Conversando con una demostradora de lencería
y sex-shop
por Adán Salgado Andrade
En los difíciles
tiempos que vivimos actualmente, caracterizados por frecuentes y cada vez más
profundas crisis económicas, desempleo o subempleos que apenas si permiten
sobrevivir, descomposición social, mafias políticas y empresariales que
controlan fácticamente el poder, generalizada violencia, simulado “terrorismo” (como
los supuestos atentados “terroristas” emprendidos por el Estado Islámico, creación frankensteniana de mercenarios de la CIA
estadounidense que sustituye a Al Qaeda), depredación ambiental… y muchos otros,
resulta interesante revisar cómo nos las arreglamos los ciudadanos comunes para
sobrevivir dentro de tanta adversidad.
Ya antes he escrito
sobre cómo se sobrevive, más que vivir, en este país, no sólo personas que no
cuentan con una preparación universitaria, digamos, sino incluso aquéllas que
son profesionistas y se tomaron sus buenos años de empeño para estudiar una
carrera y tratar así de existir decorosamente (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2008/12/sorteando-la-crisis_28.html).
Actualmente, ya ni
ese hecho, el contar con una carrera universitaria, es sinónimo de seguridad y
estabilidad laboral, pues estadísticas recientes muestran que en México,
sorprendentemente, están más desempleados los grupos poblacionales que cuentan
con una licenciatura, maestría o doctorado (ver: http://archivo.eluniversal.com.mx/primera-plana/2014/impreso/preparados-sufren-mas-desempleo--43966.html).
Por otro lado, al
haber cada vez menos oportunidades, dado el altísimo desempleo que de por sí es
característico del capitalismo salvaje (por la absurda tendencia de producir
más con menos mano de obra), que se incrementa mucho más en tiempos de crisis,
como el actual, el llamado sector “informal” de la economía (definido como
aquel que no está registrado y, por lo mismo, no paga impuesto alguno) es el
que últimamente – y cada vez en aumento – es la solución a millones de personas
en el mundo que acuden a él para obtener alguna forma de ingreso, realizando
una actividad terciaria, tal como la venta de algún producto, desempeñando un
“servicio” (lavacoches, franeleros, cirqueros
de cruceros, limpiaparabrisas…) o trabajando en establecimientos de todo
tipo – talleres mecánicos, maquiladoras, fondas…– que, a su vez, laboran también en la informalidad.
Y es absurdo lo que
la mafia en el poder del país ha querido imponer como “explicación” a la crisis
económica, de que es debida al “desproporcionado aumento del sector informal”,
pues es justamente al contrario, porque las frecuentes crisis económicas,
inherentes al capitalismo salvaje, que provocan más y más desempleo a nivel
mundial, son las que empujan a millones de personas sin trabajo a hallar la
solución realizando labores “informales”, como peyorativamente se les llama,
pues finalmente se trata de trabajos honrados, la mayoría, no de actividades
delictivas (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2012/12/economia-informal-la-verdadera.html).
Como señalo antes, es
interesante revisar las actividades que realizan las personas, sean formales o
no, con tal de percibir una remuneración que les permita sortear la crítica existencia.
Sostuve hace unos días una interesante conversación con Claudia, una chica de
19 años que debe desempeñar la doble, pesada tarea de estudiar y trabajar al
mismo tiempo, como miles de jóvenes deben de hacer en este país, con tal de
seguir sus estudios, ante la disyuntiva de suspenderlos, advertidos por la
familia de que “si quieres estudiar, pues debes de trabajar, porque ya no me
alcanza para pagarte la escuela”.
Claudia, de repente,
se vio en esa encrucijada. La atractiva estudiante universitaria tuvo que
decidir entre trabajar y dejar sus estudios o, más difícil aun, trabajar y
estudiar al mismo tiempo. “Mira, mi madre es madre soltera, y hace poco se
quedó sin trabajo, así que no tenía ya dinero para darme, ni para mis pasajes.
Mis otros dos hermanos también tienen que trabajar, y pues no me quedó de otra.
Y, la verdad, no quise dejar la universidad”, afirma, por lo que ha debido
combinar sus estudios de sociología con el trabajo digamos que formal que logró conseguir por una
recomendación familiar.
Pero nada que ver lo
que consiguió como empleo, con sus estudios. “Mira, sólo porque sí necesito
trabajar y porque no me pareció tan mal empleo, es que acepté”. Además, dice
Claudia que sólo por la recomendación familiar es que le dieron el puesto, pues
no a cualquiera contratan.
