto necesitaba. Es otro rasgo en el que Lewis se basó
en su esposa, pues ésta quedó huérfana de madre a los siete años.
También cuando, pasado el tiempo,
vemos a Vickers en la universidad, coincide justo con la vida de Thompson, pues
Ann va allí a estudiar sociología, similar a los estudios políticos y sociales
que aquélla realizó. Muy convenientemente, Lewis aclara que Ann pudo estudiar
gracias a que su padre, quien muere prematuramente (no da más detalles sobre
eso, pues es algo que no tiene mayor relevancia), le deja un fondo de mil
dólares (mucho dinero para 1910), con el cual, Ann puede estudiar sin trabas
económicas la universidad.
En dicho periodo, Lewis muestra a
una Ann desenvuelta, curiosa por saber no sólo lo que enseñaban los maestros,
sino algo más, buscando amistad con los que le parecían más inteligentes… pero
evitando a aquellos maestros que, aprovechando la admiración de Ann hacia
ellos, trataban, finalmente de tener alguna aventura
sexual con ella. Lewis muestra a una Ann que no cae fácilmente y que, al
contrario, cuestiona fuertemente ese típico
comportamiento de los hombres, quienes aprovechando alguna notoriedad,
terminaban comportándose como simples machos.
De allí, habiendo terminado la
universidad, Ann pasa por una etapa de activismo, en donde se une a un grupo de
mujeres que claman por el feminismo y que exigen igualdad de derechos con los
hombres, como el que pudieran votar, algo que, para ese entonces, era un tema tabú. Por ese activismo es que termina
en la cárcel, en donde se la pasa una semana. Son dignas de mencionar las
reflexiones que Lewis, a través de su personaje, hace, como, por ejemplo, la
crítica tanto a la intolerancia “gubernamental”, así como al activismo
dogmático (por ejemplo, los que se decían socialistas,
quienes rayaban en la casi total cerrazón de viejas y muy gastadas ideas).
Las condiciones tan deplorables
que experimenta Ann en la cárcel durante una semana, la llevan a renunciar a su
activismo con las feministas y a buscar nuevos horizontes, los que halla al
mudarse a Nueva York, en donde se dedica a atender una casa de beneficencia.
En ese tiempo, tuvo una relación
amorosa con un soldado, del que se enamora profundamente y el romance la deja
encinta. Es cuando Ann se debe de enfrentar al dilema de ser madre soltera y desafiar
a una prejuiciosa sociedad que la juzgaría por tal hecho, de procrear un hijo
sin estar casada “propiamente” o arriesgarse a abortar y que se considerara
como una “peligrosa criminal”. Sin embargo, gracias a que conoce a un muy
humano doctor Wormser, es que resuelve su
dilema, pues aquél le practica un aborto de la forma más segura e higiénica
posible. Es cuando Lewis, en el pensamiento de Ann, propone una muy interesante
reflexión, en la que declara que, practicado el aborto "¡todo estaba
resuelto. Muy bien. Y si esto hubiera sido un crimen que todas las respetables naciones condenaran – esas
naciones que en ese momento, 1917, durante la primera guerra mundial, mostraban
su respetabilidad y su odio hacia el crimen, peleando entre sí con
tanques, gas venenoso y fuego líquido –, entonces ella se sentía confundida
entre lo que era en verdad crimen y
quienes eran realmente los criminales”.
Más clara referencia a la hipocresía humana, no pudo haber hecho Lewis.
A pesar de ello, Ann lamenta la
pérdida del que hubiera sido su primer hijo, que ella habría deseado con todas
sus fuerzas que fuera mujer, y a la que llamó desde entonces Pride, sí, su orgullo, a la que le pide
sincero perdón y le promete que en otro momento más adecuado de su existencia
la concebirá y le dará la vida que se merece. También es muestra del profundo
conocimiento de Lewis sobre la psicología femenina, en cuanto a que la mayoría
de las mujeres que, bajo cualquier circunstancia, deben de practicarse un
legrado, lo lamentan el resto de sus vidas.
Luego de esa traumática
experiencia personal, pasa por ser la asistente de una mujer millonaria, Nancy
Benescoten, quien realizaba obras filantrópicas… pero, y es donde sobresale de
nuevo la crítica de Lewis, no por realmente ayudar a los más necesitados, sino
simplemente por proyectar una muy arreglada imagen de mujer “caritativa” y
“bondadosa”. Ann no comprende por qué cuidaba tanto su jefa el seleccionar sólo
aquellas obras de caridad que proyectaran bastante y muy convenientemente su
imagen, aunque no fueran, realmente, tan importantes, hasta que la adinerada
mujer una ocasión le dijo que obra de caridad a la que no acudiera la prensa y
saliera en todos los periódicos, no era de su interés, por muy necesitados que
estuvieran los solicitantes.
