domingo, 22 de diciembre de 2019

Mabel Seeley y sus complejos thrillers


Mabel Seeley y sus complejos thrillers
Por Adán salgado Andrade

El thriller es un estilo literario difícil. Para comenzar, debe de proponerse una historia convincente, sea que se trate de un asesinato, un robo o cualquier situación que lleve a resolverlo lógicamente.
En segundo lugar, deben de darse al lector distintas pistas y señuelos para que varios sean los sospechosos, que se crea que cualquiera o más de dos personajes puedan estar inmiscuidos en el crimen.
Pero muchas veces, la trama es tan compleja y la resolución se torna tan enredada, que resulta inverosímil. Incluso, en novelas de la afamada Agatha Christy, a veces, los finales no suelen ser tan convincentes.
Sin embargo, el thriller de la escritora estadounidense Mabel Seeley (1903-1991), logra muy bien su cometido. Lo comprobé al leer su novela Eleven came back (Once volvieron), publicada en 1943, al calor de la segunda guerra mundial.
El verdadero criminal se mantiene en el incógnito de quién será, casi hasta el final, como veremos.
La edición que leí es de Doubleday, Doran & Co., de 1943, en inglés.
Está platicada en primera persona, por Martha Chapple, quien, junto con su esposo, Dane, administran una radio, la Arcadia Network, que habían levantado de la nada, con el apoyo de un tal George Talbot. Todo había funcionado de maravilla, hasta que una ambiciosa mujer, Delphine Parent, comenzó a realizar arreglos con Talbot para adquirirla y meter su irreverente, mala influencia en la radio que, para los Chapple, era motivo de orgullo.
Eso lo vamos conociendo durante la trama, la que se desarrolla en la veranda de Delphine, que construyó con su nuevo marido, Jim, un adinerado hindú, que dejó en manos de aquélla, el manejo de su fortuna y de su vida, pues desde que se había casado con ella, sus negocios y las decisiones de dónde y cómo vivir las tomó Delphine, como haber construido esa casa de campo, entre la desolada estepa de Wyoming, muy cercana al parque nacional Grand Teton.
Era una casa lujosa, con alberca, establo para los caballos, necesarios porque la zona era inaccesible para autos (estamos en 1943, recuérdese), gran estancia, comedor, cocina, varias habitaciones, cuartos para la servidumbre y una zona para los huéspedes.
Allí, fueron convocados varios personajes. Jock Huddelston, ex esposo de Delphine, con su nueva y muy joven, cursi esposa, Deirdre. Con Jock, Delphine, gracias a sus triquiñuelas, logró apoderarse del 49% de las acciones del periódico que su ex esposo ya tenía, antes de que ella se casara con él. De allí, Jock se dio cuenta que no tenía límites la ambiciosa Delphine.
También estaba presente Lolly Sheean, chica con deseos artísticos, quien era capaz de llegar a todo, con tal de conseguir sus objetivos. Muy parecida a Delphine, sólo que sin el poder que le daba el dinero a ésta. Entre los invitados, estaba también Rolf Gaden, austriaco, quien se hacía pasar por noruego, para ayudar a la resistencia en contra del fascismo nazi, destructiva ideología, que Hitler había impuesto, con tal de favorecer al rapaz capitalismo alemán y su maquinaria bélica.
Por último, estaba la secretaria personal de Delphine, Evelyn Anson, muy eficiente mujer, que conocía todos los negocios de Delphine, bueno, aclaraba ella, “sólo los que me deja ver”.
Estaban convocados allí porque Delphine quería celebrar que estaba por comprar Arcadia a George Talbot. Dane y Martha, los más afectados por la casi completada compra, se sentían profundamente desconsolados, ante la posibilidad de que esa mujer tan superficial y materialista, pudiera deformar la esencia de Arcadia y convertirla en una radio cualquiera, despojándola del carácter cultural y alternativo que ellos le habían dado, mientras Talbot había sido el propietario. Éste, no interfería para nada en su trabajo, contentándose con que las finanzas fueran sanas y dejaran alguna ganancia.
Comienzan la serie de misterios cuando aparece, primero, una fogata en el patio de la propiedad, sin razón alguna. Luego, un pájaro aparece pintado encima de la pared que estaba sobre la chimenea y un manojo de hierbas, mezcladas con lodo.
Jim Parent, el ya mencionado esposo de Delphine, le dijo a Martha que eran señales que su gente, en la India, usaba para atraer males a quienes estaban dirigidos. “Puras idioteces”, exclamó Delphine, cuando las vio, apagando el fuego, y tirando el manojo de hierbas. Del pájaro pintado, había dicho que luego lo borraría.