El giro del negocio
es venta de lencería y fetiches sexuales en una afamada zona de altos ingresos
de la ciudad de México, en la calle de Presidente Masaryk.
Las vicisitudes de
Claudia comienzan al trasladarse a la escuela desde su casa, ubicada en
Texcoco, hasta la Fes Aragón, en donde estudia. Su horario de clases es de las
nueve de la mañana hasta las trece horas. Debe salir a las siete cuarenta y
cinco, a más tardar, para que el trayecto que realiza abordando un pesero, en
seguida el metro y, de nuevo, pesero, le permita llegar a tiempo. No falta que
a veces un embotellamiento, algún accidente, o cualquier imprevisto, ocurra y
que ese día, Claudia llegue tarde a la escuela.
Pero a donde no se
puede dar el lujo de llegar tarde es a la tienda de lencería y sex-shop, en la que labora de las tres y
media de la tarde, hasta las ocho de la noche. Ese recorrido sí es terrible, ya
que le lleva ¡dos horas y media trasladarse!, debido a las condiciones de
movilidad tan malas que existen en esta anárquica concentración urbana, que es
la ciudad de México (increíblemente, el promedio actual de velocidad es de 4.5
kilómetros por hora, lentísimo en comparación con el que había en 1910, que era
de 10 kilómetros por hora). Un taxi, el metro y quince minutos de rápida
caminata, son los medios que la llevan a su destino laboral.
Y ya cansada tanto de
sus actividades escolares, así como de tan largo y ajetreado trayecto, es que
Claudia debe de prepararse anímica y físicamente – “ponerme linda, ¿no?” – para
su jornada laboral, que comienza, como ya señalé, a las tres y media de la
tarde y termina a las ocho de la noche, si bien le va. “Ya sabes, no falta que
debo de ordenar esto o guardar aquello”, me dice, con resignado tono.
Su sueldo mensual es
de cuatro mil quinientos pesos, más
comisiones, las que dependen de lo que venda ella y de la capacidad
adquisitiva de los clientes. Si Claudia fuera jefa de familia ese sueldo, aun
con comisiones, sería sencillamente insuficiente. Pero, al ser aun hija de
familia, siendo su mayor problema el costearse sus gastos, considera que son
“suficientes”.
“En temporada mala,
pues saco quinientos pesos de comisiones, pero cuando se vende mucho, hasta mil
seiscientos pesos al mes”, precisa Claudia. Así que, cuando le va bien, su
salario sería de poco más de seis mil pesos mensuales, casi lo que un malhadado
mafioso “secretario” del pasado calderonato, declaró que era suficiente para
que una familia de clase media pudiera vivir (la cantidad exacta era de seis
mil quinientos pesos. Es de esperarse que tanto mafioso en el poder ganara tal
cantidad, con tal de que pudieran compartir con todos nosotros tan generalizado
“buen” salario).
Pero es lo único,
pues aunque le pagan neto, sin ningún descuento (¡ya sería mucho que lo
hicieran con tan magro salario!), Claudia no cuenta con ninguna prestación
extra, ni seguro social. “Así que si me enfermo, pues no me pagan. Lo bueno es
que tengo seguro por parte de la universidad – se refiere Claudia al seguro
facultativo, al que todo estudiante universitario tiene derecho, mientras
continúe con sus estudios –, pero no, no tengo derecho a nada más, ni
vacaciones, ni aguinaldo, ni nada”. Refiere que ha platicado con muchos
empleados de otros establecimientos y, al parecer, nadie cuenta con
prestaciones, aparte de su salario neto. Claro, es el resultado de la así
llamada flexibilización laboral,
imposición “legal” que ha dejado prácticamente en la total indefensión a
millones de trabajadores, los que pueden ser contratados incluso hasta por
horas, sin ningún compromiso extra por parte del contratante, más que de
pagarle su sueldo y ya.
Sin importar el magro
salario que le pagan, Claudia debe lucir “muy buena presentación” – “tengo que
usar siempre tacones y a veces vestido”. Ya, bien presentada, es que Claudia emprende sus labores, que son la de
mostrar los artículos que se venden allí. “Sí, es una boutique de lencería y de
objetos sexuales. Llegan clientes preguntando por una tanga o un brassiere o
que quieren que les muestres, no sé, un consolador o un vibrador. Y si es un
hombre, pues no falta que te mire con lujuria cuando le enseñas un objeto
sexual, ¿no?, casi violándote con la mirada. Y sólo te haces la loca, y muy
profesional, no le haces caso a sus insinuaciones y le sigues mostrando lo que
quiera. Es lo que me molesta, ese hostigamiento que te hacen, ya sólo porque te
ven chava, trabajando allí, creen que pueden hacerte lo que quieran, ¿no?”,
dice, pensativa. Claudia.