Podríamos pensar, como analogía,
en la ayuda filantrópica que se da en la actualidad, como, por ejemplo, la Fundación
Bill y Melisa Gates, quienes más que donar, invierten sólo en obras que les
rindan una ganancia, no en aquéllas que sólo beneficien a un sector y ya, que
no exista nada lucrativo de por medio. Además, esa “filantropía”, resulta muy
conveniente para, por ejemplo, deducir impuestos. No por nada es que
actualmente, casi cualquier empresa tiene su división “compasiva”, empleando
excelentes pretextos para crear una fundación, tales como el combate a la
ceguera (como hace la cadena Cinépolis) o la “ayuda” a niños enfermos (como
pretende hacer Televisa con su muy publicitado Teletón).
Ann termina por cansarse de
trabajar con aquella farsante y se dedica a viajar. Por el alto sueldo que ganó
laborando allí, decide visitar Inglaterra. Esto muy probablemente Lewis lo haya
retomado de su propia experiencia con Thompson, con quien pasó su luna de miel
justamente en Inglaterra.
Ann pensó que estando allí, su
vida sería idílica. Sin embargo, la llama a su país su deseo de hacer cosas
importantes, darle un sentido útil a su existencia.
Decide regresar a EU y dedicarse
a trabajar en las cárceles, hacer labor social, buscar la mejora de las
condiciones de los internos. Eso surge de los días que ella misma estuvo en la
cárcel una semana, como menciono antes.
Esa parte de la novela es quizá
una de las más críticas, pues Lewis, a través de Ann, expresa su desacuerdo con
el sistema penitenciario de EU, el que de ninguna manera reformaba (de hecho,
en ningún país, realmente, el sistema carcelario busca reinsertar al infractor a la sociedad).
Ann se traslada a Lincoln City,
para trabajar como custodia en la cárcel de Copperhead.
Una escena magnífica de la novela es
cuando al llegar a dicha ciudad, ella atestigua como el encargado de la
seguridad de dicha cárcel, un tal capitán Waldo Dringoole, conduce hacia la
prisión a una mujer afroestadounidense de unos cincuenta años, cuyo crimen era
el haber matado a su esposo ebrio, al estarla éste, como siempre hacía,
golpeando brutalmente. Cuando el capitán les dice a sus subalternos el crimen
por el que la mujer era llevada a la cárcel y sería sentenciada a la horca,
ésta se jacta de que, en efecto, con una olla mató a ese “desgraciado”. La
reacción de aquel “rudo representante de la ley” es descargar un fuerte
puñetazo en el estómago a la mujer, que la hace caer del dolor. Al ver que Ann
contemplaba estupefacta la escena, le dice, sin más, que esa “perra negra” se
lo merecía. Ya, luego, Ann se entera de que ese tipo era el jefe de seguridad
de la prisión en donde ella estaría por varios meses. Casi se arrepiente de
seguir con su cometido, pero empecinada como era, decide soportar todo lo que
vendrá, sobre todo, presenciar de primera mano las condiciones y los tratos tan
deplorables que imperaban (y siguen imperando) en la mayoría de las cárceles de
EU (y del mundo, por añadidura).
Más tarde, al conversar con el
capitán, éste le da una, según él, “cátedra” de criminología, durante la cual
le asegura que los criminales sólo
entienden por las malas y que no tiene caso estar con contemplaciones, pues “se
trata de quebrarlos, de mostrarles que no son ellos mejores que sus cuidadores,
sino que éstos son mejores que ellos. Y si hay que ponerles reglas tontas, con
tal de que las cumplan, hay que hacerlo, y hay que castigarlos, azotarlos,
meterlos en el hoyo (el famoso apando), dejarlos casi sin comer y sin beber,
sólo así entenderán quién manda y se reformarán”.
Y esa “filosofía” del trato
carcelario hacia los convictos, por desgracia, se sigue aplicando, sobre todo
en EU, país que tiene la mayor cantidad de presos en las cárceles, más de dos
millones, en proporción al resto del mundo. Claro, hay que señalar que allá,
las cárceles son privadas y, por lo mismo, son un excelente negocio. Así que
entre más presos tenga una prisión, más van a ganar sus accionistas.
También, Lewis critica la pena de
muerte. Ann presencia como es ahorcada la mujer negra que había matado al esposo.