Eso no desalentó los planes de Delphine, entre los que estaba dar una cena a todos los asistentes. Las empleadas domésticas atendieron a todos muy eficientemente y, mientras comían, Delphine les platicó anécdotas y de todo lo que era capaz, con tal de lograr sus objetivos. Incluso, tenía a su servicio a un “matón” que, les aseguró, incluso, ella chantajeaba, con tal de que le cumpliera todos sus caprichos. “Tengo una foto en donde ese asesino está muy sonriente, con nosotros, al lado de Lolly Sheean”, aseguró. “¡Claro que es broma!”, les aclaró, irónica, pero Jock no estaba tan seguro, pues conocía, en carne propia, a todo lo que su ex esposa se atrevería para lograr sus objetivos.
Luego, de la cena, todos estuvieron invitados para cabalgar e ir al parque nacional Grand Teton, en plena noche, pues como era de luna llena, el camino estaría perfectamente iluminado. Delphine pidió a Ed Laidlaw y Hank Carradeau, sus caballerangos, preparar los corceles para todos y, ya que estuvieron adecuadamente vestidos (con ropas prestadas por Evelyn, para Marta y por Jim, para Dane y los otros), marcharon hacia el parque.
Cuando llegaron, Delphine propuso una especie de juego, esconderse y tratarse de hallar. Había un puente por el que cruzaron. A unos 200 metros, pasaba un río. Lolly se puso a bromear de que, a veces, la vida era tan intensa, que se podían tomar decisiones intrépidas, como saltar de un puente así.
Es una de las pistas que Seeley da para que pensemos que la posterior caída de Lolly del puente, pudo haberse tratado de un suicidio.
Y así lo manejan los guardias del parque, Rayfield, Gagnon y Phipps, como “suicidio”, pues todo parecía indicar que la chica sufría algún tipo de depresión, como aseguró Delphine, a pesar de que estuvieron los guardias investigando todo un día sobre pistas, además de interrogarlos a todos. En medio de la sala de la casa, había una palma, que llamó la atención de Gagnon, quien le preguntó a Delphine sobre ella. “Es una especie muy rara, importada de Egipto”, le contestó la mujer, muy déspota. La palma estaba al centro de una fuente, la cual estaba siempre escurriendo agua. Todo el conjunto destilaba un exotismo que, sólo gente adinerada, podía darse el lujo de presumir, pensaban los presentes.
A pesar de que la novela está referida en primera persona, Seeley acomoda la presencia de Martha, de tal forma, que no se pierde ningún detalle, dejando aquéllos en los que no participa directamente, como pláticas entre ella y otros personajes. Un buen logro. Y siempre está reflexionando, pensando en todos los detalles y en sus hijos, Spunky y Annis – cuidados por Dicka, su nana –, que están en Nueva York, esperando a sus devotos padres.
Dos días más tarde de la muerte de Lolly hubo un acelerado juicio en Jackson, el pueblo más cercano a la veranda, en donde jurado y comisarios concluyeron que, en efecto, la chica se había suicidado.
Sin embargo, Martha, nuestra, digamos, heroína, y su esposo Dane, están seguros de que se había tratado de un asesinato, pero sin tener claras las pistas, los motivos o quién habría sido el asesino.
Al regresar a la veranda (llamada, irónicamente, The Lady Luck), todo “vuelve a la normalidad”. Y llega el abogado que prepararía los papeles para la venta de Arcadia a Delphine. Varias veces Dane estuvo se acercó a Talbot, para hablar con él y convencerlo de que desistiera de la venta, pero éste, un simple mercenario de los negocios, le dice que nada se puede ya hacer y que el trato está dado: Arcadia será comprada por Delphine.
Pero algo inesperado sucede de nuevo, cuando una de las trabajadoras domésticas haya a Jim Parent, borracho en su habitación y rapado muy apresuradamente. Delphine se alteró un poco, pero de inmediato desechó el detalle. “¡Otra idiotez más de quién sabe quién!”, exclamó.
Todos tenían pensado partir de la veranda al otro día, muy temprano. Ed y Hank prepararían los caballos a las cinco, pues Dane y Martha partirían a esa hora.
Por la noche, Dane, sin poder dormir, le dijo a Martha que saldría a dar un paseo. Así lo hizo. Pasaron dos, tres horas y Martha, preocupada por su tardanza, pide ayuda a Evelyn, para que le ayude a buscarlo. Luego de varios minutos, lo encuentran, sin sentido, golpeado en la cabeza. Martha, alarmada, le pide a Evelyn que avise a los otros en la casa que les ayuden a transportar al inconsciente Dane. Evelyn llama al médico, quien, al revisarlo, dictamina contusión y que estará durmiendo dos o tres días. Martha le dijo que lo habían hallado en el camino y que Jock y Rolf, los que lo habían llevado hasta su habitación, vieron que se había tropezado con unas ramas de un árbol y eso lo había derribado. “No fue lo que pensé”, le dijo el doctor, quien primero había considerado un fuerte golpe. “Quizá me equivoqué”, concluyó. “¡Pero hoy debemos irnos!”. “Su esposo no se puede mover, señora”, le replicó el doctor, terminante, tomando su maletín y saliendo de la habitación.