En efecto, en una
sociedad machista, como en la que actualmente domina casi en todo el mundo, la
mujer está muy expuesta a esos tratos y humillaciones, los que se multiplican
al trabajar en algo así. Dice Claudia que tanto su jefa, así como sus empleados
de vez en cuando se muestran hostiles hacia ella. “Como soy la más joven, me
ven como una niña a la que todo le pueden hacer y… por la necesidad es que
tienes que aguantarte”.
A pesar de ello,
trabajar allí, le ha dejado a Claudia algunas satisfacciones. “Fíjate que no
todos los clientes son iguales. Algunos son muy decentes… hay de todo, pero
muchos, como gays, incluso te piden
consejos, y hasta de psicóloga la hago”. Se refiere a que algunos de los
clientes son travestis, dedicados a
la prostitución, y varios de ellos van a la tienda a comprar parafernalia para
desempeñar lo más profesional y
sensualmente su labor. “Sí, muchos de verdad que se ve que sufren mucho y
me pongo a platicar con ellos y, allí los tienes, contándome toda su vida”. No
sólo travestis, sino que varios de los hombres y de las mujeres que acuden al
sitio, se han acercado a Claudia, para, simplemente, platicarle sus penas.
Es entendible, pues
vivimos en una sociedad tan descompuesta, tan individualista, tan egoísta… que
el contacto humano de todo tipo, casi se ha perdido, sumidos cuasi
permanentemente en una inevitable soledad a la que, primero, nuestras
actividades y, segundo, tal hostil “sociedad” en la que vivimos, nos relega.
De las cosas
“chuscas” que ha visto Claudia es que muchas veces van clientes, tanto hombres,
como mujeres, acompañados de lo que, supone, han sido o sus parejas o las
amantes o los amantes. “Sí, nada más me aguanto la risa. Por ejemplo, hay
hombres que cuando vienen con sus esposas, te das cuenta, pues las tratan muy
despectivos y si ellas les piden su opinión sobre si esa prenda, como un
negligé, les queda bien, pues los esposos les dicen que sí, que lo que sea, se
muestran muy impacientes. Pero luego, a los dos días, vienen con una mujer,
mucho más joven que la esposa y que ellos, que se ve que es la amante, porque
los ves muy complacientes y les tienen mucha paciencia y les dicen ‘sí, mi
amor, lo que tú quieras, sí, se te ve muy bien’ y les compran todo lo que
quieren, sí, disfraces, tangas… lo que sea, y se gastan un dineral, tres,
cuatro mil pesos… de verdad, y piensas, ¡qué hipócritas!, ¿no?, pero, pues los
atiendes y te haces la loca… y es que te ven, así, como que te hacen su
cómplice y que aguantes presión, ¿no?”, recuerda con una sonrisa Claudia esas
ocasiones.
Mucho de lo que
vende, sobre todo lo que adquieren hombres, no para ellos, sino para sus
esposas o, más bien, sus amantes, son los fetiches que dan vuelo a sus fantasías sexuales, sobre todo disfraces para imaginarse que están con
una colegiala, una enfermera, una tabledancer…
muy a la manera de lo que puede verse en esa excelente cinta española que aquí
se llamó “Por no quedar pobres”, cuyo título original es “Torremolinos 73”,
estelarizada por Javier Cámara y Candela Peña, sobre el caso verdadero de un
vendedor de enciclopedias, quien empujado por la crisis y la modernidad de los
1970’s, se ve forzado a realizar lucrativos videos erótico-pornográficos con su
esposa, la que, para dar variedad a las, digamos, inocentes secuencias, se vestía con todo tipo de atuendos, no sólo
de colegiala o de enfermera, sino hasta de bombera, ejecutiva… y más, con tal
de que fueran exitosas sus propuestas cinematográficas, por las que recibían
cincuenta mil pesetas de entonces, el equivalente a vender 176 enciclopedias
(ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Torremolinos_73).