Y, lo peor, cuando el párroco de la prisión va, antes de que la ejecuten, para
darle el “consuelo divino”, casi lo hace como mero trámite, pero no porque
realmente le interesara que esa pobre mujer se congraciara con “Dios”, y es
como señala Lewis la hipocresía de la religión (retoma la crítica que hace en
la ya mencionada novela de Elmer Gantry). Al ver cómo es colgada la mujer, a
pesar de sus súplicas, Ann reflexiona que es una crueldad innecesaria, pues,
finalmente, se está asesinando a alguien en nombre de la “legalidad”, lo cual
es una contradicción con el asesinato que se está castigando. Absurdo. Pero,
como ya señalé, debido a que en las cárceles de EU todo es un negocio, hasta
las ejecuciones se cobran, costando, en promedio, alrededor de cincuenta mil
dólares. Por ello, entre más prisioneros sean ejecutados, más ganan los accionistas
de las cárceles.
A partir de esos inhumanos tratos
carcelarios, acompañados, además, de una total insalubridad, Ann reflexiona que
un convicto que salga de la cárcel, tras haber sufrido todo lo que es estar en
prisión, no va a buscar la manera de reinsertarse,
sino que, simplemente, tratará de desquitarse. Es justo lo que explica por qué
la mayoría de los ex convictos vuelven a reincidir en la criminalidad, pues la
cárcel no reforma, al contrario, como se dice aquí en ese medio, un joven entra
por haberse robado un espejo de auto y sale convertido en un inescrupuloso
asesino.
Trata de hacer labor en Copperhead, en cuestiones como la salubridad
de las instalaciones, manteniendo los baños limpios, lavados con cloro, camas
decentes, con colchones fumigados, sábanas lavadas cada semana y cosas que,
sobre todo para las mujeres, significaran dignificar en algo su miserable
existencia allí, en la sombra.
Además, Ann platica, cuando le es
posible, con varias de las internas, las que le explican por qué estaban
encerradas y se conmueve cuando una le refiere que está allí por haberse
practicado un legrado ella misma, debido a que habría sido imposible que concibiera,
dada su pobreza, y que el padre del hijo, varios años menor que aquélla, bajo
amenazas legales, tuvo que dejarla, pues se le había advertido que terminaría
en la cárcel si seguía empecinado en mantener una elación con esa “mujerzuela,
pobre, vulgar y mucho mayor que tú”. Ello le hizo recordar a Ann su propio
“crimen”, cuando ella misma se practicó el aborto. Sin embargo, reflexionó que
gracias a que había tenido posibilidades de hacerlo discretamente, pudo evitar
que se le considerara como una “peligrosa criminal”, como aquella pobre
interna.
Las pláticas que Ann sostiene con
las presas las van llevando a una profunda reflexión sobre su condición, a
grado tal que un día se amotinan. Todos los custodios son agredidos, excepto
Ann, pues muchas de las insurrectas reconocen que se ha portado muy bien con
ellas.
Por desgracia, el motín es
aplastado brutalmente por los machistas custodios – ¡no iban a permitir que un
grupo de hembras se indisciplinaran! –
a macanazos, patadas y golpes, y cuatro de las presas son internadas en el
apando y colgadas de los brazos. Ann logra burlar la vigilancia para entrar a
ese terrible sitio y darse cuenta de la forma tan retrógrada y violenta en que
son castigadas. Una de ellas muere, la que estaba culpada de haber abortado, y
es cuando Ann, poseída de su nato activismo, se dirige hacia las autoridades
locales y hasta al mismo gobernador para denunciar la forma en que se trataba y
castigaba a las internas en Copperhead.
Pero se topa con un criminal,
cómplice burocratismo, que en lugar de escandalizarse por lo que narra Ann, al
contrario, se le recrimina su acción. La esposa del alcalde de Lincoln City la
reprende severamente y le dice que así debe de ser el trato carcelario, que si
no fuera por eso, los presos no se arrepentirían de haber cometido los crímenes
que los llevaron allí y que si ella no reconocía tal situación, pues era mejor
que se largara. Con eso, Lewis
critica duramente a las mafias en el poder, las que sólo buscan su beneficio,
su enriquecimiento personal, aun a costa de mantener condiciones de represión y
violencia hacia los sometidos ciudadanos, no sólo en las cárceles, sino en el
diario existir. Es la dominación mafiosa de los poderes fácticos (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2014/08/la-estructura-mafiosa-de-los-poderes.html).
Las coludidas, mafiosas autoridades, junto con los custodios, terminan
fraguando un falso escándalo “sexual” – que Ann había sostenido amoríos con el
doctor de la prisión –, para despedirla, lo cual la tiene sin cuidado, pues no
habría podido seguir allí.