En vista de que había que esperar hasta que Dane recobrara la conciencia, Martha tomó en cuenta lo que había dicho el doctor, de que era un fuerte golpe, no una caída y decidió ir a buscar, de nuevo, en el sitio en donde supuestamente Dane se habría tropezado y pudo ver que no parecía muy seguro eso, pues las ramas, era evidente, estaban trozadas de tiempo atrás.
De allí, se dirigió a la alberca y en ese sitio, se da la segunda gran complicación de la novela, pues halla flotando a Delphine, muerta. Si habían, Martha y Dane pensado que la “odiosa Delphine” tuvo que ver algo con la muerte de Lolly, su propio deceso, descartaba todo eso.
Se llaman a Rayfield y a los otros comisarios, ya que esa nueva muerte no podía tomarse como otro “suicidio”. Los interrogatorios se hacen más severos y se confina a todos a sus respectivas habitaciones. A Dane, lo ve Rayfield como el principal sospechoso, debido a su supuesta “caminata nocturna”, ya que la autopsia de Delphine había revelado que el asesinato había tenido lugar entre las tres y las cuatro de la mañana. Rayfield interrogó a todos y logró saber que Delphine había estado tomando con Jock y hablando de negocios, sobre todo que se negaba a venderle a él su parte del periódico, cosa que a Jock le impedía disponer a su total antojo del diario.
A Martha, Rayfield le pregunta sobre Dane y de las declaraciones que él había hecho sobre que prefería ver muerta a Delphine, antes de que comprara Arcadia. “Claro que lo dijo, pues estamos muy contrariados… o estábamos, de que Delphine se hiciera de la radio”.
Eso se sumaba a las sospechas contra Dane. Por otro lado, entre sus ropas estaba una navaja, con la que, supuestamente, se habría rapado a Jim Parent. Y también estaba en uno de los bolsillos de su pantalón un calcetín, todo lleno de barro. Rayfield lo analizó y determinó que el barro que tenía adherido, correspondía con el barro que se había hallado pegado en la nuca de Delphine. “Al parecer, lo rellenaron de piedras y con eso dieron un fuerte golpe a la señora Parent”, le dijo a Martha.
Pero ella, tenaz, siguió defendiendo la inocencia de su esposo. “¿No se da cuenta que todo eso es para incriminarlo más?”, le replica. Incluso, habían hallado un libro escondido en la piel de oso que estaba en la habitación que estaban ocupando Martha y Dane, en la cual, él yacía inconsciente. En ese libro, propiedad de Jim Parent, se explicaban las cosas que la gente de la India hacía para “causar males” a la gente, como fogatas, pájaros dibujados, ramas envueltas en trapos con lodo, la cabeza rapada de alguien, que representaba que era viudo o viuda. “Es claro que es para incriminar más a mi esposo”.
Rayfield, de todos modos, no estaba tan seguro de la culpabilidad de Dane.
Entre tanto, George Talbot había sido alcanzado por los otros comisarios, pues había tratado de irse, alegando negocios urgentes.
Martha, incluso, entre sus pesquisas, consideró hablar con Rolf Gaden, a solas y, por un error de éste al hablar, descubre que no era noruego. “Pero esto no deben de saberlo los otros”, le dice, desesperado. Martha trata de huir y corre hacia la alberca, en donde resbala. Está tan alterada que pierde el conocimiento, segura de que Gaden la quiere matar.
Minutos más tarde, despertó de su momentánea pérdida del conocimiento, toda mojada, rodeada por los demás y por Rayfield. Gaden está sujeto con esposas. 
Les dice que trató de matarla, porque había descubierto que era alemán, quizá nazi y espiaba para Hitler. Seeley propone a otro posible sospechoso.
Pero Gaden se defiende, diciéndole a ella que, al contrario, como Martha había resbalado y se había golpeado la cabeza, perdió el conocimiento y se habría ahogado, de no ser porque él la había rescatado.
Todo mundo lo interrogó. Sobre todo Rayfield, pues en ese tiempo, los espías alemanes eran condenados, en sumarios juicios, a muerte. Confiesa que era austriaco, sin embargo, les aseguró que su único delito fue el de haber asumido la persona de Rolf Gaden, un noruego que había trabajado en la resistencia, con los aliados, ya fallecido, y que había usado su pasaporte e identificaciones, debido al gran parecido. Pero que él estaba cien por ciento dedicado a ayudar a la resistencia austriaca y que si lo denunciaban, sería su fin.