Dice que cuando fue
el Buen Fin de este 2015 (burda copia
calderonista del evento consumista estadounidense realizado en el Black Friday), a pesar de la crisis, todas las existencias de la tienda,
tanto de lencería, así como de fetiches sexuales, se vendieron, pues las dieron
a mitad de precio y lo que tuvo una fuerte demanda fueron, justo, los disfraces
de colegialas. Así que ello deja ver las pedófilas,
inconscientes inclinaciones que casi todo hombre lleva dentro, podría inferirse.
Contra lo que pudiera
pensarse, dice que la lencería, o sea, las prendas íntimas de mujer, son más
adquiridas por los mencionados travestis, que por las propias mujeres, quizá
para que sus clientes imaginen en todo momento que están con verdaderas mujeres, con tal de que tales
clientes consideren que no son homosexuales, del todo, sus inclinaciones. Me
viene a la mente una escena de la cinta “Boys don’t cry”, en donde un par de
energúmenos, violentos machos, violan a Brandon, el personaje transgénero
principal, estelarizado por Hillary Swank, quizá queriendo experimentar qué se
sentía violar a una mujer con apariencia varonil, o a un hombre, con apariencia
femenil (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Boys_Don't_Cry_%28film%29).
En fin, que las singularidades
sexuales así son, ni blancas, ni negras, sino grisáceos matices, como Pedro
Almodovar mostraba en sus primeras cintas. Pero, eso sí, sin obligar a nadie a
practicar lo que no le guste, pues, entonces, eso ya se convierte en perversiones
y desviaciones sexuales.
“Como te digo, he
tenido buenas y malas experiencias, pero dentro de lo que cabe, me siento
bien”, afirma Claudia.
Sin embargo, entre lo
malo, está la relación con su propia familia, que se ha vuelto un poco
distante. “Pues como todos trabajamos, a veces ni nos vemos, se pierde la
convivencia, sí, pero… pues qué haces, ¡es la necesidad que tienes de trabajar!,
¿no?, de hacer tus cosas”, suspira, resignada.
También, en la
escuela ha bajado algo su aprovechamiento. “En el trabajo tengo prohibido leer o hacer tareas. Tengo que
estar siempre atenta a quien llegue, aunque a veces no se paren ni las moscas,
así que sólo cuando llego a mi casa es cuando puedo hacer tarea, pero te juro
que siempre llego tan cansada que ni siquiera ceno y sólo me acuesto… de
verdad”.
Sí, es de
comprenderse que por la jornada tan difícil, con tantos traslados, molestias,
tensiones en el trajín diario y en el trabajo, Claudia llegue extenuada cada
final del día. “De verdad, se me va la juventud, pues ya casi ni tengo vida
social, no voy a fiestas, no voy al cine, no me puedo ver casi con amigas, ni
con mi novio… pero, como te digo, si quiero seguir estudiando, es la única
solución que tengo, trabajar y estudiar”.
No faltan los
desafortunados “imprevistos”, como el que hace poco sufrió, al ser asaltada la
unidad del transporte colectivo que la lleva de Indios Verdes a Texcoco. “¡Me
robaron credenciales, dinero, llaves… todo. Lo peor es que tengo que hacer los
trámites para recuperarlas!”. Debió faltar a su trabajo para cumplir con el
engorroso burocratismo requerido.
Al final, cuando le
pregunto a Claudia sobre qué piensa de la importancia de la lencería en la
actividad sexual-amorosa, se toma unos instantes para pensarlo y me dice “Yo
creo que es una forma de seducir y sentirte segura, sexy y provocadora para tu
pareja, pero para mí, lo más importante, es primero quererte a ti misma y
querer tu cuerpo, sentirte segura y bien, ya que eso es lo que vas reflejando.
Y la lencería te tiene que hacer sentir eso. Bien dicen que el humano se
enamora tan solo con observar detalladamente las cosas“.
Sí, de la vista, nace
el amor, como dice el refrán, con lo cual concuerdo totalmente. Ya, luego,
vendrá la parte más importante, la de la inteligencia y el espíritu, los que
perduran aun cuando el cuerpo envejezca, las condiciones más difíciles de
lograr en toda relación amorosa.
Pero, bueno, mientras
tanto, muchos antepondrán sus fantasías sexuales a toda forma de entendimiento
espiritual e intelectual. Y mientras eso suceda, tiendas de lencería, fetiches
sexuales y los eventuales consejos de chicas tan amables y luchonas, como
Claudia, serán inestimables.
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Contacto: studillac@hotmail.com