Algún tiempo después, Ann aparece como la flamante directora de una
prisión modelo en Nueva York, descritas las condiciones
ideales como deberían de operar las cárceles. Así, las internas tenían su
propia celda, sanitario limpio, instalaciones salubres, sala de descanso al
aire libre y un cordial ambiente, que a los ojos de Ann, era el mejor para
lograr que, de verdad, los internos e internas de las cárceles se reintegraran
a la sociedad y no pensaran, como hacían la mayoría, en sólo desquitarse de la
sociedad, una vez que cumplieran su sentencia.
Esa etapa de Ann, se presenta como ideal, como una en donde, gracias a
su esfuerzo, logra materializar sus ideas de justicia carcelaria y, sobre todo,
de emancipación personal.
Se casa con Russell Spaulding, un vendedor estrella, por pura
conveniencia, sin realmente amarlo. “Es para tener un esposo y aparentar felicidad”, se dice Ann, pero no es
feliz, ni lo considera apto como para embarazarse de él, “pues es demasiado
simple, superficial y empalagoso como para tener un hijo con él”, se dice.
Parte de su emancipación es sostener una relación extramarital con un
juez, Barney Dolphin, quien cumple sus expectativas del hombre ideal con quien
le gustaría procrear de buena gana un hijo. Dolphin es carismático, amable, de
buena posición y, a pesar de estar casado y tener dos hijas, ejerce especial
atracción en Ann, lo que desata un intenso romance entre ambos, sin
inhibiciones, sin barreras. Ann, finalmente, decide embarazarse de aquél, dejar
a Russell y adquirir una casa, que aunque deteriorada, piensa arreglar a su
gusto.
Mientras eso sucede, no faltan las intrigas, debidas a una interna que
sale libre, la que comienza a hablar mal de la “cárcel modelo”, diciendo que la
falta de disciplina y la holgura en la aplicación de reglas la llevó a asaltar
al siguiente día de haber sido liberada. Eso es empleado por la prensa
amarillista y enemigos políticos de Ann para atacarla. Por fortuna, ella tiene
la habilidad suficiente para parar el intento de escándalo, deshaciéndose, de
paso, de una nefasta empleada de la cárcel, a la que desde hacía tiempo quería
despedir. En esta parte de la novela, Lewis analiza bastante bien las intrigas
a las que, seamos como seamos, nos vamos a enfrentar durante la vida. Está en
la egoísta naturaleza humana ese tipo de comportamientos tan mezquinos (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2014/10/la-materialista-individualista-mezquina.html).
Al mismo Dolphin, le urden un complot para acusarlo de corrupto. Él
mismo le dice a Ann, para explicarle que se trata de una intriga, “Mira, nunca
he aceptado sobornos de nadie, ni de empresas. De lo que me ‘acusan’ fue de
haber autorizado a una empresa que hiciera unos trabajos legales, en la que
además invertí parte de mi propio dinero, para tener mayor seguridad para mi
familia, pero nada ilegal, ni fraudulento. Por desgracia es más duro ser
honesto, que ser un delincuente”.
Aquí, Lewis critica que, de repente, para aparentar “justicia”, los
mafiosos en el poder se agarren de un chivo expiatorio, que la mayor parte de
las veces ignora el “crimen” que se le imputa. Nada más hay que ver cuando hay
cambio de mafiosos sexenios en este país, siempre cae alguien, normalmente un
personaje que ye resulta prescindible (en el Peñato, fue Elba Esther
Gordillo, la mafiosa “líder” de los maestros, la que cayó).
Dolphin es encarcelado y Ann lo
visita en prisión, comunicándole la buena nueva de que está embarazada de él y “tendré
a nuestro hijo”. Eso lo hace, a pesar de que tenga que presentarse como madre
soltera ante esa prejuiciosa sociedad.
Ann da a luz a un hermoso niño…
algo que la frustra un poco, pues no fue la tan deseada niña, pero, igual, lo
colma de amor.
Finalmente, Dolphin logra
demostrar su inocencia y salir de la cárcel. Se encuentra con Ann en la casa de
ésta y le promete que dejará a su mujer y hará una vida con ella.
Así, Ann rompe con todo tipo de
convencionalismos y prejuiciosas imposiciones, logrando realizarse como mujer y
ser humano.
Y esa es quizá la intención de
Lewis al haber escrito esa novela, que se le reconozca a la mujer el importante
papel que siempre ha jugado en este mundo, a pesar de tanto machismo y
misoginia criminal.
Por eso, qué bueno que haya
novelas emancipadoras, como Ann Vickers.
Contacto: studillac@hotmail.com