Martha le dio el beneficio de la duda, sintiendo que era sincero lo que decía.
Por fin, Dane comenzó a recobrarse. Y aclara, a pesar de su pesadez mental, que aún lo aqueja, que él había visto a Delphine cerca de la alberca, con una lámpara y… ¡hasta ahí, pues el golpe que sintió, lo derribó y nada más supo, hasta que despertó! Nada más pudo decir, pues volvió a la inconciencia.
Pero Rayfield insistía en que no era convincente su testimonio y era el principal sospechoso.
Por otro lado, habían buscado, por todos lados, documentos que incriminaran a Delphine en obscuros negocios, pero nada hallaron, ni en su caja de seguridad, ni en nada más.
Martha, mientras tanto, seguía atando cabos y pistas. A Delphine la habían hallado cerca de los controles de la alberca. Tuvo Martha una corazonada. Una nueva noche había llegado. Se acercó al compartimiento que contenía dos botones, que controlaban el llenado y vaciado de la alberca, si se giraban a la derecha. De acuerdo a su corazonada, probó girar la de vaciado, a la izquierda. En efecto, escuchó a lo lejos que algo se interrumpía.
Descubrió que también esos controles servían para detener y vaciar el agua de la fuente que rodeaba a la palma.
Comprobó que no había nadie cerca, ni la servidumbre, y se puso a revisar piedra por piedra de la fuente. Tras algunos instantes, su búsqueda tuvo el resultado esperado, pues halló una piedra falsa, que era un envoltorio, con seda encerada (en ese tiempo, no existían las contaminantes bolsas de plástico), y, ¡voilà!, todos los negocios chuecos de Delphine salieron a relucir. Pero, el más importante, la foto que señalaba quién era el asesino que “tanto ayudaba” a Delphine… ¡nada menos que el mismísimo George Talbot!...
¡Claro!, ella era la que estaba chantajeando a Talbot, razonó Martha, para que le vendiera la radio, de la que se había hecho con el dinero que ganaba asesinando a gente. Y a Lolly, seguramente, la había asesinado porque sabía de eso y participaba del chantaje
En su emoción por haber descubierto al asesino de Delphine, no percibió que, justo, el mismo Talbot se había acercado y ya la estaba ahorcando, arrebatándole la foto en donde aparecía él, junto a Lolly, de la que había hablado Delphine.
Por fortuna, gritó y todos acudieron a salvarla, no logrando evitar que Talbot rompiera la foto y se tragara el pedazo que lo incriminaba.
Y se aclaran los motivos de Talbot, quien se beneficiaría con la muerte de Delphine, pues cobraría el cheque que ella le había dado, sin tener que entregarle la radio. A Lolly, en efecto, la asesinó porque “sabía demasiado”. Y eso lo hizo en complicidad con Delphine, quien estuvo de acuerdo en que se deshiciera de ella, para eliminar a quien pudiera comprometer el propio chantaje de Delphine a Talbot.
Allí, el matón se porta prepotente y altanero y les dice que no hay evidencia que lo incrimine y que, si la hubiera, contrataría a los mejores abogados y en unos cuantos meses saldría libre.
Rayfield le dijo que ya lo vería, pero que, por lo pronto, estaba arrestado por cargos de sospecha del doble asesinato.
Se le ordena a los caballerangos que alisten a los corceles.
Sin embargo, al caballo que llevaría a Talbot, alguien, quizá el mismo Ed, con tal de buscar la “justicia popular” contra ese prepotente asesino, le había colocado una dura, espinosa flor de una planta local. Al trepar el caballo y sentarse, Talbot reaccionó por el piquete en la ingle, encogiendo las rodillas, señal para que el obediente caballo pegara veloz carrera.
Gagnon, tomando eso como la franca huida del sospechoso, tomó su rifle y de un certero disparo mató a Talbot, quien cayó, pero quedando uno de sus pies atorado del estribo de la silla, por lo que fue arrastrado varios metros, hasta que el caballo se detuvo…
Sin embargo, todos celebraron la muerte de Talbot silenciosamente, sobre todo Rolf Gaden, a quien Talbot había amenazado con revelar su verdadera identidad, para que fuera encerrado o expulsado del país.
También Jim Parent estuvo muy contento, pues se había librado de la nefasta influencia de Delphine y sus bajos negocios. Y les aseguró a Martha y a Dane que contarían con él… y su enorme fortuna.
Pero mucho más complacidos que todos, quedaron Martha y Dane, pues tomarían el control total de Arcadia, su creación, ya, sin tener que depender de nadie, excepto del buen Jim.
Sí, un buen, inteligente final, en donde el culpable hasta recibe su merecido.
Ojalá así fuera en la vida real.